Los obispos y el Camino de Santiago

De vez en cuando los obispos del Camino de Santiago se reúnen, aquí o allá, y después de debatir concienzudamente sobre la actual problemática de una peregrinación que en su día fue netamente cristiana, y que la propia Iglesia abandonó a su suerte cuando había declinado, dejando a Elías Valiña más solo que la una, redactan una carta pastoral para ilustrar a clero y fieles, tal es el cometido de este tipo de documentos episcopales, con la intención de recristianizar el Camino. Esto es lo que ha sucedido tras el reciente encuentro del 11 y 12 de julio en Santiago de Compostela, donde bajo el título “Acogida y Hospitalidad en el Camino de Santiago” se trata un tema tan peliagudo como el de la hospitalidad cristiana.

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Hospitalera atendiendo a los peregrinos en el albergue parroquial de El Acebo (León)
Hospitalera atendiendo a los peregrinos en el albergue parroquial de El Acebo (León)

En primer lugar, tal y como ha ocurrido tantas veces en la historia, los obispos no suelen asumir ningún tipo de responsabilidad, bien que fuera sólo indirecta o por dejación, en lo que está sucediendo. Por medio de la archiconocida letanía de la secularización, que en lenguaje popular vendría siendo algo así como “son los tiempos que corren”, el Mal es fijado en su sitio, siempre a la otra orilla.

Parece que aún no se ha asimilado que el proceso secularizador, propio de la contemporaneidad, tuvo su razón de ser en el deseo de contrarrestar, por parte del Estado y como demanda creciente de la sociedad, el enorme poder que detentaba la Iglesia en todas las esferas, y su intromisión en la vida cotidiana de los ciudadanos, con un indisimulado apego por controlar las costumbres y la moral de todo bicho viviente, creyente o no, que pululase por su territorio de influencia.

Hoy los obispos hablan, pero lo hacen para los suyos, aunque hasta entre éstos, los suyos, ya no existe la sumisión de otrora al ordeno y mando, que por eso se ha convertido en un propongo y sugiero. Apuntamos esto porque en el documento, y hemos acudido a fuentes de la propia Iglesia para no ser correa de transmisión del anticlericalismo, no parece que todo lo que se expresa sea para la propia parroquia. Por momentos detectamos una cierta idea de que el Camino de Santiago, en cierto modo, les pertenece, y por eso dicen lo que dicen urbi et orbi.

Su análisis de la realidad parte de una base sensata, que podríamos compartir casi al 100%, pues no se puede estar ciego ante la debacle que está afectando de forma acelerada al Camino de Santiago, ni ante las tendencias pseudoperegrinatorias que utilizan el marco de una práctica tradicional para convertirla en una simple experiencia turística. Por lo tanto, apoyamos que se declare que peregrinar es “mucho más que un deporte o una aventura, mucho más que un viaje turístico en una ruta cultural”, y también reconocemos que “la presencia de cristianos en el Camino es primordial para mantener la tradición religiosa de la gran peregrinación a Santiago de Compostela”. Falta entonces, por citar tan solo dos medidas recientes del cabildo compostelano, que a continuación nos expliquen cómo es posible que se pueda vender la credencial en El Corte Inglés o apoyar un tren turístico del Camino con el beneficio de la Compostela todo a 100.

Entre otras recomendaciones, los prelados españoles y franceses del Camino sugieren que se coloquen crucifijos, imágenes o estampas de la Virgen y de Santiago en los albergues, pues “los signos externos de la espiritualidad cristiana deben ser visibles en los albergues, sin ser exagerados”. Asimismo, tendrán que estar disponibles las Biblias, mejor en varios idiomas, y “si se quiere, ejemplares de los últimos escritos de los papas”. Los hospitaleros deberán estar formados sobre cuestiones de religión y moral, sobre todo para responder a dudas que surjan por parte de los peregrinos, y acordarán con cura y feligreses un horario de apertura de capillas e iglesias próximas, invitando a los peregrinos “a acudir a ella para contemplar y meditar”; en el caso de que presten su servicio en monasterios, también propondrán a los “huéspedes” que sigan oficios, compartiendo con ellos mesa y proponiéndoles conversación.

Parece hacerse recaer una enorme responsabilidad de proselitismo sobre el hospitalero cristiano como “testigo de esperanza” que guía a los peregrinos hacia Santiago, pero recordando que no debe apabullarlos ni obligarlos a dialogar, sino dar ejemplo, por lo que “su acogida debe ser abierta, fraternal y alegre, para todos y cualquiera que llegue, sin distinciones, aunque el caminante esté de mal humor, tenga mal carácter, huela mal, sea hasta agresivo”. A esto se denomina “catequesis viva”.

Por último, se recomienda “que los albergues cristianos sean de donativo o que pongan un precio muy asequible”.

Hasta aquí los consejos, y si por una parte es innegable que en los escasísimos albergues que aún quedan en manos de párrocos, congregaciones y asociaciones religiosas deberán cumplirse estas normas tan lógicas, si es que aún no lo han hecho, también lo es que la Iglesia, sumida en tantas contradicciones, ha reducido al mínimo su presencia en el Camino. Y lo ha hecho, además de no contar con suficiente tropa en las filas, por haberse dejado arrastrar en la pura órbita del ultraliberalismo -el apego a lo material siempre ha sido grande-, arrendando o vendiendo su patrimonio a empresas, gestionando las catedrales como museos o convirtiendo lo que eran albergues de donativo en negocios de gestión privada orientados a generar beneficio (ahí están, como ejemplo, la Magdalena de Sarria o el Seminario Menor compostelano).

Quienes siguen dando testimonio de hospitalidad cristiana, los últimos de Filipinas, son los que deberían haber redactado un manifiesto de sudor y lágrimas: el Padre Ernesto de Güemes, José Ignacio Díaz que puso en marcha Grañón y sigue atendiendo a los peregrinos en la parroquia logroñesa de Santiago, laicos comprometidos como José Luis en Tosantos, comunidades como las Hermanas del Sagrado Corazón de Zabaldika, las Hijas de la Caridad de Carrión o las Carbajalas de León, algunos párrocos carismáticos como Blas de Fuenterroble de Salvatierra, o aquellos que aún dispensan una misa diaria vespertina con bendición a los peregrinos, poco más. De este modo, aunque no fuese una pastoral, sería un texto vivencial, con los pies en la tierra, alejado de esa concepción tan teórica que atenaza a unos obispos que no deben frecuentar mucho el Camino aunque estén en el Camino. En Francia, sin embargo, las cosas son diferentes, y el compromiso de las comunidades mayor, acaso porque las rutas no se han masificado como aquí, y porque las comunidades parroquiales están más comprometidas en las labores de asistencia y con la nueva evangelización. Aprendamos de todos ellos.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador