Turismo de masas y Camino de Santiago
Los efectos del turismo de masas son de diferente índole, en ocasiones con grave afección al patrimonio cultural, sea material o inmaterial. La irrupción masiva de viajeros, máxime cuando estos son poco respetuosos con la forma de vida de la ciudad o territorio receptor, está provocando un fenómeno nuevo, la turismofobia, o sea, el rechazo de la población autóctona a lo que consideran una invasión que altera por completo su forma de vida en múltiples aspectos: pérdida de la tranquilidad, imposibilidad de disfrutar de los espacios públicos, desaparición del comercio de proximidad, desembarco de las multinacionales, banalización del espacio urbano, especulación inmobiliaria, reducción de los pisos de alquiler al tiempo que proliferan los apartamentos, aumento generalizado de precios, conflictos con turistas incívicos, disminución de la calidad en servicios como el transporte o la sanidad, extinción de la multifuncionalidad, excesiva dependencia económica del turismo, malas condiciones laborales en el sector de la hostelería, etc.
Este fenómeno, que ya afecta hace décadas a numerosos destinos europeos y mundiales, comenzó a ser detectado y analizado a partir de los años 70, sobre todo en ciudades italianas como Roma, Florencia o, por su absoluta dependencia del turismo, Venecia, un caso paradigmático. Dados los beneficios indudables que, por otra parte, genera el turismo en la rehabilitación y dinamización de los conjuntos históricos, el empleo y el crecimiento del PIB, los ayuntamientos han intentado regular, sin demasiado éxito, una situación en la que resulta complejo compatibilizar usos e intereses contrapuestos, siendo frecuente que la parte más fuerte, en la que figuran la hostelería y el comercio, se imponga. La burbuja inmobiliaria, por su parte, ha contribuido a aumentar las tensiones, provocando la expulsión de los habitantes con menos recursos de los centros históricos, y acelerando el vaciado de edificios de viviendas para convertirlos en negocios comerciales o turísticos.
Algunos remedios, además, no han tenido el efecto deseado, caso de la imposición de tasas turísticas, cuya recaudación no siempre ha sido utilizada para paliar los efectos del turismo, o la congelación de licencias, ya que la oferta ha encontrado otros cauces, como la mal llamada economía colaborativa, para vender sus plazas de alojamiento en internet. Dada la presión de la demanda turística, plataformas de venta on line como Airbnb, Homeaway, Niumba o Windu, a las que últimamente se ha sumado Booking, están contribuyendo a encarecer la vida en los centros históricos.
La resistencia de los nativos, agrupados en asociaciones, ha comenzado a ser noticia; centrándonos en España, desde ciudades como Barcelona, Palma de Mallorca, Ibiza o Alicante, las reacciones son cada vez más airadas. Por ahora el Camino de Santiago parecía haber quedado al margen de esta dinámica, pero ya comienzan a aparecer los primeros síntomas en los tramos más colapsados, por ejemplo en el Camino Francés entre Sarria y Compostela y, por supuesto, en la propia ciudad del apóstol.
En el mes de junio tuvimos noticia de una petición, realizada por un grupo de vecinos a través de la página Change.org, en Logroño. En su exposición indican que las calles de la capital riojana están invadidas por los peregrinos y “a causa de ello, los precios de los restaurantes y los alojamientos en el centro histórico aumentan vertiginosamente y resulta muy difícil llevar una vida tranquila o pasear por calles tan atestadas de mochileros, que además no cuidan demasiado su higiene”. Por lo tanto, exigen al ayuntamiento que el Camino sea desviado al otro lado del Ebro, petición un tanto surrealista que no parece surgir de un concienzudo análisis estadístico y socio-económico, ni sopesar los pros y contras que tan disparatada medida podría acarrear.
Por otra parte, según los controvertidos datos de la entrega de Compostelas, acabamos de saber que en la primera mitad del año han recibido este documento nada menos que 112.120 peregrinos, o sea, un 10% más que en el mismo período del año precedente. Ante tal avalancha, que lo es sobre todo entre mayo y septiembre, y en las cinco últimas etapas de los caminos Francés (más la confluencia del Norte y Primitivo con éste) y Portugués, conviene reflexionar para que el Camino de Santiago no se nos vaya de las manos y el flujo resulte incontrolable como ha ocurrido en Barcelona o Mallorca.
La regulación, aplicada a monumentos singulares como las cuevas de Altamira, la Alhambra de Granada, la mayoría de las catedrales, que van perdiendo su carácter cultural y litúrgico a favor del museístico, y en espacios naturales donde es posible controlar el acceso (en Galicia las Cíes o la Praia das Catedrais), no es posible en el Camino de Santiago. El profesor Troitiño Vinuesa, experto en la gestión del patrimonio cultural en su relación con las tensiones provocadas por el turismo de masas, considera que es prioritario responder a una pregunta, que para el caso sería: ¿cuánta gente cabe en el Camino de Santiago? o, lo que viene siendo lo mismo, ¿es sostenible la actual gestión de la ruta jacobea?
Cuando un bien cultural pasa a convertirse en un recurso turístico corremos el riesgo de caer en la banalización, en el contacto epidérmico de un excursionista que no representa los valores del turista cultural. Y cuando a lo anterior se une una oferta dominante orientada al bajo coste, los resultados pueden ser dramáticos; ya ha habido quien ha comparado los 100 últimos km del Camino Francés gallego, en verano, con un auténtico “botellódromo”. A los peregrinos se unen en la meta turistas y excursionistas, igualmente partícipes de los rituales catedralicios que ahora forman parte del parque temático: paso por la Puerta Santa en los años jubilares, abrazo al apóstol, contemplación del botafumeiro, todos ellos generando largas colas mientras que la tumba del apóstol suele estar semivacía, gran paradoja.
En los días de máxima afluencia, la catedral de Santiago había llegado a soportar picos de entre 16.000 y 23.000 personas, circunstancia que ha obligado a regular el acceso, impedir el paso de mochilas –también por cuestiones de seguridad- o a realizar una segunda misa del peregrino vespertina.
Muchas veces nos preguntamos si no estamos asistiendo a los prolegómenos de una crisis de calado en el Camino de Santiago, que cuando se manifieste en plenitud acabará por provocar una fuerte devaluación en el valor de la marca, y llevará a muchos empresarios, y a pueblos enteros en los que la economía del Camino es un monopolio, a la ruina. Las estrategias del marketing turístico son voraces, desean obtener el máximo beneficio en el menor tiempo posible, y la peregrinación jacobea es un fenómeno secular consolidado, íntimamente unido a un patrimonio inmaterial frágil, que resiste mal su conversión en un mero circuito para el consumo de bienes y servicios, o sea, en un producto turístico paquetizado y convertido en espectáculo.
Algunos consideran factible que el Camino se autorregule, otros, en cambio, lo vemos dirigirse de cabeza hacia una crisis de identidad, en primer término, que llevará consigo el más temible crac económico. Y este llegará cuando los potenciales peregrinos dejen de considerar a este itinerario como una fuente de aprendizaje, aventura, reflexión, convivencia, crecimiento personal o espiritualidad. De todos depende que esto no ocurra.
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