Camino de Santiago: ¿Fue cualquier tiempo pasado mejor?
Jorge Manrique (1440-1479), en las Coplas por la muerte de su padre, elaboró una gran reflexión existencial en la que, en vez de hablar de caminos hacia una meta, emplea la de los ríos que van a dar a la mar, que es el morir, hermosa metáfora equivalente a la del Camino de Santiago y muy apropiada para quienes se aventuran a completar la prolongación al Finisterre. En el mismo poema hace alusión al recurrente mito de la Edad Dorada en el final de la primera estrofa, que es la que todos habíamos aprendido de niños:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Releyendo las opiniones en Gronze, compruebo que son muchos los peregrinos, en su mayoría veteranos y reincidentes, instalados en la idea de que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Según su interpretación el Camino está perdiendo, o ha perdido ya por completo, sus “valores”, y en la actualidad resulta imposible disfrutar de aquellas experiencias propias de los años 80, cuando aún la señalización era precaria y los alojamientos para peregrinos prácticamente no existían, y había que conformarse con lo que nos ofrecían, dando las gracias, o con el refugio que nos proporcionaba el pórtico de una iglesia; e incluso de los 90, donde a pesar del Xacobeo y de las primeras alertas sobre una acelerada “turistización”, aún existía un ambiente de camaradería, disfrutábamos de una renovada red de acogida, y las primeras multitudes eran mimadas por los receptores.
Más tarde los pesimistas entienden que todo se fue estropeando, prostituyendo, mercantilizando, y que los peregrinos dejaron de ser peregrinos y pasaron a convertirse, mayoritariamente, en turistas de bajo coste y corto recorrido, en aprovechados que utilizan sin respeto las infraestructuras dispuestas en el Camino. Vivimos tiempos en que las administraciones sólo están interesadas en los datos cuantitativos, en crear marcas y vender lo mejor posible un itinerario trasmutado en producto turístico para que crezcan las pernoctas, el consumo y, en suma, el PIB. “Tradición” y “esencias” no tienen cabida en este discurso, sólo las cifras económicas.
Nadie mejor que Jan, de Woman To Santiago, en su estupendo comentario a nuestro artículo sobre La Carrera del Peregrino, ha expresado esta pesimista visión en un remedo del monólogo Lágrimas en la lluvia, del androide replicante Roy Batty, de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), protagonizado por Rutger Hauer (“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais… …como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”). En su versión: “Yo... he visto cosas en el Camino que vosotros no creeríais: subir la Cruz de Ferro en solitario en pleno mes de julio. He visto rayos de luz filtrarse en la oscuridad dentro de la ermita templaria de Eunate. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de marketizar el Camino.”.
Los Suaves, mítico grupo de rock ourensano, se apropió de esta expresión en una de sus canciones: “Al final todo se diluye en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. La melancolía post-apocalíptica lo invade todo, el Camino ya no es lo que era, nunca volverá a serlo, y tan solo nos resta el consuelo del recuerdo. En un par de décadas, desde lo que fue una romántica utopía historicista hemos avanzado con botas de siete leguas hacia una terrorífica distopía, emplazada justo en el envés de los inocentes sueños de los precursores, y los que han conocido ambos períodos sufren el desencanto propio de quien vivió, entonces sin saberlo, la Edad Dorada, una arcadia pastoril, esa utopía comunitaria que ahora contemplan desde la lejanía como quien pasea nostálgico ante las ruinas de Palmira.
Pero, ¿es verosímil tal conclusión?, ¿padece el Camino una crisis absoluta y sin retorno?,¿se ha convertido en un parque temático para turistas irrespetuosos?, ¿realmente existen máquinas de fabricar neo-peregrinos en O Cebreiro y Tui?, ¿nos impiden las lágrimas contemplar el sol?
Para comenzar, tendríamos que hablar de “Caminos” y no de una única ruta, pues en ocasiones semeja que todas las críticas a lo que ha sido y ha dejado de ser se dirigen, aunque no se indique expresamente, hacia el Camino Francés. Un itinerario, el mejor documentado a lo largo de la historia, reputado y dotado de servicios, que vive su particular crisis, esa que algunos han calificado, tras una explotación intensiva y cortoplacista de la gallina de los huevos de oro, como un “morir de éxito”.
Sin embargo, ni siquiera el Camino Francés está afectado en todos sus tramos y meses por este remedo de la peste, que algunos amigos del Camino hemos definido como la “Fiebre Amarilla”. Por ejemplo, el Camino Aragonés ha quedado libre de la infección, y entre noviembre y Semana Santa los síntomas prácticamente desaparecen, incluso en Galicia, también del Camino Francés (será que los provocan los chinches…). Cuando los buenos y malos mercaderes, con las alforjas llenas, cierran sus puertas, se puede seguir reviviendo el espíritu primigenio del Camino, lo puedo certificar.
Es verdad que la fiebre avanza, y que a partir del Francés se han ido contagiando otras rutas, invadidas por la nueva versión de los gallofos de antaño y por la actuación de mesoneros que ya condenaba el Calixtino. Entre las más dañadas se cuentan el Camino Portugués, sobre todo entre Tui y Compostela, y cada vez más desde Porto; también el Camino Norte, tan goloso para quienes desean pasar unos días en la playa, en zonas realmente caras en temporada alta, gastando poco; el virus comienza a actuar, con llenos a diario en el recién inaugurado albergue de A Fonsagrada, en el Camino Primitivo; y los primeros síntomas comienzan también a percibirse, en ciertos días punta, en el Camino Inglés y la Prolongación a Fisterra y Muxía.
Nos están cercando, asediando, intimidando, pero en mi opinión aún es posible vivir experiencias plenas y tradicionales en el Camino si elegimos fechas e itinerarios, determinados albergues y bares o restaurantes honestos, y sobre todo si nos aproximamos al Camino con un espíritu positivo. Además, ¿cuántos de los peregrinos que ahora reniegan del Camino estarían dispuestos, como se puede ver en la foto, a volver a dormir sobre pajas en el frío suelo de una palloza de O Cebreiro?
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