El Buen Camino de un entrenador personal

Hoy no vamos a claudicar ante la verborrea anglosajona, aunque en el libro pululen sin medida los coach, sentando sus reales en el Camino de Santiago como segunda oficina. La lectura ha sido intensiva, 325 páginas en dos días, lo que ya puede ser un indicio de que Buen Camino parece un texto interesante, al menos sincero y que ha sabido captar las claves de la peregrinación, aunque con un regusto amargo por el inequívoco tufo del negocio, la empresa y los emprendedores presentes, el arrimar el ascua a la sardina profesional, la débil base documental y una incorporación de códigos QR y web de apoyo que poco aportan.

Uno de los lastres es el haber pretendido meter todo el aprendizaje personal, generado por el Camino, en tan sólo once días, los que Marco, el protagonista y relator, tarda en completar la exigua distancia que separa Astorga de Santiago. El resultado es que nos desplazamos en un ambiente hiper-denso, en el que no se para de reflexionar y filosofar ni un minuto sobre todo lo divino y lo humano, y en el que al igual que en las novelas pastoriles del Siglo de Oro todo quisque ejerce la dialéctica y es por natura filósofo. Incluso los mendigos o marginales, y ahora pensamos en los cuadros de Ribera, son a su manera como Sócrates y Séneca, y sin cesar largan consejos y sentencias de hondo calado. La situación llega al paroxismo cuando un misterioso peregrino italiano, de nombre Fabio, se dedica a entregar a Marco papelitos con pensamientos y máximas para leer diariamente, una técnica de los preparadores personales y de las galletas chinas de la fortuna.

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Portada de Buen Camino
Portada de Buen Camino

No dudamos que, en determinadas circunstancias propicias, una persona pueda haber dado un vuelco radical a su vida tras diez días en el Camino, pero no parece creíble que se pretenda hacer pasar por una posibilidad universal. Desde el segundo día de marcha, un poco temprano para cualquier valoración ponderada, nuestro amigo ya declara que “todos deberían vivir esta experiencia” (p. 74), y en la siguiente jornada confiesa haber logrado la “paz interior”. Todo ello es ratificado en el epílogo, con una profesión de fe en toda regla en la que renuncia a Satanás y cree en lo que le ha enseñado el Camino. Por momentos nos sentimos inmersos, parafraseando a Kundera en sentido opuesto, en una insoportable pesadez del ser.

Ante tal tesitura, y si bien se ha optado por el formato de un diario de peregrino que en primera persona relata al lector sus vivencias en el Camino, registrando incluso los km que cubre en cada etapa, tenemos la certidumbre de que no estamos sino ante una estratagema para colarnos, de forma suave, un texto de autoayuda, al parecer bastante autobiográfico, en el que el peregrino nobel, a la vez que empresario urbanita converso tras el descubrimiento de otro mundo y otra vida posible, se manifiesta como el más entusiasta predicador de la causa, un militante forofo, y un tanto vanidoso (varias veces alude a su “potentísimo intelecto”), obsesionado en redimirnos.

Buen Camino, que ya va por la 7ª edición y ha tenido unas importantes ventas, debería haber documentado mejor el escenario y revisado el texto. No se entiende, y menos aún con tanto arsenal on line y posibilidad de contactar con el autor, que se hayan colado tantos desatinos. Los hay históricos (Foncebadón nunca llegó a estar despoblado en las últimas décadas), geográficos (en Cacabelos la calle de los peregrinos se sitúa antes de cruzar el río Cúa y no después, la cuesta de entrada a Santiago no existe), toponímicos (confundir Trabadelo con Barbadelo, citar “Villafranca del Castillo”, “Fuenfría”, “Mélide”, “Bee”), gramaticales (laísmo), léxicos (“camino” en minúscula cuando se refiere al Camino de Santiago, citar en gallego “carvallos” y “corredeiras”), informativos (los “monjes dominicos” cantando gregoriano en Rabanal, indicar que nadie va por la variante de Samos, las casas de la zona de Arzúa construidas en piedra “caliza”, identificar los eucaliptales con bosques de “naturaleza en plenitud”) o de actualidad (¡el Códice Calixtino sigue desaparecido en 2016!).

Otra aportación descorazonadora se encuentra en los apéndices, que a todas luces sobran por mal copiar la Wikipedia. Muy pobres las reseñas bibliográficas, y gordas las inexactitudes sobre los albergues y su funcionamiento. Tampoco tiene sentido la perorata final de Pilar Andrade que, en suma, llega a equiparar a los peregrinos con los empresarios emprendedores, ¡toma ya!

En el pro hemos constatado que Josepe García Miguel ha captado con precisión muchas de las claves de la peregrinación tradicional, y su personaje, que pese a ser un lince de los negocios no parece tener una gran formación cultural ni de la vida cotidiana -tanto es así que ni siquiera conoce la leche de soja o ha visto en su vida un hórreo-, descubre que su forma de concebir la existencia, siempre a base de planes y objetivos, carece de sentido, pues de este modo se está perdiendo el presente.

El itinerario va haciendo surgir, quizás de una forma un tanto precipitada y forzada, las claves de una ruta que tiene sus propios ritmos y normas, ajenos a los del mundo exterior. La desconexión con la vida cotidiana es rapidísima, exigencia del guión, y el protagonista no sólo se reviste con los emblemas, bordón y concha, y se provee de la credencial, sino que pronto es partícipe de un arsenal de valores como el aprender a compartir, no prejuzgar a los demás, disfrutar del paisaje (fuertemente idealizado) y de los instantes mágicos, saber dejar espacio a lo inesperado, integrarse en el buen rollo de los grupos que se van formando, apreciar el igualitarismo y el compañerismo, valorar el trabajo de los hospitaleros, reconocer que el Camino estimula la creatividad, disfrutar de las cosas sencillas e, incluso, ejercitar por vez primera el dolce far niente y, en última instancia, descubrir la libertad, el amor, la paz interior y la transcendencia (rien ne va plus, curso completo cum laude).

A veces, el crecimiento personal de Marco nos evoca lo que sucede, salvadas las distancias, métodos y objetivos, en el Diario de un mago de Paolo Coelho. Aquí, no obstante, los logros nada tienen que ver con el misticismo new age, sino más bien con las técnicas de los preparadores personales, que son factibles y evidentes hasta el punto de hacer un elogio de la profesión a través de un personaje, la peregrina Susana, que defiende con solvencia su trabajo (p. 237 y ss). Los temas de reflexión surgen continuamente: las relaciones de pareja y la familia, la educación de los hijos, la amistad, la culpabilidad, el trabajo, la religión, la muerte… Al final del proceso el individuo está depurado, transformado, es otro de los pies a la cabeza, su agnosticismo deviene en un ambiguo espiritualismo y su encaje social evoluciona hacia el anti-sistema.

Se suceden los encuentros especiales, aquellos en los que Marco es motivado a la reflexión y al aprendizaje, y también los lugares mágicos, igualmente propiciatorios, entre ellos los albergues Gaucelmo, Monte Irago, Ave Fénix, A Reboleira, Casa Domingo…, y también la magnificada, como épica, mítica e inhumana subida a O Cebreiro. Todos los escenarios son reales salvo, en Palas de Rei, la pensión “El Caballo Verde”, que ignoramos de dónde ha salido.

En suma, un buen libro que se lee con facilidad pero que para quien no haya hecho aún el Camino puede ejercer un efecto distorsionador, trasladando la idea de que en la ruta se encuentra la solución a todos los problemas (Camino como “magnífica ITV anual para el alma”, p. 262), por lo que puede generar unas expectativas sobredimensionadas que acaben provocando frustración.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador