Mr. Marshall en la Cruz de Ferro
Por si alguien no lo sabe todavía se lo contamos aquí, y es que durante el mes de octubre se han estado realizando unas obras de «ordenación» y «embellecimiento» en la Cruz de Ferro. Lo de las comillas, así como el título, tienen su miga y vamos a intentar explicarlo.
Al tratarse de un lugar tan sensible desde el punto de vista patrimonial, cultural y paisajístico, y además tan entrañable para la experiencia histórica y actual del peregrino, es evidente que cualquier intervención en la Cruz de Ferro debería de haber contado con un estudio riguroso previo, aunque probablemente hubiese sido mejor no tocar en exceso lo que ya de por sí constituye un monumento histórico y a la vez vivo, cargado de potencia simbólica y al que muchos peregrinos han llegado y siguen llegando emocionados.
No es ahora menester añadir lo que todos sabemos sobre el gran humilladero, su quizá ancestral origen, su integración en el relato y los rituales del Camino, su reinterpretación contemporánea fijando un antes y un después en la ruta tras el proceso de introspección o muerte simbólica a través de la meseta castellano-leonesa, y de renovación tras depositar, en forma de una piedra, aquella carga, recuerdo o elemento negativo de los que nos deseamos desprender. Cada quien puede añadir lo que considere en función de su experiencia y entendederas.
Pero lo que sí subrayaríamos en este introito es que la Cruz de Ferro es uno de los monumentos más singulares de ese Patrimonio Mundial que la Unesco ha reconocido globalmente en el Camino Francés, y que pese a su aparente sencillez y humildad, desde una perspectiva viaria, histórica, antropológica y patrimonial, tiene tanto o más valor que cualquiera de los grandes referentes arquitectónicos que todos conocemos.
En virtud de lo anterior, si para cambiar una piedra en la fachada de una catedral como la de León, pongamos por caso, es preceptivo elaborar un sinfín de informes técnicos visados por especialistas, otro tanto cabría exigir a lo que afecta a esta cruz y su entorno. Al respecto baste recordar la que se ha montado con la sustitución de las puertas de la fachada occidental de la catedral de Burgos, que pese a estar firmadas por un reputado artista como Antonio López, al final no se han considerado oportunas por buena parte de la crítica, aunque el culebrón continúa. Aquí, en cambio, barra libre para que un promotor, con la mejor voluntad del mundo pero tal vez incapacitado para la exigencia y sensibilidad que requiere esta empresa, actúe como si se tratara del berlanguiano Mr. Marshall.
El Pepe Isbert de esta película, con quien ha sido imposible contactar pese a reiteradas tentativas, sería el alcalde de Santa Colomba de Somoza, al parecer encantado de que le caiga del cielo una inversión que roza los 60.000 € por parte de un mecenas para el que todo han sido facilidades, y licencia al canto, siempre y cuando contase con la bendición de Patrimonio. Un Ayuntamiento, esto conviene recordarlo, que estuvo en el ojo del huracán por su manifiesta insensibilidad con el Camino cuando ejecutó el polémico hormigonado, sin miramientos y a toda prisa, de la Calle Real de Foncebadón.
La tercera pata de este desaguisado es la de la Junta de Castilla y León, en quien recaen las competencias para la protección de los bienes culturales de la comunidad. En este sentido hemos de recordar que la Comisión Provincial de Patrimonio autorizó la obra el 25 de octubre de 2022, cierto que con algunas limitaciones, pero que la administración no parece haber examinado a fondo el proyecto ni supervisado su desarrollo como sería exigible.
El remake de Mr. Marshall
Pese a que no estamos en 1953, y que la censura ya no actúa al modo que lo hacía antaño, esta película nos recuerda en algunos aspectos a la célebre parodia que transcurre en Villar del Río. Hay diferencias, es obvio, porque aquí el mecenas no solo ha llegado, sino que se ha instalado en Molinaseca, según ha expresado por la magia del Camino y tras cambiar radicalmente de vida.
El estadounidense Tim, de 78 años y sin duda impactado por la experiencia del Camino y por el lugar, desea, como hacen tantos peregrinos, devolver a la ruta parte de lo que ella le ha dado. Se fija en la Cruz de Ferro, el lamentable estado de abandono y maltrato en que se encuentra, y decide materializar un sueño: gastar gran parte de sus ahorros para acondicionar aquel espacio, merecedor de mejor suerte, hasta aquí todo muy loable. Con dicha adecuación ansía, ya veremos, que los peregrinos, turigrinos y demás tropa que alcance esta cumbre mítica sean más respetuosos con la cruz y su entorno, pues se presupone que los espacios cuidados mejoran el comportamiento de los usuarios.
Para conocer su versión y planteamientos hemos hablado con Laura, vecina e interlocutora de Tim, que ha sido muy franca y honesta en sus respuestas. El diseño de la obra, nos comenta, se ha hecho con un espíritu de voluntariado y colaborativo, «entendiendo que no somos profesionales pero sin que nadie obtenga beneficio de la ejecución, con gestiones que se vienen desarrollando desde hace dos años», incluida la presentación de una maqueta al Ayuntamiento que pudieron ver, dando su aprobación, muchos peregrinos que pasaban por el enclave.
Básicamente se pretendía crear un murete perimetral de contención, «porque dado que cada piedra es un monumento dentro del conjunto, con él se intenta evitar que se dispersen hacia la carretera», y a la vez unas sendas que comuniquen cruz y capilla.
Es bien sabido que de buenas intenciones están llenos los panteones, pero que no basta con tenerlas y ejecutarlas, sino también con acertar, algo que no siempre resulta fácil. En este caso compartimos la premisa de Tim: la degradación de la Cruz de Ferro es un hecho, y tiene su razón de ser tanto en la masificación de la ruta como en el papanatismo reinante, que a muchos impide realizar una lectura correcta del monumento y actuar ante él en consecuencia, tanto es así que en los últimos tiempos ha sido utilizado como basurero de todo tipo de desechos, cagadero, soporte de grafitis, cantera para hurtar piedras bonitas y espacio, en general, vandalizado por hordas que nada tienen que ver con la devoción que profesaría al lugar un peregrino tradicional.
En lo que discrepamos, y no solo nosotros, sino un gran número de peregrinos en las redes, y recientemente algunos de los presentes en el II Encuentro Internacional de Asociaciones Jacobeas celebrado en Santiago de Compostela, es que la solución aportada, acaso consecuencia del efecto Dunning-Kruger, haya sido acertada. Por lo que atañe a la mayor parte de los colectivos que se titulan como «amigos del Camino», como suele ser habitual, a otra cosa mariposa con sus ambiciones personales y relaciones clientelares, ágapes y viajes para crear nuevas estructuras de poder y captación de fondos, colocando mojones en Tierra de Fuego o, ¡qué suceso tan molesto!, haciendo mutis por el foro cuando se les nombra la bicha.
La intervención, en esencia, responde al error una y mil veces aplicado en las zonas naturales y rurales del Camino, consistente en una inequívoca voluntad de ordenarlo y, en cierto modo, urbanizarlo todo. Lo que las obras todavía en curso transmiten es diáfano: se ha diseñado una especie de jardín con sus caminitos delineados con bordillos de cemento, definidos como «paseos de meditación», y parterres. A un tiempo, la base del humilladero ha sido rodeada por un murete de cemento aplacado en piedra, según parece para que no se desparramen los guijarros hacia la carretera e impedir que bicicletas y vehículos de motor suban por el humilladero, aunque al final la función primordial va a ser que sirva de bancal en el que reposen peregrinos y visitantes.
A la mini operación Versalles, que pretende poner orden en el aparente caos y racionalizar el flujo de peatones, solo le faltan las farolas isabelinas y unos bancos de diseño, pongamos por caso esos con respaldo de flecha amarilla que están proliferando como una peste por las rutas jacobeas (¡no demos ideas!).
Por amor se pueden cometer muchas barbaridades, y por amor al Camino, bonito eslogan tantas veces vacuo o reflejo de egos impenitentes, también. Bastaría —se incluyó en el proyecto por petición a posteriori del Centro Gallego de Ponferrada— con reparar la techumbre de la capilla de Santiago, y, por supuesto, procediendo a limpiar recurrentemente la basura acumulada, colocando tal vez un cartel, en varios idiomas, anunciando la suerte que correrán todos los elementos disonantes que allí se depositen, el contenedor, y las actitudes incívicas detectadas, una sanción. En el Cabo Fisterra ha pasado algo similar.
La indignación no para de crecer
Una asociación que ha dado probadas muestras de su defensa con el patrimonio jacobeo, la FICS (Fraternidad Internacional del Camino de Santiago), ha denunciado los hechos ante el Servicio de Cultura y Deportes de la Junta de Castilla y León. En su comunicado considera que la Cruz de Ferro es un mito legado por la historia que toca el alma peregrina, y que por desconocimiento se está causando un grave daño, por acción u omisión, a este elemento patrimonial. Interpela a la Comisión de Patrimonio provincial por autorizar tal actuación, innecesaria y aberrante, sobre un monumento del Camino, ya que además de no respetar el paisaje cultural, se ha procedido a realizar un ajardinamiento, con inclusión de elementos extraños alrededor de la propia cruz y, todo ello, sin la supervisión de técnicos o arqueólogos, y sin una ejecución por parte de personal especializado. Se redunda en el efecto domesticador del paisaje y la falta de sensibilidad frente al valor intangible del lugar.
A algunos les han sorprendido ciertos apoyos de personajes veteranos y reconocidos del Camino, como Tomás de Manjarín, que hace un par de años clamaba «¡No toquéis la Cruz de Ferro!», o Jesús Jato, el cual incluso llegó a grabar un video en tal sentido, junto a Irene García-Inés, que se «coló» en las redes. Esta artista, que en los últimos años se ha comprometido con la hospitalidad jacobea desde el Albergue Ave Fénix, y en diversos proyectos en el Camino que tienen por base su colaboración con la población local, después de parlamentar con Tim y Laura para, según relata en un comunicado, intentar detener la obra, algo que el estadounidense rechazó por la pérdida de la inversión que ello supondría, sugirió aportar ideas para suavizar, dentro de lo posible, el impacto (uso de piedra del lugar y mortero, ocultación del murete perimetral con piedras, plantación de hierba similar a la de la pradera circundante). En tal sentido ha expuesto «que la intervención finalmente va a resultar bastante respetuosa independientemente de que las instituciones deberían haber interpelado a las asociaciones jacobeas, y de que Patrimonio debería haber velado por que el proyecto se ejecutara con el máximo rigor y sensibilidad con lo que el monumento representa y significa en todos los sentidos».
Sin embargo, las fotos son contundentes, y el atentado, como ya se califica sin ambages en algunos foros y redes sociales del Camino, parece evidente y consumado. A medida que se difunde la noticia el estupor crece, los grupos se van organizando (véase, por ejemplo, NO TOQUÉIS LA CRUZ DE FERRO) e incluso se prepara una protesta in situ de peregrinos y amigos del Camino. La actuación también ha hecho acto de presencia en el mentado II Encuentro Internacional de Asociaciones Jacobeas (Santiago, 19-22 de octubre), donde el profesor Iacopo Caucci, titular de la Università di Firenze, ha llamado la atención sobre la mala praxis de la obra.
Podríamos trasladar a Tim, de cuya buena intención y espíritu peregrino, repetimos, no dudamos, que más valía que hubiese destinado su inversión a un proyecto menos mediático. Nadie se había atrevido, en cientos de años, a actuar en la Cruz de Ferro, lo que se interpreta como una osadía, aunque es bien cierto, como concluye Laura, «que si tan sagrado era el lugar, y tan dejado de la mano de Dios estaba, qué hacíamos todos los que ahora criticamos la intervención para mover conciencias y bolsillos» (algunas personas y asociaciones jacobeas de la zona sí han hecho cosas, como reponer elementos destruidos o limpiar la basura periódicamente).
En nuestro epílogo estamos persuadidos de que esta obra durará poco (mal menor reversible), y que en vísperas de algún año santo venidero la Junta de Castilla y León, presionada por los acontecimientos que ahora son noticia, acometerá una remodelación que deshará todo lo construido para crear Dios sabe qué. Será una nueva propuesta que habrá que analizar y valorar con lupa, por lo que más vale que la presenten en tiempo y forma para que se pueda alegar y alcanzar un consenso.
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