100 años de Fátima, 0 de su camino

El papa Francisco acaba de estar en Fátima, en el centenario de las apariciones marianas (13 de mayo), para canonizar a los pastorcillos Francisco y Jacinta Martos, cuyos restos son venerados en la basílica. Con motivo de la celebración, a la que ha acudido alrededor de un millón de personas, hemos asistido a la presentación del proyecto para crear una red de caminos pedestres que permitan a los peregrinos evitar las carreteras, trama que en gran parte coincidirá con los caminos lusos de Santiago, para llegar a Fátima. En la iniciativa colaboran la Secretaría de Estado de Turismo, el Centro Nacional de Cultura y la Asociación de los Caminos de Fátima. ¡Estupendo!, pero vayamos por partes…

Sin detenernos ahora a discutir el origen del culto mariano en Fátima, unas apariciones sobre las que se han escrito toneladas de páginas a favor y en contra, y también sin tiempo para hablar sobre el proceso que ha permitido la proyección internacional del santuario, el caso es que el lugar, como centro sagrado y de peregrinación católico, está sobradamente reconocido y consolidado, y en su ritual están presentes todos los elementos propios de la religiosidad popular: votos y promesas, penitencia, ofrendas, recepción de los sacramentos, obtención de la gracia, milagros…

Lourdes y Fátima, pese a la distancia temporal de sus respectivas apariciones, comparten muchos elementos, y en gran medida el santuario francés, de probado éxito, ha sido el referente que ha guiado el desarrollo de Fátima, aunque en el caso portugués con una más que discutible plasmación estética. El santuario contemporáneo, concebido para las concentraciones de masas y la exaltación del culto, integra grandes explanadas, avenidas, capillas, vía crucis, un neo-santuario capaz, espacios y salas para reuniones y congresos, museos temáticos, tiendas de recuerdos, hoteles y restaurantes, enormes aparcamientos y una estación ferroviaria próxima.

Al igual que Lourdes, Fátima, hasta hace bien poco, ha sido un santuario sin caminos. Entendámonos, sin caminos antiguos para peatones, pues su propio desarrollo contemporáneo lo ha convertido en un santuario-meta, esto es, en un lugar al que se acude rápidamente con el recurso a los modernos sistemas de transporte: si la gracia inmediata de los sacramentos se obtiene tras un corto viaje, ¿para qué perder el tiempo con interminables caminatas?, Erasmo o Lutero lo podrían suscribir. Por lo tanto, la experiencia de una aproximación lenta tan sólo tiene sentido para los penitentes-ofrecidos, que utilizan las vías más directas, siempre carreteras y con el alto riesgo que esto implica, tanto es así que cada año suele haber accidentes y fallecidos. Además, los peregrinos de Fátima, que se concentran en el mes de mayo, suelen llevar coches de apoyo de familiares y amigos, la mayoría realizan la ruta en grupo y es muy raro que carguen su mochila, aunque si es frecuente que utilicen albergues, escuelas, polideportivos y otras instalaciones cedidas para pernoctar.

Cuando la promoción del turismo religioso intenta captar el beneficio de los seis millones de peregrinos anuales que acuden a Fátima, conviene que éstos no sólo vayan al santuario y se larguen ipso facto con sus beneficios espirituales, sino que conozcan el país, y qué mejor cosa que hacerlo transitando lentamente por sus caminos. La idea del camino pedestre a Fátima tuvo su más temprana manifestación en el Caminho do Tejo, procedente de Lisboa, remontando el río Tajo a través de Santarém, con un segundo ramal de partida desde Estoril. A éste se sumó el de Nazaré, enclave turístico del distrito de Leiria que también cuenta con un notable santuario mariano. Por último, a la oferta también se agregará la ruta que va de Valença do Minho a Porto, y de aquí, pasando por Coimbra, a Fátima, toda ella coincidente con el Camino Central jacobeo salvo en el pequeño desvío final. Desconocemos cuál es el criterio, si es que existe alguno más allá de la seguridad viaria, para definir los itinerarios a Fátima, porque aparentemente ni han respondido a una especial demanda de los romeros marianos, que mayoritariamente y hasta ahora han rechazado transitar por los caminos históricos jacobeos, ni tampoco a una articulación territorial lógica. En las declaraciones de los organismos convocantes, según la nota de prensa de EFE, se trata de “fomentar la sinergia y hacer compatibles el Camino Portugués que va hasta Santiago de Compostela y las rutas que llegan hasta Fátima”.

Lamentablemente, en esta operación de marketing se ignora la historia reciente. Cuando dio comienzo la recuperación del Camino Portugués en Galicia (años 90), iniciativa abanderada por la Asociación Galega de Amigos do Camiño de Santiago, en la propia salida de la ciudad del Apóstol, al tiempo que se colocaban las primeras flechas amarillas, fueron pintadas otras similares de color azul, en el sentido de Fátima, con una doble intención: que los portugueses, siempre tan desconfiados de lo que procede de España (De Espanha nin mal vento nin mal casamento), no interpretasen el Camino de Santiago como una invasión de su territorio para beneficio del santuario compostelano; y, a un tiempo, para que todos los que llegasen a Compostela, y los propios gallegos, pudiesen peregrinar a pie, utilizando las vías históricas, hasta Fátima. Amarillo y azul, azul y amarillo, doble señalización para un único itinerario hacia el norte o hacia el sur, de ida y vuelta, una brillante idea, ejecutada con escasos medios pero grandes resultados, de cooperación fraternal, respeto e intercambio de experiencias que no se le habría ocurrido al mejor estudio de diseño.

Pero hete aquí que los modernos planificadores del futuro, pensando por supuesto más en el turismo religioso eco-sostenible que en cualquier visión romántica, sacan de la chistera un invento, aparentemente genial, que en realidad ya existe, pues a lo largo de cientos de kilómetros el Camino de Fátima ya está señalizado, por rudimentarias que sean las flechas. Como tantas veces, la operación pasa por apoderarse del trabajo de los demás sin mención alguna a quienes abrieron caminos en un desierto de incomprensión, el existente hasta hace una década en Portugal, salvadas las excepciones, a propósito de las rutas jacobeas. Rebautizar algo es como conquistarlo, aplicando la damnatio memoriae a todo lo precedente, y esto es lo que parece que va a ocurrir con este proyecto, nominado como “Camino del Centenario”. Por supuesto, la Secretaría de Estado de Turismo “se encargará de poner en valor estas rutas como un producto turístico internacional”… Una vez más el producto, la venta, el turismo y la apropiación por parte del sistema de todo lo que pueda ser susceptible de ser convertido en réditos políticos y económicos.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador