Santo Toribio de Liébana: mitos, enigmas y peregrinación
Faltan pocas semanas para que el próximo 16 de abril, festividad de Santo Toribio, arranque el Año Jubilar Lebaniego con la apertura de la puerta del Perdón en el monasterio de Santo Toribio de Liébana, que durante 2023 y 2024 llevará cientos de miles de visitantes hasta este bello confín de Cantabria. La peregrinación al monasterio, donde se custodia el Lignum Crucis, se remonta al siglo VIII y sería por tanto anterior al descubrimiento o inventio de la tumba del apóstol Santiago en Compostela; pero entre ambos lugares existe un hilo conductor que está todavía por investigar, en el cual se entremezclan historia y fábula.
La historia medieval se nutre a menudo de narraciones interesadas, en las cuales conviven mitos y realidad; hallaremos ejemplos de ello si analizamos la íntima relación que existe entre el monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria, y el alumbramiento del fenómeno jacobeo. Estamos ante un increíble serial de no-ficción entre cuyo elenco de actores intervienen, por orden de aparición, los primeros cristianos en tierras del sur durante el siglo I (encarnados en la figura de los Varones Apostólicos con San Torcuato, obispo de Guadix, al frente), el obispo Toribio de Astorga (personaje poliédrico que no dudó en traerse —o tomar prestadas— un buen número de reliquias de Roma y Jerusalén, que convirtió en objetos de culto y de poder), Toribio de Palencia (ermitaño que según el relato popular fue apedreado y expulsado de la ciudad, tras lo cual se instaló en un rincón perdido en las montañas, en plan hippie), el monje Beato de Liébana (para unos un fanático, para otros un iluminado, pero en todo caso pieza fundamental de la película, de la que probablemente sea el guionista encubierto); tampoco podemos olvidar otros artistas invitados, tales como el obispo Elipando de Toledo (en el papel de malo, por tibio y colaboracionista), la reina consorte Adosinda (la viuda conspiradora) y su sobrino Alfonso II el Casto, rey de Asturias y supuesto descubridor de la tumba compostelana, o el rey franco Carlomagno, enfrascado en una carrera meteórica que le llevaría a ser coronado por el papa como emperador romano. También intervienen actores de reparto, especialmente grupos de mozárabes que llegaban a estos valles norteños, entre ellos clérigos, maestros de obras y artesanos (algunos huyendo del territorio andalusí, pero otros con profesiones bien remuneradas y que trabajarían en las cortes reales, como si se tratase de futbolistas de élite fichados para intentar clasificarse en la Champions League de la época).
Y todo ello ambientado en una época oscura y escasamente documentada, que se prolongó entre los siglos IV y IX bajo sucesivo dominio romano, visigodo, musulmán y astur, en la cual los territorios de Gallaecia, Asturias y Cantabria no respondían a los límites administrativos que hoy conocemos, y donde las distintas jerarquías eclesiásticas (sedes de Lugo, Braga, Astorga, Mérida, Toledo) andaban casi siempre a la greña, en una lucha fratricida por el poder… Como también sucedía entre los clanes guerreros y las aristocracias gobernantes, cuya guinda tal vez fue la gran rebelión contra el poder astur vivida en Galicia entre los años 774 y 783… a la que pronto dieron la vuelta gracias a un milagroso descubrimiento…
¿Quién fue Santo Toribio?
Existe cierta confusión entre dos prelados del cristianismo primitivo, ambos con el nombre de Toribio, que aparecen relacionados en la fundación del monasterio de Santo Toribio de Liébana, si bien uno de ellos correspondería al momento originario, hacia el siglo VI, y otro es anterior pero contribuyó decisivamente a su auge como lugar de peregrinación a partir del siglo VIII; también hay quien piensa que se trataría de un mismo personaje, pero cuya historia nos habría llegado a través de dos narraciones diferentes; de hecho no está claro ni siquiera a cuál de los dos se atribuye santidad.
Según cuenta la leyenda, Toribio de Palencia era un monje anacoreta que habitaba una ermita en las afueras de la ciudad, y que mientras predicaba fue apedreado por los lugareños, partidarios del paganismo (de ahí nacería la tradición palentina del “pan y quesillo”). Expulsado de Palencia, el monje y sus acólitos decidieron trasladarse a un paraje remoto, perdido en un rincón de las montañas cántabras, donde fundarían el monasterio de San Martín de Turieno (en honor a San Martín de Tours, advocación por excelencia de la época); al principio se instalaron en cuevas y tenían pequeñas ermitas diseminadas, alguna de las cuales todavía resta en pie, donde practicaban una vida ascética, en conexión con la naturaleza y con Dios; el núcleo se consolidó y a finales del siglo VI se erigió una iglesia primitiva, que en el siglo XI sería substituida por un templo románico y después, en el XIII, por el actual, ya bajo su nueva denominación como Santo Toribio de Liébana.
El segundo personaje —este bien documentado— es el obispo Toribio de Astorga, que vivió entre los años 402 y 476 (anterior por tanto a la fundación del monasterio, pero cuyos restos mortales serían trasladado allí siglos más tarde). Era hijo de una familia noble de la Gallaecia romana, provincia que hacia el 409 quedó bajo dominio suevo; en su juventud viajó a Roma y a Jerusalén, donde al parecer el patriarca Juvenal le obsequió con varias reliquias que provenían del Santo Sepulcro, entre ellas el Lignum Crucis, fragmento del brazo izquierdo de la Cruz de Cristo, que llevó consigo de vuelta a Hispania. Tras pasar por la parroquia de Tuy, en Galicia, y fruto de sus buenas relaciones con el papa León I, fue nombrado en el año 444 obispo de Astorga, sede desde la cual luchó contra el priscilianismo, corriente muy extendida y que consideraba una herejía. En el siglo VIII, casi 250 años después de su muerte, sus restos —junto con el Lignum Crucis— fueron trasladados al recóndito monasterio de San Martín de Turieno, a fin de protegerlos del avance musulmán; la devoción por la reliquia fue en aumento y el lugar se convertiría muy pronto en uno de los focos más importantes de peregrinación cristiana; más tarde, en el siglo XI, dicho cenobio pasó a denominarse Santo Toribio de Liébana, en honor al obispo allí enterrado.
Beato de Liébana: aquí empezó todo
El esplendor del monasterio también está vinculado a otra figura de gran relevancia en su época, pieza clave en el devenir de la historia: el monje Beato de Liébana (730-798), erudito de origen desconocido, probablemente mozárabe o visigodo, que tras huir del territorio andalusí se refugió entre estos muros; fue aquí donde escribiría entre los años 776 y 786 la compilación en doce libros de los Comentarios al Apocalipsis de San Juan, y también donde conoció a Eterio, obispo titular de Osma, con quien redactó el Apologeticum Adversus Elipandum contra los obispos Elipando de Toledo y Félix de Urgell, a quienes acusaba de adopcionismo; defensor de la ortodoxia católica más estricta, mantuvo una fluida relación epistolar con Alcuino de York, abad de Tours y consejero del rey franco Carlomagno, actuando como mediador entre éste y los reyes asturianos. Además de ejercer gran influencia sobre Alfonso II el Casto, monarca que consiguió la consolidación del reino, Beato también está intrínsecamente ligado a la inventio jacobea, pues fue uno de los primeros en afirmar —sin base histórica alguna— que el apóstol Santiago había evangelizado España (manifestación con evidente voluntad política, al objeto de levantar los ánimos y fortalecer la identidad del reino astur, no sólo en su resistencia ante el emirato cordobés, sino también ante la actitud colaboracionista de la jerarquía eclesiástica toledana, máxima representante de la Iglesia oficial).
La actividad de Beato dentro y fuera de Liébana debió ser notable, pues colaboró como consejero del rey Silo y de su esposa Adosinda, también con Mauregato —a quien dedicó los acrósticos del O Dei verbum, poema escrito en 785 y que incluye un himno en honor del apóstol Santiago, donde se menciona a éste como «dorada cabeza refulgente de Hispania, defensor nuestro y patrono nacional», en lo que sería el origen de la leyenda del viaje de Santiago el Mayor a la Península—, y finalmente con Alfonso II, quien reinó hasta el año 842, lo suficiente para poner en práctica la hábil estrategia concebida por el monje de Liébana. Gracias a las obras de Beato y sus disputas contra Elipando, este pequeño monasterio se convirtió en un bastión de resistencia ideológica, consiguiendo dar a conocer el reino de Asturias ante la Europa de Carlomagno y ante la Iglesia del papa Adriano I, y desplazando el centro espiritual del catolicismo peninsular desde la sede de Toledo, en territorio musulmán, hacia el incipiente reino cristiano del norte, que asumiría el papel de sucesor de la tradición visigoda.
La labor iniciada por Beato sería culminada, años después de su muerte, por el rey Alfonso II, quien no dudó en trasladar la corte de Pravia a Oviedo hacia el año 811, convirtiendo la pequeña ciudad en sede episcopal y nueva capital del reino; allí amplió la basílica del Salvador, que acogería el Arca Santa —que en su día había estado en Toledo—, la Cruz de los Ángeles y un sinnúmero de reliquias. El remate final de la jugada del monarca fue localizar, entre el 820 y 830, la tumba del apóstol Santiago en un lejano paraje, ubicación sin duda meditada y que resultaba idónea para sus fines. Dicho descubrimiento o inventio, revestido mediante una narración ad hoc, apuntalaría el propósito inicial de Beato: la legitimación carismática y definitiva de la monarquía astur, lo que permitiría a ésta afrontar con muchos más medios la recuperación de territorios ante el emirato cordobés. Ningún experto en marketing habría ideado una estrategia de posicionamiento o una campaña publicitaria comparables.
Meta de peregrinación
El monasterio de Santo Toribio, a pesar de estar situado en un valle remoto y aislado, lejos de los centros de poder, se convirtió a partir de los siglos VIII y IX en un gran foco cultural y religioso, con biblioteca y scriptorium donde los monjes copiaban e iluminaban códices. La peregrinación para venerar la tumba del santo, pero en especial la reliquia del Lignum Crucis, llegó a atraer tantos fieles que, en el año 1512, el papa Julio II otorgó a la abadía el privilegio de celebrar jubileos in perpetuum, durante los cuales se concede indulgencia plenaria a quienes allí acuden (privilegio o gracia que durante siglos sólo compartió con otros tres lugares santos: Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela). Los peregrinos que iban a Santo Toribio eran conocidos como crucenos, en referencia a la reliquia de la Cruz, y es también por ello que, en la señalización de los diferentes caminos lebaniegos, se utiliza el símbolo de una cruz de color rojo.
Hasta hace unas décadas, el jubileo de Santo Toribio se limitaba a la semana inmediata a la festividad del patrón; pero en 1967 dicho criterio fue modificado, pasando a celebrarse aquellos años en que el día del santo —el 16 de abril— cae en domingo, y desde entonces su duración es de un año completo a partir de dicha fecha. Al igual que sucede en Compostela, durante los Años Jubilares Lebaniegos aumenta notablemente el número de peregrinos —mejor dicho, crucenos— a Santo Toribio, y por ello se prevé una enorme afluencia en este Año Jubilar Lebaniego 2023- 2024.
En Gronze disponéis de las guías-web de tres de los caminos que convergen en Santo Toribio: el Camino Lebaniego “habitual” desde la costa, cuya continuación sería la ruta Vadiniense que cruza la cordillera y desciende junto al río Esla hacia Mansilla de las Mulas, y la recién incorporada guía del Camino Lebaniego Castellano, que arranca en Palencia y entra en Cantabria a través del puerto de Piedrasluengas. Todos ellos son itinerarios magníficos, bien señalizados y en los que destaca la belleza de sus paisajes, perfectos tanto para peregrinos como para senderistas experimentados. Animaos a conocerlos, estamos convencidos de que os van a enamorar.
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