Finisterre: donde termina la tierra y comienzan los sueños
El final del camino de tierra y la llegada al mar. El fin del mundo físico, donde termina el camino con los pies y comienza el camino con algo mucho más sutil, pero igual de real: los sueños.
Los sueños están construidos de emociones. Y las emociones tienen textura, se sienten en el cuerpo, se tocan, se contagian. Las emociones mueven el mundo y nos hacen caminar y seguir.
Finisterre: el final de un ciclo. Donde unos soñaron con morir con el sol, abandonar allí sus miedos, soltar los lastres, ahogarlos en el mar… con la idea firme de renacer en algún momento. Y algunos, hasta lo consiguieron.
Querer no es poder. Pero a veces, se puede.
Algunos decidieron dejar allí sus pesadillas en un ritual psicológico de purificación peregrina.
Otros quisieron fundirse en una respiración con los últimos rayos de sol quemando el mar, abriéndose a recibir hasta las entrañas todos los aprendizajes recibidos.
Otros tomaron Finisterre como punto de inicio de un Camino de retorno a lo que consideraban hogar.
En todo caso, llegar al mar después de muchos días caminando, es liberador. Es catártico. Llegar al mar es encontrarse con el inicio de la vida, fundirse en el líquido amniótico para después volver a nacer.
Un Camino de Santiago, a pesar de los pesares y de las masificaciones de algunos tramos, para mí sigue siendo algo espiritual.
Para mí es un camino interior. Y sigue siendo un contexto para compartir con otros peregrinos. Para hacer familia si surge o para encontrarme conmigo misma otra vez. Suelo evitar los meses de temporada alta porque me gusta encontrar la complicidad, la paz y el silencio de la soledad del invierno.
Tengo la convicción de que, caminando durante varios días y cuantos más mejor, algo cambia en el cerebro y por lo tanto, algo cambia en nosotros.
Algunos estudios serios indican que caminando por entornos naturales, la amígdala reduce su actividad (es la estructura cerebral encargada del estrés y del miedo). Otros estudios apuntan a que el Camino de Santiago reduce el malestar emocional y el estrés y además aumenta la satisfacción vital.
Pero más allá de esto, creo que realmente el cerebro se reestructura, se acomoda, libera neurotransmisores de la felicidad y nos hace entrar en la burbuja protectora de la posibilidad.
Después de varios días caminando, compartiendo o en soledad y llegar a la meta que es Santiago de Compostela, a veces se queda escaso… y necesitamos seguir caminando un poco más allá, romper esa burbuja y sentir la realidad; seguir hasta que ya no se pueda más porque solo hay un acantilado... y el mar.
Si ya no hay nada más solo quedan dos opciones: tirarse al mar de cabeza o quedarse en tierra y volcar en el mar todas aquellas sonrisas, sueños y lágrimas que todavía guardamos en algún lugar.
Quitarnos la coraza porque este ya sí es el final. Desprendernos de todo lo humano y lo divino y depositar allí nuestro propio polvo, ese que hemos ido recogiendo en la suela de nuestras botas. Ese polvo en el que nos hemos convertido.
Llegar al mar es lugar de promesas. Lugar donde romper la burbuja de la imaginación y comprobar que los sueños si caminas tras ellos... a veces sí se hacen realidad.
Buen camino.
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