Dos peregrinos medievales por mar

Ahora que tan tardíamente florecen los neocaminos jacobeos, como fuente segura para subirse al carro del éxito, es bueno recordar que también en la historia de la peregrinación se puede establecer una jerarquía viaria. Al igual que una vasija de barro de la cultura castreña, por poner un ejemplo y con todos nuestros respetos, no se puede comparar al Laoconte, tampoco alguno de los itinerarios que ahora se van recuperando, y a la vez semi-inventando con el apoyo de historiadores mercenarios, están en disposición de equipararse a las grandes rutas que perduraron a lo largo de los siglos, sea el Camino Francés u otros.

Y a propósito de los mayores, me alegra saber que en los últimos tiempos ha despertado, con creciente popularidad, una ruta que hasta ahora era la hermana pequeña y menospreciada de la familia: el Camino Inglés. Sin embargo, y por ser las vicisitudes de nuestros días tan diferentes a las del Medievo, no lo ha hecho la rama principal del Medievo, o sea, la de A Coruña a Santiago. Será porque entre ambas ciudades hay poca distancia, y por ello te quedas sin Compostela, aunque este año hemos tenido la buena nueva de una última bula graciosamente concedida por la catedral compostelana a los ciudadanos coruñeses, sólo a ellos y a los llegados a su puerto por mar tras recorrer x millas náuticas, para otorgársela. Es por ello que el que triunfa es el ramal, en el pasado mucho menos importante, con partida de Ferrol: en cuatro o cinco etapas se puede llegar a Santiago, y así en una semanita, perfecto para un paquete turístico con la ida y la vuelta, Caminito hecho.

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Puerto de A Coruña en la actualidad, en el mismo lugar donde estaba la rada medieval
Puerto de A Coruña en la actualidad, en el mismo lugar donde estaba la rada medieval

Si en el ramal de Ferrol, que al menos contaba con una red de hospitales de acogida, hay que buscar con lupa los testimonios de peregrinos, la historicidad de la variante coruñesa puede pasar cualquier prueba del algodón, quedando certificada por la gran documentación custodiada en los archivos de la Corona Británica, en la que han quedado registrados todos los navíos con peregrinos que desde las costas inglesas navegaban hasta las gallegas, siendo en los siglos XIV y XV cuando el puerto de A Coruña ejercía casi un monopolio para su desembarco.

Dos relatos dan buena cuenta de aquella aventura, no apta para los que se mareasen, aunque en ambos casos hubo suerte:

La buena de Margery Brunham o Kempe, en verdad una adelantada a su tiempo por arrojo y valentía, no sólo tuvo la ocurrencia de peregrinar a los tres grandes santuarios de la cristiandad medieval -Roma, Jerusalén y Santiago-, sin olvidar otros muchos menores –Canterbury, Aquisgrán, Asís-, sino que además tuvo paciencia y tiempo para dejar constancia de sus peripecias. Para ello no siguió el clásico formato de un itinerario, conforme al modo de la literatura de viajes; prefirió componer un relato autobiográfico, The Book of Margery Kempe, que al ser publicado en 1436 inauguró el género en Inglaterra.

Aventurera, emotiva y, según algunos investigadores, también histérica y afectada por algún tipo de enfermedad que la convertía en mística fanática, pero sobre todo precursora del feminismo, Kempe aporta muchos datos sobre cómo se desarrollaba la peregrinación por mar en la primera mitad del siglo XIV.

Experimentada viajera, tras haber visitado Roma y Jerusalén, en 1417 se fue al puerto de Bristol sin un penique, pasando una temporada como pedigüeña para poder costearse el pasaje, que no era precisamente una bagatela. Las cosas no le fueron demasiado bien, pues hubo de superar una denuncia, ante el arzobispo de Worcester, por herejía, cosa frecuente en aquel tiempo y más aún si eras mujer que andaba por el mundo a su bola. Deshecho el entuerto, por fin pudo embarcar un 7 de julio, día de San Fermín, y como si hubiera sido el día de San Telmo, patrón de los marineros que había fallecido en 1246 cuando caminaba por el Camino Portugués cerca de Tui, porque tanto el viaje de ida, una semana, como el de vuelta, sólo cinco días, fueron como la seda. Margery Kempe, bastante popular en su época, llegó a inspirar uno de los Cuentos de Canterbury en la figura de una mujer de Bath que peregrinaba a todos los santuarios que se le ponían a tiro, aunque Chaucer desposeyó a su personaje de toda clase de misticismo, ya os imagináis a qué nos referimos.

Unas décadas después William Wey, a la sazón fellow o miembro del consejo de gobierno del Eton College (Windsor), también quiso conocer el santuario compostelano, y con pericia de maestro, de aquellos que quemaban sus pestañas a la luz de las velas blandiendo la pluma de ganso, dejó constancia de su viaje en latín. Su Itinerarivm Peregrinacionis, en el que relata las realizadas a Roma, Venecia y Jerusalén, pidiendo muchos sabáticos para ausentarse de su cargo, también recoge el periplo compostelano, que fue el más corto y facilón de todos. Tal cual, nos cuenta que se fue al puerto de Plymouth, donde embarcó el 17 de mayo de 1456 en el velero Mary White, de hermoso nombre. La singladura se efectuó en caravana, juntándose seis navíos procedentes de diferentes puertos británicos, para mayor seguridad por si aparecía algún pirata, y tan sólo en cuatro días alcanzaron la ciudad de Faro.

Wey visitó no sólo Santiago, sino también Padrón, en el Medievo una prolongación muy habitual que hoy se ha perdido, caprichos de la historia e inoperancia de quienes debieran haberla rescatado, y como el viento no era favorable tuvo que permanecer bastante tiempo en A Coruña, abarrotada de peregrinos por ser año santo. Como tipo curioso y detallista que era, se dedicó a contar los barcos que estaban atracados en los muelles, nada menos que 84, de los cuales 32 eran ingleses, y los restantes de Gales, Irlanda, Francia, Normandía o Bretaña. Muchos eran mercantes, pero la mayoría también transportaban peregrinos, por lo que más vale no establecer comparanzas entre lo que se vivía en aquel entonces en A Coruña, refiriéndonos a los peregrinos, y el triste panorama actual.

La globalización ya había llegado a tan cosmopolita plaza, tanto es así que llegó a escuchar a un fraile de su nación predicar en el convento franciscano en inglés. Wey recuerda que los niños cantaban a los peregrinos que embarcaban, y lo hacían bailando para obtener una propinita, al tiempo que recitaban estos versos: “Sancte Iaco a Compostel da vose leve a votir tere, Sancte Iaco bone baron de vose da de bon pardón, Bona tempe, bona vye, bona vente, bon perpassi”; creo que se entiende sin problema, lo último es “travesía”. El barco soltó amarras el 28 de mayo, pero fue un intento fallido, ya que el 3 de junio estaba de nuevo en A Coruña; y que nadie se mofe, que los aviones hacen muchas veces lo mismo ahora cuando les falla algo. Por fin, dos días después hubo viento favorable para regresar, en cuatro lunas, a su patria.

Sirvan estos dos ejemplos para relativizar los neocaminos creados con el testimonio de un peregrino, o de la presencia de otro en el registro de difuntos de una parroquia, recordando que algunos de los caminos que no levantan cabeza tienen miles de testimonios, en este caso desembarcados, para justificar lo que se quiera. Tan sólo falta que alguien lo utilice como carta de presentación.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador