Curiosidades culturales del Camino Lebaniego

El Camino Lebaniego, ruta de peregrinación con más de 500 años de historia, parte desde San Vicente de la Barquera hasta el monasterio de Santo Toribio de Liébana, y comprende varios enclaves que emanan leyendas, tradición y un acervo cultural que se definen en un sello de identidad único.

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San Vicente de la Barquera (Foto: Fundación Camino Lebaniego)
San Vicente de la Barquera (Foto: Fundación Camino Lebaniego)

Este viaje comienza desde la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles de San Vicente de la Barquera, ubicada en la zona más alta de la Puebla Vieja desde donde se observa el espectacular paisaje que aúna mar y montaña. La iglesia, edificada entre los siglos XIII y XIV y marcada por las directrices del gótico montañés, guarda en su interior el sepulcro del Inquisidor Antonio del Corro, considerada una de las más bellas esculturas funerarias del país.

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Sepulcro del Inquisidor Antonio del Corro en la iglesia de San Vicente (Foto: Ayuntamiento de San Vicente de la Barquera)
Sepulcro del Inquisidor Antonio del Corro en la iglesia de San Vicente (Foto: Ayuntamiento de San Vicente de la Barquera)

Las siguientes poblaciones por las que avanza el camino son La Acebosa, Hortigal y Estrada. En este último pueblo el peregrino se topa con la torre medieval del siglo VIII, que completa el conjunto defensivo con la muralla, el foso y la capilla anexa del siglo XIII. A día de hoy, esta fortificación acoge en su interior la exposición permanente “Maquis, realidad y leyenda”, convirtiéndose en un centro temático sobre la posguerra civil española. Los maquis eran los guerrilleros que, tras la Guerra Civil, siguieron luchando contra el franquismo. Un partisano popular en tierras astures y cántabras que surgió de este movimiento fue Francisco Bedoya, natural del pueblo de Serdio, localidad por la que continúa el trazado del Camino Lebaniego.

Avanza hasta Muñorrodero donde nos encontramos ante una encrucijada de caminos, ya que desde aquí el peregrino puede adoptar su condición de “conchero” y dirigir sus pasos en dirección Santiago de Compostela siguiendo la flecha amarilla, o puede convertirse en un “cruceno” o “crucero” y encaminarse hacia Santo Toribio de Liébana, siguiendo la flecha y cruz rojas. Estos términos hacen alusión al símbolo distintivo de cada uno de los caminos, ya que el “conchero” porta una vieira y el “crucero” encamina sus pasos al encuentro con la cruz de Cristo, el Lignum Crucis.

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Bifurcación Camino de Santiago - Camino Lebaniego (Foto: Fundación Camino Lebaniego)
Bifurcación Camino de Santiago - Camino Lebaniego (Foto: Fundación Camino Lebaniego)

Siguiendo el Camino Lebaniego el “cruceno” se adentra en un mosaico natural de bosque de ribera acompañado por el murmullo del río Nansa a través de la Senda Fluvial que conduce hasta las instalaciones hidroeléctricas de Trascudia, en Camijanes. El peregrino podría seguir esta senda hasta Cades, pero si seguimos el recorrido oficial alcanzará el pueblo de Cabanzón, ya en el municipio de Herrerías.  Aquí destaca una torre fortificada construida alrededor del siglo XV, perteneciente al Señorío de Rábago, la cual forma parte de un sistema defensivo de la zona de influencia de San Vicente de la Barquera. 

El final de la primera etapa concluye en Cades, donde se hayan la ferrería y el molino que representan uno de los pocos ejemplos de ingenios hidráulicos que en la actualidad se pueden ver en funcionamiento y que consiguen transportar al visitante al pasado y mostrar una forma de vida tradicional muy ligada a la tierra. El edificio de la Ferrería de Cades, que se dedicó a la producción del hierro por el procedimiento directo, forma parte de un conjunto rural del siglo XVIII de singular complejidad, conformado por la casa blasonada de los propietarios y la presencia de una panera u “hórreo”.

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Ferrería de Cades (Foto: Fundación Camino Lebaniego)
Ferrería de Cades (Foto: Fundación Camino Lebaniego)

Continuando por la segunda etapa, en la localidad de Lafuente se encuentra la única muestra del románico de la zona del Nansa, la Iglesia de Santa Juliana, de finales del siglo XII y principios del XIII. Presenta ya algunas influencias de las corrientes protogóticas, como los arcos apuntados de las puertas, las columnas dobles del ábside y la talla de los capiteles del arco triunfal.

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Iglesia de Santa Juliana, Lafuente (Foto: Natalia Magdalena – Fundación Camino Lebaniego)
Iglesia de Santa Juliana, Lafuente (Foto: Natalia Magdalena – Fundación Camino Lebaniego)

El próximo hito con el que se topa el peregrino durante su marcha es la emblemática iglesia de Santa María de Lebeña, considerada el principal monumento prerrománico de Cantabria y uno de los mejores testimonios de esta corriente en España, encuadrado dentro del denominado «arte de repoblación» o mozárabe. Sus antiquísimos muros, erigidos en el año 925, cuentan interesantes leyendas que siguen perdurando a día de hoy; una de ellas narra que este templo se levantó por Don Alfonso y Doña Justa, condes de Lebeña, con la intención de albergar las reliquias de Santo Toribio que yacían en el monasterio de Santo Toribio de Liébana, llamado entonces San Martín de Turieno. Sin embargo, los restos nunca fueron trasladados, por lo que el conde reclutó a cincuenta hombres para arrebatárselas al sagrado cenobio, cuyo intento fallido provocó que tanto los condes como sus servidores quedaran ciegos. El conde, arrepentido ante tales hechos, entregó a los monjes del monasterio todos los bienes que poseía en Liébana a cambio de recuperar la vista.

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Iglesia de Santa María de Lebeña (Foto: Natalia Magdalena – Fundación Camino Lebaniego)
Iglesia de Santa María de Lebeña (Foto: Natalia Magdalena – Fundación Camino Lebaniego)

Otra de las leyendas acerca de este interesante templo es la que hace referencia a la presencia de dos árboles milenarios junto a la iglesia; se dice que, Don Alfonso plantó en este lugar un tejo, en referencia a su descendencia de tierras norteñas y que, además, representa el árbol sagrado de los cántabros, cuyas hojas venenosas se usaban desde los tiempos en que los guerreros cántabros se enfrentaban al ejército romano. Su mujer, Doña Justa, trajo consigo un olivo que simboliza la paz y, del mismo modo, sus orígenes de las tierras del sur. Ambos árboles entrelazaban sus ramas y personificaban la unión de los condes, del norte y del sur, de la guerra y la paz. 

Finaliza este recorrido cultural en la última población del Camino Lebaniego, Potes, capital de la comarca de Liébana y punto de confluencia de los cuatro valles de la Comarca. Esta villa toma su nombre del prerrománico, denominada Pautes, que significa agua, debido a los tres ríos que concurren en la villa: Bullón, Quiviesa y Deva. Hoy en día se la conoce popularmente como la villa de los puentes y las torres.

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Potes (Foto: Fundación Camino Lebaniego)
Potes (Foto: Fundación Camino Lebaniego)

Uno de sus edificios más emblemáticos y representativos es la Torre del Infantado, construida en pleno centro histórico en el siglo XIV, se le atribuye su construcción a la Familia de La Lama y perteneció a diferentes personalidades que definieron la historia de la villa: a Don Tello, Señor de Liébana; al Marqués de Santillana y posteriormente los Duques de Osuna. Este baluarte que antaño cumplía funciones estratégico-militares, ha sido testigo de diversos enfrentamientos y adversidades a lo largo del tiempo, convirtiéndose en la actualidad en lugar de acogida de la exposición “Beato de Liébana y sus beatos”, la más completa colección facsímil del mundo de los códices denominados “Beatos”.

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Torre del Infantado, Potes (Foto: Fundación Camino Lebaniego)
Torre del Infantado, Potes (Foto: Fundación Camino Lebaniego)

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Exposición "Beato de Liébana y sus beatos”, Torre del Infantado, Potes (Foto: Fundación Camino Lebaniego)
Exposición "Beato de Liébana y sus beatos”, Torre del Infantado, Potes (Foto: Fundación Camino Lebaniego)

Otra manera diferente de recorrer esta pintoresca localidad y de conocer su historia es a través de su singular patrimonio heráldico. La ruta de los Escudos invita a explorar en menos de una hora las principales calles del casco histórico de Potes donde casonas, conventos, torres y palacios lucen estos emblemáticos escudos grabados en sus fachadas, constituyendo parte del testimonio material de las hidalguías y linajes que residieron antiguamente en la baja Edad Media. 

Llegados a la meta del Camino Lebaniego, a la cumbre de esta peregrinación hacia un santuario que marcó de manera trascendental el rumbo de una tierra, incluso de un país, gracias a sus moradores durante las épocas más remotas, es indispensable mencionar la carga simbólica y sentimental que posee este lugar para sus lugareños.

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Monasterio de Santo Toribio de Liébana (Foto: Fundación Camino Lebaniego)
Monasterio de Santo Toribio de Liébana (Foto: Fundación Camino Lebaniego)

El monasterio de Santo Toribio ha sido cómplice de todo el legado histórico que se ha sucedido durante siglos, desde su evolución como un modesto cenobio prerrománico, pasando por el nacimiento de una de las obras cumbre del medievo, los “Comentarios al Apocalipsis” del abad Beato, hasta las sucesivas transformaciones que ha sufrido el propio edificio, eterna guarida de la mayor reliquia de la cruz que se conserva en el mundo, el Lignum Crucis. Esta reliquia, junto con los restos del Santo que la trajo a la Península Ibérica, Toribio de Astorga, son los artífices de la peregrinación a este santo lugar que goza de su propio Año Jubilar, privilegio que comparte desde la Edad Media con Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela. Esta atribución fue otorgada mediante bula por el papa Julio II en el año 1512, donde establecía el jubileo de una semana, ratificada posteriormente por su sucesor León X y ampliado este período a todos los días del año por el papa Pablo VI en 1967.

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Lignum Crucis, monasterio de Santo Toribio de Liébana (Foto: Fundación Camino Lebaniego)
Lignum Crucis, monasterio de Santo Toribio de Liébana (Foto: Fundación Camino Lebaniego)

Dicho Año Jubilar se celebra cada vez que el 16 de abril, festividad de Santo Toribio, cae en domingo, lo cual ocurre con una cadencia de 6-5-6-11 años, respondiendo este último salto en el tiempo a los años bisiestos. Este año se celebra el septuagésimo cuarto Año Jubilar, lo que significa que el monasterio volverá a abrir la Puerta del Perdón, cerrada desde su último Año Jubilar en 2017, y que los peregrinos podrán obtener la indulgencia plenaria o perdón de todos los pecados. No obstante, para ganarse esta gracia jubilar, es necesario cumplir con una serie de condiciones: la primera, rezar un padrenuestro, el credo y una oración por el papa. Seguidamente, confesarse y, por último, asistir a la misa del peregrino que tiene lugar todos los días a las 12:00h.