Los Valores del Camino de Santiago: ¿cuáles son y por qué se han vinculado a él?

A menudo se viene hablando de los «valores del Camino», pero ¿cuáles son exactamente esos valores, consustanciales a la experiencia de la peregrinación, que se dan por supuestos, por qué se han asumido como tales y cuál es su génesis?

Como el tema es subjetivo, sometido a opinión y controversia y, como mucho, objeto de un consenso meramente circunstancial, vamos a limitarnos a expresar una hipótesis que ya propusimos a finales de los años 90 escandalizando a D. Jaime Rodríguez, a la sazón canónigo de peregrinaciones, y que más tarde expusimos en la Universidad de Verano de Donostia de 2011.

Pero vamos paso a paso. En primer lugar, enumeremos algunos de esos valores troncales que los peregrinos suelen percibir y, con suerte, asumir y practicar en el Camino de Santiago. Muchos suelen mencionar como tales el espíritu de sacrificio y el afán de superación, y también la austeridad, la humildad, la hospitalidad, el saber compartir, la solidaridad, el respeto a los demás, la empatía o la tolerancia, e incluso otros conceptos más religiosos, como el ecumenismo, abstractos, así la espiritualidad, e incluso filosóficos, por ejemplo el relativismo.

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Peregrinos de camino a Monistrol-d’Allier, Camino de Le Puy
Peregrinos de camino a Monistrol-d’Allier, Camino de Le Puy

¿Por qué los anteriores valores se han vinculado al Camino de Santiago?

Pues bien, en nuestra opinión dichos valores, grosso modo entendidos como virtudes, y que sin duda constituyen uno de los grandes alicientes del Camino, y diferencian radicalmente la experiencia del peregrino de la de un senderista o turista, se han desarrollado como consecuencia de un proceso evolutivo propio de las sociedades occidentales de postguerra. Por lo tanto, los fundamentos que los sustentan pueden entenderse al modo de una transacción entre las premisas del Cristianismo, emanadas sobre todo del imaginario proyectado por la Cristiandad medieval, y los de la ruptura con el Antiguo Régimen, elaborados a partir de la Ilustración y el racionalismo, impulsados por la Revolución Francesa y desarrollados en el discurso laico de la República.

El aporte cristiano está concentrado en las denominadas virtudes teologales u ordinales (Fe, Esperanza y Caridad), y las cardinales (Fortaleza, Templanza, Justicia y Prudencia), e impregnado del mandato de las catorce obras de misericordia, corporales y espirituales, de las que todos nos hemos empapado a través de la herencia familiar, la educación reglada o por el propio ambiente socio-cultural con sus inercias.

De los segundos se nos ofrece la más depurada síntesis en la trilogía de la Revolución: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Postulados que a priori podrían parecer antagónicos, y que han provocado tantas controversias y guerras, en el crisol del Camino, por medio de una concentración propia de los destilados hasta obtener las esencias, parece haberse logrado con éxito una fusión de mucho de lo bueno que ha producido nuestra cultura. De este modo, la experiencia peregrinatoria se ha visto enriquecida por la asunción de nuestra historia, depurada de sus excesos y sin vencedores ni vencidos, sabiendo extraer las mejores lecciones de cada escuela, antigua o moderna, al margen de los planteamientos maniqueos. En última instancia estos valores, por todos reconocibles, sustentan la fascinación de una aventura que sigue poseyendo grandes dosis de utopía.

Quien opta por recorrer a pie un itinerario jacobeo de largo recorrido, disfrutando de una experiencia lenta y ancestral como lo es desplazarse con lo meramente imprescindible a cuestas por una ruta sagrada e histórica, justamente lo opuesto al consumo inmediato y efímero de eso que el mercado turístico ha venido en llamar «experiencias», pronto se ira empapando, con la inestimable ayuda de voluntarios que practican la hospitalidad y otros compañeros de marcha, en esos valores tradicionales que no poseen otros caminos históricos, que tan solo han sido recuperados en su vertiente cultural y turística.

Como tal experiencia enriquecedora altera el orden lógico de las cosas, en el Camino reconocemos a diario la mudanza de los roles establecidos, y así surgen paradojas que nos remiten a las historias piadosas cristianas, pero también a los aguerridos relatos revolucionarios, pareciendo invitarnos a la reflexión y a la conversión. Esta manifestación, de hecho, puede llegar a propiciar que pongamos en tela de juicio nuestras vidas y actuemos en consecuencia.

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«Coge si lo necesitas, deja solamente si puedes», mensaje en un albergue de peregrinos (Foto: Alberto Cabrera)
«Coge si lo necesitas, deja solamente si puedes», mensaje en un albergue de peregrinos (Foto: Alberto Cabrera)

¿Acaso no resulta chocante, por poner un caso revelador, que una prestigiosa profesional estadounidense o un acaudalado empresario alemán, al llegar a la ruta prefieran alojarse en modestos albergues, y no en alojamientos de mayor categoría a los que están acostumbrados por su capacidad de gasto y posición social, para mejor percibir «la esencia del Camino»? Su elección emana del deseo de experimentar en plenitud la hospitalidad y la convivencia fraternal, entendidas como una parte fundamental de su peregrinaje.

Podríamos citar otros muchos ejemplos, así la relación hasta cierto punto igualitaria que se desarrolla en el anonimato de los diferentes grupos sociales y culturales, ya que en el Camino somos ante todo peregrinos, o en lo fácil que resulta congeniar con personas tan diferentes que, en cualquier otro ámbito, estarían tan alejadas de nuestro círculo social. Otro tanto cabría expresar de la fuerza que adquieren los vínculos en la ruta, y del auxilio mutuo que se prestan individuos que en ocasiones se acaban de conocer, pero que saben ponerse, solícitos, en el pellejo del otro.

Hay quien se remite, al modo de una fórmula poética, a la magia del Camino, pero nosotros preferimos insistir en la idea del crisol, y de unos valores fraguados a través de los siglos que se transmiten por contagio espontáneo.

Desde los años 70, sociólogos y psicólogos han demostrado que las viejas rutas de peregrinación de occidente se han ido abriendo a nuevas interpretaciones y usos vinculados con una espiritualidad más difusa, con procesos introspectivos, de reflexión y crecimiento personal, con el deseo de encontrarnos con los demás, para completar a la antigua usanza un trayecto, hacia una meta, guiados por códigos fácilmente inteligibles, o para aprovechar sus rituales al modo de una terapia. Lógicamente, esta percepción se centra en el individuo, pero dicho sujeto, si avanzase en completa soledad por los campos sin relacionarse con otros peregrinos, hospitaleros, gentes del Camino, no estaría viviendo plenamente la aventura compostelana, tan solo a través de una extraña burbuja contemplativa.

Tanto es así que la gran lección del Camino no se ha reproducido en otros itinerarios sagrados o de fe de diferentes religiones, y la ruta jacobea quizá haya sido la única que ha experimentado un eficaz aggiornamento, fusionando valores cristianos y laicos para aumentar su ascendencia hasta un ámbito global, pues sus claves pueden ser comprendidas y asumidas por todos, incluso por personas que no pertenecen a la cultura occidental.

En resumen, queremos entender que la peregrinación es un compendio bien filtrado de las enseñanzas de la filosofía, la religión y la historia occidental, una posibilidad para reconocer y practicar gran parte de los buenos principios y actitudes que hacen virtuoso a un ser humano, un espacio lineal abierto a todos en los que poder interactuar con el diferente y un acicate para la evolución personal a través del aprendizaje. Cada uno de sus retos constituye un examen, avanzar una metáfora y sus valores la receta para crecer. Como dirían los buenos de Star Wars, los valores del Camino son y serán la fuerza que siempre te acompaña.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador

Comentarios
Jaor
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El Camino a Santiago propicia que el peregrino que camina hacia el sepulcro del Apóstol de Compostela a través del esfuerzo que le supone un compromiso para en su peregrinación conseguir unos hábitos de compañerismo, afán de superación, austeridad etc. Tiene que estar a su vez imbuido de un sentimiento espiritual, bien por unas creencias religiosas o ideales para asumir su apogeo y calma espiritual que pudiera estar con incertidumbres. En el camino todos los peregrinos tenemos similares inquietudes que consiguen que tengamos una afabilidad y comportamientos muy próximos, no nos conocemos de nada, en la mayoría de los casos, pero cuando coincidimos nuestras sensaciones se aproximan y tratamos de convivir unos momentos de paz, libertad y sosiego que calman nuestro espíritu. Es la magia del camino.