Un viaje de fe y voluntad

Escrito por María Fernanda Sanabria para el blog de Gronze.com.

Leyendo las estadísticas de la cantidad de peregrinos que han recorrido el Camino de Santiago en el año 2012 es evidente que hay un aliento para el mundo cristiano, para la peregrinación a Santiago y para la ciudad, si bien, siguen siendo los españoles el mayor número de visitantes, no son nada despreciables los números del resto de europeos que llegaron y la creciente “internacionalización” con visitantes de América y Asia. Y surge la pregunta ¿qué es lo que atrae cada vez a más gente a hacer este recorrido, aunque no sean creyentes, pasando aventuras que afectan física y psicológicamente?

Por un lado la fe, que además aumenta con las necesidades y con la búsqueda de respuestas dentro de cada ser o más allá en el universo espiritual, es un gran soporte para iniciar esta travesía por los múltiples caminos, sin embargo hay algo que es muy importante y es que estos recorridos no solo conducen a lo largo de un espacio sino que hay un viaje temporal que se recoge y a la vez se deja por siglos y siglos. Ese espacio/tiempo cuenta historias y ha sido testigo de múltiples cambios y sobre todo la consolidación de una identidad.

Esta identidad que está dada por la formación de pensamiento a lo largo de los siglos, por la fusión de culturas, por la transposición de hechos históricos, por el interés de unificar costumbres, pero sobre todo por la búsqueda de la salvación del alma, tuvo que acudir a la presencia divina y desde entonces desde la Europa medioeval llegar y alojarse en Santiago, visitar la tumba del apóstol genera un centro de encuentro para la peregrinación europea y ahora mundial.

Es muy importante tener claro que cuando se habla de peregrinación hay que distinguirla de veneración de reliquias, de romería y de procesión, ya que la primera tiene un rango procedente del orden divino, que implica viaje, dejar su tierra, su gente, sus cosas. La vida misma no es sino un camino que conduce a la reunión con Dios según el homo viator (hombre viajero) medieval.

Un viaje con esta dimensión tiene amplias implicaciones; si bien permite una introspección del ser, también es un abrirse a nuevos conocimientos, a descubrimientos, a luchas, a interacciones sociales y ambientales. ¿Cuántos peregrinos se han movido por motivos penitenciales, en busca de santificación o curación? ¿Cuántos solo por el interés de llegar y participar del mismo espacio donde las reliquias de Santiago a pesar de los siglos llenan de espiritualidad? Pero también ¿Cuántos por el solo hecho de tener el contacto físico con cada una de las personas y lugares que se puedan cruzar en el camino? Porque si, entre las motivaciones priman las de orden espiritual, religioso, cristiano -siendo todas diferentes- pero también están las de medir el esfuerzo y la voluntad, el descubrimiento de lugares y gentes; sin contar a aquellos que desde hace mucho tiempo se han instituido como guías y/o acompañantes que en muchos casos también son penitentes constantes con algunos beneficios monetarios.

Igual que desde la primera peregrinación de Carlo Magno, se puede viajar con legitimación eclesiástica o por la legitimación del espíritu aventurero, sin tener en cuenta la clase social, pero en general todos identificados por los signos, no pueden faltar la concha, la Compostela, la credencial y la guía del peregrino, pero sobre todo cada viajero entra a hacer parte de esa identidad que según las estadísticas ya no es solo europea sino mundial, la identidad de ser Peregrino a Santiago de Compostela.