Salamanca en la Vía de la Plata: 10 citas peregrinas

Salamanca es, junto con Sevilla, Mérida, Cáceres o Zamora, una de las ciudades más monumentales de la Vía de la Plata. Patrimonio Mundial de la Unesco en 1988, dominada por el color tostado de la piedra arenisca azafranada de Villamayor con la que se han levantado sus edificios, posee tal cúmulo de encantos que es imposible captarlos en unas pocas horas. Ante el Tormes y sus paseos panorámicos, el puente romano, la catedral, la Universidad, la Plaza Mayor, templos y palacios, múltiples evocaciones literarias,… el peregrino puede acabar padeciendo un síndrome de Stendhal o, tal vez, la chifladura del excéntrico don Diego de Torres Villarroel, peligrosa por el riesgo de desviarnos por impensables veredas hacia Portugal.

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Jardín de Calixto y Melibea
Jardín de Calixto y Melibea

En resumen, Salamanca ofrece tanto al viajero que es absolutamente imposible, si vamos de paso, captarlo más allá de unas cuantas sensaciones epidérmicas. Pese a ello, y pensando hoy en un peregrino que tan solo dispone de una tarde, o como mucho de un día completo, vamos a recomendarle hoy 10 lugares que podría, más que conocer a fondo, al menos visualizar:

1. El huerto de Calixto y Melibea. Nada más indicado para comenzar, pues se sitúa justo al lado del albergue de peregrinos, casi como si fuese su extensión privada. En realidad se trata de un coqueto y pequeño jardín, situado sobre el adarve de la muralla, de inequívoco aire meridional con sus fuentes y parterres, gran parte del año floridos. Es uno de los espacios que podríamos denominar como consagrados al amor, supuesto escenario de los encuentros, inducidos por la Celestina, que Fernando de Rojas describe en su célebre tragicomedia. Sus bancadas resultan idóneas, cuando los turistas ya lo han abandonado, para contemplar la puesta de sol; desde luego mejor en pareja, o para la eclosión mística en soledad.

2. La Catedral. Más bien hemos de decir «las catedrales», pues la ciudad no quiso pasar por la piqueta a la «vieja», y nos ofrece dos por una. La visita del interior es recomendable, pero al incluir también el museo, instalado en las dependencias del claustro, nos ocupará entre una (corriendo) y dos horas (más sosegados). En cuanto a la torre, desde la que se obtiene una visión completa del casco antiguo, la ciudad toda y la vega del Tormes, dispone de un acceso independiente con su tarifa aparte.

Emparentada estilísticamente con la de Segovia, la catedral nueva es un enorme edificio, construido entre los siglos XVI y XVIII, en el que nos seducen especialmente sus bóvedas estrelladas y de terceletes, todas diferentes, del gótico final, así como la cúpula, que ya es barroca pero se integra sin chirriar. En cuanto a la catedral vieja, es un gran templo románico con una fascinante cúpula, gallonada al exterior, de la familia de la que ya habremos visto en la catedral de Plasencia, que tendrá réplica en la de Zamora. Y no olvidemos, como obra maestra que es, su retablo mayor de mediados del s. XIV, singular ejemplo del conocido como gótico internacional (en realidad influido por las escuelas italianas), obra de Dello Delli y Nicolás Francés. Se complementa, en el cascarón del ábside, con un impactante fresco del Juicio Final (Nicolás Florentino), tema habitual en catedrales italianas de la misma época o posteriores (Lodi, Orvieto, Firenze).

3. La Casa Lis. Al lado de la catedral y también a un paso del albergue, no vamos a gastar las suelas, precisaremos al menos una hora para visitar una de las mejores colecciones dedicadas al modernismo y el art decó de España. Ocupa el palacete conocido como Casa Lis, por haber sido mandado construir por Miguel de Lis, empresario textil, que desde luego fue rompedor y apostó por lo moderno, con el hierro y el vidrio cobrando gran protagonismo, sobre todo en el mirador que se asoma al río, frente a la omnipresente piedra. Sus fondos nos ofrecen un completo panorama, fruto de la pasión coleccionista de Manuel Ramos Andrade, de los objetos que acompañaban al sofisticado mundo burgués de fines del s. XIX y comienzo del XX. Escultura y pintura, sí, pero sobre todo artes decorativas: figuras de pequeño formato en bronce y marfil, porcelana, vidrio y una inmensa serie de muñecas. Para concluir, nada mejor que un café en su salón-bar modernista panorámico.

4. El puente sobre el Tormes. Esto es lo más fácil porque es el nuestro, hemos de recorrerlo para llegar a la ciudad. Aunque reconstruido en el s. XVI, se trata de una fábrica romana del s. I que formaba parte de la Vía de la Plata, no hay más que ver los característicos arcos de medio punto con sus dovelas almohadilladas. Al final del puente está el berraco, tótem celtibérico, vinculado a un episodio de otra de las obras clave de la literatura española: El Lazarillo de Tormes. ¿Quién puede olvidar la escena del ciego burlado y del queso hurtado, o la cara rabiosa de Fernando Fernán Gómez? Por último: a la vera de puente y río se encuentra la iglesia de Santiago del Arrabal (s. XII), en la que aprendemos que el románico mudéjar del Camino no solo es cosa de Sahagún.

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El monumento al Lazarillo, en el puente romano, y la iglesia de Santiago
El monumento al Lazarillo, en el puente romano, y la iglesia de Santiago

5. La Universidad. Cada vez con menos tiempo, vamos a limitarnos a admirar su famosa fachada (1529), esa en la que la anécdota de la rana sobre la calavera se ha convertido en el dedo que impide contemplar la luna. El tapiz plateresco, muy Reyes Católicos (ahí están en el medallón central), es un anticipo de la portada del hospital real de Santiago, pero aquí más a la italiana y en bajo-relieve, con mucho grutesco, candelieri y decorativismo horror vacui.

Al otro lado de la plaza es de libre acceso el patio de las escuelas menores, con sus arcos mixtilíneos, y también el conocido como Cielo de Salamanca, fragmento de un fresco de Fernando Gallego, de finales del s. XV, que representa las constelaciones zodiacales con sus figuraciones. Los estudiosos han concluido que este «cielo» representa la noche del 13 al 15 de agosto de 1475, en que se produjo una triple conjunción planetaria de Venus, Marte y Saturno, ¡toma ya! En el Patio de Escuelas retumban los ecos del «decíamos ayer» de Fray Luis de León, al parecer tan apócrifo como el «vencerán pero no convencerán» de Unamuno, rector de esta casa.

6. La Casa de las Conchas y la Clerecía. Otro doblete próximo. La primera totalmente cubierta por nuestro emblema, más de 300 (nada de fervor jacobeo, más bien con carácter decorativo y heráldico) y por lo tanto cita obligada, con posibilidad de entrar al patio (más arcos mixtilíneos), pues en ella se localiza una biblioteca pública. El segundo por la monumentalidad del templo jesuítico con sus dos torres gemelas, que rivalizan, si bien no en altura, sí en galanura con la solitaria de la catedral (también se puede ascender a ellas).

7. El convento de San Esteban. A falta de tiempo, al menos nos quedaremos con la fachada, aunque el interior del templo, su sacristía y, sobre todo, el claustro, merecen mucho la pena. Estamos ante otra magna obra del Renacimiento, centro dominico en el que floreció la, para su época, avanzada escuela teológica de Salamanca, aquella de Fray Francisco de Vitoria y su derecho de gentes, un precursor de la declaración de los Derechos Humanos. El frente del templo es otra abigarrada entrega del Renacimiento con aditamentos barrocos; imprescindible llevar una guía para identificar personajes y escenas.

8. La Plaza Mayor. Pues bien, llegó la hora de la gran plaza, y aquí nos confesamos traidor a nuestra cuna, y también a la opinión de García Márquez, pues si bien el Obradoiro compostelano es un compendio de estilos y posee una gran fuerza simbólica para un peregrino, aquí estamos ante un depurado ejemplo de armonía, tanto es así que para nosotros constituye sin duda el ágora más hermosa de España. El barroco no supone aquí estridencia ni desmesura, todo lo contrario, y en ella Alberto Churriguera (1729-1756) redimió el nombre de su saga frente a quienes consideraban lo churrigueresco como recargado y superfluo. Además, el espacio no solo es bello y, hasta nos atreveríamos a decir que perfecto, sino que, esto es muy importante, está vivo. Sigue siendo el corazón de la ciudad, y en sus bancos podemos sentarnos a visualizar el arte o las perspectivas, y en las terrazas de sus cafés a conversar, reposar, contemplar la cotidianeidad como alegoría de lo eterno, y disfrutar de la iluminación nocturna.

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Plaza Mayor
Plaza Mayor

9. El Palacio de Monterrey. Un último paseo para conocer el que consideramos más monumental palacio de Salamanca. Fue mandado construir por el III conde de Monterrey, linaje originario de Galicia (Monterrei, Verín) y con proyección americana, que se gastó un inmenso caudal, nada menos que 10 millones de maravedís, en la obra, que por supuesto quedó inconclusa. Entre las dos torres vemos un ala de las cuatro proyectadas, con su decorativismo plateresco y la notable crestería calada.

10. Nos despedimos con una nota gastronómica, pues sería imperdonable abandonar la capital charra sin catar el jamón ibérico de la sierra, con más renombre el curado en Guijuelo. Se puede adquirir en el mercado central, por ejemplo en la tienda de Ibéricos Rivas o en la Montanera, y también en las tiendas de La Rúa, o consumirlo servido en algún bar o taberna. De segundo os proponemos el hornazo, esa empanada rellena de lomo de cerdo y embutido cuya cubierta parece contagiada de la orfebrería plateresca; la despachan por doquier. Y para acompañar recomendamos un vino tinto de los Arribes llamado La Zorra, verdaderamente sensacional y que utiliza una variedad de uva poco conocida, el Rufete.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador