«El gran camino»: un mismo viaje; incontables destinos

Hemos tenido el placer de ver el documental El gran camino (The Great Way), dirigido y producido por Alba Prol y Raúl García (Meteórica Cine; Super 8 Distribuciones), estrenado a finales de junio en España. El placer y el lujo, añadiríamos, de haberlo hecho en la gran pantalla, pues son muy pocas las salas que apuestan por determinadas producciones en nuestro país.

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Alba y Raúl con su perro, Limón, al llegar a la plaza del Obradoiro.
Alba y Raúl con su perro, Limón, al llegar a la plaza del Obradoiro.

No negaremos que, después del fiascazo de 3 caminos (la «serie-bombazo» distribuida por Amazon), saber que la Xunta de Galicia ―mediante el programa O Teu Xacobeo― había subvencionado en parte este proyecto nos echó instintivamente para atrás. Sin embargo, como no se anunciaba a bombo y platillo, nos dijimos que cuando menos el tráiler merecía una oportunidad. Se la dimos, y nos devolvió una lección básica de humildad: la del peregrino, independientemente de la ruta y del destino, que tan bien retratan estos jóvenes cineastas en su periplo mundial. Sin artificios; como el camino mismo: al natural. Y aunque no pretendemos comparar una ficción con un documental ―pues no son comparables―, es difícil no extrapolar esta antítesis a la realidad del Camino de Santiago hoy en día. Las conclusiones se las dejamos a cada cual.

El gran camino es el testimonio audiovisual de la vuelta al mundo de dos gallegos en busca de lo que hay detrás… del Camino, de los caminos, del caminar. Ni que decir tiene que no son los primeros ni serán ―esperemos― los últimos, y que precisamente por ello cada relato es único. El de Raúl y Alba nos cautiva, en particular, por su ambiciosa aventura, pero sobre todo por la destreza de dejarla protagonizar: a los lugares, a las personas y a las historias. Al sustrato del que retoña, etimológica e indefectiblemente, la humanidad. «Lo hacemos porque nos sale de dentro», argumenta Raúl García en una entrevista para 35 Milímetros. Solo un motivo de ese calado puede estar a la altura de su «proyecto vital»: recorrer a pie las principales rutas del mundo documentando lo que las une y nos empuja a andar, sin olvidar lo ligado que está cada paso a la búsqueda de la felicidad. 

El Camino de Santiago es el punto de partida y cierre de un viaje que son muchos, o de muchos que son uno. El Pacific Crest Trail (Estados Unidos), el Camino Inca a Machu Picchu (Perú) y el Kumano Kodo (Japón) son las rutas elegidas por Prol y García para recorrer el mundo, literalmente, «del sol naciente al sol poniente». Una «vuelta a casa» ―en tierras gallegas, hasta Fisterra― geográfica, simbólica y necesaria en cuatro fascinantes «etapas» de singular belleza y complejidad, con el equipo de grabación a las espaldas y miles de kilómetros a sus pies. Solo la ruta norteamericana, popularizada por la película Alma salvaje (Wild) (Jean-Marc Vallée, 2014; altamente recomendable), cuenta más de cuatro mil de distancia, por aplicar algún parámetro a una experiencia inabarcable. Un «viaje de retorno» a uno mismo y a lo que todo camino, transitado con sentido, nos invita a (re)descubrir.

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El gran camino: «Los grandes caminos siempre terminan en uno mismo».
El gran camino: «Los grandes caminos siempre terminan en uno mismo».

Curiosamente, el sentido que impulsa a una persona a andar no siempre es ―ni tiene por qué ser― el mismo. Por lo menos, no de manera consciente. «Catalogamos [las rutas] en tres tipos: rutas naturales, como el Pacific Crest Trail, espirituales, con peregrinaciones y rutas entre templos como el Kumano Kodo, y culturales, como el Camino Inca hacia el Machu Picchu, rutas donde vas a descubrir una cultura, vas a ver ruinas, yacimientos arqueológicos. Y el Camino de Santiago es para nosotros el punto de partida, une estas tres vertientes», explica Alba Prol en la citada entrevista. Incluso una misma ruta, como sabemos, puede recorrerse por muy diversos motivos. La cuestión es caminar con sentido, y un trazado ayuda a acotar la experiencia, la dota de significado, propone unas líneas maestras para la narración personal. El esbozo de un guion que, cual viaje del héroe, comparte ciertos rasgos que no entienden de escenarios… ni de personajes. Al final ―y al principio― todos somos humanos. Y lo que buscamos ―siempre buscamos, pues toda acción se orienta a satisfacer algo― es recordarlo: de dónde venimos, qué somos, por qué y para qué caminamos. Preguntas que El gran camino nos invita a formularnos de la mejor manera posible: sencillamente inspirándonos.

«Lo que hay detrás» de las historias de caminantes y peregrinos nos da muchas pistas sobre nuestra verdad, sobre la esencia que compartimos; esa «magia» que nos embriaga en nuestros primeros caminos y que no nos cansamos de rememorar. La buena voluntad, la ayuda al prójimo y la hospitalidad son valores inherentes a la experiencia de caminar porque, como seres sociales, necesitamos colaborar: una verdad esencial que choca de lleno, en gran medida, con «la vida real», entre muchas comillas. La satisfacción del reto conseguido, junto con los logros intermedios a lo largo del camino, fortalece nuestra autoconfianza y nos recuerda la importancia de cultivar la alegría, el entusiasmo y el optimismo, emociones que nos impulsan a seguir adelante cuando más falta nos hace y que pueden (¡deben!) «entrenarse». Transportarnos por nuestros propios medios, incluidos el equipaje y el cuerpo, nos sitúa de nuevo en una escala humana que nada tiene que ver con la existencia sobredimensionada en la que nos perdemos, y de la que tantos llegamos al Camino, a los caminos, huyendo. Fundirnos con el paisaje y pisar la tierra nos devuelve a nuestra auténtica naturaleza, la del nómada explorador que evolucionó para traspasar sus propias fronteras con la curiosidad como indispensable motor. En el fondo, inconscientemente, el sentido de nuestro caminar es ese: andamos para ir más allá, y eso es lo que nos hace sentir vivos. Tan simple que duele verse recorriendo kilómetros para redescubrirlo. 

«Los grandes caminos siempre terminan en uno mismo», se nos anticipa desde el principio. Un spoiler en toda regla que, sin embargo, no desvela nada que uno no sepa. Más bien le invita a plantearse: «¿Y dónde empiezan?». Al término del verdadero viaje, la perspectiva culminará la tarea: la pregunta era la respuesta. Tan simple, de nuevo, que quema.

Educadora y editora