Misterios de San Guillerme de Fisterra
Entre los peregrinos medievales que llegaban a Fisterra, prolongación documentada a partir del siglo XII y con testimonios escritos desde el siglo XIV, existía un lugar que hoy pasa prácticamente desapercibido: la ermita de San Guillerme. Las ruinas de este edificio permanecen en el promontorio que los antiguos denominaban Céltico o Nerio, no lejos del camino antiguo que ascendía entre los montes de San Guillerme y O Facho hasta la punta del cabo Fisterra. Por este motivo, pocos son los que utilizan esta ruta, pese a ser la oficialmente reconocida como histórica, y se acercan a lo que queda de la ermita, ya que la mayoría se conforma con avanzar por la senda paralela a la carretera del faro y contemplar allí la puesta del sol.
La primera pregunta que surge es ¿quién era realmente este San Guillerme cuya devoción los peregrinos unían a la que tenían por Santa María das Areas y el Santo Cristo? ¿Estamos hablando de un santo popular, como tantos otros que no figuran en el santoral, que permanecieron en la memoria colectiva en razón a una vida virtuosa? ¿O acaso nos referimos a un peregrino, que llegado a estas tierras se transformó en eremita para aislarse del mundo y hacer oración y penitencia? Incluso podría tratarse de un arquetipo más próximo a la leyenda, creado por la Iglesia para mejor integrar cultos y ritos paganos.
Sea como fuere, la huella dejada por este desconocido Guillermo, que en su leyenda ha experimentado claros contagios procedentes de la vida de otros santos homónimos europeos, entre ellos el célebre Guillermo de Orange de la canción de gesta —cosas de la peregrinación—, es profunda. Y entre tanto aguardamos a que la arqueología nos siga desvelando algunos de los misterios que rodean su figura, porque la documentación es pobre y no da más de sí, nos hemos de contentar con el análisis de lo poco que sabemos en torno a su leyenda y culto.
Lo que nada tiene de extraño es que los eremitas eligiesen el cabo para retirarse, es lo que le recomendaron en la catedral de Santiago al caballero magiar Jorge Grissaphan, que en 1355 había completado su peregrinación entre Avignon y Compostela, puesto que aquel era un «lugar muy solitario, desierto y alejado notablemente de los hombres y de sus viviendas, situado entre montes altísimos que casi nadie frecuentaba». La soledad no era tal por la presencia constante de peregrinos, tantos que el húngaro, tras cinco meses de estancia y un poco harto, se marchó a Irlanda.
Como hemos indicado, a día de hoy poco queda de la ermita, pequeño edificio adosado a un abrigo rocoso, emplazado a 221 metros de altura y perfectamente orientado hacia la salida del sol equinoccial sobre el monte del Pindo, circunstancia estudiada a fondo por Fernando Alonso Romero. Este autor también descubrió los restos de una alineación megalítica, destruida al realizarse un cortafuegos en los años 80 del siglo XX, que podría explicar la presencia del templo en este lugar. Además de la capilla, las excavaciones han descubierto un habitáculo anexo que debió servir para alojar a los ermitaños, y también unos gruesos muros de piedra, de aspecto ciclópeo, rodeando el conjunto.
El lugar fue quedando abandonado con el paso del tiempo, y las reliquias del santo, y en particular su brazo, que había sido trasladado a la iglesia parroquial, fueron sustraídas por piratas bretones en 1552. En el s. XVI, a los peregrinos que realizaban el tour del cabo les eran mostradas la cueva donde hacía penitencia Guillermo, la fuente santa donde bebía y las piedras manchadas de vino que, según una leyenda calcada de la de Guillermo de Orange, estaban así tras haberle tirado el diablo, disfrazado de peregrino, una barrica de vino tinto monte abajo, hasta unas rocas inmediatas al mar.
A principios del siglo XVII, el cardenal visitador Hoyo constata la existencia de una sepultura vacía. Cien años después, en 1717, el peregrino italiano Vanti reconoce haber visto sobre el altar de la ermita una pequeña talla de San Guillermo vestida con hábito de agustino, y la piedra en forma de cuenca donde el santo reposaba. Mediada la misma centuria, el Padre Sarmiento recuerda que hasta hacía poco allí estaba la «pila o cama de piedra, en la que se echaban a dormir marido y mujer, que por estériles, recurrían al santo y a aquella ermita; y allí delante del santo engendraban. Y por ser cosa indecorosa, mandose, por visita, quitar aquella gran piedra, pilón o cama, y se quitó el concurso».
El tercer testimonio es clarificador a propósito de la recalificación de un peñascal que en el pasado estuvo asociado a ritos litolátricos propiciatorios de la fertilidad, algo que, según comentario del propio Sarmiento, también se practicaba en algún punto del vecino monte del Pindo. La piedra empleada por las parejas que se encomendaban al santo para concebir parece que pudo ser el propio sepulcro antropoide, de 2 metros de largo, que todavía se puede ver in situ, pero no estimamos sensato que alguien pudiese acudir a engendrar dentro de una capilla que no se derrumbó por completo hasta el siglo XIX. Tenemos, por lo tanto, muchas dudas, pues si estamos ante la cristianización de un culto anterior, cabe sospechar que tuvo que existir una piedra que en algún momento fue sustituida por el lecho del santo.
Las piedras fecundatorias de los campos, o a las que recurrían las parejas estériles, se encuentran diseminadas en variadas tipologías (menhires faliformes o féminas, peñascales, camas) por diversos lugares de Galicia. Aquellas con forma de pilas, suelen estar asociadas a santos como lechos en los que yacer los esposos impetrando descendencia, y el fenómeno no es único del país, pues también se da en Portugal, Bretaña, Irlanda, la India o Australia.
Fernando Alonso ha apuntado que el monte de San Guillerme debe ser puesto en relación con otros montes sagrados y legendarios con los que, además, se encuentra en línea: el vecino del Pindo, al que también acudían quienes imploraban la fertilidad, así como otros enfermos de males incurables, y el Pico Sacro, asociado a la leyenda de la Translatio, al que también se ascendía para curar el cuerpo («Pico Sagro! Pico Sagro!/Sáname do mal que eu trago»).
Por otra parte, el cabo Fisterra contaba con otras ermitas que aguardan el momento de ser excavadas para que aporten luz sobre el gran eremitorio medieval que allí se desarrolló —el visitador Hoyo todavía cita tres ermitas—, así como con otras piedras «mágicas» como las Penas Santas, que también son ignoradas por el 99,9% de los peregrinos del presente.
La puesta en valor de estos testimonios del pasado en un parque cultural bien organizado, tal y como se ha hecho en países célticos como Irlanda o Bretaña, que tantas tradiciones comparten con Galicia, contribuiría a potenciar en grado sumo el patrimonio de Fisterra y de su prolongación jacobea. De hecho, es muy posible que en este promontorio se encuentren muchas de las claves que explican la leyenda de Santiago y el descubrimiento de su sepulcro.
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