Cinco motivos por los que harás (por fin) el Camino de Santiago

En Gronze somos optimistas y queremos creer, con todas las precauciones habidas y por haber, que los peregrinos acabaremos el 2020 andando. Los «reincidentes» no necesitamos motivos; lo difícil, en cuanto «nos dejen», será impedírnoslo. Hoy escribimos para los que o bien llevan años posponiendo el Camino, o bien se quedaron con la historia por algo. Confiamos en los lectores para que recomienden este artículo a quienes crean que pueden apreciarlo.

ron-albers-saint-jean.jpg

Jóvenes peregrinos en el Pirineo francés, de camino a Roncesvalles
Jóvenes peregrinos en el Pirineo francés, de camino a Roncesvalles

Querido/a peregrino/a: ¡bienvenido/a al Camino! Si lees estas líneas, el tuyo, probablemente, ya ha empezado… Ya sea porque alguien ha pensado en ti o porque los inescrutables designios de un algoritmo te han traído hasta aquí, nos gustaría hacerte un regalo. Si necesitabas una señal para echar a andar de una vez, ojalá sea esta. El Camino te está esperando.

Cuando el Camino suena, a algo lleva. Arrancamos con un spoiler de manual… que no por ello le restará magia: el Camino no te cambia la vida. Quien «cambia» eres tú, que es más maravilloso todavía. A partir de ahí, cuando «vuelvas», tú decides cómo vivirla. De sentirte un espectador a ser director y protagonista de tu película, la distancia es más que kilométrica. La «magia» del Camino no es otra que la de ayudarte a recordar quien ya eras.

El secreto está en la naturaleza. Qué decirte que no sepas ya. Por muy urbanita que seas, seguro que la hierba te llama. No estamos hechos de asfalto: estamos formados por células. Vivas, como la naturaleza. Independientemente de nuestro estilo de vida y de nuestras creencias, lo verde nos atraerá siempre como el agua al pez. Estar en tu medio te hace sentir vivo y fluir con él. Con la vida, en definitiva. Y algo tan simple nos aporta más beneficios de lo que podemos llegar a saber.

Tus miedos te están animando a emprenderlo. «¡Vete!», te piden a gritos. Quizá nadie te ha dicho hasta ahora que los miedos en realidad son tímidos: solo quieren lo mejor para ti, pero no saben cómo decírtelo. La mayor parte de nuestros miedos, además de ser infundados, a menudo actúan de teloneros de los más espectaculares cambios. Me pregunto cuántos peregrinos no dudarían en asegurártelo. 

Te sobra más de lo que te falta. Yendo a lo práctico, que es la mochila, me juego un atardecer en Fisterra a que ya tienes —o pueden prestarte— todo lo que necesitas. Sobre el tiempo, el dinero y los medios, en general, me remito a esos miedos-amigos. Claro que te hacen falta; esto no es demagogia barata. Pero precisamente el Camino facilita —diría que como ningún otro contexto— «una experiencia a medida». La variedad de las rutas, la libertad del recorrido y el espíritu de acogida —en especial, la de los hospitaleros voluntarios, que es la más genuina— te dejarán sin excusas que se sostengan. Volviendo a la mochila, pocas sensaciones conocerás en la vida como la de viajar con lo puesto en autonomía, y sabiéndote capaz de procurarte lo que necesitas.

Ser peregrino se lleva: la guinda. No hablamos de modas. La del Camino es una experiencia única que llevarás contigo mientras vivas, y a la que recurrirás de un modo u otro, estés donde estés, cuando te fallen las fuerzas (mentales y físicas). Seas o no creyente, creerás de verdad en ti mismo. Sin postureos ni cuentos, ni marketing de ningún tipo: el Camino te devolverá a ti, que fue lo que fuiste a buscar sin saberlo. 

Cinco motivos… y un consejo: al contrario de lo que se suele decir, deja que te lo cuenten. Sí. Tantas veces como sea posible. Y contágiate de la emoción de contarlo tú algún día. «No se puede explicar», te dirán. Y con razón. Aunque suene a topicazo, no lo es: el Camino hay que vivirlo. Palabra de peregrina, directa del corazón.

Educadora y editora