El Camino de Santiago en la salud mental: primeros resultados
Hacer el Camino sana. La mente y el corazón. Y sienta mejor que un resort. Por si alguien lo dudaba, ya hay evidencia científica: lo demuestra el primer estudio psicológico sobre los efectos de la peregrinación. Las conclusiones principales, recientemente publicadas, son claras: «La peregrinación en el Camino de Santiago se asoció a beneficios a corto y medio plazo en un amplio abanico de medidas de salud mental y bienestar psicológico». Es más: «Los beneficios asociados a realizar el Camino fueron superiores a los observados tras unas vacaciones “estándar” (sin peregrinación) en la mayor parte de las medidas de salud y bienestar evaluadas». En otras palabras: hacer el Camino es terapéutico, necesites o no terapia.
Los resultados del Proyecto Ultreya, dirigido por el doctor Albert Feliu Soler (Psicología de la Salud, Universitat Autònoma de Barcelona), se nos presentan en un momento clave para el debate público sobre la salud mental, fruto de los efectos de la crisis pandémica en nuestro bienestar. No hay mal que por bien no venga, y haber visto amenazado nuestro sentido de la invulnerabilidad nos ha llevado a poner sobre la mesa —por necesidad— temas de no poca trascendencia. Sin embargo, a medio y a largo plazo no basta con actuar sobre las consecuencias: la solución pasa por la prevención. Como ocurre con la terapia, para peregrinar no hay que esperar a «estar mal»: hacer el Camino de Santiago nos fortalece (¡y cuánto!) mental y emocionalmente. Se trata de una eficaz vacuna contra el desequilibrio vital: no te hace inmortal, pero te robustece.
El malestar emocional, el estrés percibido y la sintomatología depresiva se encuentran entre las principales variables estudiadas, con mejorías significativas inmediatamente después de recorrer el Camino y tres meses más tarde. En cuanto a la satisfacción con la vida, la felicidad, el afecto positivo y la coherencia con los valores personales, se observaron asimismo mejorías importantes, claramente superiores a las de las personas que se tomaron unas vacaciones «estándar» (sin peregrinación). Si bien es cierto que se trata de una muestra pequeña (444 peregrinos para el estudio general, y 100 personas para la comparación con las vacaciones «estándar»), los resultados aportan una evidencia científica básica para seguir investigando en esta línea tan necesaria, como apuntamos, en términos tanto terapéuticos como profilácticos.
En ello andamos: alentado por los resultados, el mismo Feliu forma parte del Proyecto Melhorament, con la doctora Montserrat Subirana Malaret (Psicología, Universitat de Barcelona) como principal investigadora. En el contexto del Camí dels Bons Homes (Ruta de los Cátaros), itinerario que recupera una de las rutas del exilio de los cátaros desde el sur de Francia hacia los territorios prepirenaicos catalanes (siglos XII-XIV), este estudio tiene por objetivo evaluar los efectos de dicha ruta en la salud integral (física, mental, emocional y espiritual). En concreto, aspira a «confirmar empíricamente el valor terapéutico de la naturaleza y su capacidad de neutralizar la ansiedad y la depresión». La investigación, recién iniciada, busca actualmente senderistas voluntarios para obtener datos (más información y cuestionario inicial de participación).
Y hay más. Estos novedosos estudios abren camino con un ambicioso objetivo: demostrar la eficacia terapéutica de la naturaleza para consolidarla como tratamiento en la sanidad pública. No son fruto de la casualidad: el llamado trastorno por déficit de naturaleza, acuñado en 2005 por el periodista estadounidense Richard Louv en su ensayo de investigación Last Child in the Woods (Los últimos niños en el bosque, traducido por Begoña Valle y publicado por Capitán Swing), es una realidad cada vez más patente para psicólogos, psiquiatras, educadores y pediatras. Definido por Louv como «el costo humano de la separación de la naturaleza, entre ellos: uso disminuido de los sentidos, dificultad en prestar atención, y un aumento en los casos de enfermedades físicas y emocionales», este joven concepto se adscribe al campo de la psicología ambiental, y ha dado lugar a numerosos estudios que nos urgen a recordar la evidencia: somos naturaleza, y alejarnos de ella nos enferma.
A la espera de los resultados, para ciencia cierta, la nuestra: quienes hemos caminado sabemos que la aplicación de estos estudios al senderismo, en general, y a rutas «con una meta», como el Camino de Santiago, solo puede arrojar beneficios, porque los hemos experimentado. La desconexión extrema de la naturaleza debida a las restricciones por la pandemia, en este sentido, ha sido para muchos un revulsivo. Estamos a tiempo: el «camino retorno» a nuestra fuente de equilibrio no es largo, pero requiere dar media vuelta. Es cuestión de cabeza.
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