Camino de Santiago: 13 consejos para hospitaleros
Leyendo los comentarios que los peregrinos dejamos en Gronze sobre los albergues —sí, yo también lo hago a menudo—, cotejados con otros que aparecen en Google, podemos elaborar un catálogo bastante completo, para bien o para mal, sobre la naturaleza peregrina. A un tiempo, es evidente que adquirimos una preciosa información que, para los hospitaleros con afán de hacer bien las cosas, puede resultar fundamental a la hora de solventar deficiencias y mejorar la acogida de sus albergues, sobre todo si no se plantan a la defensiva.
En base a la información recogida, y a la reiteración de los comentarios, nos atrevemos a elaborar un prontuario que pueda servir a tal fin completando el reciente artículo de nuestra compañera Míriam López (Albergues del Camino de Santiago: 5 «cosas de peregrinos» imprescindibles (y otras 5 que se agradecen)). Vamos allá.
1. Calidez en la acogida. Lo describimos así, de un modo bastante genérico, para expresar, sobre todo, la desilusión que experimentan los peregrinos cuando son recibidos y tratados con frialdad. En el Camino no encajan el estilo aburrido del funcionario harto de su trabajo, la falta de empatía, la mecanización como paso previo a una automatización.
Son numerosas las críticas a esos hospitaleros, parcos en palabras, que se limitan a cumplir el expediente, hacer el registro y dar una simple indicación de dónde están los dormitorios, las literas, los servicios, a veces ni eso, en ocasiones entregando un número para que cada quien se ubique en su nido.
Esta actitud, más frecuente en albergues de gran capacidad, es algo opuesto a la pasión que experimentan los peregrinos, siempre deseosos de relatar su experiencia y de satisfacer su curiosidad por lo que les espera al día siguiente.
2. Que se pueda usar la cocina. En el caso de que no exista un bar-restaurante que ofrezca un menú a un precio razonable, o que esté prevista una cena comunitaria más o menos participativa, cuando en el albergue existe una cocina que no se puede usar la reacción es muy negativa.
Este aspecto es uno de los más criticados, generador de comentarios recurrentes y muy negativos, en la red pública gallega, donde es sabido que se han instalado costosas cocinas, a veces de tipo industrial, pero sin utensilios. Las cocinas se pueden usar, pero tú tienes que cargar elementos para cocinar, aptos para el microondas, platos para disponer la comida, en fin, un absurdo, porque los peregrinos no solemos cargar complementos para el picnic. Y lo más curioso es que después de haber tomado esta decisión hace años, los nuevos albergues se siguen construyendo con cocina. Parece una tomadura de pelo.
3. Que los baños sean suficientes. Es otra de las quejas más habituales. Largas esperas para poder ducharse dado el escaso número de aseos en relación al de peregrinos. Uno llega cansado, sudado, y así debe permanecer un buen rato, y si el calentador es eléctrico, a veces toca jarro de agua fría.
Sabemos que existe una normativa al respecto en cada comunidad autónoma, tantos baños, duchas e inodoros por x camas, normalmente 1/10. Y cuando alguien abre un albergue, en vez de pensar como peregrino, se limita a cumplir dicho requisito para cubrirse las espaldas; si alguien se queja, la respuesta es automática: «Aquí se cumple la normativa, échale, pues, la culpa a quien la ha establecido». Es una respuesta cómoda que parece eludir el problema, pero refleja una escasa planificación del negocio y nula empatía con los usuarios.
4. Camas pegadas. Suelen ser graciosos los comentarios que reflejan esa imagen clásica de la lata de sardinas, o sea, la de un espacio aprovechado al máximo con las literas muy juntas.
En este punto ocurre lo mismo que con el anterior, ya que la reglamentación turística fija el número de camas por m2; lo que no expresan es la distribución, o sea, si esas literas han de estar pegadas las unas a las otras.
Al respecto hemos leído escenas jocosas, como la de un oriental que dice haber dormido con otra peregrina prácticamente pegados, como si estuviesen en una cama matrimonial. También son muchas las situaciones en que los pies se tocan, ¡y más vale que sean los pies y no pies con cabeza!
Una vez más nos topamos con la obsesión de sacar el máximo rendimiento al negocio sin pensar para nada en sistemas de separación que hagan más confortable la pernocta. La ambición es la principal causa de este tipo de defectos.
5. Falta de espacios para la convivencia. Pues a veces es sabido que los albergues se localizan en medio de la nada, sea en el campo o en pueblos que carecen de bares. Entonces, el peregrino desea que más allá del dormitorio exista un espacio interior (a veces llueve) o exterior en el que poder descansar y compartir su tiempo con los demás.
Aunque resulte increíble, algunos albergues carecen de este tipo de estancias, sean pequeñas salas, salones, terrazas exteriores, etc. De este modo, se convierten en contenedores solo destinados al sueño, donde todo lo demás parece sobrar. En ocasiones, también lo hemos comprobado, el espacio común no es más que la propia recepción, donde se coloca un sofá, o un par de sillas, o unos puf, para aparentar que se ofrece el servicio.
6. Que no se ponga la calefacción. Su necesidad puede ser algo subjetivo, depende de la temperatura a la que esté acostumbrado cada uno, y esta cada vez parece que es mayor en las casas, pese al cambio climático y las exhortaciones al ahorro. Sin embargo, en muchos casos los comentarios se refieren a circunstancias absolutamente objetivas, citando temperaturas nocturnas de la calle, sobre todo en la zona de la meseta o de montañas, con calefacciones apagadas, o encendidas solo dos o tres horas.
No uno ni dos, sino bastantes peregrinos, expresan que en algunos albergues es el lugar donde han pasado más frío en su vida, triste recuerdo. Para congelar así al personal más vale, directamente, cerrar cuando haga frío, o subir el precio cuando se ponga la calefacción, algunos lo hacen.
7. La limpieza. Este, sin duda, debería ocupar el primer puesto en el listado de agravios, porque es la base para que la estancia pueda ser satisfactoria.
Las referencias a los albergues sucios no son la norma, pero causan escándalo en algunos casos puntuales. A veces el suelo está sucio, no se ha barrido o aspirado, aparecen huellas, tierra, barro, papeles, objetos que han dejado otros peregrinos con papeleras sin vaciar, algunos poco agradables de contemplar. En otros casos el foco está en las propias camas, con fundas de colchones con manchas de diverso género y pelos que, evidentemente, no han sido lavadas. También aluden algunos al aspecto general del albergue, descuidado, con rascazos y desconchados en las paredes, cristales sucios, esquinas y techos con arañas que parecen residir allí desde tiempo inmemorial.
Es una situación intolerable, y aquí no basta con un comentario, sería necesario que este tipo de albergues, por el peligro que representan para la salud pública, fueran denunciados y clausurados.
8. Precios excesivos o abusivos. Aquí deambulamos por un ámbito poco fiable, pues responde a valoraciones, y cada uno sabe lo que considera barato o caro, aunque es cierto que el precio debiera ser un reflejo de lo que se ofrece. No obstante, cuando muchos comentarios coinciden en el mismo sentido es factible detectar una tarifa irregular o abultada.
El precio excesivo suele criticarse sobre todo en la comida, donde hay algunos menús de albergues que no valen lo que se cobra, máxime cuando los peregrinos son rehenes de un efectivo monopolio. Sobre la decadencia de los menús del peregrino en general ya hemos hablado en otro artículo.
Las críticas pueden asimismo constatar una pobreza general de servicios, pues la cifra que ahora se cobra como estándar, los 15 € que han sustituido a los 10 o 12 € prepandémicos (sobre todo a causa de la inflación de los dos últimos años), o sea, de un 20% a un 50% de subida en tres-cuatro años, a veces no tiene correspondencia en los servicios, y solo responde a una equiparación automática con los precios de la competencia.
Evidentemente, todos estaremos de acuerdo en que cuando se proporciona una cama baja, hecha con ropa de tela, toalla o la inclusión del desayuno, los precios tengan que ser mayores. Lo mismo cabe decir si los espacios son amplios y los dormitorios de pocas plazas cada uno, o si el albergue dispone de un buen jardín, ya no digamos si tiene piscina, o de buenos aseos, y todo limpio. En el otro extremo, sin contar a los austeros albergues de donativo, estarán las propuestas espartanas y rácanas.
Por lo tanto, se debería ajustar el precio no al que cobren los demás, sino a tus servicios, nos parece algo imprescindible.
9. No admitir mascotas. Nos limitamos a constatar esta queja, cada vez más presente, pero sobre todo en un sentido: cuando se dice que sí, que no hay problema en acogerlas, pero que a la hora de la verdad se traduce en que duerman en un patio o zona verde exterior.
Aquí no nos vamos a extender, pues es sabido que, al igual que peregrinos, hay mascotas bien cuidadas por sus dueños, habituadas a compartir espacios reducidos con otras personas, y otras que no, pudiendo causar molestias a los demás. De todos modos, el servicio debe quedar claro desde un inicio aunque se cobre una cantidad por él, y en caso contrario indicar que solo se podrá acceder con mascota, como suele ser habitual en España, en una habitación privada.
10. El no respetar las reservas. Aunque parezca increíble, es una práctica bastante corriente que, lógicamente, enoja sobremanera a los peregrinos.
Cuando se hace la reserva directamente o a través de Booking, algunos alojamientos ya avisan, para evitar la picaresca de los que reservan varios lugares y ya verán donde llegan, que se mantiene hasta cierta hora, o que se toma el número de tarjeta bancaria para asegurarla, e incluso algunos cobran por adelantado. No obstante, otros que funcionan de aquella manera, supuestamente garantizan el servicio y no dicen nada de horas para el check-in o sobre la necesidad de confirmar, pero cuando el peregrino llega, siempre cansado, se encuentra con el sorpresón, todo un golpe bajo, de que otro ha ocupado su plaza. En ocasiones el alberguero, consciente de su mala praxis, se ofrece a buscar una solución, en otros ni siquiera esto, y nos dan con la puerta en las narices al no haber nada por escrito.
Una actitud lamentable que, de nuevo, sería merecedora de una denuncia a consumo y/o turismo, y desde luego de la difusión para que otros «no piquen».
11. Los horarios. En este capítulo es posible que la culpa sea más de los peregrinos que de los hospitaleros, pues algunos que pretenden figurar como tales son más bien viajeros o turistas que desean hacer vida nocturna, acaso porque no han cargado la mochila o porque caminan poco. Están, también, los que no pueden resistirse a perder el partido del siglo u otro acontecimiento televisivo, y para ello necesitan ir al bar a esas horas intempestivas para el Camino.
Pero no queremos hablar de los peregrinos quejicas hoy, tiempo habrá de hacer otro artículo desde la óptica de los hospitaleros, prometido. Por citar un caso realmente pintoresco, hemos visto que en un albergue los peregrinos son tratados como presos, fijando horarios surrealistas para el cierre de puertas: nada menos que las 20:30, para obligar a los alojados a cenar allí, un comportamiento a todas luces ilegal y más parecido a un secuestro.
12. No hablan inglés. Es una matraca muy frecuente. Le podríamos dar la vuelta a la tortilla y sugerir: bueno, ustedes son los visitantes, hagan por su parte un mínimo esfuerzo para entendernos, porque eso de la lengua franca no es una verdad universal, y aprender cuatro cosas de la cotidianeidad peregrina en castellano no es tan complicado ni fatigoso.
Pero bien, el otro lado de la tortilla, los hospitaleros también podrían hacer ese esfuerzo para comprender y hablar, al menos, las cuatro cosas necesarias, ya se sabe, reserva, precios, cama, baños, cena, botas aquí, mochilas no encima de la cama, pasaporte y demás. Es algo, al fin y al cabo, positivo para que el albergue funcione bien.
Tanto en unos como en otros, es preciso desterrar el conformismo y hacer un esfuerzo por comprenderse, vale también a través de los traductores simultáneos que tenemos en el móvil. ¿Resulta tan complicado? La maldición de Babel ya caducó, pero las quejas prepotentes e imperialistas también sobran.
13. Un albergue no peregrino. Una última queja es la que atañe al diseño de ciertos albergues más en la onda del turismo que en la del Camino, con todo lo que ello conlleva: horarios disipados, ruido, grupos juveniles, ambiente deportivo (por ejemplo en las zonas de esquí), espacios enormes,…
Ahora la mayoría de albergues del Camino están dirigidos en primer término a los peregrinos, pero algunos no tienen este objetivo, pues su destino principal son los grupos, las familias, los escolares, etc.
Para que nadie se confunda conviene leer antes de reservar o elegir un lugar, las características de cada albergue, ya que sigue habiendo muchos con auténtico espíritu peregrino. Aquí, por lo tanto, la responsabilidad suele ser, salvo que tercie una circunstancia extraordinaria, del usuario.
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Como conclusión tendríamos que recomendar a todo aquel que vaya a abrir un albergue de peregrinos que antes haga el Camino, y si no tiene ganas o tiempo, al menos que se dé un paseo por la ruta jacobea, que visite algunos de los que ya operan para conocer sus virtudes y deficiencias, que lea las webs del Camino y eche un ojo a las redes sociales y, si tiene a bien, a estos consejos y a los publicados más en detalle por Míriam López. Es preferible dedicar un tiempo al diseño y no precipitarse en el error. El rojo de Gronze, aunque sea el abrigo del Loro, no sienta nada bien.
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