Bolitx, in memoriam (10 años)
Antxon González, Bolitx (Zumaia, 1971), padre, marido, hijo, hermano, peregrino y escritor, falleció con solo 40 años el 1 de septiembre de 2012. Persona muy querida por todos aquellos que tuvimos la fortuna de conocerlo, tuvo tiempo de cumplir su último sueño: escribir el libro El gran caminante, obra publicada póstumamente por su familia.
En memoria de Bolitx en el décimo aniversario de su muerte, tenemos el privilegio de publicar una carta en su recuerdo escrita por su hermana, Izaskun González, a quien agradecemos su confianza.
Hace diez años que partiste y sigue costando hacerme a la idea de que no estás. Y me aferro a la expresión: la materia ni se crea ni se destruye, se transforma. Sin ir más lejos, esta mañana antes de escribir estas líneas, subía río arriba el Urola en piragua y recorridos un par de kilómetros una libélula azul —o pudiera ser que fuera roja, según incidía la luz en ella transmutaba su color—, inquieta, juguetona, me ha acompañado hasta el puente romano. Allí, en ese entorno mágico a la sombra de los árboles que visten las orillas, donde la brisa es una caricia, donde el tiempo parece detenerse, tras trazar dos circunferencias dejando proyectada una estela azul a mi alrededor, se ha detenido a la altura de mis ojos escrutándome descarada y ha permanecido unos segundos batiendo enérgicamente sus alas para mantenerse enganchada en esa altura precisa. Después se ha perdido entre la frondosidad de los arbustos que recubren los márgenes del río. ¿He conversado contigo hoy? A la noche, en la cama al cerrar los ojos, la libélula persistía suspendida en un ambiente misterioso, mirándome de frente, y he podido percibir más sensaciones que las que he sentido en la piragua, ¿un guiño cómplice?, ¿una sonrisa?, ¿un mensaje? Está claro, nadie desaparece mientras permanece en el recuerdo, y, mientras alimentemos el cariño que te profesamos como se alimenta una llama para que no se extinga, tu esencia sigue pululando a nuestro alrededor. Yo soy afortunada pues cerca de mí tengo una persona que esboza tu misma sonrisa y la evoco en tu cara cada vez que la presencio, los genes...
Bueno, leal, auténtico, introvertido, gran observador, irónico, de fácil sonrisa, de plática interesante, de ideas claras, tendría mil y un adjetivos para ti,... pero el rasgo que mejor te definía era tu sensibilidad. Esa sensibilidad que te hacía leer en los ojos de las personas, absorber la esencia de la naturaleza y ver y sentir cosas donde el resto no las veíamos. Seguramente esta es la que te lanzó al Camino y la explotaste más si cabe. Sensibilidad y Camino se aliaron abriéndote la puerta a emociones que quizá no habrías experimentado con tanta fuerza en otras condiciones: vulnerabilidad, aceptación, ilusión y esperanza, todas ellas envueltas por una enorme capacidad de lucha que rebosabas. La lucha por conseguir el anhelado destino en el Camino, una libertad de ataduras; la lucha por aferrarte a la vida contra el más duro de los embates; un combate cuerpo a cuerpo contra la ELA. Un mal implacable, que no daba tregua, pero ahí estabas tú, ante ella, mirándola de frente, y... Un paso más, otro paso más, y otro... Al igual que el temporal que te cogió al poco de salir de Villafranca Montes de Oca: «La ventisca carga con saña apocalíptica. Avasallándome desde un nivel superior, se precipita sobre mí y comienza a acribillarme. Los copos de nieve son impulsados por el azote de un viento huracanado que agita mi capa como un estandarte y me impide el avance. Impactan en mi pecho, en mis manos, en mis botas, en todo mi cuerpo, colándose en mi anatomía por los recovecos y helándome hasta el alma... Procuro dominar el pánico que me embarga, pero el cielo se oscurece como un anochecer adelantado. Es una tiniebla malévola, una sombra perversa proyectada en el gris oscuro de un paisaje que se devora a sí mismo, que no ceja en su descarga blanca y enceguecedora.... Solo cabe seguir dando pasos desesperados.... Ando, ando y ando. Metro a metro. A ciegas, contra viento y marea, sin rumbo, a merced de los embates del vendaval. Mi coraje va deteriorándose, minándose en esta situación límite. No puedo ver. Temo llegar a desaparecer engullido por la vorágine, y antes de abandonarme a mi suerte, ruego la aparición milagrosa de un último recurso al que asirme y me salve... Miro arriba instintivamente y me quedo absolutamente pasmado: veo. Veo un agujero en el cielo... Imprevistamente, de golpe, sin más, la tormenta se desinfla». Te convertiste en el corazón guerrero que plantó cara al más desorbitado de los sufrimientos.
Espíritu combatiente, sensibilidad, vulnerabilidad, aceptación, ilusión y esperanza, los plasmaste de manera plena en tu último sueño, «El gran caminante».
Cuando nos comunicaste tu proyecto de escribir —algo con lo que soñabas desde hacía algún tiempo— mostrabas incertidumbre. El proyecto te daba respeto; eras un acérrimo lector y pretendías que fuera algo que calara. Desbordabas tanta ilusión que contagiaste y provocaste de manera espontánea que la gente te apoyara y te diera confianza para zambullirte en el propósito. Fuimos siendo partícipes del proceso de elaboración como si de la receta de un postre delicioso se tratara. Una gestación anhelada que iba desarrollándose y evidenciándose con sus ecografías pertinentes, capítulo a capítulo. «No lo va a leer nadie hasta que esté terminado, solo la familia y un par de amigos», dijiste, con la boca pequeña. Pero la divulgación fue imposiblemente irremediable, los capítulos rulaban vía e-mail: cada uno de nosotros los pasábamos a otro par de amigos, y ese par a otro... Hasta que el e-mail a e-mail se expandió tanto que la gente nos paraba en la calle preguntando cuándo saldría el siguiente. «Y, dígame usted, doctor Bolitx, ¿cuándo será el parto?». Cómo reíamos.
Pero ahí estaba la paradoja, o el absurdo, o la canallada, o la cabronada, mientras tu proyecto florecía tú te ibas apagando... La esperanza nos llevó a creer en que llegaría una cura que nunca llegó, pero con el tiempo, dejando reposar el dolor, ahora veo que en realidad sufriste tu metamorfosis como las mariposas, te apagaste para engendrar ese legado en el que perdura tu espíritu, El gran caminante, con corazón guerrero y con la llama siempre encendida.
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