Mirabilia; un singular libro sobre las maravillas del Camino de Santiago

Mirabilia José C. Vales y Olga García Arrabal. Anaya Touring. Madrid, 2021. 143 págs.

El diccionario de la RAE no recoge este término tan sugerente, pero sí el de la lengua italiana, del latín mirabilis, cuyo significado es el de cosa maravillosa o extraordinaria, con frecuencia utilizado con sentido irónico. También se define con esta palabra un género literario medieval utilizado para describir los prodigios y rarezas que peregrinos y viajeros podían encontrar en su recorrido. Hasta aquí perfecto.

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Portada de Mirabilia y una de las ilustraciones de Celsius Pictor.
Portada de Mirabilia y una de las ilustraciones de Celsius Pictor.

Hace poco, en una encuesta realizada on line para matar el aburrimiento pandémico, cientos de peregrinos respondieron, al preguntarles por las motivaciones, que lo que les impulsaba era la curiosidad. Pues precisamente para acrecentar todavía más esa curiosidad Anaya Touring ha publicado un libro titulado Mirabilia. Compendio de maravillas y asombros del Camino de Santiago, en el que además de la escritura suma el aporte de Celsius Pictor con sus originales dibujos, al modo de una galería salida de las fábulas, de inequívoca raigambre surreal.

En el prólogo se emplea también otro vocablo actualmente periclitado, silva, referido a la compilación de asuntos o temas diversos, presentados sin gran método u orden, con el loable propósito de entretener y, entre los amantes de indagar, para que nos sumerjamos en la siempre enriquecedora investigación libresca, lo que nos lleva a un espacio, el de la erudición, que hoy en día es refugio de unos pocos irredentos.

Cierto que en estas maravillas hay muchos lugares comunes, e incluso por momentos nos parecerá estar más próximos a los misterios, esa saga jacobea cultivada por tantos autores desde Louis Charpentier y García Atienza, pasando por el esoterismo románico de Jaime Cobreros y Juan Pedro Morín, hasta el torrente mágico de Francisco Contreras.

También es notable el vínculo con la leyenda jacobea y su primera compilación promocional a partir del Códice Calixtino, omnipresente a través de sus diferentes libros, con sucesión en otros de apologética santiaguista posterior.

Sin embargo, aquí no hay vocación de dirigir, ni siquiera de fascinar. La pretensión es más sutil y envolvente bajo el etéreo manto del mito, que triunfa incluso en los tiempos de la información tecnológica global, puesto que «los historiadores se fían de los documentos, y no de las tradiciones, mitos y leyendas, que es lo que proporciona sal y sustancia a la vida» (pág. 78).

Cuatro capítulos muy dispares organizan esta silva: en primer lugar el Itinerario, quizá el más propenso a las variedades, tocando desde la emblemática e indumentaria del peregrino hasta la poesía de Lorca, y de la estadística de cumbres camineras al nacimiento de la flecha amarilla, sin olvidar las flictenas, la gastronomía, la Cruz de Ferro o a Unamuno.

Transitamos a continuación por un territorio más concreto, el de lo caballeresco, pues el Quijote parece en todo momento poseer el espíritu de los autores. Se suceden pues las milagrosas apariciones de Santiago, cómo no Clavijo, la razzia de Almanzor, Roncesvalles, los templarios, Las Navas de Tolosa, el Passo Honroso…

Trata el tercero a los maestros constructores y viatores, y no solo arquitectos sino de la pluma, y el resultado de sus trabajos, la piedra labrada, los motivos decorativos, cruceros, puentes, hospitales, catedrales…

El colofón, entrañable periplo hacia el apasionante mundo de la hagiografía, nos introduce en el siempre apasionante mundo de los milagros, porque todo lo que atañe a la peregrinación compostelana no es más, de principio a fin, también en tiempos tan laicos e incrédulos, un puro milagro: la inventio del sepulcro, la leyenda para rebautizar las paganas veneras, el ahorcado y el gallo, Don Gaiferos, el txori de Puente la Reina, el grial de O Cebreiro o el durmiente San Virila…, tan solo un reducido muestrario de lo que podría ser una enciclopedia.

Por lo tanto hemos concluido el libro con la sensación de discurrir por caminos hoyados, repletos de huellas, hecha quizás la salvedad de algún relato menos difundido como el de los peregrinos devorados en una ensalada por Gargantúa y Pantagruel, pura extravagancia de Rabelais.

Dispongámonos, pues, a disfrutar de esta nueva entrega, dotada de índices toponímico y onomástico a la antigua usanza, y de las ilustraciones que la acompañan, todo ello en el envoltorio de una encuadernación clásica en pasta dura. Rara avis.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador