Camino de Santiago: El mundo jacobeo celebra el 30 aniversario de Patrimonio Mundial
Si bien con una década más en la cuenta, el remedo de Gardel se nos antoja inevitable para analizar el período, aparentemente venturoso, que el Camino de Santiago ha experimentado entre 1993 y 2023. ¿La causa de tal revisión? Pues que el 10 de diciembre de aquel ya lejano año santo compostelano, en la nueva nomenclatura primer Xacobeo, en su reunión de Cartagena de Indias la Unesco tuvo a bien declarar el Camino de Santiago, entiéndase por aquel entonces como Camino Francés, Patrimonio Mundial, por estos lares mal traducido como Patrimonio de la Humanidad.
Y si el tango se titula Volver, en cierto modo esto es lo que se ha pretendido hacer para conmemorar tan señalada decisión, regresar a los orígenes, si bien ya anunciamos que tal inscripción en catálogo, y por lo tanto reconocimiento a sus valores entonces materiales, pero hoy también intangibles, no ha tenido por qué suponer la proyección internacional, que se lo cuenten a los Caminos del Norte tras haber corrido la misma suerte en 2015, pero sin el retorno numérico esperado.
Para recordar la efeméride, el sábado 16 de diciembre se ha reunido un buen grupo, representativo del mundillo jacobeo institucional y civil, en el Parador de los Reyes Católicos. Estaban casi todos los que debieran haber estado salvo una inexplicable e incomprensible —dado que hablamos del Camino Francés— ausencia: la de la Federación que agrupa a la aplastante mayoría de asociaciones jacobeas, 19 en total, de dicho itinerario. ¿Un lamentable olvido o una deliberada exclusión?
Pese a ello, a lo largo de las cuatro horas que duró el acto y parafraseando a Eco, pudimos vislumbrar con cierta nitidez todo el espectro comprendido entre los integrados y los apocalípticos.
Antes de secuenciar y extractar algunas de las intervenciones, el cuerpo nos pide expresar una desolación, y es que en 240 minutos no se escuchó ni una sola vez, pese a encontrarnos en Galicia, el nombre de Elías Valiña. La causa la ignoramos, tal vez desmemoria generalizada, en algunos probablemente intencionada, aunque tuvimos la sensación de que se pretendía imponer un neorrelato, a partir de los fastos del 93, entre la nada y un nuevo orden para el Camino, el instituido entonces y que ha perdurado, con la batuta de Galicia, en estas tres décadas de Paz y Ciencia (lo entenderán los ya canosos lectores de La Codorniz).
Entre tanto los bomberos comarcales se manifestaban, con gran estruendo, en la Plaza del Obradoiro, el encuentro dio comienzo con un elogio a la declaración de la Unesco, entendida como la guinda al pastel del Xacobeo 93. Por primera vez un itinerario cultural, que como tal había sido declarado por el Consejo de Europa en 1987, era inscrito en la más prestigiosa lista patrimonial.
A continuación, y esto ya no gustó a muchos, se proyectó un video promocional supuestamente alusivo al Camino, pero que más que recoger imágenes del Camino Francés, por supuesto solo de Galicia, droneó todos los recursos de la comunidad autónoma, estuviesen o no en el Camino, incluidos bosques, playas, mariscos y demás.
Por no cansar al lector en demasía, nos centramos en algunas de las numerosas intervenciones.
La alcaldesa de Santiago, a partir del discurso Finisterre, pronunciado por Castelao en Buenos Aires, evocó un hipotético camino ancestral, precristiano, siguiendo el sol hasta el fin del mundo. Regresando al presente, en las 444.635 compostelas entregadas hasta el mismísimo momento, entendió que perduran la inquietud, la desazón y las ansias de reflexión, silencio y lentitud que motivaron a quienes nos precedieron como peregrinos, calificando la esencia del Camino como una incógnita rosaliana.
Por su parte, José Fernández Lago, deán del cabildo compostelano, fue rotundo al expresar que en la actualidad «la gente cambió el ganar el jubileo por hacer el Camino». Pese a ello valoró positivamente el provecho que obtienen de la experiencia no solo los católicos, sino todos los que caminan, siendo perceptible en la catedral una mudanza, incluso entre quienes han comenzado como turistas. Por lo tanto, el Camino mantiene su poder de transformación y conversión.
En un aparte, al interrogarlo sobre la idoneidad de mantener la norma de los 100 km, tras anteponer la letanía de la pobre gente que no puede caminar más, disculpa que no tiene mucho fundamento, asintió al reconocer que la experiencia desde Sarria, obviamente, no puede ser tan profunda como la más lejana. Son plenamente conscientes de lo que se cuece, aunque fieles, marca de la Iglesia católica, al sostenella y no enmendalla.
A continuación, llegó el «momento Portomeñe», generado tanto por la alcaldesa de Triacastela, presidenta de la Asociación Gallega de Municipios del Camino Francés, como por el presidente de la Xunta de Galicia y, ¿cómo no?, por el propio interesado, tanto es así que más creímos encontrarnos en un homenaje a su persona que en el acto alusivo a la declaración de la Unesco. Alfonso Rueda expresó que Portomeñe «construyó lo que no existía»: el Pelegrín, la red de albergues, la exitosa promoción. Parece ser, por lo tanto, que antes de 1993 no había más que un yermo, que prácticamente nadie trabajaba por el Camino ni peregrinaba, ¿qué lugar queda en este discurso para Elías Valiña, los Amigos de Estella, los Amigos de los Pazos, las asociaciones ya existentes en Europa desde los años 80, Barret y Gurgand, los expertos fraguados en Europalia, los peregrinos pioneros del resurgimiento?
Fautor del Xacobeo, de eso no cabe la menor duda, el exconselleiro Víctor Manuel Vázquez Portomeñe, a quien le faltó un asistente con la corona de laurel susurrándole al oído el memento mori, transcurrió por un florilegio de tópicos históricos que, en los años previos al glorioso 93, en base a una estadística de entrega de compostelas que en los 70 y los 80 carecía de una gestión equiparable a la actual (hasta que se creó la oficina de la Quintana, por la catedral había que buscar a algún canónigo generoso que la expidiera), llegó a expresar que ni siquiera Juan Pablo II, el papa mediático, con sus visitas a la ciudad, consiguió que repuntara el número de peregrinos. Por lo tanto, todo el mérito es suyo y nada más que suyo. Amén.
Tras los discursos institucionales se sucedieron dos mesas temáticas, de hospitalidad y patrimonio.
En la primera, Alfredo de Molinaseca, basándose en su dilatada experiencia como hospitalero, que no recepcionista, describió al peregrino actual, «con información, pero sin comprensión», y advirtió del riesgo de mezclar peregrinación y turismo. Redundó en esta necesidad de socializar y ser atendidos cálidamente, más que disfrutar de comodidades, el presidente de Agalber (Asociación Galega de Albergues del Camino). El presidente de la AGACS se sumó a la idea de que no podemos ver al peregrino como un turista, proclamando no sin cierta exageración que «el peregrino es un ser espiritual perdido que sale de casa para encontrarse». En cuanto al presidente de la FEACS, Jorge Martínez, citó los 15.000 km de caminos jacobeos existentes de España, los 54 itinerarios y los miles de albergues que los acogen, en algunos de los cuales trabajan hospitaleros voluntarios.
La mesa de Patrimonio estuvo más animada, ya que José Antonio Perrino, vicepresidente de la Federación Europea de Sitios Cluniacienses, comenzó su arenga con un estrepitoso «he oído 400.000 y pico compostelas, ¿está de rebajas la Iglesia de Santiago?», porque en ese número estamos hablando de turigrinos y turistas, no de peregrinos, y la Unesco puede acabar quitándonos el reconocimiento por una parodia que afecta al patrimonio inmaterial. Añadió, entre aplausos, ¡que quiten esa absurda norma de los 100 km de una vez!
El presidente del Comité Científico de la Asociación de Municipios del Camino Francés, Javier García Turza, sentenció que «el Camino se tendrá que amoldar a la realidad actual, aunque entre todos tendremos que reflexionar sobre qué Camino queremos» para modificar las tendencias, aunque resulte imposible poner puertas al campo y también definir con exactitud lo que es peregrinar.
Centrando el tema de la Unesco, Manuel Castiñeiras, presidente del Comité de Expertos que asesora a la Xunta de Galicia, recordó que la declaración de Patrimonio Mundial fue una conquista, pero que también implicó unos deberes, añadiendo que tengamos «cuidado con explotar en exceso la marca del Camino de Santiago», en alusión a la proliferación de neocaminos con una presión social y política importante. Aludió también al fenómeno de la pregrinofobia, todavía incipiente, y a las nuevas preocupaciones que se trasladan a la protección patrimonial, tales la ecología o la revalorización del paisaje. Por último, apuntó el riesgo de que «en el presente todo se reduzca a lo simple, a un cómic con ausencia de narrativa», algo que también sucede en el Camino.
Cerró la mesa Ildefonso de la Campa, el cual expresó que es tal la fuerza del Camino que, aunque quisiéramos, no nos lo podríamos cargar. Nos hizo partícipes de que las bases de 1993 permanecen inamovibles, de éxito en éxito estadístico, y en sus palabras dejó traslucir que el Camino se autorregula, quizá, creemos entender, por las leyes del mercado.
Sic transit gloria mundi (un poco de latín nunca viene mal).
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