Etapa 11: Portugalete - Castro Urdiales | Al Loro

Hoy de nuevo nos reencontraremos con el mar Cantábrico; será en la playa de La Arena, enclave turístico al que llegaremos después de un largo bidegorri (camino o carril rojo), exclusivo para caminantes y ciclistas.

En todas las localidades de la etapa encontraremos bares o alguna tienda. En el lugar de Saltacaballo, hacia el final de la etapa, hay un restaurante donde suelen parar bastantes peregrinos, si bien hace unos años cambió de ubicación: ahora está algo más arriba, al lado de la salida de la autovía.

Un conocedor de la zona nos sugiere un recorrido diferente, sin flechas, para el inicio de la etapa: propone seguir junto a la ría, pasar por Santurtzi y el pequeño puerto pesquero de Zierbena, ascender a Punta Lucero (307 metros de altura, donde hay un fuerte en ruinas con cañones y trincheras, construido por Franco para defenderse de los hipotéticos ataques militares de los aliados una vez derrotado Hitler) y desde allí bajar a la playa de La Arena. La distancia sería similar pero con mayor desnivel, y al parecer las panorámicas sobre la costa son magníficas.

Al cabo de 800 metros del inicio del bidegorri veremos un cartel que invita a seguir un recorrido alternativo por Ortuella, pero es muy urbano y algunos nos explican que se perdieron. Nuestra recomendación es continuar de frente por el carril rojo, sin duda más agradable.

La localidad queda a apenas 300 metros de nuestra ruta; no es necesario entrar en el pueblo, salvo los que vayan al albergue o quienes deseen parar a tomar algo.

Entre Pobeña y Ontón —donde dejamos el País Vasco y entramos en Cantabria el recorrido aprovecha la traza de un antiguo tren minero (paseo Itsaslur o ruta del Piquillo), tramo precioso que va sobre el mar y los acantilados, con vistas panorámicas; una vez en esta vía verde deberemos seguir siempre de frente, sin hacer caso a un poste que indica a la izquierda, para franquear el túnel de la Galerna, lugar también muy interesante.

Este recorrido sobre los acantilados discurre por una pista totalmente llana, perfecta para las bicis. La única dificultad está en su arranque, un tramo con escalones; por suerte son pocos y se superan con facilidad: en lugar de cargar con la bicicleta, se pueden colocar las dos ruedas sobre el canal de desagüe e ir empujándola mientras se asciende.

A la salida de Ontón habrá que decidir entre dos itinerarios: el primero es el camino oficial por Baltezana y Otañes, con mayor desnivel y que alarga 6,7 km la etapa; este rodeo tenía sentido antes de la construcción de la autovía, pero hoy el tráfico por la carretera nacional es muy reducido. El segundo itinerario, también señalizado, va por el arcén de la N-634 (sólo hasta Mioño), ruta más directa y que sigue la mayoría de los peregrinos; en dicho tramo caminaremos siempre con precaución, en fila por el arcén y lo más alejado posible de la calzada.

En el pueblo de Mioño dejamos la N-634; debemos estar atentos a las flechas, que indican a mano izquierda por una calle en subida, para seguir por el interior. Pero si el día acompaña, nuestra recomendación sería bajar a la playa de Dícido (a mano derecha, sin flechas) donde arranca una senda costera muy bonita que bordeando los acantilados nos conducirá hasta Castro Urdiales.

El albergue está junto a la plaza de toros (a pie del camino pero a la salida, alejado del centro) y cuenta con solo 16 plazas, insuficiente en temporada alta.

No podemos dejar de visitar el casco histórico de esta villa marinera, con la iglesia gótica de Santa María de la Asunción (siglo XIII), el castillo-faro y la ermita de Santa Ana, situada en lo alto de un peñón; ambos promontorios se comunican mediante un fotogénico puente medieval.

El nombre proviene de Castrum Vardulies, poblado cerca del cual los romanos instalaron un puerto (Portus Amanum) y la importante colonia de Flaviobriga. Durante muchos siglos los castreños vivieron de los astilleros y la pesca, siendo un importante puerto ballenero.

El 30 de noviembre se celebra la festividad de San Andrés, patrón de los marineros, con regatas de bateles, conciertos de música coral y degustaciones de caracoles y besugo.

La gastronomía de la costa cántabra comparte muchos elementos con la del País Vasco: pescados y mariscos siguen siendo los protagonistas, y destacan también las conservas, especialmente las de anchoas, de gran calidad.

Especies como el bonito, los calamares o las sardinas son habituales de los meses de verano, mientras que otras como el besugo o el verdel suelen pescarse en temporada de invierno.

Entre los postres típicos de Cantabria destacan los sobaos y las quesadas pasiegas, especialidad propia de los valles altos del río Pas, pero que hoy encontramos en toda la comunidad.