Etapa 4M: Muxía - Fisterra | Al Loro

Distancia: 
27,8 km
Duración: 
7 h
Dificultad: 
3
Paisaje: 
3

ADVERTENCIAS IMPORTANTES:

Bastantes peregrinos, emocionados al llegar ante el océano, no dudan en dejar la mochila en la arena y lanzarse al agua. Pero mucha atención con las playas atlánticas: las corrientes y la silenciosa marea son muy peligrosas y todos los años provocan la muerte de algún peregrino imprudente.

Es habitual y casi instintivo querer llevarse del océano un recuerdo natural en forma de concha después de nuestro largo periplo. Sin embargo, la recogida de conchas vacías está prohibida por ley en Galicia para preservar los ecosistemas de las playas y su biodiversidad, dado el impacto del crecimiento exponencial del turismo.

SOBRE LA ETAPA:

A pesar de su proximidad al mar, la jornada discurre mayoritariamente por el interior, en un bonito entorno rural, y durante la misma ascenderemos al monte Facho de Lourido, un alto de 280 metros.

El recorrido está señalizado en ambos sentidos, por lo que la etapa también puede realizarse al revés, saliendo de Fisterra hacia Muxía. Para evitar problemas de orientación han colocado mojones dobles en las encrucijadas, y también veremos flechas pintadas con la letra F (hacia Fisterra) o con la letra M (hacia Muxía).

Durante el recorrido encontramos un bar en Morquintián (en temporada, a partir de las 7:30), varios bares y restaurantes en Lires, y un chiringuito informal en Buxán. Los siguientes servicios ya están a las puertas de Fisterra.

Los que prefieran jornadas más cortas pueden partir la etapa en dos mitades exactas pernoctando en Lires, apacible localidad que cuenta con varios alojamientos, bares y una playa cercana.

Entre Lires y Fisterra existe un recorrido alternativo por el litoral, siguiendo el trazado del Camiño dos Faros, si bien sería una opción más larga y con un perfil bastante más duro. Con todo, alargando el recorrido apenas 1,3 km, podemos disfrutar de un tramo sin dificultad y con impresionantes vistas que bordea las calas de Area Grande y Area Pequena, y que nos devuelve al camino oficial unos 300 metros después de A Canosa. Si vamos en dirección a Muxía, el desvío está visiblemente indicado con una M sobre una flecha roja.

A la salida de la aldea, siguiendo la variante por la costa, merece la pena desviarse hasta la boca de la ría más pequeña de Galicia, en un agradable paseo de 1 km. A 200 metros más se encuentra la espléndida playa de Lires, desde donde contemplar la puesta de sol en un entorno espectacular.

El entorno natural de la ría de Lires, en la desembocadura del río Castro, es un pequeño paraíso ornitológico en el que avistar numerosas aves marinas, especialmente gaviotas, cormoranes y garzas establecidas en torno a la piscifactoría, de cuyos restos se alimentan fácilmente al ser vertidos a la ría.

700 m antes de Castrexe, y a tan sólo 500 m del camino, un desvío bien señalizado nos invita a visitar la maravillosa playa do Rostro. Merece el esfuerzo.

El arenal de la playa do Rostro, de casi 2 km y sin servicios, es un enclave aislado aún virgen y salvaje, con altas dunas de finísima arena blanca y vegetación abundante. Los fuertes vientos y el furioso oleaje le imprimen un marcado carácter que no deja indiferente a nadie. Por supuesto, evitaremos bañarnos, aunque podemos caminar por la playa en paralelo al camino y retomarlo luego.

SOBRE FISTERRA:

En la oficina de información turística, sita en la plaza de la Constitución (abierta todos los días; el domingo, sólo por la mañana), nos entregarán la Fisterrana, un documento similar a la Compostela –pero laico y en gallego– que acredita que hemos realizado el camino desde Santiago hasta aquí, el Fin del Mundo. También la expiden en el albergue público (de lunes a viernes, de 14:00 a 20:00).

Para volver desde Fisterra en autobús disponemos de líneas regulares hacia Santiago y A Coruña, con varias frecuencias al día; también hay una conexión con Muxía, con trasbordo en Cee.

En la iglesia de Santa María das Areas hay misa del peregrino todos los días a las 18:00.

Si bien la oferta de bares y restaurantes es amplia y de calidad, no deberíamos dejar de pasar por A Galería, la bibliotaberna de la Rúa Real, un inclasificable y artístico bar con vistas al puerto donde saciar con gusto la curiosidad.

Además de sus templos gastronómicos, también será interesante visitar el fuerte o castillo de San Carlos, del siglo XVIII y donde hay un pequeño Museo de la Pesca, y la iglesia gótica de Santa María das Areas, de los siglos XII-XIII (pasaremos frente a ella en el camino al cabo Finisterre).

Pocos saben que el inventor del futbolín, Alejandro Campos (1919-2007), era natural de Fisterra. Conocido también como Alexandro Finisterre, a los 17 años resultó herido durante la Guerra Civil, y en el hospital ideó un artefacto para que los niños amputados pudieran seguir jugando al fútbol, que pronto se popularizó. Tras la guerra se exilió a Francia, Ecuador y México, donde compaginó los inventos con la edición de libros y la poesía. La vida de este insigne republicano merecería una película: huyó de Guatemala tras ser secuestrado por la CIA, fue amigo de Picasso y del Che Guevara, y por supuesto no volvió a España hasta después de la muerte de Franco.

La llegada a Fisterra es la excusa perfecta para darse un homenaje comiendo una buena mariscada. En la zona destacan variedades como el longueirón (similar a la navaja, pero más largo y con valvas rectas), el lubrigante (bogavante) o el centollo, si bien el producto con más fama serían sin duda los percebes.

Pero si hay un fruto de mar que desde tiempo inmemorial simboliza el fin del peregrinaje ante el mar de Galicia, ése es la vieira, un molusco bivalvo emparentado con las ostras. En francés se las conoce como coquilles de Saint-Jacques, en latín Pecten jacobeus y en castellano veneras (en alusión a Venus, la diosa romana del amor, por su forma de vulva femenina). Las podemos degustar a la plancha, al foie, gratinadas, en tortilla, en ensalada, cortadas al estilo carpaccio… Pero sobre todo no tiréis su concha: sólo es preciso lavarla, practicar un orificio y colgarla de la mochila, reconvertida en icono amuleto jacobeo que certificará que hemos llegado al Fin del Mundo.