Etapa 7: Coca - Alcazarén | Al Loro

Distancia: 
24,0 km
Duración: 
6 h
Dificultad: 
2
Paisaje: 
2

Tras abandonar Coca seguiremos recorriendo tramos de pinares con sus características pistas de arena fina. En las horas de sol fuerte deberemos protegernos, pues la sombra bajo los pinos resulta más bien escasa.

Durante los primeros kilómetros avanzaremos en paralelo al río Eresma, que es ya un viejo conocido. Su cauce, deprimido respecto a nuestro camino, forma suaves meandros. Será una buena ocasión para observar desde lo alto los paisajes de la vega y las serpenteantes hileras de árboles que flanquean las riberas del río.

En las primeras horas del día podremos ver fugazmente algún corzo cruzando a saltos entre los claros del bosque; para ello será conveniente estar atentos y caminar en silencio. Dependiendo de la estación, también resultará habitual ver numerosas liebres en los márgenes de los campos.

Aquellos que hayan decidido prolongar la etapa anterior pueden dormir en el pequeño pueblo de Villeguillo, a 6,7 km de Coca, donde existe un coqueto albergue para peregrinos, con 10 plazas en literas.

El pueblo tiene apenas 150 habitantes y sólo dispone de un bar (comidas a buen precio), donde atienden amablemente al peregrino. Abre todos los días salvo los lunes, con un horario amplio.

Desde Villeguillo a Alcazarén nos espera un largo tramo de 17,3 km sin ninguna población intermedia, ni fuentes, ni bares.

Pequeña y tranquila villa que cuenta con un par de bares-restaurante, una tienda, una panadería, oficina de información turística, una farmacia y un moderno albergue para peregrinos.

Las llaves del albergue pueden recogerse en el Centro de Día / bar Hogar del Jubilado (calle Hospital s/n, junto a la oficina de turismo), en el bar Real (c. Real, 34) y en el bar Algo + que vinos (c. Conde Vallellano, 37, junto a la carretera). La oficina de turismo sólo abre los viernes por la tarde y los fines de semana, y cuenta con una amable encargada.

Alcazarén es una villa cuyo nombre proviene del árabe al-quasrayn, que significa las dos fortalezas, en referencia a las fortificaciones de vigilancia que existían al sur de la frontera del Duero; también en el escudo de la localidad aparecen dos torres junto a una llave arábiga. Tras la disolución del califato cordobés la región fue abandonada y se convirtió en tierra de nadie, hasta que los leoneses iniciaron su repoblación a finales del siglo XI.

Paseando por el pueblo podremos observar los ábsides románico-mudéjares de las iglesias de San Pedro y de Santiago, ambos del siglo XIII. En el interior de esta última se descubrieron en 1986 unos interesantes frescos que habían permanecido ocultos durante siglos tras un retablo barroco. Y no olvidemos, en la misma iglesia, visitar otra capilla barroca cuya cúpula está cubierta por figuras de yeso que representan emplumados indígenas americanos, querubines rollizos y músicos con pelucas, en un festival de exotismo y color.

Para pasar los rigores invernales en estas tierras nada mejor que los platos de cuchara, tales como el tradicional cocido en puchero de barro, patatas con rabo o con bacalao, los callos con garbanzos o las alubias con oreja, siempre acompañados por el excelente pan de Valladolid y un buen vino de alguna de sus Denominaciones de Origen.