El amor en el Camino de Santiago

Saint Come Olt

¿Y tú quién eres? No hay excepciones; para todos llega el día en que alguien nos los pregunta. ¿Y tú quién eres? Y no se lo pregunta al que está a la derecha, ni al que está a la izquierda, quizá más interesantes, sino a ti. ¿Y tú quién eres? Y no para saber a qué te dedicas, ni los títulos que tienes, ni cuáles son tus aficiones, ni cuáles tus ideologías, ni porqué vistes como vistes, ni siquiera qué haces aquí. Quiere saber, nada menos, quién eres tú.

No, no, no se vayan a creer ustedes que les contaré una historia de peregrina conoce a peregrino en un albergue del camino, y entre pinchazos a ampollas y olor a betadine surge una extraña complicidad. Y que veinte días después y quinientos kilómetros más adelante se declaran amor eterno bajo la media luna creciente, sellado con un ligero beso, junto a las escaleras del albergue de Olveiroa. Para leer estas historias, hay otras webs que no son Gronze.

Andaba yo (qué forma más bonita de empezar un relato del camino, ¿no creen?) por la solitaria campiña francesa, de suaves perfiles resaltados en el siempre lejano horizonte, ya más allá de la ciudad de Cahors. Era un día soleado y caluroso del mes de junio del año 2004. Al mediodía me despedí de cuatro jóvenes peregrinas francesas, divertidas y algo locas (una de ellas aseguraba que le habían robado las botas en la hospedería de un convento), que se quedaron en el albergue de una pequeñísima aldea, tan pequeña que no conté más de cuatro casas. Algo locas, quizá, pero previsoras, puesto que tenían todos los albergues reservados antes de salir de casa.

En fin, que el día era tan bonito y me sentía, sin saber porqué, tan feliz, que me apetecía seguir caminando. Según la guía, a unas 2 o 3 horas llegaría a un pequeño pueblo con albergue, que por si no lo saben en Francia se les llama gîtes d’etape. Efectivamente, hacia las seis de la tarde oteé sobre una modesta colina el minúsculo pueblo, que pronto alcancé: tenía una única calle, tan ancha que parecía que los vecinos de ambos lados estuvieran enemistados. Pero allí solo había un perro al que no les gustaba mi presencia y una abuela muy mayor que me ignoraba olímpicamente. Di un somero vistazo a la aldea y vi un local cerrado que bien pudiera ser un antiguo albergue. Decidí preguntarle a la abuela por el albergue, y me pareció entender que allí no había de eso. Malditas guías, ninguna es de fiar.

Miré otra vez la guía (qué remedio), ahora con más detalle, en busca de una solución. Parecía que aún quedaba un resquicio de esperanza para cenar caliente y dormir bajo techo; siguiendo el camino, y desviándome luego unos dos kilómetros por una pista asfaltada a mano izquierda, había un albergue rural privado. Así pues, me despedí de la abuela y del perro y continué el camino; a pocos kilómetros tomé el desvío hacia el albergue rural, que no estaba señalizado. La pista se adentraba en un valle cerrado y boscoso. Sólo se oía algún pájaro solitario, mi propio silbido tarareando una canción y, si me callaba, el leve rumor de las hojas de los árboles que mueve el viento. A cabo de media hora desde el desvío llegué a lo que parecía un gran y viejo caserío, de una sola planta, emplazado allí donde el valle se abría extendiéndose en un llano con algunas tierras de labranza. Era el primer signo de vida humana desde el desvío del camino señalizado.

Detrás de la casa se sentaba en un banco de piedra un señor mayor, de aspecto rudo, con una camiseta blanca de tirantes tipo albañil. Me dio la impresión de que no esperaba visitas. La impresión quedó confirmada cuando me miró. Le pregunté por el albergue privado; pareció sorprendido, pero se levantó, me dijo que esperara y se dirigió a la entrada de la casa, en la parte opuesta. Mientras observé un letrero cochambroso que decía “La Cannabis”, o algo parecido. Tenía la impresión de haber caído en el último rincón del mundo.

Unos minutos después, por el camino que rodeaba el caserío, apareció el señor mayor acompañado por un hombre joven, de unos treinta años, alto, delgado y rubio, que se acercaba mientras se iba abrochando, de forma lenta y amanerada, una fina camisa blanca. Juntos parecían dos especies distintas de homínidos, unidos en el espacio y el tiempo por un incomprensible azar. Al llegar a mi altura el hombre joven ya se había abrochado todos los botones. Le pregunté si era posible quedarme a dormir en el albergue rural, a lo que me respondió que en el albergue hoy no había nadie, pero que tampoco esperaban a nadie. Mirando el reloj (ya pasaba de las siete de la tarde) me comentó que los peregrinos solían avisar con antelación, y que solían llegar al mediodía. Me pareció entender que, muy educadamente, me estaba llamando impresentable, y supongo que con razón. Le dije que no había ningún problema, que podía continuar el camino pues iba preparado para dormir al aire libre, eso que los franceses llaman dormir à la belle étoile (a la bonita estrella), y que en cualquier otra lengua del mundo sonaría irritantemente cursi, pero que en francés suena tan sensual. Él me contestó que podía quedarme, pero que debería esperar pues antes debía acondicionar el albergue. Para mi sorpresa, no entró en el caserío, sino que se alejó en dirección a... una ermita! Ni la había visto: a unos setenta metros había una ermita, una pequeña ermita de piedra que con seguridad existía desde hacía unos cuantos siglos.

Todo era algo inquietante: el hombre mayor de mirada sombría, el extraño nombre del lugar, el viejo caserío en aquel perdido valle, la solitaria ermita, el chico rubio algo afeminado, parecido a como siempre imaginé un asesino en serie, de aspecto angelical, educado, refinado y preciso. Envié dos msn a amigos para decirles aproximadamente el lugar en el que me encontraba. Si desaparecía, que supieran por dónde empezar a buscar el cuerpo o lo que quedara de él.

Finalmente, el chico salió de la ermita y me hizo señas para que me acercara. Daban ganas de salir corriendo. Pero cuando entré me quedé absolutamente asombrado: la ermita había sido maravillosamente acondicionada como albergue. El techo se sostenía con sólidos contrafuertes cruzados de madera, apuntalados por gruesas columnas también de madera. Habían unas 8 o 10 robustas camas en la sala principal, con espacio suficiente entre ellas, y a mano izquierda se encontraba una pequeña y moderna cocina de madera maciza y acero inoxidable completamente equipada. En el sótano se encontraban el baño y los servicios, con unas instalaciones que no desentonarían en uno de esos lugares para dormir que lucen, con orgullo, algunas estrellas junto al nombre. La reforma había exigido, con toda seguridad, una inversión económica considerable, pero el resultado era admirable.

Me contó que todavía tenían pocos clientes, porque el albergue llevaba en funcionamiento poco más de un año y aun no salían en algunas guías. También me dijo que se habían anunciado en revistas especializadas. ¿Especializadas? Ya empezaba a entender... Me preguntó si quería cenar, a lo que le dije que sí si no era ninguna molestia. Me contestó que en absoluto.

Después de la ducha subí a la cocina, donde el chico estaba preparando la cena. Me sirvió una copa de vino blanco, y charlamos de banalidades mientras cocinaba y preparaba una mesa para tres. Me dijo que también vendría su pareja.

Al cabo de un rato apareció por la puerta un hombre de aproximadamente su misma edad, moreno y de complexión fuerte. Su aspecto era de un profundo cansancio, con la piel demacrada y una mirada sin luz. Me saludó con cortesía, se sentó y fue colocando sobre la mesa, con lentitud, un gran número de comprimidos de distintos colores, que ingirió antes de empezar a cenar. Hablaba perfectamente el español, puesto que había vivido algunos años en Ibiza, lo que nos facilitó a los tres enormemente la comunicación. Él, al igual que su pareja, eran de París, donde habían residido hasta hacía poco más de un año. En la conversación se antepuso mi prudencia a mi curiosidad, y giró sobre los lugares de España que ambos conocíamos, un recurso siempre digno en estos casos. La cena fue exquisita: gazpacho y cordero al horno. Terminada, el chico moreno se disculpó y se marchó, y el jefe me invitó a un bourbon. Dije que sí, porque ¿qué hubieran dicho ustedes? Un bourbon es un bourbon, aquí y en la campiña francesa.

Mientras paladeábamos ese alimento del espíritu de color avainillado, con el tintineo del hielo en el cristal del vaso, me contó que aquel era un buen lugar para el descanso y el sosiego para quien, por motivos de salud, lo necesite, lejos de la atmósfera recargada de la gran capital, y lejos también de las amenazadoras sombras de la tentación. Y ello al alto precio de todo amor desprendido, al alto precio de dejar atrás amigos y familia, quizá incluso trabajo, de vivir lejos de los cines y teatros, de los conciertos y los bares, y de todas las luces y alegrías urbanas para aceptar una vida de ermitaña austeridad. Afuera, la noche caía tiñendo de negro los pájaros, los árboles y las piedras.

Al día siguiente, temprano, él ya estaba en la cocina, con el desayuno preparado, despierto, como si no hubiera dormido, como si no necesitara dormir, como si solo yo cargara con el castigo de ser humano. Después del desayuno y de preparar la mochila, salimos los dos de la ermita y me indicó un sendero para recuperar el camino sin necesidad de retroceder. Nos despedimos con un apretón de manos ¿Qué es un largo camino a pie sino una despedida, tras otra despedida? ¿Qué es un largo camino a pie sino emprender, cada mañana, un viaje hacia algún lugar en el que nadie te espera? Cuando había andado unas decenas de metros me giré, vi la ermita bañada en el rojizo del amanecer, pronuncié un “suerte” que nadie oyó, y me alejé por el sendero zig-zageante, entre los robles, silbando no recuerdo qué canción.

Comentarios
dominique (no verificado)
Imagen de dominique
A veces hay que desviarse para encontrar sitios tan encantadores... ¿como se llama este lugar? Ademas me gusta mucho la manera de relatar esta anecdota que deja planear una atmosfera un poco misteriosa y tambien el uso de algunas palabras francesas. Muy bien escrito, un placer
Gracias Dominique, sobre el lugar no recuerdo más de lo que he escrito, cuando mire una guía te diré cerca de qué pueblo estaba... Saludos.
Hola peregrino! Me ha encantado tu historia. ¿Te animas a compartirla con otros peregrinos en nuestros foros? http://camino.xacobeo.es/es/comunidad-peregrinos/foro. Un saludo.
Carmen
Imagen de Carmen
Hola, me ha encantado el relato. La descripción del lugar, de la situación y el toque de misterio han hecho que me quedase pegada al ordenador hasta saber como acababa la historia. ¡Las cosas que pasan en el Camino! Espero que nos sigan pasando y tu que las cuentes en tu maravilloso blog. Un saludo, Carmen
pilar
Imagen de pilar
M'encanta et teu relat...tens bona fusta...anima't a escriure. Crec que vaig ser la primera en llegir-te...jejejeje
Fina (no verificado)
Imagen de Fina
Que bé que ho expliques, i ara després de llegir-te ja em posaria les botes i aniria a caminar! Et felicito!