Primer Camino de Santiago: 10 errores
Este mes se cumple mi mayoría de edad en los caminos de Santiago. Parece que fue ayer, pero ya han pasado 18 años desde aquel viaje en tren nocturno y aquellas jornadas de ruta entre Burgos y León. Fue casi sin querer, acompañando a un amigo que estaba pasando un bache en su vida. Joan, que así se llamaba, pensó que irse al Camino le podía ayudar a tomar decisiones, a ver las cosas más claras. Fue él quien me sugirió que le acompañase, ni que fuese una semana. Yo había hecho travesías de montaña en mi juventud, llevaba un tiempo muy agobiado por el trabajo y me apetecía escapar unos días. Ni Joan ni yo teníamos experiencia jacobea, ni tampoco nos habíamos informado previamente; nuestro conocimiento del Camino era por terceros, apenas cuatro vaguedades.
Caminamos juntos ocho jornadas, durante las cuales todo fue muy diferente a lo que habíamos imaginado, casi todo para bien… salvo algunas cosas en las que pagué la novatada. Llegados a León, él continuó hacia Compostela; yo no disponía de más días y tomé el tren —de nuevo nocturno— de vuelta a casa. Volví del camino hecho polvo, con ampollas en ambos pies, con varias uñas negras (que poco después caerían), atacado por picaduras de pulgas que se habían cebado conmigo en un albergue, pero sobre todo cansado, muy cansado. Mi sensación era agridulce: alegría por lo que habíamos vivido en esos días, por las amistades que habíamos hecho (entre ellas Mariajé, peregrina entonces novel y hoy hospitalera insigne), y tristeza por no continuar con ellos algunos días más en su periplo hacia Compostela. Los paisajes infinitos y las soledades de la Meseta —con pequeños oasis como Hontanas, Castrojeriz o Frómista— habían calado en mí: comenzaba a notar un runrún inexplicable, algo así como un gusanillo en el estómago, un presagio de que esta pequeña aventura no había hecho más que empezar.
Contra todo pronóstico —y contra la opinión de mi esposa, que pensaba que me había vuelto loco— retomé el Camino al año siguiente, conocí en Astorga a Manu, quien sería mi mentor en los caminos, llegué con él a Santiago y continué hacia Fisterra. Como diría Humphrey Bogart en la escena final de Casablanca, aquél fue «el inicio de una hermosa amistad». Y así hasta hoy, con decenas y decenas de rutas jacobeas en la mochila, y deseando seguir descubriendo otras muchas que todavía no he pisado.
Con la perspectiva que da esta mayoría de edad, creo que es buen momento para analizar los errores cometidos durante aquella primera experiencia en el Camino de Santiago, así como los aciertos, que también los hubo; probablemente sean similares a los de vuestro primer camino. Esperamos que nos los expliquéis, si os apetece, a través del Foro y de las redes sociales de Gronze; entre todos tal vez ayudaremos a los que todavía dudan, a aquellos que quieren lanzarse y no acaban de atreverse. Porque, aunque quede ya un pelín lejos, todos hemos sido en su momento novatos y hemos cometido —corrijo: seguimos cometiendo— fallos de principiante. Aquí los míos:
- Ir mal preparado: para hacer el Camino no es necesario ser un atleta olímpico, pero conviene un cierto entreno durante las semanas anteriores, siempre con el calzado que utilizaremos (imprescindible) y con algo de peso en la mochila. Yo no lo hice, y lo pagué.
- Llevar demasiadas cosas: todos, todos, todos, hemos acabado al tercer o cuarto día en la oficina de correos, enviando una caja de vuelta a casa, con varios kilos de ropa y trastos innecesarios. Una sugerencia: después de cada ruta, haced una lista con todo lo que os ha sobrado; qué razón tenía el arquitecto Mies van der Rohe cuando pregonaba: «Menos es más».
- Utilizar una mochila demasiado grande y pesada: mejor que sea pequeña y minimalista: así no la llenaréis tanto y la espalda os lo agradecerá.
- No ajustarse bien la mochila: hay que aprender a regular las correas para cargar el peso sobre las caderas y no sobre los hombros. Flipo cuando veo a gente caminando sin apretarse el cinturón ventral de su mochila: para quien todavía no lo sepa, ese cinturón es lo más importante de vuestro equipo, no está por adorno.
- Estrenar calzado recién comprado: unas zapatillas o unas botas nuevas, sin domesticar, os pueden destrozar los pies el primer o el segundo día. Recordad además, cuando vayáis a la tienda, que tras varias horas de caminata los pies se calientan y se hinchan (se dilatan) del orden de una talla. Otro error muy habitual es utilizar botas con membrana impermeable en estaciones cálidas o si no va a llover.
- No cuidarse los pies antes, durante y después de la etapa: hay maneras sencillas para evitar las temidas ampollas y la tendinitis, y no son precisamente comprar calcetines caros (la mayoría son un timo, yo los compré la primera vez y no lo haré nunca más). Cada peregrino acaba descubriendo lo que le funciona mejor, pero la vaselina, el alcohol de romero, descalzarse y dejar respirar los pies durante alguna parada intermedia, suelen ser trucos de lo más efectivo. Si vas con prisas y no lo haces, ya sabes a qué te expones.
- Estirar un poco antes de arrancar: convendría hacer estiramientos suaves para calentar los músculos (mejor en la calle y con la mochila puesta, ya que los albergues no son gimnasios). Moderad el ritmo de inicio, y mucho cuidado con las bajadas en frío, nada más comenzar: es lo peor para las rodillas.
- Pecar de optimistas: una primera etapa larga y matadora aumenta las posibilidades de dolores y lesiones en los días siguientes, y más aún si añadimos en dicha primera jornada el resto de errores de principiante… Mejor dosificar las fuerzas y comenzar con una etapa suave de 15 ó 18 kilómetros como máximo. Y si ello no es posible, al menos distribuid la jornada con varias paradas intermedias. Recordad: seguro que llegaréis, no hay prisa.
- No beber suficiente agua: los músculos necesitan hidratación antes, durante y después de cada etapa; una buena manera de comenzar la jornada sería beber un litro de agua tras levantarse, antes de arrancar, como hace por sistema un conocido peregrino y youtuber. Las lesiones y los desvanecimientos vienen en su mayoría por estrés y por falta de hidratación.
- No documentarse antes de cada etapa: antes de partir en el primer camino me compré una flamante guía en papel, la de El País-Aguilar; pero la llevaba siempre en la mochila y apenas la consultaba, o lo hacía a toro pasado. Qué tonto que fui, me perdí tantas cosas… Ahora ya no me pasa, os lo aseguro: mi truco es dedicar 15 minutos durante la tarde a leer en Gronze los Al Loro y el Recorrido de la etapa siguiente.
Podría seguir con esta confesión de errores de principiante, pero tal vez sea mejor que seáis vosotros quienes ahora nos expliquéis los vuestros, a través de las redes sociales. Como me he alargado bastante, si os parece dejaremos para una próxima entrega la segunda parte del artículo, donde intentaré enumerar los aciertos de aquel primer Camino.
Segunda parte del artículo: Primer Camino de Santiago: 10 aciertos
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