Nieves Concostrina y la tradición jacobea
Hay quien piensa que nos gusta repartir estopa. No, no es cierto, qué más quisiéramos nosotros que vivir en la república isleña tomasmoriana de Utopía, allí donde los ciudadanos son virtuosos, la paz social reina, los canes se atan con longanizas y toda acción está destinada al bien común y sometida al beneplácito del público. O, por aludir a la meta del Camino, lo que daríamos por morar in aeternum en la Jerusalén Celeste, esa corte de almas por siempre regocijadas en la contemplación de la divinidad. Aquí podemos aplaudir las acciones positivas para el Camino de Santiago y la peregrinación, lo hacemos también a menudo, pero también criticamos lo que en nuestro modesto entender consideramos ocurrencias absurdas, atentados patrimoniales, la plaga neocaminera, el contagio turístico del peregrinaje o la banalización de la tradición jacobea.
A propósito de lo último, hoy vamos a dedicar la hoja parroquial del domingo a una colega, la periodista Nieves Concostrina, que a través de sus programas Cualquier tiempo pasado fue anterior y Acontece, que no es poco (ambos en la SER, el segundo ingenioso remedo del título de la aclamada película surrealista de José Luis Cuerda), se dedica a divulgar algunos episodios de la historia de España, Europa y el mundo. Lo hace en un tono jocoso, de un modo bastante superficial, centrada en el cotilleo más que en cualquier análisis mínimamente serio, dedicándose a despellejar a sus bestias negras favoritas y a buscar la risa fácil.
Nieves tiene una especial querencia por los imperialistas (en especial por los sádicos), la realeza (en particular los borbones), los políticos inconsistentes, los personajes hipócritas y, de un modo muy recurrente, por la Iglesia católica y sus santos. A estos últimos les dedica flores a menudo, concluyendo que gran parte de los males de la humanidad, y más concretamente de los de España, tienen su raíz en la beatería, en esa legión de meapilas que han seguido las directrices romanas o vaticanas. Como atea militante, considera que la creencia en Dios, que considera superada no sé si por haber leído mucho a Nietzsche, Marx y sus epígonos, o por una convicción adquirida basada en experiencias propias, ha tenido y tiene unas funestas consecuencias en la historia de la humanidad.
En tal sentido, sus peroratas adquieren un rampante tono anticlerical que nos recuerda mucho al de algunos liberales decimonónicos cuyo interés era, como es sabido, eminentemente material. Su letanía siempre incide en los presupuestos liberales del progreso y el racionalismo, adoptando posturas claramente maniqueas, todo ello con el recurso de simplones y repetitivos clichés destinados a erradicar de una vez por todas la superstición y las leyendas.
El pobre Santi
Pues bien, ahora vamos a centrar el tema, porque leyendo un libro de Jesús Bastante (Santiago en el fin del mundo. El primer camino del Apóstol, La Esfera de los Libros, 2021), novela histórica en la que se pretende reconstruir el supuesto viaje a Hispania de Jacobo el Zebedeo (entretenida, no más), aparece un satírico desmentido final, sustituto del prólogo y tal cual como un exorcismo exprés de la leyenda jacobea, firmado por la ínclita Concostrina.
No vamos a defender aquí el mito jacobeo, eso es cosa del siempre esforzado Alberto Solana, sino a revisar un poco los argumentos y obsesiones de Nieves.
El comienzo del panfleto es demoledor, pues define a Santiago como el Darth Vader hispano, y todo el relato de la novela, pura ficción, como una mentira de principio a fin. Santiago es, en su opinión, «el personaje-fake más rentable de los tiempos cristianos y sobre cuyos huesos-fake se ha levantado el emporio financiero más descarado gracias a una clientela fiel». Buen inicio, tres pares de banderillas en el lomo sin mediar una verónica.
Añade que sobre este asunto más vale que se novele o fabule, dado que toda la tradición es obra de los «guionistas de la multinacional católica»… y se nota «que lo hicieron sin soltar el cubata». Por lo tanto será idiota, así de clarito y sin rodeos, el que se crea todo este montaje de la predicación y la traslación:
«Santiago no pisó España ni vivo ni muerto; Santiago no montaba caballos blancos; Santiago ni mató moros ni mató indios; Santiago no irrumpió en la batalla de Clavijo porque ni siquiera tal batalla tuvo lugar; Santiago no es peregrino ni es caballero; los huesos de Santiago son una estafa; el obispo Teodomiro jamás encontró la tumba; […] Santiago no tuvo una cita a ciegas con una virgen a orillas de un río, ni mucho menos la tal virgen dejó una lavadora puesta en Palestina y se vino en carne mortal para decirle a Santi… «jomío, ponme un piso». Es más, Santiago no existió. Es un fraude con la misma base documental que Bob Esponja».
Con todos nuestros respetos por Bob Esponja y los Reyes Magos, el desmentido termina con otra atribución curiosa, pues califica a Santi, del que con anterioridad había expresado que nunca había existido, como genocida decapitador de moros, de ahí el Darth Vader.
Como guinda, porque si Santiago es una ficción la conclusión es clara: «el único camino es el que se hace al andar, a ser posible en dirección contraria a una tumba fraudulenta».
En alguno de sus programas radiofónicos también ha catalogado a los peregrinos de tontainas en grado sumo, y al Camino como un producto de marketing para engañar a la tropa y, en los tiempos que corren, atraer a los guiris para sacarles la pasta.
Un discurso, más allá de la broma, peligroso
Esto sí es despacharse a gusto, y lo demás medias tintas propias de timoratos cargados de escrúpulos. Pero de lo que no sé si se da cuenta o no Nieves Concostrina, es de que su modo de actuar, banalizando el propio conocimiento científico, es más propio de los twits trumpistas o bolsonaristas, esto es, un producto en la onda de la simplificación de lo complejo, aplicando presupuestos y prejuicios del presente al pasado e ignorando el contexto de la época. Un recurso que, amparado bajo el ropaje de la broma, nos recuerda a la metodología comunicativa de los populismos de todo signo que, apoyada en la galopante aculturación propiciada por las redes sociales y sus códigos pueriles, galopa a base de eslóganes, rehusando las argumentaciones.
No es el objeto de este artículo vindicar la tradición jacobea, ya lo hemos expresado, pero sí los estudios concienzudos que llevan décadas ocupando el tiempo y esfuerzo de muchos investigadores, los cuales a través de artículos, libros, tesis doctorales y congresos han hecho avanzar, con rigor, el conocimiento. Y todo ello para que ahora llegue la lista de la clase, con un sainete, a sentar cátedra con cuatro frases ingeniosas.
El mundo en blanco o negro no solo es manipulador y falso, por más que se envuelva en el papel de regalo del supuesto humor, sino peligroso. Porque los procesos históricos no se pueden despachar a la ligera, y los mitos son tan consustanciales al género humano, y han contribuido a fraguar el universo de nuestra existencia, como la propia realidad, en ocasiones tan triste.
La historia es un hueso duro de roer, y raras veces se convierte en best seller como le sucedió a Galdós con los Episodios Nacionales (sin duda eran otros tiempos). Acaso por ello, y por seguir constituyendo un suculento filón, algunos autores nos la ofrecen al modo de un divertido entremés: lo hace Pérez Reverte con ingenio y gracia (sería algo así como el Eugenio del género), y también Nieves (como mucho se quedaría en un Chiquito de la Calzada), cuyas gracietas no van más allá del hasta luego Lucas o el pecador de la pradera, puros gags para un consumo frugal e intrascendente.
Sin embargo y por momentos, lo que parece un juego, una sátira o un entretenimiento, fraguado en la reiteración adquiere el tono de la furibunda prédica de una señora atea, abanderada del laicismo, poco respetuosa con las opiniones ajenas y que se ampara en el chiste y la gracieta para arremeter contra todo lo que no le gusta.
Por lo que respecta a su fe en el progreso, que acabará con todas las fábulas y mitos religiosos de cualquiera tiempo pasado que fue anterior y peor, los filósofos ya la han enterrado en Mauthausen, Treblinka, Hiroshima, Nagasaki o, por si quedase alguna duda, ahora mismo con el calentamiento global.
Los mochileros de Santiago, como usted despectivamente nos califica, no somos una legión de estúpidos manipulados por la grande y perversa multinacional del Vaticano, sino justamente lo contrario, señora Concostrina, una vanguardia, como escribió Maldonado, de un mundo más justo, reflexivo, fraternal y trascendente. Si no lo entiende, porque no quiere o no puede, peor para usted, porque un universo simplificado no es más que el resultado de una mente simple.
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