Camino de Santiago, ¿puede ayudar a superar una crisis existencial?
Parece comprobado que las personas muy reflexivas o personas con altas capacidades intelectuales suelen experimentar más crisis existenciales que el resto de los mortales; pero no es exclusiva de personas con estas características.
Todas las personas podemos experimentar una crisis existencial en algún momento de la vida.
No debemos pensar que las crisis existenciales son cosas menores, pues una profunda angustia emocional, tener pensamientos negativos sobre la vida, el futuro, y el propio sentido de la existencia, algunas veces, pueden derivar en una depresión si no se afrontan correctamente.
Las características comunes a los trastornos depresivos es la presencia de un ánimo triste, vacío o irritable, acompañado de cambios somáticos y cognitivos que afectan significativamente al funcionamiento normal de la persona.
Y dentro de los trastornos depresivos podemos encontrar diferentes tipos, el más conocido por todos tal vez sea el trastorno de depresión mayor, pero existen otros como el trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo o el trastorno depresivo persistente comúnmente llamado «distimia».
Pero no vamos a hablar de los trastornos depresivos, sino de la importancia de la gestión de las crisis existenciales para que no deriven en depresión y sean un motivo de autodescubrimiento positivo. ¿Cómo? Pues haciendo el Camino de Santiago. Pero haciéndolo sin compromisos preestablecidos, haciéndolo por tu cuenta, haciéndolo como aprendizaje y con actitud de apertura a la experiencia.
En primer lugar, para afrontar una crisis existencial, debes darte permiso para sentir esa tristeza, ansiedad, confusión o esa sensación de vacío o cualquier otra emoción o sensación que te acompañe.
Todas las emociones tienen su función. A veces, tenemos la tendencia de intentar eliminar de nosotros de manera radical todo aquello que nos desagrada, y eso, queridos peregrinos, no es posible. Somos seres humanos y sufrimos.
Tengamos en cuenta que las emociones básicas son alegría, tristeza, miedo, sorpresa, ira y asco. Salvo la alegría y a veces la sorpresa… el resto no nos caen tan bien. Pero son tan necesarias unas como otras. Y si intentamos deshacernos de ellas, lo único que vamos a conseguir es que aparezcan de otra manera o se manifiesten en otro lugar del cuerpo haciéndonos daño.
Cuando uno está feliz, se ríe o sonríe. Y cuando uno está triste, llora.
Compartir las sensaciones de la crisis existencial con personas de confianza ayuda mucho. Y si es en el Camino de Santiago con peregrinos dispuestos a escuchar, ayuda más.
Compartir nos ayuda a sacar de dentro, a poner distancia; y, además, nos ayuda a sentirnos algo mejor. Si esas sensaciones se comparten con peregrinos dispuestos a escucharnos, tal vez empecemos a encontrar algún sentido a la vida: compartir.
Somos seres sociales (unos más que otros) y compartir nuestras cosas nos hace más humanos, nos acerca a lo que somos.
Si tenemos una crisis existencial y elegimos el Camino de Santiago como contexto ideal para encontrar un Camino en la vida, tal vez nos puede ayudar.
Día a día, paso a paso, en soledad o en compañía, tal vez nos vamos dando cuenta de que el sentido de la vida es caminar, sin más. Uy, ¿He dicho yo esto?
Cuando llevamos varios días caminando solemos entrar en una dimensión psicológica distinta, una frecuencia de superación y bienestar que nos hace ver nuestros problemas con cierta distancia. Aprendemos a valorar el placer de una ducha, de una comida o de un descanso reparador en la litera de un albergue después de una dura etapa.
Nuestros problemas cotidianos pasan a ser otros: las necesidades básicas (comer, beber y dormir; y por supuesto: caminar).
Con esto conseguimos una mayor flexibilidad psicológica, nos damos cuenta de que esos pensamientos ligados a nuestra crisis existencial que teníamos diariamente rondando por nuestras cabezas, ahora tienen una dimensión más ligera. Porque ahora lo que necesitamos es saber que tenemos acceso a comida para alimentarnos o un albergue para poder descansar.
Si además nos hacemos daño, nos sale alguna ampolla, empezamos con tendinitis o algo similar, seguramente nuestra atención se irá al dolor y se olvidará de los otros pensamientos rumiativos que nos preguntaban continuamente cuál era el sentido de nuestra vida.
Seguiremos sin saber cuál es el sentido de nuestra vida, pero tendremos una ampolla que nos estará avisando que el sentido de la vida en esos momentos reside en los pies y en la manera de poder seguir caminando sin dolor.
No nos olvidemos de la espiritualidad. Hay personas ateas que tienen crisis existenciales y hay personas espirituales que tienen crisis existenciales. El Camino de Santiago es un contexto perfecto para conectar con esa espiritualidad y hallar respuestas a nuestras preguntas más filosóficas.
Se puede ser ateo y tener también experiencias místicas. Te lo digo yo. Las experiencias místicas están directamente relacionadas con la neurobiología cerebral, no hace falta creer en ningún dios o en algo similar.
Seas creyente o ateo, caminando día tras día en soledad por algún Camino de Santiago con la actitud abierta a descubrir sobre ti y sobre el entorno, desconectando todo lo posible del contexto digital y de las noticias del mundo, puede favorecer que tengas una experiencia mística que te invite a percibir la vida de otra manera; ayudándote así a afrontar la crisis existencial desde una perspectiva distinta.
La neurociencia sigue investigando sobre las experiencias trascendentales y se ha visto en laboratorio que, estimulando algunas zonas del cerebro, se pueden conseguir experiencias místicas. Por eso sabemos que no están relacionadas con las creencias, sino con la neurobiología cerebral. De todas formas, queda mucho por averiguar sobre ello. Y no voy a entrar a opinar sobre la función real de las experiencias místicas, porque no sé si tienen una función en sí mismas o no. Lo que sí es cierto es que les podemos sacar partido para el autoconocimiento si estamos abiertos a aprender.
La conexión con la naturaleza que tenemos en el Camino de Santiago, la conexión con otras personas, o la cantidad de símbolos que podemos encontrar, son otros tres factores que nos ayudan a gestionar una crisis existencial.
Ya hemos hablado en múltiples ocasiones que caminar por entornos naturales:
- reduce la actividad de la amígdala (la estructura cerebral muy relacionada con el miedo y la ansiedad).
- se optimizan los niveles de cortisol (la hormona del estrés).
- estando en contacto con la luz natural de la mañana al aire libre, favorecemos los correctos niveles de vitamina D y de serotonina (el neurotransmisor de la felicidad).
- la dopamina es el neurotransmisor del placer y del movimiento (entre otras cosas); caminar es movimiento; y caminar, lo que se dice caminar, caminamos bastante.
- ¿Os he descrito alguna vez lo que hacen las fitoncidas en nosotros? ¡No me acuséis de utilizar cada día palabras más raras! Las fitoncidas son unas sustancias químicas que liberan las plantas y algunas investigaciones sugieren que la exposición a fitoncidas puede reducir el estrés y mejorar el estado de ánimo. En el Camino de Santiago vamos por entornos rurales muchas veces: dosis de fitoncidas a tope y a diario.
Así que, aunque nos centremos solo en la biología, ya tenemos motivos para darnos cuenta de que caminar día tras día en un contexto seguro como es el Camino de Santiago, nos ayuda a sentirnos mejor y a dar luz a nuestra existencia.
Si además somos espirituales o místicos, tenemos ese plus.
Y si además, creemos en el Camino de Santiago como contexto ideal para ser más felices… ya sabes: si estás atravesando una crisis existencial ¡ve y coge la mochila ya!.
Buen Camino.
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