María, una luz que se apaga en el Camino

La argamasa que suelda el gran edificio del Camino de Santiago es la hospitalidad, pero no una hospitalidad de grandes patrocinios como la desarrollada para mayor gloria propia por los monarcas, así en el burgalés Hospital del Rey o en el compostelano Hospital Real, sino la dispensada a través de pequeñas iniciativas, gestos humildes, tiempo dedicado al peregrino cada día y a lo largo del tiempo.

Esta hospitalidad resultaba imprescindible en cumbres de difícil paso, junto a ríos o brazos de mar que habían de ser cruzados en inestables embarcaciones, o en bosques infestados de bandidos y alimañas, y lo sigue siendo hoy en las inmediaciones de las áreas metropolitanas, que nos someten con el ingrato paso por polígonos industriales y zonas degradadas.

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María atendiendo a unos peregrinos en 2014.
María atendiendo a unos peregrinos en 2014.

En un tramo poco agradable para el peregrino, tras sortear el acoso de los parques empresariales de Las Cañas, Cantabria y Parquesol, al poco de entrar en La Rioja y ya cerca de Logroño, en el descenso del monte Cantabria disponíamos de un pequeño oasis de hospitalidad. Desde los años 80, en el inicio de este renacer jacobeo, allí estaba Felisa sellando las credenciales, ofreciendo un vaso de agua a los que pasaban y, en la estación, también el fruto de la higuera plantada frente a su humilde vivienda. Esos higos que, por cierto, merecerían convertirse en un emblema del Camino por los muchos servicios que prestan, entre el final del verano y el comienzo del otoño, para que recuperemos fuerzas con sus azúcares naturales.

Felisa Rodríguez falleció en octubre de 2002, cuando los higos están más dulces, pero entonces no cejó la acogida, ya que su hija María Mediavilla, que ya la venía ayudando, heredó aquel feliz y sencillo lema compuesto por tres palabras, «higos, agua y amor», que figuraban en su sello, uno de los más valorados de la credencial. Desde su tenderete nos ofrecía fruta (higos u otra procedente del huerto), agua o café, y también vendía algunos objetos de recuerdo, con una hucha para dejar un donativo.

En la entrevista que le hicieron para Radio Camino hace un lustro, María reconoce que los tiempos estaban cambiando: «antes había más apego al Camino, veías a los peregrinos con espíritu de peregrino… si mi madre viniera al mundo y viera el Camino me diría, me voy porque esto no es lo que yo estuve». Pese a ello, no se arrepiente de seguir ofreciendo a los peregrinos lo que puede, poco porque vive de una modesta pensión de viudedad, pero tratándolos siempre lo mejor que puede. Y sí, muchos son agradecidos, «recibes todo el cariño del mundo, hay gente estupenda, que es un encanto». Ella les aconseja que vivan y disfruten el Camino, eso sí, «sin fiarse de nadie».

Por su parte, entre los peregrinos podemos leer todo tipo de testimonios, entre los que predominan los de gratitud. No está ausente el fetichista, que colecciona sellos y fotos con personajes del Camino para demostrar su gran implicación a través de las redes sociales o un blog. Y tampoco los que van por el Camino sin enterarse de nada… Recuerdo mi último paso por aquel tramo, a finales de octubre de 2014. Tuve que explicar a mis compañeros circunstanciales de ruta, en aquel momento de Corea, Bélgica, Alemania, Francia, EE.UU. y Cuenca, que María era un símbolo el Camino, y que debíamos disfrutar de aquel breve encuentro y conversación, que no todo van a ser la fuente del Vino o la calle Laurel (de estas nadie se olvida, no). Añadí que la capital riojana era afortunada, porque tenía dos escoltas a su entrada y salida: María y, en La Grajera, Marcelino Lobato.

María seguía conservando la obsesión contable de su madre, que desde los años 80 trazaba sus palotes en cada jornada, y sabía el número exacto de los que habían pasado esa jornada, el último mes y a lo largo del año. Habría sido una gran administrativa.

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Sello de Felisa.
Sello de Felisa.

Como apunta sabiamente Alberto Solana sobre Felisa, que tanto vale para María, «el Camino siempre recordará a estas personas que imprimen carácter al Camino, y su carisma llega incluso a quienes no las conocimos ni tuvimos la suerte de llevarnos su sello en nuestra credencial». Esta es la grandeza de la ruta, no los monumentos, no las vacuas promesas de experiencias top de las agencias, no los delirios de la magia intangible que nos hará crecer como personas, en ocasiones sin prestar la más mínima atención a lo que vamos dejando en nuestro derredor.

María nos acaba de dejar y con ella sigue despidiéndose una generación entera, la primera línea de este milagro del Camino que comenzó en los años 70-80, esa providencial vanguardia en la que militaron Elías Valiña, Madame Debril, Francisco Beruete, José María Alonso, José Mariscal, Antonio Viñayo, Pablo Payo, y tantos otros que han compuesto un ejército tan numeroso, en muchos casos tan anónimo, como el de los mártires de la legión tebana.

Más que profundizar en los tópicos del género elegíaco, o recurrir a un clásico infalible como Jorge Manrique, rompiendo moldes pienso ahora en una canción de Ambra Angiolini, T’appartengo (1994), que volvía locos a los adolescentes, haciéndolos llorar a moco tendido, y que coincide con la explosión jacobea. En su retahíla de sentencias sobre el amor romántico decía aquello de e se prometto poi mantengo, y me ha venido a la memoria porque en cierto modo, promesa o no de por medio, la acción de María ha sido un acto de fidelidad a la memoria de su madre, recoger un testigo que exige el sacrificio de la permanencia; en suma, una misión, misión cumplida.

Desearía que alguna de esas administraciones que han llenado de esculturas rimbombantes y tópicas el Camino, tantas de peregrinos barbados del ayer que nada tienen que ver con la moderna tipología del jacobita actual, en que por fin las mujeres sois mayoría, tengan el detalle de colocar allí, a pie de puerta y bajando el desangelado monte Cantabria, las imágenes sedentes de Felisa y María, dos luces del Camino, dos símbolos para tantos que las hemos conocido bajo su higuera y con su sello. Algo así como se hizo con Pablo Payo en Villalcázar de Sirga. Aunque, bien pensado, tal vez deberíamos de tomar los peregrinos la iniciativa…, ¿por qué no?

Entre tanto hoy estamos un poco más desvalidos, aunque al pasar por el monte Cantabria algo permanecerá en nuestros corazones y acaso «por eso, amigos, notaréis en la lluvia olor a higos» (José María Maldonado).

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador

Comentarios
Indi
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Como bien apuntas, sería bonito intentar llevar a cabo ese merecido reconocimiento a expensas e iniciativa de los peregrinos. Al fin y al cabo fuimos nosotros los beneficiados destinatarios de sus higos, agua y amor.
Fernando Iglesias
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Pues sí, efectivamente si siempre es una pena perder un ser humano, pero cuando es una buena persona que dedico toda una vida en dar Agua, Higos y Amor a pie del Camino es doblemente sentido, era-n ambas, Felisa primero y su Hija María después, un hito del Camino, ahí en Logroño Ojala su memoria quede ahí, en esa humilde localización, con una sencilla estatua, para que los Peregrinos, unos sepan quienes eran y otros podamos rendir un pequeño homenaje a esas dos grandes personas Se nos estan haciendo mayores, los diferentes "iconos" del Camino, hay más, no much@s mas D.E.P.