Rebekah Scott: «En el Camino practicamos la ‘economía de gracia’»
Visitamos la palentina Tierra de Campos, con su verde tapiz primaveral, allí donde el Peaceable Kingdom de Rebekah y Patrick se ha transformado en un espacio de acogida para los peregrinos, a la vez que en un centro desde el que se gestiona la hospitalidad de varios albergues.
Actualmente vocal de hospitalidad de la Fraternidad Internacional del Camino de Santiago (FICS), Rebekah Scott es una periodista y escritora estadounidense natural de Pittsburgh, Pensilvania (1962), a quien el Camino le hizo abandonar su tierra natal para instalarse entre estas tierras cerealistas de pan llevar, en un minúsculo pueblo de la España no del todo vaciada gracias a un milagro inexplicable, el de la peregrinación.
Pues bien, ¿en tu caso cómo tuvo lugar el «flechazo» del Camino?
Yo era periodista freelance, como tú, y en 1993 fui invitada por Turismo de España para promocionar el Camino en EE.UU. Tenía un desconocimiento total del país, no sabía nada del Camino, ni hablaba una palabra de castellano… Vinimos seis personas, y nos llevaron en minibús desde Roncesvalles a Santiago, ya sabes, paradores, encuentros con responsables de turismo, buena gastronomía…
En aquel entonces estaba especializada en religión, fe, devociones, y para mí fue una gran sorpresa constatar la vigencia de un peregrinaje de larga distancia como aquel.
Pero el bombazo fue conocer a varios peregrinos, y también a un hospitalero muy especial, Jesús Jato. La precaria acogida que dispensaba en su albergue, el Ave Fénix, me conmovió por su autenticidad.
Pero aquel Camino no fue lo que se dice un Camino de Santiago.
Cierto, por fin en 2001 pude regresar a España para hacer el Camino entero a pie, de Roncesvalles a Santiago, durante seis semanas. Primero con Patrick hasta Logroño, luego sola. Me enamoré del Camino y la experiencia cambió mi vida. Me sorprendió lo generosa y acogedora que era la gente, tanto los vecinos como los peregrinos. Entre los segundos era increíble experimentar cómo se ayudaban entre ellos pese a ser de diferentes razas, culturas, religiones, algo que no harían en su vida normal. Y también me fascinó que aquellas relaciones del Camino permaneciesen en el tiempo.
Entonces supongo que el flechazo…, te hizo cambiar de vida.
Bueno, pronto colaboré con la Confraternity of Saint James, y me hice socia de American Pilgrims. De hecho, entre 2001 y 2006 vivimos la experiencia de los hospitaleros voluntarios, con la Confraternity y Hosvol, a la vez que buscábamos un lugar en paz para quedarnos. Estuvimos a punto de elegir la Vía de la Plata, por la amistad que entablamos con Blas, el cura de Fuenterroble de Salvatierra. También estuvimos en Miraz, donde Patrick fue pionero en la asistencia, Burgos y San Juan de Ortega. Pero el destino nos trajo a Moratinos para visitar a unos irlandeses que, al final, se habían marchado del pueblo. Descubrimos que la gente era muy sencilla y acogedora aquí, y regresamos en la fiesta local de agosto. Vimos una casa a la venta, la amarilla, y aquí nos quedamos.
Nuestra integración ha sido buena, pero con sus altibajos, porque en cierto modo siempre seremos extranjeros.
¿Vuestra idea inicial era la de crear una especie de refugio?
Moratinos no es una parada natural, la mayoría sigue a Sahagún, pero nuestra casa siempre estuvo abierta a los peregrinos, cierto que solo para los amigos, una acogida para pocas personas en dos habitaciones que tenemos separadas para ellos, en las que disponen de intimidad. Y sobre todo en invierno, cuando los demás albergues cierran y no existe otra alternativa. Nada que ver, por lo tanto, con un albergue.
Dada tu experiencia en el ámbito de la acogida, habrás percibido una evolución en el perfil de los hospitaleros, porque no solo los peregrinos han cambiado.
Hay muchos tipos de hospitaleros, predominan los jubilados de otros países, muchos entre los 60 y 70 años pero aún con energía, profesores con vacaciones en verano, bastantes mujeres, algunas vienen con otra amiga, pero también jóvenes, en este caso hombres, por ejemplo de Brasil. Entre los perfiles resultan curiosos el modelo mamá o abuela del Camino, que curan, cocinan, cuidan a sus peregrinos, pero también pueden resultar sumamente estrictas; o el tipo militar, rígido, más propio de los hombres. Son bastantes los que vienen de lejos, sobre todo de EE.UU. o Canadá, pero la mayoría son españoles.
Algunos hospitaleros poseen una gran calidad humana, pero también es verdad que otros no se toman en serio su trabajo, e incluso anulan su compromiso poco antes de que les toque prestarlo. En estas ocasiones he tenido que hacer de «comodín», e ir de suplente a los albergues que se habían quedado huérfanos.
Y al otro lado, los peregrinos, también cambian…
Lo que hemos percibido es que cada vez hay más interés por la cuestión del dinero al llegar a los albergues u hospitales, y no se entiende bien la filosofía del donativo, solo la del precio. Esto incluso se puede constatar en los foros, donde nos insultan o toman por locos por dar algo sin esperar nada a cambio. Pero nosotros apostamos por la economy of grace, esto es, que en nuestro caso la hospitalidad no tiene precio.
Algunos peregrinos no comprenden que esta forma de asistirlos no es un negocio, sino un sentimiento, porque como dice el refrán, «algunos saben el precio de todo pero el valor de nada».
Pese a los sinsabores, es necesario seguir aplicando en el Camino esta acogida para quien la necesita.
¿Te sientes feliz gestionando la hospitalidad en la FICS?
Bueno, te confieso que es un trabajo absorbente, introvertido y duro. En nuestro caso hay algunos hospitaleros exigentes que solo quieren estar en Grado o Canfranc, albergues pequeños y cómodos, y no tanto en Nájera. Cuando atendíamos el albergue de San Antón de Castrojeriz, muy espartano, hubo alguno que abandonó en plena faena.
Por fortuna existe una red no oficial de amigos que apoyan a los albergues, y también compartimos información sobre su problemática.
Y sobre el futuro de la hospitalidad tradicional, ¿qué nos podrías comentar?
No estamos en un buen momento, pero podría ser peor. Sin embargo, como historiadora de formación soy optimista, porque el Camino ha pasado por muchos altibajos. Siempre habrá peregrinos que necesiten y agradezcan esta acogida. Tal vez tendremos que cambiar de modelo, quizá no podamos seguir con los donativos, y también será preciso informar mejor a los que se alojen en nuestros albergues. Frente a lo que he denominado como «economía de gracia», surgen expectativas erróneas entre quienes buscan el ambiente de unas vacaciones gratis. Pero si los peregrinos no dejan donativos suficientes, haremos lo que podamos.
Crónicas de un pueblo, y de una vida
Rebekah acaba de publicar un libro sobre su experiencia como peregrina, hospitalera y vecina de Moratinos: A furnace full of God (Una caldera llena de Dios). En él expresa muchas ideas que completan nuestra entrevista.
Sobre sí misma y Patrick expresa que se pueden considerar «ermitaños viviendo una experiencia solitaria y contemplativa en un lugar solitario» (pág. 57), aunque si tú te denominas así acabarás siendo un foco de atracción para los peregrinos, como ha ocurrido a lo largo de la historia.
Cuando define a los verdaderos peregrinos, diferentes de los turistas, comenta que «los peregrinos son personas en movimiento. Vienen, comen, duermen y se van. Sus necesidades son básicas, su tiempo con nosotros es corto. El noventa por ciento de ellos requieren un mantenimiento notablemente bajo, considerando las exigencias que imponen a sus cuerpos» (pág. 49).
Muchos de ellos «nos llaman a nosotros “santos” y “ángeles”, pero esas categorías son fácilmente descartables. Si fuéramos sobrenaturales, esto sería muy fácil. Si esto fuera fácil y sin riesgos, todos lo harían. Lo hacemos porque creemos en el poder de la peregrinación para transformar la vida de las personas. Porque nosotros gustamos de la compañía. Porque es satisfactorio, la mayor parte del tiempo. Si no nos gustara, pararíamos» (págs. 85-86).
En cuanto al peregrino que se introduce hasta los tuétanos en el Camino, Rebekah cree que experimenta un shock al cotejar su experiencia con la del mundo en que vivimos: «El histórico Camino del Peregrino es una colisión del capitalismo y la sencillez cristiana de antaño. Los resultados son fascinantes, conmovedores y, a veces, grotescos» (pág. 139).
Su trayectoria como peregrina y hospitalera, contrastada desde la decisión que la trajo a Moratinos, unida a su férrea voluntad de seguir prestando un servicio imprescindible a los peregrinos, aún sin ser un ángel, al menos por ahora, revela un corazón sensible, solidario y cien por cien jacobeo.
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