El bordón del peregrino

Tal vez hoy tendríamos que plantear el artículo dentro del género elegíaco, esto es, al modo de un poema evocador de nuestro compañero, y entonar un becqueriano y nostálgico adiós de quien ha sido, durante tantos siglos, inseparable apoyo en la travesía del Camino.

La palabra bordón procede del francés antiguo, en el que bourdon significaba lanza, y de ahí pasa al mundo de la peregrinación para definir una alta vara de madera, de sección circular, que se convierte en emblema común de los peregrinos y, a través de las representaciones iconográficas, también del apóstol Santiago, en ocasiones dotado con un bastón en tau, como maestro en su cátedra, pero más frecuentemente como un romero más, con lo que se distingue de los restantes miembros del colegio apostólico.

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Bordones para peregrinos del Camino de Santiago
Bordones para peregrinos del Camino de Santiago

Entre los siglos XI y XIX, y también en la fase revivalista del renacimiento jacobeo contemporáneo, o sea, en los años 80 e inicios de los 90 del siglo XX, el bordón, como la concha de vieira, ha sido un elemento esencial dentro de la indumentaria del peregrino jacobeo. Este apoyo singular y específico se diferencia de los habituales bastones clásicos de caminante o montañero, ya que además de tener una altura mayor, elevándose entre 20 y 40 cm por encima de la cabeza, destaca por su mayor diámetro y robustez, contando con un regatón de metal en el pie, que los herreros solían reponer como si de una herradura se tratara, y un pomo o moldura superior, que puede estar torneada o decorada con labra. En ocasiones también aparecía provisto de un gancho de metal, en la parte superior, para colgar la calabaza o atar un pañuelo, que se utilizaba para protegerse del sol y secar el sudor.

El Códice Calixtino, y más concretamente su sermón Veneranda Dies, explica el simbolismo sacro de los diversos elementos que porta el peregrino, quedando reservado al bordón, como tercer apoyo para el caminante, el valor de la fe trinitaria, así como la función, desde luego más práctica y evidente, de ahuyentar al mal. Junto con la venera, la calabaza y el zurrón, nuestro bordón pasó a convertirse en atributo indispensable entre los peregrinos, y en ciertos lugares de Europa, por ejemplo Alemania, eran bendecidos antes de la partida, acción que ha quedado reflejada en la iconografía jacobea. En versión reducida, los bordoncillos eran cosidos, al igual que las conchas de metal, en esclavina y sombrero. Ambos, asimismo, han pasado a la heráldica.

Pablito, vecino del pueblo navarro de Ázqueta, sito en el Camino Francés entre Estella y Los Arcos –la variante de Lukin ha restado muchos peregrinos a este tramo-, se ha hecho famoso, entrando a formar parte de la reciente crónica del itinerario, por haber tenido la costumbre de regalar a cada peregrino que pasaba por su casa un bordón. Después de haber realizado el Camino en bici en 1966, lo que lo convierte en precursor de esta modalidad, veinte años después comenzó a regalar bordones, primero de olmo, y luego de avellano, a los peregrinos que los quisieran aceptar, y también calabazas por él cultivadas y secadas, y veneras. Hubo años en que llegó a repartir más de mil piezas.

La entrega del bordón la ejecutaba con manual de instrucciones, pues Pablito sufría al contemplar a los modernos peregrinos encorvados por el mal uso de los bastones telescópicos. Los saludaba y, al modo de un avezado vendedor feriante, pero sin ánimo de lucro, les espetaba:

- Por favor, dejad ese castigo de bastones de metal y agarrad un momento este bordón recto, ligero y flexible de vara de avellano. Probad a caminar con él por aquí, en el pueblo, y a bascularlo bien con el giro de la mano, acompasando el ritmo con la espalda recta. Aprended a calcular la altura a la que debe asirse, en llano, cuesta arriba y cuesta abajo. Ya veréis qué práctico os va a resultar en los caminos anegados, para bordear las pozas y conocer su profundidad, y también para discurrir por terrenos enlodados o calzadas resbaladizas. Y la ayuda que os prestará para alejar a los canes maliciosos, que lobos ya no hay, o para varear algún árbol en procura de los frutos de la estación. Las piernas os lo agradecerán al restarles peso. ¡Probad, probad y ya veréis!

Algunos peregrinos desconfiados ni caso hacían y, orgullosos, se quedaban con su tecnología; otros, por no ofender al buen hombre y su generosidad, aceptaban la vara aunque luego no la utilizaran, dejándola a la vera del camino o en un albergue; pero muchos se quedaban convencidos, e incluso he visto más de una vez, con mis propios ojos, a peregrinos que allí mismo renegaban de sus bastones, abandonándolos en el almacén de Pablito.

Hasta ahora hemos reiterado que prácticamente no hay imagen tradicional del peregrino en la que no vaya provisto de un bordón, pero en el presente cada vez resulta más difícil encontrar a alguno que lo lleve pese al efectivo valor multifuncional de la pieza. ¿Cuál puede ser la causa de esta desaparición?

Para comenzar, entre los que sobre la marcha se hacen su propio cayado, en el inicio de la ruta, algo que no resulta extraño, no resulta fácil agenciarse una vara de tal longitud, que además sea más o menos rectilínea, y menos aún si no se pasa por alguna zona boscosa como puedan ser los Pirineos. En las tiendas del Camino tampoco abundan; ni siquiera en Francia, con un apego más tradicional entre los senderistas, es fácil encontrar bastones de madera que superen la altura del hombro. La oferta comercial es testimonial, fruto de algún artesano que los fabrica por encargo, más para grupos folclóricos o de teatro que para caminantes. Además, muchos de los que se ofrecen como tales no lo son, sino únicamente bastones de 1,50 o 1,60 m de altura.

Al parecer, y con gran quebranto de la sostenibilidad y la ecología, la batalla la ha ganado el bastón telescópico, que será el que os recomienden en cualquier tienda deportiva. Más pensado para senderistas o montañeros, máxime cuando la mayoría de los caminos gozan hoy de un buen firme, tienen la virtud de su ligereza, y de que pueden plegarse, lo que facilita su transporte en avión sin tener que facturarlos aparte. Pero entre los usuarios hay disparidad de opiniones, puesto que este tipo de bastones, y ya no digamos cuando se utilizan dos, resultan muy engorrosos en zonas de asfalto, o en terrenos quebrados en los que se exige una regulación permanente de altura que raramente se realiza. De ahí las malas posturas, sobre todo entre los novatos, la sobrecarga de la espalda y, como consecuencia, dolores reumáticos que pueden derivar en tendinitis.

Yo mismo, lo reconozco con tristeza, he dejado de usar el bordón en larga travesía, y no tanto porque no crea en sus virtudes, ya que me considero discípulo de Pablito, apóstol del bordón, y defensor de su vigencia y utilidad, sino porque…, me lo solían robar. Acaso por ello me pondré a redactar el soneto u oda de despedida, aunque mejor pensado, tal vez la moda lo vuelva a implantar tras una campaña publicitaria en las redes, quién sabe…

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador

Comentarios
Xixonés
Imagen de Xixonés
Siempre he usado "palo" (sigo llamándolo palo desde que en algún lugar leí que, para ser bordón, debería llevar adosada una calabaza). En principio usaba una buena vara que encontré en mis entrenamientos para el Camino, un día entre Avilés y Soto del Barco, antes de hacer el primero. Ese palo me acompañó durante muchos de los caminos y tramos que realicé hasta que, un día, en Lourenzá, tras llegar con la rodilla en muy malas condiciones y tener que darme la vuelta a casa, dejé abandonado a mi pobre apoyo (¡qué culpa tenía él!) arrimado a un árbol frente al Monasterio de San Salvador. Ya de regreso a casa, los años transcurridos no han bastado para alejar de mi la mala conciencia del abandono a quien tantas veces había sido mi apoyo, para vadear arroyos y subir o bajar cuestas, defensa (frente a agresivos perros) y refuerzo del andar en general. Como si de un ser vivo se tratase, sigo lamentando aquella deplorable acción.