
Ideas peregrinas en un Camino desde Bilbao.
La primera noticia que tuve de un Camino de Santiago que llamaban Olvidado la encontré en un libro que había en el albergue de Rionegro (del Puente). Me entusiasmó la idea, por muy hipotética e incierta que pareciera, de poder recorrer algún día un brumoso itinerario rescatado de un tiempo anterior a que el Camino fuera El Camino. Entonces no imaginaba que ese Camino pudiera resultar tan esquivo conmigo.
Tardé en decidirme y llegado el momento, prácticamente con un pie en el estribo del tren y la mochila colgada del hombro, antes de poder iniciar la marcha todo se fue al garete por la irrupción imparable de un bichito decidido a triunfar en el mundillo de la enfermedad y el sufrimiento. Despertaba la primavera de 2020 y ante mis narices me robaron el mes de abril, como a Sabina. El de abril, el de mayo y alguno más. Me tuve que quedar en casa, como todos. Pero para mi ese Camino había salido del olvido y eso no tenía vuelta atrás.
El testimonio de quienes lo recorrían suponía una llamada. Eran escasos. No demasiados pero cada vez más numerosos. La creciente afluencia de nuevos pasos removía la niebla que velaba la visión de un Camino que ya iba siendo recordado. Surgía una imagen de contornos difusos con la que se pretende recobrar la memoria de un tiempo anterior a la fiebre mercantilista que casi todo lo abarca. La magia perdida que muchos ansían recuperar.
Sin embargo los relatos recientes reflejaban otras facetas del cuadro final e iban quedando al descubierto las cortantes aristas de la realidad. Largas etapas con escasos alojamientos asequibles para el caminante solitario. Localidades mayormente vaciadas de habitantes y añosos los que todavía permanecen. Servicios de restauración y apoyo bajo mínimos, más mínimos que los que se suelen señalar durante una huelga en el transporte público capitalino fuera de la hora punta.
¿Era esa la magia de aquellos tiempos heroicos que yo no viví? ¿Encontraría disponible algún pórtico de iglesia o podría cobijarme en las marquesinas de las paradas de los escasos autobuses?
Pero, según dicen, las gentes de esas tierras suplen esas carencias con un espíritu abnegado hacia el caminante. Espíritu que en nuestros tiempos, como en cualesquiera otros, siempre puede complementarse con una cartera suficientemente provista para poder acceder a los servicios ofrecidos por la economía de mercado, en la que cualquier vicisitud se puede superar sea uno turigrino accidental o peregrino vocacional.
Así durante un tiempo esas cosas iba yo barruntando…
(Esas y otras también, como la proporción entre asfalto y caminos terreros; o lo que sobre el mapa parecían maravillosas etapas por el monte que daban rodeos aparentemente innecesarios salvo para el deleite estético y, tal vez, también espiritual del caminante, lo cual yo compré inmediatamente porque no era moco de pavo en realidad.)
… esas cosas, decía, barruntaba yo mientras me decidía por una nueva fecha para iniciar ese Camino que iba regresando a la vida.
Tres años después del primer intento. De nuevo en primavera. Esta vez no iba a dejarme robar la cartera (reloj no utilizo). Ni tampoco el mes de abril, porque pensaba salir en mayo.
Pero tampoco pudo ser y otra vez se alteraron mis planes. En esta ocasión los sospechosos habituales fueron un par de caídas en la calle y los cotidianos problemas de salud. La edad, que no perdona. Y mi madre edad tiene, y mucha.
Felizmente recuperados, ella de sus dolencias y yo de mis sucesivas decepciones, esta vez si. ¿A la tercera, irá la vencida?

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En esos vericuetos y en aquellos tiempos yo opino que todos tenían bastante claro que venían del mismo padre y la misma madre. Luego, con el tiempo, las familias se distancian y empiezan las trifulcas.
dale caña, y sigue con tus crónicas. buen camino!!!
Era jueves, 21 de septiembre.
El día se levantó lluvioso en Villasante. El agua me iba a acompañar prácticamente hasta mediodía, suave, fina, benéfica. Regaba generosamente el suelo y ablandaba ligeramente los caminos. La tierra y el bosque bebían ansiosos la lluvia que caía porque sabían que todo lo que no pudieran empapar el sol se lo arrebataría en cuanto volviera a asomar.
La pega con tanta agua fue que en Espinosa de los Monteros se había ido la luz y no funcionaban ni el cajero automático ni, peor aún, las cafeteras de los bares.
A pesar de la lluvia fue una etapa agradable en la que me reencontré con el silencio. Solo lo alteraban el sonido de mis pasos y el ruido metálico de mi bastón que golpeaba en las piedras con su calzado nuevo.
Disfruté del olor de la tierra y del de las nubes. Recuerdo que en un anuncio se preguntaban a qué olían las nubes. Yo tan solo sé a qué no huelen, a ciudad.
¿Qué habrá sido de nuestro supuesto viajero de otro tiempo? En el monasterio de Taranco le debieron indicar que muchos habían atravesado las montañas hacia el sur para buscar nuevas tierras para cultivar y que se estaban reconstruyendo iglesias y molinos. A esos foramontanos los encontraría en la zona de Campoo y le podrían indicar por donde continuar el viaje hacia el oeste.
Al partir se adentraría por el territorio en que hoy en día se encuentran Espinosa y Sotoscueva. Ya le habían advertido que no era una zona tranquila. En los últimos años se habían repetido las aceifas de los cordobeses, que trajeron muerte y destrucción. En el lugar que hoy llamamos Villabáscones nuestro viajero puede que encontrará varias personas picando en la roca. Cuando se acercó consiguió hacer entender que venía en nombre de Dios y del abad de Taranco. Costaba comprender las palabras de aquellos hombres. La que fue lengua común se estaba desdibujando con el tiempo y allí el latín que él había aprendido no servía como en los monasterios. Pidió que le indicaran la senda a seguir y les preguntó qué estaban haciendo. Pudo entender que necesitaban más sepulturas para sus muertos. No eran tiempos fáciles y la muerte campaba por sus fueros.
Nuestro mensajero tal vez portaba misivas del Emperador de los francos, Ludovico (Pio), para el rey de los asturianos, Alfonso (el Casto). En su día Beato de Liébana, desde su monasterio en Turieno, había apelado al apoyo de los francos y de su emperador Carlomagno para la dura lucha que se avecinaba contra los sarracenos. Así se había iniciado un camino en el que la historia acabó dando un giro favorable a la causa de los cristianos. A buen seguro la virtud de reyes píos y castos decantó el favor de Dios para con los suyos. Aunque igual no fue solamente eso.
Hoy he bajado desde el Alto de la Varga a través de un oscuro bosque, los robles con su espesura impedían otra vez que la luz entrara. Como cuando los atravesó nuestro supuesto viajero, parecían empeñarse en mantener secretos los caminos, oscurecer las sendas para que el que entrara no consiguiera salir. En aquellos tiempos sus poderes ancestrales sentían la amenaza de una nueva luz que prendía allá en el Occidente peninsular. Entonces esa llama no se apagó y yo he podido salir de ese mismo bosque siguiendo un rastro de flechas amarillas.
Muchas gracias y buenas noches.
Excelente crónica Papadopou!! Entiendo perfectamente tu sentir caminando por aquellas tierras. Parece que algo se ha quedado suspendido en el aire de aquellos primeros tiempos altomedievales.
Ultreia!!
Dum Pater Familias interpretado por los monjes de Silos
Sigo esperando tus crónicas. Me gusta como describes las etapas y enlazas con sus historias. Bravo.
Buen Camino.
No hay nada como ver dos piedras de monumentos y luego perderse por las sinuosas - y sensuales- formas de un bosque, para que la cabeza fantasee con las vueltas de cómo es que las cosas fueron y devinieron así o asá. ¡Cuántas novelas históricas no se habrán escrito al calor de un paseo entre ruinas y bosques!
Parece que finalmente te calzaste las botas del pionero. De lo que yo me alegro porque quedo deslumbrado, sorprendido y emocionado con tu relato

Ultreia, peregrino!!
Enorme!!. Gracias Papadopou.
Abrazo
Gracias a todos vosotros por el interes y por acompañarme. Aunque lo llevo con algo de retraso, explicarlo me sirve para fijar imagenes, sensaciones y vivencias. Hay tanto que recordar que a veces se escapa entre los dedos. Repito, gracias por estar ahí. Saludos.
Era viernes, 22 de septiembre.
Hasta ahora no había explicado que inicié este Camino en soledad pero que esta circunstancia duró muy poco, tan solo la primera jornada. Desde Gueñes estaba compartiendo la ruta con una compañera que apareció en el albergue de Balmaseda damnificada y con serias dudas sobre si continuaría el recorrido. Sin embargo seguía en la brecha y la mutua compañía no resultaba invasiva. Podíamos disfrutar de una jornada tan solitaria como deseáramos y a un tiempo teníamos la tranquilidad de poder disponer de apoyo en caso necesario.
Ayer mi compañera peregrina me explicó que al pasar por Pedrosa (de Valdeporres), llegando ya casi a nuestro final de etapa en Santelices, se había cruzado con una mujer mayor. Yo había pasado unos minutos antes junto a la misma señora. Me deseó buenas tardes, a lo que yo respondí devolviéndole el saludo. Sin embargo cuando ella pasó entablaron conversación. A pesar de tratarse de una extraña la señora le confió en esos breves momentos que se sentía muy sola, a pesar de tener varios hijos ya que estos estaban lejos repartidos por la geografía. Que esperaba con cierta impaciencia la llegada del mes de octubre para poder ir a vivir una temporada con uno de ellos. Que esa soledad le provocaba desazón, aunque tampoco quería comentar a sus hijos esa situación para que no se preocuparan por ella. Se estableció una conexión entre ambas, cierta sintonía a pesar de lo fugaz del encuentro. La peregrina se sintió conmovida. Cuando ya se alejaba después de haberse despedido, se detuvo y regresó para abrazar a aquella mujer que rompió a llorar emocionada y, supongo, agradecida.
Me sorprendió la coincidencia porque pocos días antes otra persona me había explicado una vivencia similar. También esperaba marcharse pronto del pueblo en el que residía desde hacia varios años porque no podía soportar la soledad que la ahogaba. En su día huyó de una gran ciudad buscando relaciones humanas más cálidas. Sin embargo solo encontró hipocresía, maledicencia y rechazo por el mero hecho de no tener allí su origen. Aunque eso no impedía a sus vecinos aprovecharse de su actitud voluntariosa y participativa.
Soledad. Soledad dolorosa, por no deseada. Tan alejada de la sensación de estar solo, fuera del mundo, que buscaba yo en este camino. Pero en el fondo dejando abierta la puerta del retorno.
Al salir del hotel en Santelices, para evitar tener que retroceder en busca de las marcas del itinerario oficial, busqué el cruce del Camino con la carretera que iba paralela al rio. No estaba lejos. Avancé ufano por el asfalto esperando encontrar un puente sobre un rio que yo creía Engaña, pero que resultó que allí era Nela. Cuando llegue al punto señalado me encontré que el cruce no era tal sino un viaducto de veinte metros de altura, sobre el que discurre el Camino siguiendo el trazado del antiguo ferrocarril. No podía subir por allí. Tuve que rectificar deshaciendo el camino recorrido.
La niebla que había cubierto el valle se retiraba rápidamente. Con tantas vueltas iba transcurriendo la mañana. El sol empezó a calentar (solo un poco, que no era tan tarde) y a devolver al cielo el agua que cayó ayer. Con la primera cuesta el calor empezó a apretar. Paré a quitarme la chaqueta y de mi espalda empezó a desprenderse vapor. El sol con sus cálidos y finos dedos, sin consideración y sin pedir permiso, me arrebató una pequeña nube que yo había guardado bajo mi ropa y la devolvió allí donde iban a construirse nuevos castillos de blancas torres.
Antes de llegar a Soncillo nos empezó a acompañar un perrillo. Me recordó al que hace un par de años encontré en el Camino de invierno. Insistía en guiarnos indicándonos el camino. Iba olisqueándolo todo continuamente y parándose con las orejas tiesas a escuchar cualquier sonido. Parecía extrañarse de que yo no hiciera caso a tantos estímulos interesantes que ofrecía el camino. Antes de entrar en el pueblo tuve que ahuyentarlo, aunque tal vez por ahí encontraría otro peregrino al que acompañar. Parecía un perro abandonado, triste y solo. La soledad, de nuevo.
Muchas gracias y buenas noches.
En La Lluvia Amarilla Julio Llamazares ya expuso magistralmente las secuelas de la soledad no deseada. En aquellos tiempos era el llamado progreso y la huida de las penalidades los que la propiciaron, sufriéndola aquellos pocos que se negaron al olvido de lo que era toda su vida. Ahora ¿Qué progreso o penalidades son los culpables de que se repita la situación, si es que alguna vez cesó? ¿No será por lo que realmente fue? ¿La desidia de los poderosos? ¿La sustitución de los valores de la familia? Realmente asistimos a una tragedia con la pérdida del modo de vida rural tradicional.
Gracias por tus reflexiones camineras, Papadopou. ¡Buen Camino!
Hola Papadopou.
Tu compañera peregrina no se llamara Blanca por casualidad?
Un saludo y buen Camino
Pues si. Saludos.
.
En soledad vivía
Y en soledad ha puesto allí su nido
Y en soledad la guía
A solas su querido
En soledad también de amor herido.
(S.Juan de la Cruz).
Rumi, el poeta mistico sufí, centra en la caña de los humedales con la que luego se hace la flauta, la imagen metafórica de la "resonante" soledad humana: La vida nos saca de la comunión del paraíso (el humedal) y nos pasamos el resto de la vida anhelando/suspirando por aquel lugar/estado, pero es el "quejío" de nuestro anhelo el que nos mueve en la vida y conforma nuestro ser (la flauta).
La soledad es dulce cuando la buscas y amarga hasta la aniquilación cuando es forzada. Lo de la España vaciada no solo es cuestión económica (ni los problemas de la tercera edad consecuencias de la edad...)
Cuanta verdad....!
Abrazo
Acabo de recorrer el trayecto de tus cinco días, todos seguidos, de ese camino del que no te acordabas cuando comenzaste, pero que ahora le hemos identificado que parte de Bilbao. Poco a poco le vamos conociendo. Todos nosotros: tú porque le hollas, nosotros porque nos le narras. Y adivino que para hacernos la narración le recuerdas y le recorres por segunda vez. Le reconoces.
Magnífica narración. Que me exige, si quiero avanzar, entrever los árboles entre la niebla, a la espera de que vaya levantando. Que me obliga a buscar el poncho porque me mojo con la lluvia que moja el Camino. Que me hace escuchar el silencio de la soledad, o la música del tosco bordón golpeando el ripio del sendero. Y que no sólo me desplaza en la geografía, sino que me hace viajar en el tiempo (mi latín canónico ya no tiene sitio en el siglo IX).
De eso se trata, ¿no es cierto? Toda buena narración consigue sacar al lector de la comodidad del sillón para vivir las experiencias del narrador. Objetivo conseguido Papadopou. Puedes estar tranquilo que tras tus textos ya no olvidaremos el Camino Olvidado.
Escribo el día 28, por la hora, casi ya el día 29. Tu siguiente invitación a acompañarte (bueno, ya a acompañaros) será para lo que sucediera el día 22. ¿Por qué me resultará tan familiar tu asincronía entre la fecha de lo acontecido y la fecha de la narración?
Peregrino, muchas gracias por sacarme a la sirga jacobea.
Ultreia
Gracias por tus comentarios Isidro. La asíncronia la necesito para asimilar lo que va pasando y resulta obligada por las exigencias del propio camino. Coloquialmente: "acabo reventao". Está mejorando con los dias porque el cuerpo deja de quejarse, pero mis pies son unos celosillos y exigen cuidados y atenciones. Especialmente el meñique del pie derecho que es un consentido. Ya se sabe qué suele pasar con los pequeños. El año pasado casi consigue arruinarme 'La Plata' y este año lo está intentando otra vez. Un saludo y, de nuevo, gracias.
Era sábado, 23 de septiembre.
Sobre el terreno mis pies me llevaron desde Arija hasta Olea. Solo fue cuestión de poner uno tras el otro y dejar que los kilómetros se deslizaran bajo ellos.
Mientras eso sucedía por fuera, en el frente interior trataba de no sucumbir a mis propios miedos. Salí de mi cotidiana comodidad. Obvie las quejas de mi cuerpo que a veces se muestra reticente a los sacrificios que le exijo, e incluso ha llegado a amenazarme con una denuncia por maltrato animal ya que según arguye no deja de ser eso, un animal.
Pero había algo que todavía no consigo superar satisfactoriamente. Se trata de mi relación con los amigos (hablando figuradamente) de cuatro patas, especialmente cuando me ponen cara de pocos amigos (hablando de forma literal), abriendo y cerrando sus enormes bocas llenas de dientes ladrando estruendosamente. Respecto a este asunto resulto muy impresionable y cuánto más grandes son más impresionado quedo.
Por ejemplo ayer. En el último pueblo anterior a Arija caminaba yo más deprisa que despacio intentando llegar a comer antes que cerraran el mesón. Siguiendo las flechas acabé en una especie de prado herboso con unas construcciones a un lado. A primera vista no resultaba evidente por dónde había que ir. Me detuve un instante para considerar las opciones. En una especie de balcón había un perro ladrando desaforadamente. Como estaba allí subido, y no parecía que pensara bajar, no me preocupé por él. En cambio si me preocupó, y mucho, que por el resquicio de un cercado saliera otro presunto mejor amigo del hombre, que no de este escribidor que no lo conocía de nada. Era grande, muy grande, o por lo menos me lo pareció. Imaginé que sería el primo de zumosol del que dio la alarma. Se dirigió hacia mí sin apresurarse ni ladrar. En un segundo decidí que no iba a esperar para comprobar sus intenciones y me di la vuelta, intentando no perder del todo la dignidad, sin correr yo tampoco. En lugar de mantener la sangre fría y esperar a pie firme, regresé a la carretera para evitar un encuentro indeseado. En la próxima ocasión me saldrá mejor.
La nueva jornada la empecé bordeando el pantano del Ebro desde Arija por un cómodo andadero asfaltado. En Arroyo se encuentra la presa que embrida al río. La primera que encontrará antes de rendir sus aguas en el Mediterráneo. Debe ser la más dolorosa pues lo sorprende al poco de nacer en Fontibre, cerca de Reinosa y le obliga a aplacar su ansia juvenil. Ya no puede encabritarse libre y juguetón. Lejos quedaron aquellos tiempos viejos en los que abría las rocas solo con la fuerza de sus manos espumosas, trazando con su corriente cañones y hoces. Entonces él decidía su camino. Él y, aunque no lo sabía, la fuerza de la gravedad, claro.
Al salir de Arroyo me encaramé a un monte coronado con un generador eólico, uno solo. Una tremenda cuesta conseguía que se ganara rápidamente altura. Así que empecé a subir ligero por la promesa de unas vistas colosales. Solo se escuchaba una sonata para cencerro ejecutada por el rebaño bovino que pacía plácidamente en un prado que había junto al camino. Y allí estaba él. El guardián canino que marcaba el tempo de la pieza.
Intenté sobreponerme a mi ansiedad y pasar desapercibido. Tuve suerte porque o no me vio (¿no olio mi mochila?, me resulta increíble) o me ignoró (lo más probable). Afortunadamente el resto del ganado que encontré no tenía escolta. Mejor para mí. Aunque no estaba especialmente satisfecho de esa intranquilidad que me invadía cada vez que escuchaba el tañer de los cencerros. No progresaba adecuadamente, tenía que mejorar.
Arriba obtuve una panorámica casi completa del embalse y las montañas que lo circundan a lo lejos. Realmente soberbia. Me entretuve en la contemplación, hasta que caí en la cuenta que no llevaba comida en la mochila. Renegué por mi falta de previsión. Hoy no como, pensé, a menos que llegue a Cervatos antes de que cierren el bar, que tiene un horario peculiar aunque conocido, lo cual no es poca cosa.
Cuando te preguntan por las bajadas más feroces de los diferentes Caminos suelen salir a colación la del Puerto del Palo, o la de Molinaseca. Hoy descendí hasta Cervatos con la seguridad de haber encontrado una digna aspirante a entrar en dicho ranking.
Llegué al bar a tiempo de un par de cervezas y de degustar un bocadillo, porque cocina no había. Por cierto, muy bueno el queso. La última parroquiana que entró comentó que venía de la Iglesia y le pregunté si tal vez era ella la encargada de enseñarla. Dos veces he estado en Cervatos y en ninguna ellas pude visitarla. Efectivamente, pero hasta las cuatro cerraba porque tenía que comer. Decidí esperar, total eran las tres. Me descalcé las botas en una sombra para descansar y al poco volvió la señora que había decidido posponer su almuerzo unos minutos para que no tuviéramos que esperar. Ahora en plural, porque entre tanto llegó mi intermitente compañera de viaje. Visita exprés del interior y el sello para la credencial. Buen Camino. Muy amable señora, muchas gracias.
Estaba previsto finalizar la jornada en Olea aunque por poco acabamos en Hoyos. Y no es que nos cayéramos en ningún agujero, sino que cuando llegamos al alto del Bardal (que así pone que se llama dicho monte en un llamativo e institucional hito de metal envejecido por los elementos, cortesía del gobierno cántabro) me equivoqué de dirección y enfilamos el descenso hacia la población de dicho nombre, a la que por cierto le queda como un guante (el nombre) porque está ubicada bien abajo, como en una hondonada.
Ya en el alojamiento de Olea, limpio y aseado, esperé que se secase la colada y dispuse las viandas adquiridas en el bar-tienda del pueblo para preparar una cena comunitaria. Solo para dos pero comunitaria al fin y al cabo.
Mientras en eso estaba vi salir de la casa a un joven con el blanco, blanquísimo, cráneo de un chivo de enormes cuernos retorcidos. Con curiosidad le pregunté cómo conseguían dejar el hueso tan pulido y blanco. Tal vez había algún producto o alguna técnica. Me miró muy serio y me aseguró que no. De esto se encargan las hormigas, dijo. La cabeza se mete en un hormiguero y te la dejan así, niquelada. Me quedé ojiplático y solo se me ocurrió pedirle que me dijera de qué hormigas se trataba para no dormir nunca cerca de ellas.
Muchas gracias y buenas noches.
Las gracias a tí. Como siempre un placer de lectura.
Buen Camino
Uno de los disfrutes básicos de los caminos es cómo pasamos continuamente de ser vagabundos a turistas.burguesones, del agobio de estar perdidos en un monte al confort de la calefacción de un albergue, del hambre al buen plato de cuchara, de sentirnos unos pringaos a "reintegrarnos" de cara a nosotros mismos en el espejo tras la ducha... esa danza es deliciosamente sabia
Gracias por las crónicas Papadopou, a veces me gusta esperar a que las publiquéis y luego me las leo de un tirón.
Es un gusto ver cómo describes el Camino, la historia y las anécdotas. Qué verdad lo que comentas de la soledad y qué duro el encuentro de tu compañera con esa señora...
Aquí nos tienes expectantes y con ganas de más!
Buen Camino para ti y tu compañera peregrina :)
Gracias Cristineta.
Era domingo, 24 de septiembre.
Salimos del alojamiento y retrocedimos hasta Olea buscando flechas, como si fuera una vieja película de indios y vaqueros.
Si en lugar de ir hacia atrás hubiera avanzado por la carretera habría recorrido los mismos kilómetros anodinos, pero habría visto los restos del puente romano que había en Reinosilla, que aunque estaba cerca no era el puente de Casasola, por donde si pasé, que es antiguo pero no romano.
Más que antiguos debían ser también los menhires cuya presencia se anunciaba en algunos desvíos. Al que me acerqué pudo haber estado en cualquier sitio antes de ser trasplantado a un soporte metálico y dejado en aquel lugar. Tal vez había nacido un día en una minúscula aldea que resistía la conquista de César en una esquina de la Galia. Tendré que repasar la biblioteca de clásicos belgas para comprobar si Obélix viajó alguna vez a esta parte de la península ibérica y pudo traerlo hasta aquí.
El monolito pétreo contemplaba impasible el transcurrir del tiempo, como si esperase para despertar alguna señal cósmica procedente de alguna galaxia muy muy lejana.
Yo también me sentí fuera de lugar y al final desconecté de cuanto me rodeaba, aunque sin cerrar los ojos porque caminaba por el arcén de la carretera y pasaban coches. Si hubiera llevado reloj habría visto como retrocedían las manecillas del reloj en una carrera vertiginosa…
Mi viajero hipotético es probable que estuviera siguiendo las indicaciones que le habían dado para llegar hasta donde encontraría lo que hoy es Aguilar de Campoo.
Primero se habría dirigido al monasterio de Sancti Petri en Cervatos, donde recibiría la hospitalidad de ese cenobio. En aquellos tiempos estaba ubicado en un modesto caserío pero, andando el tiempo, seguro que crecería en influencia ya que se situaba en plena ruta de salida y entrada hacia las tierras de Cantabria.
Luego sus pasos puede que le llevaran por lo que fue la calzada romana que se dirigía antiguamente a Pistorata (que hoy suelen ubicar cerca de Herrera de Pisuerga). Pero él no iba a llegar tan al sur.
No hacía mucho que el rey asturiano había otorgado fueros para repoblar los territorios donde se situaba Aguilar. La población aumentaba. Llegaban gentes del otro lado de las montañas cantábricas. También mozárabes huidos de tierra de moros. Y pobladores de amplias franjas de tierras por encima del Duero, Durius, Durii, o como fuera que lo hubieran llamado los romanos, que con la guerra se estaban vaciando para facilitar la defensa de la frontera sur del reino frente a las razias sarracenas.
Es posible que le dijeran que en Aguilar encontraría la humilde ermita en la que moraban entonces el abad Opila y sus monjes. Un Conde Osorio les había concedido numerosos bienes para poder ampliar el recién constituido monasterio. Santa María la Real lo llamamos hoy.
Luego continuaría su viaje hacia Cirbaria, o Cervera como decimos ahora, donde lo habrían acogido en el monasterio de San Vicente, con su escueta iglesia tallada en la roca.
Había decidido que buscaría algún paso en las montañas que le llevara al monasterio de San Martin de Turieno, en Liébana. Allí podría orar ante el Lignum Crucis, la sagrada madera de la Cruz de Cristo, que allí albergaban. Además aunque el monje Beato, ¿o llegó a alcanzar la dignidad de abad?, ya había abandonado este mundo hacía tiempo, a buen seguro que le podrían facilitar un guía y, sobre todo, una mula para poder hacer el resto del viaje, estaba cansado ya de tanto caminar.
Tal vez entre las cartas que puede que portara habría una petición del Emperador Ludovico para que se permitiera realizar una copia de los Comentarios del Apocalipsis de Beato, por los que se empezaba interesar toda la Cristiandad. El Emperador solicitaría que se autorizara la estancia de unos monjes copistas francos en el monasterio lebaniego para que realizaran dicha copia con destino a la catedral de Aquisgrán, por ejemplo. También ofrecería un generoso donativo para procurarse la bendición del abad y prometería el oro y la plata precisos para iluminar el texto. Tal vez el abad accediera a la petición pero el códice no ha llegado hasta nuestros días. Aunque también pudiera ser que el Beato de San Severo, que hoy se conserva en París, fuera un vástago de aquella obra salida de mi imaginación y perdida en la espalda del tiempo.
Así pues mi viajero se dirigiría a Oviedo. Tal vez portase también noticias para el rey sobre la situación en la Marca que habían establecido los francos en el este peninsular hasta Barcino.
En nuestros tiempos las noticias vuelan pero en los suyos se arrastraban por caminos impracticables.
Por tanto, cuando llegara le pondrían al tanto de que el Rey Casto había regresado de un viaje a Galicia, al Campus Stellae.
Había acudido para comprobar lo que decían sobre el hallazgo del sepulcro del Apóstol y a su regreso a Oviedo, esperaba que el aleteo de la mariposa amarilla que sostenía delicadamente sobre la palma de su mano provocara un vendaval.
Este ayudaría, con el tiempo, a alcanzar la victoria final en la lucha contra los infieles. Tal vez como el monje Beato pidiera a Dios alguna vez que sucediera, con ayuda del Apóstol Santiago.
Además ese vendaval, llegados nuestros días, dejó sembradas todas las rutas que habían llevado a Santiago y las que lo harían en lo sucesivo, de un reguero de marcas amarillas que seguirían los peregrinos para no perder de vista su destino.
He perdido la cuenta de las veces ha aparecido la expresión tal vez. Se utiliza para expresar la duda. Indica además, que es posible que ocurra o suceda lo que se expresa, pero sin tener absoluta seguridad. Por tanto no puedo sino recomendar al lector que no se tomé al pie de la letra todo lo leído. Tal vez me lo inventé. Tal vez si resultara que coincide con lo sucedido sea una mera coincidencia. O tal vez no.
Mientras... en tres, dos, uno... regresé de mi ensueño y me di cuenta que estaba a la altura de Nestar, sobre el puente romano (aunque algunos entendidos dicen que no lo es) en la calzada de Pistorata, es decir Herrera de Pisuerga. Estaba casi cubierto por las zarzas. Resulta un despropósito que el maravilloso patrimonio quede así abandonado y nadie demuestre el más mínimo interés.
Llegando a Aguilar todo el trigo estaba ya vendido y solo quedaban los rastrojos. El cereal de los campos ya lo habían convertido en galletas. Los girasoles me saludaron educadamente al pasar, inclinando la cabeza con una respetuosa reverencia.
Muchas gracias y buenas noches.
Siento cortarte el rollo pero me temo que nuestro amigo Isaac dice que no es romano el puente de Nestar. Te agradezco mucho la foto, en la que en un principio parecía típicamente romano, pero investigando un poco dice Isaac que no.
Lo explica bien en www.viasromanas.net , en lo relativo a la Vía de Pisoraca.
Pero eso no importa, tu Camino y tus sensaciones sí
Pues romano o no espero que estuviera ahí cuando pasó mi amigo imaginario, si no se habrá mojado los pies. A mi el otro día más bien me evitó cruzar un cauce seco lleno de matojos. Gracias por el apunte
Ahí precisamente, a la altura de Cervera de Pisuerga, es donde yo me perdí en Julio del 2021, y mandé al carajo mi proyecto de subir de Fromista a Potes por un supuesto camino lebaniego palentino. La misma mañana en que me perdí recuerdo haberme cruzado con una señal "muy institucional" del Camino olvidado, que tuvo que aguantar todo el ácido de mi sarcasmo porque no me creí para nada que hubiese una verdadera estructura de tal Camino... olvidé, claro, que "al andar se hace el Camino..." y que es por eso que las crónicas como la tuya son tan necesarias.
Aprendiendo yo otra vez. Buenas tardes y que descanses (o vas a ver a Joao? Dale recuerdos).
Buen Camino
Esperando el bus. Pero no se si él lo sabe
Leido y totalmente cautivada...!
Abrazo
Gracias, un placer
Era lunes, 25 de septiembre
Salí del alojamiento en Aguilar en dirección al Monasterio de Santa Maria la Real. Eran las 8 de la mañana. A esa hora se encendían los trinos de los pájaros y se apagaban las farolas de la calle.
Solo me crucé con alguna persona paseando al perro y con otros que parecían esperar el autobús. ¿A qué hora empiezan aquí los niños el colegio? ¿Por qué no se llenan los bares de parroquianos para tomarse el primer café antes de acudir al trabajo? Porque están todos cerrados. ¿O será justamente por lo contrario?
La ruta me hizo rodear el pantano que encorseta al Pisuerga entre Salinas y Aguilar. Justamente en Salinas su puente permite salvar el rio. Parece que había otro en una localidad llamada Villanueva del Río pero actualmente se encuentra bajo el agua del embalse y, por tanto, resulta poco útil para la función para la que fue construido. Cuando baja el nivel del agua dicen que todavía que se le ve en buena forma.
En este camino los puentes importan. Como en el juego de la oca. Los puentes definían el trazado original del Camino. Sin ellos no se podía atravesar los ríos y por tanto no había caminos. El actual trazado busca los puentes antiguos que han perdurado para que se pueda transitar el periplo hacia Occidente. Aunque si falta alguno se echa mano de los más modernos. Sin cruzar no nos quedaremos.
El tránsito de oriente a occidente, del este al oeste. Del amanecer al ocaso. Del nacimiento a la muerte. En Corvio encontré una necrópolis antigua y las fosas cavadas en la dura roca se alineaban con el curso diario del dios solar. La cabeza orientada al ocaso. ¿Será para que el difunto esté debidamente orientado hacia el mundo de los muertos? Pero si esos muertos eran cristianos, ¿no tendría que ser al revés? Hacia oriente, hacia la luz naciente de la Jerusalén celestial. Tal vez entonces perduraban rescoldos mal apagados de algún rito precristiano, algún culto solar no del todo domesticado.
Las montañas del norte de Palencia iban cerrando el horizonte a medida que avanzaba. Lejanas todavía, ya se mostraban imponentes. Empecé a sentir una llamada que avivaba el deseo de cruzar para averiguar qué había al otro lado. Allí nace el Pisuerga. Detrás se esconde Liébana, más lejos y más arriba.
Pero en esta ocasión no iba a ser ese mi destino. Cruzaría montes y collados pero no iba hacia el norte sino hacia el ocaso. Esperaré tras cada jornada el regreso del sol naciente para iniciar una etapa nueva y repetir el ciclo. El mismo ciclo que los antiguos moradores de Corvio tenían presente orientando convenientemente las fosas de sus muertos.
En Cervera el albergue no es de peregrinos, solo es albergue. Tampoco había hospitalero, solo un encargado para las reservas (exclusivamente telefónicas) y para cobrar (anticipadamente y mediante bizum). Así que por la tarde salí a buscar dónde me pusieran un sello en la credencial. En el edificio municipal donde se ubica la oficina de turismo vi la puerta abierta y entré. Oía voces pero no veía a nadie. ¿Hola? Seguí hasta el final del pasillo y me encontré una timba en la que seis mujeres mayores jugaban a las cartas. Me preguntaron y les expliqué qué quería. Evidentemente no tenían un sello para mí y tampoco me invitaron a unirme a la partida. Una de ellas me indicó que volviera por donde había venido y que en la puerta de al lado encontraría a su hija y que ella me pondría el dichoso sellito. Dejé de importunar e hice lo que me dijo.
Hola, buenas tardes, que dice su madre de usted que si haría el favor de sellarme la cartilla, le pedí mostrándole la credencial. Era la bibliotecaria. Pero no me chistó para que hablara bajito, como hacen todas las bibliotecarias, sino que me estampó el sello de la biblioteca y me deseo buen Camino.
De vuelta al alojamiento iba pensando yo en aquella mesa de juego y porqué esas mujeres se medio escondían para echar unas partidas, en lugar de irse un rato a un café o un bar como hacen a diario tantos hombres de este país y de otros. Sus motivos tendrían, digo yo.
Muchas gracias y buenas noches.
Esa necrópolis parece de aliens con esa forma de cabeza. Tal vez su planeta esté al oeste.
Qué buen relato
Quedé encantada con esta necrópolis, tan distinta a la que está antes de Santelices porque como buen dice Indi, son un tanto alienigenas en su forma. Me hubiese gustado prabarla pero por respeto y porque también tenían agua no lo hice
Lo de "muchas gracias y buenas noches" me recuerda a aquel "buenas noches y buena suerte" de una peli americana sobre un locutor en tiempos macartistas. Y recuerdo lo que me reí cuando le oí una vez a Rodriguez Zapatero adoptar la expresión de una forma muy impostada. Es lo que tienen las muletillas, es dificil su implante adecuado.
Nuestro viajero del siglo IX, avanza libremente hacia poniente junto a ríos que todavía son tan libres como él. Los puentes sirven para acompañar, y no para domesticar. Hoy en día los embalses y canales han esclavizado a los cursos de agua . Pero algunos peregrinos se resisten a tener el mismo destino que sus compañeros los ríos. Marchan por senderos poco pisados, casi desconocidos, Camino Olvidado.
Tu, Papadopou, avanzas sin ataduras, ayer abrazado a las flechas amarillas, hoy las traicionas para abrazar en León a otro peregrino indomable. Mañana, ¿dónde andarás?
Celoso de tus abrazos he venido también a León a abrazar a nuestro compañero, disfrutar de su compañía, aprender de su sabiduría. Y tú Papadopou, peregrino al azar, ya estás junto a otro puente. ¿Cuál? Hacia el oeste.
Dejo León, llegó a Ponferrada. Hay muchos peregrinos, tal vez más encarrilados en las trochas del Camino Francés. Pero tú, todavía no has llegado.
No importa.
Ultreia.
Siempre Ultreia
Buenos días. Hoy concretamente, los puentes que salvan el rio Gordo camino del Campo de Santiago, que está ahí arriba. Luego, to pabajo
Era martes, 26 de septiembre (y luego miércoles 27).
Salimos de Cervera bajo un cielo teñido de mil colores. En realidad no serían mil pero si había unos cuantos de los que tiene la paleta del arco iris. Un bonito amanecer en cualquier caso.
Dado lo temprano de la hora los puntos de avituallamiento estaban cerrados. Incluso el que suele ser el más madrugador ese día descansaba.
Cantoral (de la Peña)… Antes de seguir recitando la lista de pueblos apellidados “de la Peña” decidí desviarme un poco para probar si en Castrejón (de la Peña) habían abierto el bar a una hora razonable. Pero tampoco.
Un paisano que se acercó me recomendó que no volviera a la ruta marcada. Antes pasaban por aquí los peregrinos, pero este alcalde… (Me abstendré de reproducir la opinión que expresó al respecto). Os hacen dar mucha vuelta, dijo, hasta Traspeña (de la Peña, qué redundancia). Repuse que allí había una bonita iglesia. Sí, pero la de Pisón es igual y ya no vais a verla. Si quieres puedes seguir por las pistas que encontrarás y que te llevan directamente hasta Tarilonte, Aviñante y Santibáñez (todos de la Peña, naturalmente). Y para comer te vas a Villaverde (de la Peña, cómo no) al mesón Anduriña, que cualquier día lo cerraran porque la señora no tardará en jubilarse, como tantos otros bares o las tiendas, que pronto esto va a ser como un desierto. Y se fue pedaleando en su bicicleta. No le hice caso a propósito sino porque me despisté. Pero resultó que al final la pista no llegaba a donde él dijo, sino que se acababa en la vía del ferrocarril. O bien retrocedía, o bien caminaba sobre los raíles durante un trecho. Me decidí por esto último aunque no me hacía ninguna gracia, pese a estar (casi) seguro de que no pasaría ningún tren.
El final de la etapa se hizo eterno. Bajo el sol y con una temperatura impropia de la época. ¡Con los pies cocidos llegué a Santibáñez! Es lo que tiene detenerse a comer antes de llegar. Además el calor hacía que las moscas resultaran insufribles. Las llevaba pegadas como una corte de aduladores y sin poder dejarlas atrás por mucho que sacudiera un pañuelo para intentar espantarlas. Revoloteaban insistentes ante la cara y mejor no decir ni mu, porque si encontraban vía libre no dudaban en entrar hasta el píloro.
Intentando aprender de los errores, a la mañana siguiente salimos de Santibáñez cuando todavía estaba oscuro. Como premio el amanecer resultó aún más espectacular que el del día anterior.
Como premio adicional, en Guardo, al entrar en el primer bar que vimos abierto (de nuevo en plural porque mi intermitente compañera de viaje me había alcanzado al entrar al pueblo) nos ofrecieron una suculenta tortilla de patatas que acababa de salir de la cocina para que pudiéramos desayunar como merecíamos. Una de las lecciones que se aprende rápido en este Camino es a no desaprovechar un bar abierto, porque no se sabe cuando aparecerá el siguiente.
Abandoné Guardo en dirección a Puente Almuhey subiendo hasta una ermita. Aquí, dicen, hubo hospital de peregrinos tanto a Santiago como a Santo Toribio. Las historias que se explican junto a los braseros dicen que las brujas celebraban allí sus aquelarres y también hablan de una pastorcilla dormida inoportunamente y salvada milagrosamente de las brujas por la Virgen, en no recuerdo cual de sus advocaciones.
No lejos de allí se pasa por el último pueblecito de Palencia. También podría ser el primero, pero para eso tendría que viajar en sentido contrario y no era el caso. San Pedro de Cansoles, lugar al parecer conocido antiguamente como Campo Solis. Podría referirse, o no, a algún culto solar arraigado en la zona, previo a la domesticación por parte del cristianismo en forma de pastoras salvadas por la Virgen de un destino peor que la muerte.
Brujas, cultos solares, ermita en un altozano… Camino de Santiago. Ummh… Las energías desplegadas eran intensas y apreciables para el peregrino con la actitud espiritual adecuada. Es decir con las antenas bien desplegadas. Pero hoy no era mi caso. Estaba hambriento y tenía los nervios de punta a causa del acoso de las moscas al caminar bajo el robledal, o al cruzar las diversas cicatrices abiertas en el bosque por los cortafuegos, la vía del tren o las pistas agrícolas. Caminaba cada vez más raudo para librarme y llegué a Cegoñal, donde el bar estaba abierto y ofrecía comidas. Aplicando el principio expuesto anteriormente me quedé allí a comer.
Lo que restaba hasta Puente Almuhey parecía perfectamente diseñado para recorrerlo por la tarde después de un abundante ágape. Los robles proporcionaban sombra para que uno pudiera alcanzar el albergue por su propio pie sin tener que pedir un taxi.
Muchas gracias y buenas noches.
Las malditas moscas del Olvidado! Te entiendo porque fue lo peor que viví en mi vida de senderista y peregrina porque ni las arañas, mosquitos ni cucarachas de Florida molestan tanto como esas malditas moscas. Sera la sequía ? Ojalá la cosa cambie en León. Buen Camino!
Sin, son terribles
Gracias txetxa buenos días.
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Pareceremos Katharine Hepburn en la Reina de Africa. También serviría para dormir en Laxe.
En realidad, las moscas aparecieron porque cometiste el pecado de comer antes de llegar al destino: Fueron algo así como la plasmación karmica exterior del malestar interior. O en plan griego, el castigo de los dioses por quebrantar una ley eterna.