Relato del Camino Francés

Autor: 
Francesc Rubí
Fecha: 
2007

Etapa Previa: Iruña-Grañón

Viernes, 17 de Agosto de 2007

Una etapa atípica

Si uno observa un mapa en el que figuren los caminos que conducen a Santiago y observa uno de ellos llamado francés, verá que el trayecto Iruña-Grañón es imposible. No porque no se encuentren los 2 enclaves en el, sino por la distancia que los separa.

Había caminado unos días con mi familia, los había retornado de vuelta hasta Pamplona y desde allí decidí retomar “mi” camino, justo donde lo había interrumpido el año anterior. Así que me dirigí hacia la vieja -aun- estación de autobuses. Tenia que coger un auto hasta otra capital: Logroño y desde allí transbordar en dirección a Santo Domingo de la Calzada.

En la estación de Iruña me aseguro de esperar en el anden correcto. He dedicado bastante tiempo a planificar mi trayecto por lo que dispongo de un conocimiento suficiente. Hasta el punto que me permito informar a una indecisa señora, vestida con los hábitos de monja, cual es el anden donde hace su parada la línea de Tafalla. No parece estar ni ansiosa ni siquiera nerviosa. Exactamente su semblante transmite confianza en la providencia. Todo lo contrario de lo que a mi me está sucediendo. Soy presa de cierta ansiedad. El motivo principal es la ignorancia. Ignoro si en Logroño encontraré enlace adecuado para seguir adelante. Ignoro si hoy podré llegar al destino elegido. No son horas de andar así perdido en una vieja aunque entrañable estación de autobuses. Me sorprendo consultando la hora a cada minuto, persiguiendo mi billete en todos los bolsillos, asegurándome a cada rato que aun esté en mi poder. Repaso mis notas sobre horarios y teléfonos y visualizo cada uno de los pasos que debo hacer. Está en juego el éxito de mi ajustado e improvisado plan. Llegan 2 coches. Los chóferes emanan su aire de superhombres en un lugar agasajado por tantas dudas, sudor, ansiedad y prisas. Ellos parecen ser los únicos que saben ciertamente cual es su destino en cuanto le den con el pulgar a la llave de arranque de su máquina. Me aseguro de cargar mi mochila en el coche correcto, pues aunque parezca mentira, en otra ocasión cometí ese error. Me comporta un esfuerzo separarme de mi mochila. Finalmente subo los escalones del auto y puedo decir: alea jacta est. Que sea lo que Dios quiera. Aun así, ya sentado en mi butaca, me cercioro de comprobar los hitos del trayecto: tantos bucles y paradas intermedias! Mentalmente calculo la hora de llegada. Llamo a la compañía con la que tengo que enlazar y pregunto por los horarios. Parece que no voy a tener que esperar mucho para el trasbordo.

Me relajo y puedo por fin empezar a disfrutar mentalmente mi camino. Ya queda menos para estar de nuevo en el. Me apeo en Santo Domingo. Antes he llamado al albergue “Casa del santo” y me dicen que acogen a todo el mundo, aunque no me dicen como… Pero decido tantear la posibilidad de un segundo trasbordo que cubra los 6,5 kilómetros que separan Santo Domingo de Grañón. Esbozo una mueca de frustración: ni hoy ni mañana existe transporte público. Son casi las 7:30 de la tarde de un viernes de Agosto. Mientras ando hacia el albergue, prende en mi la idea de echarme a andar hacia Grañón y ni siquiera me detengo cuando alzo la vista ante el portal de la casa del santo, pues realizo un giro de 90° a la izquierda: Llegaré hasta Grañón, hoy.

Así que el mismo día termino un peregrinaje familiar y empiezo el individual en otro lugar. Caminando; tanto por la mañana como por la noche, y con un montón de kilómetros en autobús y horas de espera dentro del día, en ambas direcciones.

Grañón es un enclave significativo en la cosmogonía compostelana. Por tercer año en los 6 que llevo de peregrino cubro el trayecto de Sto. Domingo hasta Grañón. La primera vez fue en 2004. La segunda en 2006. He tenido una relación peculiar con este pueblo. Mi hija me había hablado de este lugar y me quedó un cierto recelo pero como siempre, un recelo es también una curiosidad. En 2004 llegué allí hacia las 2 de la tarde, ciertamente una hora muy poco habitual en verano, pues era una jornada de fuerte calor. Tomé allí la mejor ducha del camino. Comí la comida comunitaria a destiempo y enlacé con la sobremesa con unos pocos peregrinos no suficientemente cansados, pues 

la gran mayoría se había tumbado en su colchoneta. Cantamos como los ángeles, entrañables canciones de Lluis Llach y digo como los ángeles sobretodo por las chicas valencianas, que bien lo parecían. Hasta que mi reloj interior empezó a meterme caña. Entonces me fui a tomar una pacharana en el bar y decidí seguir el camino. Aquel día solo andaría 4 kilómetros más, hasta Redecilla del Camino. Allí me aguardaba un encuentro inesperado.

En 2006 fue mi última etapa de peregrinaje. Lo más lógico hubiera sido terminar en Santo Domingo. Pero había hablado de Grañón a mis compañeros de andadura, por lo que debía llegar hasta allí pues todos ellos habían puesto su meta en Grañón. Así que allí pasé la tarde que no había pasado en 2004 y cuando el repleto comedor se disponía a cenar yo me tuve que levantar para partir de vuelta. Quise que todos ellos me despidieran: Sharleen, Jenniffer, Erik y también Fabio, Dolors y Jimmy. En el jardín tras la iglesia di un abrazo a cada uno y me puse a andar. Cuando me volví, pudieron ver como las lágrimas se escurrían en mis mejillas. No escondí mi llanto. Era una forma más de manifestarles mi afecto y de cuanto me apenaba la partida.

Y hoy llego casi de noche; podré por fin cenar, dormir y compartir la velada en Grañón. Lo que normalmente se cubre en una misma jornada yo lo habré cubierto en tres y en años distintos: de las 2 de la tarde hasta las 5 en 2004. De las 5 a las 8:30 en 2006 y de las 8:30 hasta la madrugada en 2007. Curioso verdad? Ciertamente lugares como Grañón te ponen en un estado especial.

Tu acabas de llegar verdad?

Si, si...

Como te llamas?

Francesc; y tu...

Yo soy Inés; venga, coge este tablón por ahí que vamos a montar una mesa, o nos vamos a quedar sin cena. La entrada no puede ser más directa. En 5 minutos estoy sentado y tengo un plato humeante ante mi. Es una cena de pobre: puchero, rancho... después llega un poco de ensalada, después un poco de macedonia, un poco de vino también y mucha agua. Como colofón, las hospitaleras han preparado un pastel de galletas gullón. Todo me sabe a miel!!

Ahora por fin puedo tomar mi ducha, la tercera en Grañón. Una hospitalera catalana, Neus, me ofrece dormir donde precisamente siempre me ha apetecido hacerlo desde que puse los pies por primera vez aquí. Es un lujo si cabe, puesto que he llegado el último! Se trata de la zona pavimentada en madera, bajo la cubierta también de madera. Parece más acogedor. Resulta que una peregrina italiana quiere partir muy temprano y prefiere dormir cerca de la salida para no molestar.

En Grañón se celebra oración cada noche, pues se trata de un albergue parroquial. Avisan que es opcional ya que hoy día la diversidad de motivos peregrinos es grande. Me apunto. A la hora convenida estoy allí. Ocupo un lugar central, al lado de la hospitalera que hace las veces de maestra de ceremonias. En mi otro lado se coloca la chica italiana que me ha cedido anónimamente su lugar para dormir.

A todos los que estamos dentro se nos invita a hacer una ofrenda. Tengo pues la oportunidad de expresar en voz alta mi agradecimiento por los regalos que el camino me ha dado. Es la primera vez que esto me sucede; me alegro y lo hago cuando llega mi turno, que cierra la ronda. Inmediatamente antes de mi intervención, lo ha hecho Martina; simplemente nos ha contado emocionada que su vida ha recibido un don y quiere por ello ofrecerlo ahora, en ese instante único, seguramente que irrepetible. Profundo silencio, expectación. Cual será ese don? Y empieza con su prodigiosa voz de ángel a interpretar entera el Ave María de Schubert, a capella. Su don.

Nos hemos llenado de... gracia.

Alguien dijo que solo por eso valía la pena ir a la oración, aunque esa chica mañana ya no estaría allí. Para mi su canto no fue más que un hermoso acompañamiento a mi ofrenda. Para cada uno de los que allí estábamos, lo más importante fue lo que cada uno ofrecimos. Para ella lo fue el canto. Tuvimos el privilegio de poder hablar y ser escuchados. El detalle que demuestra esto es que cuando se nos invitó a hablar podíamos hacerlo en nuestra propia lengua, que no hacía falta desgañitarse en mal hablar en la lengua del vecino, que lo importante era expresar, manifestar; ser asertivo, como ejercicio de afirmación personal y porque a nadie más que a uno mismo, le importa más lo que a uno le importa. Y aunque se me antoja que la mayoría de los peregrinos no saben porqué lo son, lo cierto es que allí están, y esta certeza es ya un gran paso.

Por la mañana cada uno partió a su aire y a su hora. Después de depositar mi contribución económica me dispongo a salir pero me topo con Inés: “que poco tiempo has estado con nosotros... llegas el último y ya te vas”. Yo le digo: “sí que es poco, pero fecundo. El camino me trae y el camino me lleva; soy peregrino!”. Les doy un abrazo, agradezco su hospitalidad y me voy.

El camino del peregrino es un camino muy particular. No hay un camino igual para nadie como no hay una experiencia idéntica para nadie. El paso por Grañón es obligado pues está en el camino jacobeo. Los peregrinos de ese camino pasan por ahí; otra cosa es que se hospeden. No goza de la calificación de 5 estrellas, ni de 4, ni de 3, ni de 2, ni de 1. Desde el punto de vista turístico, el albergue de Grañón (que no lo es) no figuraría en ninguna de ellas, o debería ser una guía muy especial, puesto que no dispone de camas. Las pernoctas se hacen encima de colchonetas de unos 4 o 5 cm de grosor.

Refiriéndome a Grañón antes he utilizado el término cosmogonía, que es como decir el universo cósmico. Grañón pertenece a la cosmogonía del camino de Santiago, es uno de los puntos de referencia de su galaxia, a pesar de que no posee ni leyendas ni ningún monumento de especial significado en el sentido estrictamente compostelano. Sin duda, un camino de peregrinación tiene por objeto el llegar a uno de los centros del mundo. En ese camino, Santiago de Compostela es la meta a alcanzar por los peregrinos. La religión cristiana sitúa allá un lugar santo: la tumba de uno de los apóstoles de Jesucristo. Pero a lo largo del camino son necesarios unos hitos, lugares los cuales configuren una preparación y un acercamiento; lugares especialmente energéticos, lugares santos. Grañón es uno de esos lugares.

Etapa 1: De Grañón a Tosantos

Sábado, 18 de Agosto de 2007

María Ramos. La Virgen de la Peña

Hoy es con propiedad mi primera etapa, aunque ayer viví una previa extraordinaria.

Salgo a las 7:15 y ando solo hasta las 9:50. En Villamayor del Río puedo sentarme en un tranquilo parador de carretera pues no hay otra opción. Se llama León y el hombre que me atiende se comporta como tal. He osado entrar para hacer mi pedido, con mi mochila en la espalda a pesar del cartel: prohibido entrar con bordones y mochilas. Cada uno interpreta como quiere. Yo interpreté que el motivo del veto se debía al espacio -en el caso de la mochila- y a posibles golpes en el caso del bordón. He aprendido, a lo largo de mis peregrinaciones, que no debo dejar mi equipaje solo ni un instante, y lo tengo también como norma. Es excesivo pedirle -imponerle en ese caso y por escrito- a un viajero a pie que se despoje de su íntimo equipaje. No tenía alternativa: o seguía andando y posponía mi necesario desayuno o me saltaba el aviso. Lo pagué recibiendo frialdad -casi desprecio- en el trato. Pagué y me fui con mi café cortado y mi bocata hacia una mesa exterior con sombrilla. Alargo unos 45 minutos mi parada; bá- sicamente porque debo interiorizar mi nuevo registro; y debo escribir sobre ello.

Retomo la marcha y una hora después, estando cerca ya de Belorado, tengo mi primer encuentro significativo. Se trata de un joven y una joven. No son una pareja de jóvenes. Son compañeros circunstanciales de camino. Sergi y Lucía. Están risueños y el encuentro se produce con solo una pequeña chispa. Ella padece problemas en los pies y se han detenido. Quiere visitarse en un centro de salud de los que se encuentran a lo largo del camino. Consultamos nuestros respectivos trípticos básicos de peregrino: efectivamente, cerca de ahí, en Belorado, existe uno de ellos. Seguimos juntos y cubrimos el corto tramo hasta la población. Enseguida empezamos a preguntar a los transeúntes y nos indican su localización. Le compramos a un abuelo medio kilo de ciruelas claudias; el hombre se saca axial un complemento a su exigua pensión. Ante el C.A.S. les anuncio que debo buscar un comercio donde comprar una prenda de abrigo y unos calcetines. Los abandono allí.

Para Sergi hoy se acaba el camino y lo siente. Siente que va a perder a esa compañera, a la que le ha cogido cariño. Siente que su viaje interplanetario llega a su fin. Siente el retorno al mundo cotidiano donde todo es demasiado normal. Le cuesta, y va a alargar todo lo que pueda el final. Los dejo y voy en busca de mis prendas, un poco de tabaco y pilas para mi cámara fotográfica. Después me acerco hasta el centro de salud para despedirme de ellos. Sergi está en la sala de espera, a ella la están asistiendo dentro.

Sigo mi camino y a la altura de Tosantos, la vista de su albergue parroquial me seduce; además se llama “San Francisco de Asís” -mi santo-. Decido quedarme aquí. Este lugar me apacigua. En el camino uno puede escuchar su voz interior cuando hay que tomar una decisión.

Me meto dentro, oigo voces que parecen llegar del final del pasillo. Allí está la cocina; un hombre está sentado comiendo y otro de pie. Conversan. Buenas tardes y Buen provecho! Disculpen, donde puedo encontrar al hospitalero? El que está comiendo me responde que en 10 minutos llegará. Y me invita a acomodarme, a instalarme, a ducharme: dispón como si estuvieras en tu casa. Agradezco la invitación y le digo que voy a esperar en la salita junto a la entrada hasta que llegue, que no tengo prisa.

Sentado en una vieja butaca, o mejor dicho, hundido en ella, empiezo a disfrutar de la hora calma, de una espera especial pues se trata de una espera después de haber llegado. No hay prisas, no hay ansiedad, no hay colas. Estoy solo en ese cuartito recibidor. En la mesita una jarra de agua fresca con limón me seduce y me sirvo un vaso. Siento algo parecido a la paz. Cuan importante es la llegada al albergue donde uno se propone hospedar! Me doy cuenta precisamente ahora. Demasiado a menudo es un momento frustrante. Los albergues son pocos y los peregrinos muchos.

Hoy me permito respirar y asimilar el aire del lugar tranquilamente. Al poco rato llegan 4 peregrinos; dos mozos y dos mozas. Me preguntan por el hospitalero. Les contesto lo que se y les invito a sentarse y refrescarse. El hombre que comía en la cocina hace su entrada y se sienta en su lugar. Él es el hospitalero y se llama José Luís. Empieza a hablar: de la jornada, de la dureza, del cansancio, del camino, de sus 15 peregrinaciones por diversos caminos; sus palabras y las anécdotas que va intercalando me producen un cierto sopor. Me quedaría aquí escuchando hasta fundirme. Lleva 12 años de hospitalero y desde hace 3 el cuerpo no me pide que haga el camino, dice. Curiosa expresión. Me pregunto si a todos los peregrinos les suelta el mismo periplo.

Mauricio, su ayudante hoy, me acompaña hasta el piso de arriba, donde duermen los que vamos solos. Será otra noche de sueño en colchoneta.

Después de la ducha, entro en el comedor y preparo mi almuerzo. Dos de los 4 jóvenes, Roc y Paula, me invitan a compartir su ensalada conjunta. Me acerco hasta el bar en busca de vino y así es como entablo relación con su grupo, con los que a partir de hoy compartiré la cena cada noche. Más tarde llega Lucía y esta vez soy yo el que la invita a agregarse a nuestra larga mesa.

Por la tarde tomo mi ducha y hago mi colada. Eso me deja libre para “trabajar” las relaciones con los contactos establecidos. Un buen grupo está arrinconado cobijándose de los implacables rayos solares bajo una pequeña sombra y me uno a ellos hasta que alguien propone ir a tomar un café. Me apunto. Nadie conoce a nadie pero todos estamos allí dispuestos a enfrentarnos al vacío de no saber que decir. Lo único que nos une es ser peregrinos y estar hoy aquí. Aun así hay que romper el hielo. Compartir la gran mesa era obligado. Ahora hay que ir un poco más allá. Hablo con Alex y llega una pareja que ronda los 50. Miguel se une a nosotros y nos invita a un chupito. Pasa el rato y llevamos ya unas rondas, la lengua se suelta y nos hacemos compañeros de arrío. Los ojos chisporrotean y los colores se suben a la cara. Ya somos colegas. Eso tan natural entre los individuos de la especie ha sucedido de nuevo. Nos encontraremos en los próximos días? Nadie se hace esa pregunta. Si acaso lo hace Lucía. Alex me cuenta “su” iluminación; algo que le había pasado hacía un tiempo y cambió el curso de su vida. Me pregunto que me hace ser receptor de tales confidencias. Intento comprender escuchando y preguntando. Alex tiene la pinta de tipo duro, se me antoja una dureza ganada a tortazos. Después nos cantaría una canción rokera pero su alma tierna se expresaba en ella.

Mientras me cuenta su historia salimos del bar para tomar el aire. El Sol ha bajado lo suficiente como para podernos arrimar a lo largo de la fachada del albergue y gozar de la ligera brisa que se ha levantado. Al rato otro Alex arranca unos acordes de su guitarra y nos deleita con ello. Varios aclamamos al rokero Alex una canción -ha corrido la voz que es cantante de un grupo de rock local- finalmente nos regala el recital: su alma nos hace estremecer y los bravos no cesan. Sigue Uli, un ginecólogo alemán de pocas palabras y cierta edad; el maestro Segovia habla a través de sus acordes. Alguien se chiva y dice que yo también sé rascar la guitarra y eso es lo que hago, invitando a todos a improvisar las estrofas... Que buena tarde nos regalamos! No todos los atardeceres -ni mucho menospodemos gozar así. Esas jornadas son especiales. Muchos de nosotros habíamos estado en Grañón; Tosantos no tiene mucho para ver; José Luís -el hospitalero- nos ha facilitado con su joven sabiduría, un ambiente solidario: su discurso reivindica y enaltece el espíritu peregrino solidario, de hermandad. Alguien avisa que María nos espera para visitar a la Virgen de la Peña, pero alguien a su vez debe preparar la cena. Los grupos se montan espontáneamente. Caminamos cuesta arriba; nadie sabe lo que nos espera. Ante un portal bajo una peña, María nos advierte que no

podemos hacer fotos. Acto seguido entramos al recinto. Se trata de una ermita construida bajo la peña. Esta todo muy cuidado y limpio. El pueblo guarda una gran devoción por la virgen la cual no se encuentra aquí, pues se aloja en la iglesia de Tosantos. Contesta cuando puede a nuestras preguntas. La virgen es llevada en romería hasta esta ermita cada mes de mayo -el mes de María-. Cuando llega la hora de sus otros menesteres, María nos achucha para marcharnos. Le pregunto su nombre: María-Ramos. La interpelo con la mirada. Estoy con Alex y nos aclara que le pusieron de nombre María pero como nació un domingo de ramos le añadieron Ramos. Alex y yo la miramos algo atónitos: lleva un pañuelo estampado de colores atado a la cabeza y sus ojos claros nos observan curiosamente. Le soltamos unos piropos y le estampamos sendos besos. Ella se emociona. Nosotros nos vamos. Hemos dejado un rastro de amor tras nosotros. Unos peregrinos me han echado piropos! (va a pensar, aunque no creo que vaya a contarlo). No hemos visto a la virgen pero hemos besado a María Ramos.

Por la noche después de cenar hay también aquí oración. Como José-Luís no es cura, vamos todos.

Me quedo con una frase: a Santiago no se llega, a Santiago se va.

Después todo el mundo se yergue en su colchoneta menos yo. Tengo una pregunta para José Luís: qué significa que hoy el camino necesita peregrinos? Hay mucho turista por ahí, con mochila. Y a muchos otros se la lleva una furgoneta. Estoy de acuerdo. Pero le manifiesto que el espíritu peregrino sigue vivo y parte de esa vida se debe a lugares pobres como Tosantos y Grañón. Pero sobretodo al espíritu peregrino que todos llevamos dentro.

Es tan difícil ser justo que la prudencia aconseja ser indulgente.

Soy el último en echarme. No molesto a nadie pues hay espacio suficiente. Por la mañana me permito estar un ratito más en el lecho a pesar de la invitación a levantarme que me hace Lucía.

Siento que debo permanecer aquí más tiempo. Mis movimientos se han hecho lentos. Mi cuerpo me pide quedarse. Ha dejado de importarme hasta donde llegaré hoy, no tengo prisa ni meta. Podría quedarme y suceder a Mauricio en su cometido de ayuda al hospitalero. José Luís está cansado, lleva el albergue él solito. Pero pronto sale a relucir mi espíritu peregrino; el grupo que ayer he conocido... Siento que aun debo ser peregrino, por más tiempo, dar testimonio de mi ser peregrino, cuanto menos mientras pueda andar. Ayudo al hospitalero a recoger las colchonetas de arriba. Cuando bajo, en la despedida le doy un abrazo y le agradezco su acogida; me dice “eres un amor” mientras su mano acaricia tiernamente mi cara, cosa que me turba. Y me voy; me debo por ahora a los peregrinos.

Con cierta congoja me alejo de Tosantos.

Etapa 2: De Tosantos a Atapuerca

Domingo, 19 de Agosto de 2007

El poder, el amor, el odio

Ando solo -como casi todas las mañanas- hasta Villafranca Montes de Oca. Tomo algo más de desayuno y adquiero un par de croisants que llevaré de reserva. Debería de comprar algo más pero la tienda está a unos 100 metros, 100 tristes metros para ir y otros 100 para volver; 200 en total. Decido hacer un ejercicio de abstinencia. Mi cuerpo tiene reservas.

Aunque este año ando por aquí más tardíamente y apenas las he visto en los márgenes del camino, cuento con que podré encontrar ciruelas claudias. Axial pues me meto en la fuerte cuesta del camino de la Pedraja y que en unas 3 horas conduce a S. Juan de Ortega donde espero poder comer algo y descansar. Las ciruelas que encuentro están verdes aun pero hago acopio de algunas de ellas en mis bolsillos con la esperanza que maduren.

Bien podría decirse que este tramo del camino se aparta de la civilización. Salvo el encuentro con algún raro peregrino que esté de vuelta uno no se topa con nada más; ningún pueblo, ningún animal, ningún campesino ni pastor. Nada, salvo los mosquitos. El paisaje sería montañoso si los árboles no estuvieran dispuestos a los 2 lados como una cortina impidiendo la perspectiva. Se ha hecho coincidir el camino con el cortafuego, muy ancho. Se avanza a través de esta amplísima franja, de manera que el bosque no puede protegerte del Sol ni tampoco de la lluvia, salvo si uno se mete dentro. Pero incluso el acceso a su interior es complicado y cuesta trabajo camuflarse bajo su mata si a uno le entra una imperiosa necesidad, como la que me ha venido un poco más allá de la mitad del trayecto, a

causa, pienso, de las ciruelas tomadas antes de su tiempo.

Llego a S. Juan. Sentada tomando el sol y una cerveza veo a Lucía y me siento con ella. Tomo una tónica y un bikini y ahora tras narrarle mi relato de la Pedrada ella saca sus buenas ciruelas claudias, maduras, compradas... ayer!? Me doy cuenta que el tiempo perdió ya su diacronismo, pues tengo la impresión que ha pasado mucho tiempo desde que se las compramos al abuelo de Belorado. Y fue ayer, hace justamente 24 horas.

Nos apalancamos un largo rato sentados hablando, prosiguiendo con nuestra particular conversación, iniciada apenas ayer. Pero nos parece que desde ayer ha pasado una eternidad. Debe ser que nos hemos metido en otra dimensión, donde la percepción del tiempo es completamente distinta, por el hecho de que éste carece de importancia. La perdió a causa del ahora.

Lucía me había confesado su “yuyo” (una mezcla de temor y angustia) por perder a los compañeros. Le sucedió hace unos días y aun está preocupada aunque lucha para superar este sentimiento. Yo sé de qué habla y la entiendo. Por eso procuro salir solo por la mañana; para no apegarme en exceso y para que no se me pegue nadie, en este caso ella. Dejo en las manos del azar el que me vuelva a encontrar con ellos, con los que me deba encontrar por ventura. Eso no impide que cuando pierdo a alguien lo sienta. Pero forma parte de las reglas del camino y de la vida. Ayudo a Lucía a tener cura de sus heridas plantas podales y acto seguido nos ponemos en marcha.

El primer pueblo que encontramos es la pequeña localidad de Agés, donde disfrutamos de una grata experiencia de hermandad entre pueblos vecinos -cosa a menudo extraordinaria- y de cariño hacia nosotros.

Luci tiene que comprar compresas; la chica dueña del restaurant/tienda/albergue le dice que se le han terminado pero que espere. La chica regresa de su piso con un paquete de las suyas. El detalle enternece a Lucía, que se emociona. Nos pregunta hasta donde vamos a ir hoy: hasta el pueblo de al lado, Atapuerca, a solo 2 kilómetros. Se ofrece a ir a recogernos si no encontramos cama allí, pues son fiestas, habrá mucha gente y ellos van a ir. Quedamos impresionados.

Vislumbramos el cariño que trasluce Maribel -así se llama- a la que se acerca un chabalín y se cuelga de su cuello, se dan achuchones, besos y abrazos, que nos enternecen. Cuando nos despedimos de Maribel también es con un buen abrazo. Ella sabe lo bueno que es eso, lo da y lo recibe. Por unos minutos nos hemos convertido en sus hijos mayores aunque ella es mayor que Lucía y menor que yo. Ella recibe -quiero suponer que a menudo- amor en los abrazos de los peregrinos y peregrinas que acoge y ella puede dar a raudales abrazos a su hijito. He ahí cómo la corriente de esa energía llamada amor nunca se detiene; porque, por ventura alguien sabe cómo se puede acumular o almacenar el amor?

En Atapuerca, el albergue nuevo donde están ya instalados nuestros madrugadores amigos está ya repleto. Los saludamos y nos indican la dirección del alternativo. Es “La Hutte” más pequeño y precario pero eso si, coquetón. Mientras esperamos para inscribirnos decidimos brindar con cava por nuestra suerte. Su ocupación principal es la de atender a los clientes del restaurant; hoy es fiesta grande en Atapuerca y el lleno es total. Una vez instalados acordamos cenar con el grupo del albergue de abajo. También nos repartimos las compras pertinentes y quedamos en asistir al acontecimiento del año: La Batalla de Atapuerca.

Esta mañana he contactado telefónicamente con la agencia que gestiona la visita a los yacimientos arqueológicos (declarados como patrimonio de la humanidad por la UNESCO) y/o al museo. En un caso no había ya plazas y en el otro tenia que desplazarme hasta una población a 15 kilómetros. Así pues, el destino ha querido que por segunda vez desista de visitar la sima de los huesos y por lo tanto asistiese con mis compañeros a la prodigiosa función. Hacia las 18:30 empieza. Todo el mundo había tomado asiento directamente sobre la ladera tras la iglesia. El escenario natural es más o menos donde aconteció en realidad, hace de ello cerca de 700 años. Después de un buen rato de espera empezamos a divisar los ejércitos a caballo, sus blasones y escuderos, junto con sus séquitos a pie, a lado y lado de nuestro estrado. Se acercan hasta el campo de trigo recién segado que se halla ante nosotros. Escuchamos al narrador que nos pone en antecedentes y también los diálogos de los protagonistas de cada bando, mediante modernos sistemas de audio.

La tragedia se consume: afrentas, desafíos, lucha por el poder, traición, asesinato, vencedores y vencidos. Sólo una batalla? La historia se ha repetido mil y una veces. Los conflictos se suceden. Historias de amor y de odio.

Las campanas -reales- tocan a muerte y a regreso. Todo el mundo se levanta. Los diezmados ejércitos y sus séquitos pasearán ahora por las calles entre vítores, ahora a los actores. 

Debemos apresurarnos a realizar las últimas compras antes que nuestro cocinero se enfrente a sus fogones, los pequeños fogones del albergue. Alex, el rokero, va a prepararnos un pastel de patata.

A las 9 empieza el festín. Seremos muchos y habrá otros manjares. La pareja de palentinos aparece con vino de su cosecha, chorizos y queso. Antonio el sevillano con una torta. Más tarde Giovanni -el jubilado peregrino italianotrae una botella de cava. Banquete y libación, que terminamos bajo las estrellas, arropándonos para protegernos del frío de la sierra. Qué bella y entrañable estampa! Dispares peregrinos celebrando su encuentro bajo el cielo de Ataperca, sin ansias de poder, ni odio. Si acaso de amor.

Lucía coge un “pedo” y debe apoyarse en su samaritano compañero peregrino en la cuesta al albergue.

La noche nos procura un sereno y saludable descanso. No quedará rastro del exceso; ni resaca, ni de llanto.

Etapa 3: De Atapuerca a Burgos

Lunes, 20 de Agosto de 2007

El espejismo de la Cartuja. Un sabor amargo

Me regocijo en mi litera en el dulce sabor de la vigilia, a mitad de camino de vuelta del reino de los sueños, observando en la penumbra como Luci con naturalidad va vistiendo su naturalidad. Ya con la mochila en la espalda se acerca para susurrarme: fransesc, me voy. Ya nos veremos… y entonces tengo la certeza que está haciendo lo que debe para superar su dependencia. De acuerdo Luci. Buen camino!

Cuando salgo del pueblo, justo está amaneciendo y descubro en un jardín algo que ayer me pasó desapercibido; se trata de una escultura -más bien una forma no esculpida- hecha con diferentes metales y formas, soldados, componiendo una campesina del siglo XIX a tamaño natural.

El pedregoso camino sigue cuesta arriba antes de suavizarse y abrirse a la gran planicie de Burgos. Discuto con una señora valenciana: yo sostengo que Tosantos está antes de Belorado y ella sostiene que después. A estas horas uno es capaz de cometer algunas rarezas... y también torpezas.

En Cardeñuela -ya en el llano- me detengo. Debo comer algo y en el bar veo una tortilla de patatas que pinta muy apetitosa. Cojo mi desayuno y me acerco a la mesa que comparten Lucía y otros peregrinos. Aprovecho ahora para cotejar mis conceptos geográficos y al fin me acerco a la señora valenciana para confesarle que ella tenía razón. Y se queda bien satisfecha.

Sigo 1,5 kilómetros con Lucía, hasta la bifurcación. Yo había manifestado la intención de llegar a Burgos por la variante de Castañares, más larga pero menos desagradecida que la más concurrida de Villafría. Por contra, Luci decide seguir por la más corta, puesto que le permitirá disponer de más tiempo para la visita en profundidad que le quiere dedicar al conjunto monumental Burgalés. Así pues, pasado Orbaneja nos despedimos, aunque no se me antoja una despedida definitiva, también podría ser... ella se va convencida que nos encontraremos en el albergue del parque del Parral de Burgos, pero ella no sabe que tengo 2 propósitos para hoy: uno es encontrar un sitio ideal para descansar, estar cómodo, escribir y reflexionar -para ello he alimentado la idea de recalar en la Cartuja de Mirafloreslugar supuestamente cercano desde la variante que sigo. El otro es acabar la etapa más allá de Burgos…

La verdad es que con esa ciudad sostengo una relación algo tensa, como acostumbra a suceder cuando la relación es de amor/odio. Con esta, he pasado por ella en tres ocasiones. La primera vez llegué aquí en final de etapa y de peregrinaje un frío jueves de Agosto. Como es tradición, los jueves de Agosto, una confradía de abuelas y algún abuelo preparan una suculenta, abundante, calorífica y reconfortante sopa de ajo ante el mismo albergue y se ofrece a todo el mundo; se llenan los cuencos hasta que se acaba. Esa es la grata experiencia de mi primer viaje a Burgos. Pero reconozco un prejuicio respecto de esa ciudad. Alojó un gobierno presidido por el genocida dictador Franco el cual celebró sumarios sumarísimos sin posibilidad de defensa, que acabaron trágicamente para los condenados. Finalmente siento un pesar por el agravio que supone dispensar enormes caudales de dinero en el templo de Burgos, mientras mi querida catedral gótica local se cae a trozos por “falta” de fondos públicos. Verdaderamente esa actitud tiene algo de pueril. Pero me quedo como más a gusto. Es más, no descarto visitar sus joyas arquitectónicas en el futuro, quizás un futuro bien próximo… Así que sigo por la -en realidad- no menos desagradable variante de llegada a Burgos.

Hoy me siento pesado, cansado. La etapa de hoy no tiene a priori ningún interés especial, como antes he dicho, la expectativa no es atractiva puesto que hoy no es jueves. Por ello mi mente ha buscado alternativas. Pero el cansancio me está superando. Hoy es mi tercera jornada de marcha; dicen que es la más crítica antes de la adaptación al ritmo de andar diariamente un montón de kilómetros. Será por eso?

Me voy dando de bruces con la realidad de no encontrar la ansiada proximidad de la Cartuja y ademas me falta el empuje necesario para buscar la forma de llegar hasta allí. Me entra como una prisa para llegar a un lugar de descanso y rápidamente mi mente me empuja hasta el albergue. Consulto mi mapa de Burgos a cada esquina y tardo una eternidad en entrar en el mapa de papel. Cuando me meto en él, sólo es cuestión de andar el tiempo justo y necesario, pues la ansiedad se desvanece. Proyecto descargar en el albergue mi mochila y dirigirme a un restaurante próximo a comer. Cuando llego, parece que los 4 primeros comensales de Tosantos me estén esperando. Y me voy con ellos al comedor universitario. De vuelta, me siento en un banco del exterior, antes -me digo- de proseguir mi marcha. Pero un profundo sopor me hace dar cabezadas. Por dos veces alguien me dice: entra y túmbate un rato en una litera. Me resisto. A la tercera vez me digo: date el permiso; no importa mucho si sales ahora o dentro de una hora. Y me tumbo... y me tiro tumbado una larga hora y después me ducho y después me inscribo... antes de que otro peregrino coja mi cama.

Vencido. Rendido. Así estoy.

Pero me siento mejor. Ahora estoy dispuesto a encontrar un lugar que me plazca, entre los numerosos jardines próximos al río, donde poder hacer lo que había planeado en la Cartuja. Y lo encuentro. Hasta que otra vez la peña me ha rescatado. Iban paseando hasta el casco antiguo y monumental, con el propósito de encontrarse con Lucía y Viginna-Judit. Me uno a ellos.

Así es como sin querer, hoy he visitado la catedral de Burgos y luego las callejas y más tarde una media cena a base de morcillas varias. Hasta que he recibido una llamada agridulce, como correspondía a la jornada de hoy. Ha sido una llamada para escuchar básicamente y eso es lo que he hecho. Eso ha demorado suficientemente mi llegada al albergue y la consiguiente entrada al barracón donde se encuentran las literas. Cuando cuelgo, el silencio y la soledad reinan; le doy a la manivela de la cerradura y la puerta no se abre. Recuerdo ahora que sólo puede practicarse desde el interior por motivos de seguridad.

Descubro que del barracón de los hospitaleros se fuga un destello de luz por las rendijas de los ventanales; aun estarán despiertos? Corro a llamar a su puerta y me siento como el lobo que quiere engañar a las cabritas; desde dentro, una voz me increpa: quien es, qué pasa? Debo dar explicaciones por tres veces y pedirles humildemente si pueden ayudarme.

El problema es que aun cuando se debería de poder -también por razones de seguridad- resulta que la cerradura no es practicable desde el exterior porque está averiada. El único modo de acceder al pabellón parece ser que es por la puerta de emergencia, que se encuentra detrás y vete a saber como estará. El hospitalero Luís coge un manojo de llaves y nos vamos hacia la parte de atrás. Prueba con una sin resultado. Prueba con otra y gira a duras penas, pero gira. Le da a la manecilla y no se mueve. Dentro, todo o casi todo el mundo duerme, son las 11 menos cuarto de la noche; a las 10 se toca a silencio y se apagan las luces. Como unos ladronzuelos, estamos Luís y yo intentando abrir -más bien forzar- la puerta de atrás. Está absolutamente todo a oscuras y la pequeña linterna del hospitalero se apaga. Está atrancada, me dice; el pestillo no acaba de liberarse. Si en el interior, dentro de su saco, hay alguien despierto, estará escuchando y se estará poniendo nervioso. A ver, tira de la maneta con fuerza -me susurra Luís- y yo acato con todas mis fuerzas pues ya tengo ganas de acabar y fundirme por ser el causante de tal despropósito. Pero el terremoto aun no ha empezado. Tiro y tiro con tanto tesón que por fin la puerta se abre, hacia afuera, pero a ella le siguen 2 mochilas que se vuelcan y vacían su contenido, entre cuyos objetos parece que se encuentra una vasija completa con su cubertería de metal, a tenor del estruendo que provoca su caída. Intento recoger todo y meterlo de donde salió. Pronto se oyen voces de alarma desde el interior y pronto también la voz tranquilizadora del hospitalero. Escurriéndome al abrigo de las sombras, me dirijo a la litera raudo y sin chistar, mientras escucho algunos improperios de otros tantos molestos y adormecidos peregrinos.

Podría parecer que Burgos tampoco me quiere a mí. Pero ya he dicho antes que tengo con ella una relación de amor/odio. A pesar de todo me siento bien conmigo mismo. Eso es lo que ha pasado, porque tenía que pasar. Lo acepto pues y ahora es solamente una anécdota.

Etapa 4: De Burgos a Hontanas

Martes, 21 de Agosto de 2007

El azote del viento

No tengo prisa por salir. Hoy se vuelven a su tierra Iker y Paula. Su viaje ha llegado a término. Iker por fin atiende la llamada de sus rodillas: imploran descanso y cuidados. Sus apegos y el ser cabezudo, le mantenían en el camino. Pero volverá, algún día -vete a saber cuando- volverá. A Paula se le ha terminado el pase y debe volver al curro en Almansa. Cuando le pregunto qué se lleva del camino me responde con algo indescriptible que resume en “vosotros” es decir, las vivencias en la entrañable compañía de los circunstanciales compañeros.

Puede ser que el tipo de relación-experiencia que ha tenido aquí sea todo un nuevo universo para ella. Universo que no va a encontrar allí. Se lleva lo vivido (es posible?...) y le quedará el recuerdo de lo vivido. Es lo que queda de los viajes; nada más. Si otra vez vuelve al camino, será ya otro viaje; aunque camine por los mismos lugares, “nosotros” no estaremos, por lo que será un viaje bien distinto. Aunque estoy seguro que será tan alucinante como el actual.

Aparece un hada por el albergue; es una chica que sabe curar los pies. Lucía se deja tratar por ella, pero ella no tiene prisa.

Desayuno en el improvisado bar, apañado en el cuartito/almacén/garaje para bicicletas del albergue, fruto del empeño de los hospitaleros para hacer más agradable el paso de los peregrinos por ese improvisado y dejado de la mano de Dios establecimiento para pernoctar, de la insigne ciudad de Burgos.

Espero también la oportunidad de expresar mis disculpas a los hospitaleros por el episodio de anoche. Son todo comprensión y se lamentan por el decrépito estado de las instalaciones. Yo reitero la única afirmación que merecen todos ellos: el agradecimiento por estar ahí; a lo que añado el plus por la paciencia y la comprensión que me dedicaron. Salimos. Hoy voy acompañado de Lucía. Parece como si algo empezara de nuevo hoy. Quizás el empeño para que la sombría jornada de ayer no se repita hoy. He vivido tres intensas jornadas de peregrinaje, bien distintas entre si. Hoy empiezan otras tres; cómo serán? Me enfrento a ellas con toda la humildad de que soy capaz. El rigor de las tierras castellanas lo exige. Rigor y aburrimiento, por las largas distancias con más de lo mismo, por los que no atinamos a ver las diferencias. Ante nosotros y a nuestros flancos hay siempre lo mismo: campos de trigo y una senda. Sobre nuestras testas el entrañable azul del firmamento surcado por los blancos bancos de nubes avanzando hacia nosotros, cruzándonos interminablemente. Así cuando alcanzamos un pueblo nos sentimos arropados. En el primero, visitamos un bar, en el segundo hacemos unas compras, en el tercero nos sentamos a comer y en el cuarto... el cuarto no llega nunca, parece que la tierra se lo ha tragado. El mismo viento que empuja a las nubes nos azota el semblante, embulla nuestros pelos y choca con nuestro pecho haciendo más duro el avance. Aunque el Sol aprieta, el nordés también. Y Hontanas... donde carajo estará Hontanas? Contamos los kilómetros -a nuestro antojo-. Ya deberíamos al menos divisar su campanario...

Hontanas es un tesoro y como todos los tesoros, está escondido. Hontanas > fontanas > fuentes: AGUA. Ese es el tesoro.

Andábamos avanzando por el plano vientre de una mujer tendida al Sol, sin divisar nada más que piel y cielo, cielo y piel... hasta que una hendidura se abre ante nosotros, objeto de deseo, humedad fecunda, abrigo y regocijo, descanso. 

Cuando Hontanas aparece lo hace de pronto, sin avisar; está allí, ya, a un tiro de piedra, ofreciéndose a todo el que quiere llegar hasta ella... Toda ella es un tesoro y se hace querer porque acoge a los peregrinos; a los que andando, lentamente, nos acercamos a ella, deseándola, a veces ansiosamente.

Es impensable no sentir alegría cuando se llega a Hontanas, si uno es consciente de ello. Es un pueblo pequeño, pero 3 establecimientos ofrecen albergue allí. Las noches son frías y el hospedaje se agradece.

La tarde discurre plácida; expuestos a los calientes rayos de Sol, tendemos nuestras ropas y nuestros cuerpos también se dejan mecer tendidos en las sillas y bancos esparcidos en medio de la calle principal por donde no circula ningún vehículo. Hontanas es un rincón del paraíso.

Por la noche cogemos el segundo turno de la cena -o quizás fue el primero-. Nos juntamos los 5 habituales e invitamos a nuestra mesa a Marta de Girona y a Pepe el cordobés. Ambos se han metido hoy en el camino y se mezclan ya con la muchedumbre peregrina. El juntarnos se debe también a cierta imposición. El local es limitado y hay que llenar todas las sillas de todas las mesas de los dos turnos. No es posible aquí una cena romántica. Pero lo es de todos modos. Una energía llamada amor nos hermana.

De camino al albergue contemplo la sugerente y oscura bóveda del firmamento. Pienso en el misterio de Hontanas, que aunque perdida entre los campos de castilla desde ahí puedo ver también los luceros que velan por nosotros.

Más tarde, pero tempranamente, me meto en mi litera y tengo ya la certeza de haber cogido un resfriado. El viento no me ha detenido durante la jornada pero ha dejado un rastro de su frió en mi interior.

Etapa 5: De Hontanas a Boadilla del Camino

Miércoles, 22 de Agosto de 2007

Serpiente de campos en tierra de agua

Me despido de Lucía, aún tendida en su cama, acurrucada en su saco. Nos vemos en el bar de Castrojeriz, le digo. Es la primera vez que acordamos encontrarnos. Pero Castrojeriz es un pueblo largo con varias calles más o menos paralelas y tiene más de un bar, aunque en ese momento yo solo recuerdo uno en el que había cenado.

No nos encontraremos. Y de todos modos nos hemos dicho tanto, hemos compartido tanto que ya queda poco por contar, o eso es lo que parece.

Merodeo indeciso por el vestíbulo del albergue; indeciso por comer o no comer algo antes de partir. Ayer saludé a una chica que estaba leyendo un libro sentada en la barra del bar; ahora me pregunta si salgo ya y si puede acompañarme. Claro, faltaría más. Eso acaba con mis dudas.

Casi a oscuras echamos a andar en silencio, respetando la temprana calma de la madrugada; pero en el convento de San Antón ya podemos apreciar sus majestuosas ruinas a la luz de la mañana. Admirar aquellos muros, aquellas viejas piedras cinceladas por los puños de los maestros nos une. Y llegamos a Castrojeriz, a mi bar conocido y hacemos nuestro pedido. Nos dirigen a la sala de arriba. Nos sentimos tratados como clientes especiales. En la sala de arriba hay sofás, mesita, cuadros... podemos desayunar, descansar cómodamente y hablar bien a gusto. Hablar y hablar y reír, ella se ríe; yo hablo. Hasta que el reloj nos llama al camino de nuevo. Arriba de la cuesta del Castrillo de Matajudios descansamos y contemplamos el vergel por donde hemos andado desde Hontanas. Pronto descenderemos serpenteantes por la tierra de campos hasta el Pisuerga, la sinuosa agua que avanza silenciosamente escondida entre el océano de cereales. En San Nicolás de Puente Fitero descanso mis huesos en el banco adosado de piedra que da al camino. Siento su fría palmada en mis nalgas. Saco unas maduras peras de mi mochila, espero la llegada de Mireia de la que me he distanciado y la invito a refrescarse con la jugosa fruta cuando me alcanza. El lugar transmite sosiego. Es un lugar casi inhóspito y sin embargo supone un oasis en el desierto de trigo solo cruzado por el camino y por el río.

El final se aproxima, siento su aliento en mi espalda. Pero aún no.

Este hecho condiciona las relaciones y hace que sienta añoranza por las más antiguas, las que se han hecho casi cotidianas. Ahora me encuentro sin ninguna de ellas. Cómo estas se construyen es fácil de comprender pero también es complejo. Más o menos como en el mundo cotidiano. Si acaso se afianzan en un tiempo más corto aunque esto no implica que ellas duren más allá del camino. A menudo se terminan en cualquier encrucijada. Es probable que yo mañana desaparezca para siempre, no me apetece pues iniciar ninguna relación; deseo más bien encontrarme y apurar los últimos cartuchos con los que ya conozco. Ya nadie más se encontrará con Francesc este año. Eso aumenta mi sensibilidad y me da prisa para acometer aquello que tengo aun pendiente. Una de las tareas es hablar con alguien del grupo de los valencianos. Son 13 y van siempre juntos, andando cada cual a su paso pero van siempre 13. Eso dificulta la relación, como todas las organizaciones endogámicas. Cuando Mireia reencuentra a sus amigos italianos aprovecho la ocasión y me uno a las chicas y niñas valencianas. 

Resulta que pertenecen a una célula scout. Todos ellos son familiares excepto 1 o 2. Juego con ellas a esos juegos que se juegan andando, juegos de rutinas, como el caminar, que me enseñan ellas. A mi turno propongo los juegos que tanto he jugado con mi hija pequeña hace tan solo unos días, en ese mismo camino, aunque a muchos kilómetros atrás. Hasta que me descuelgo de su endiabladamente rápido andar.

Otra tarea pendiente era hablar con la pareja palentina, Miguel y Ana. No los veré. Eso se queda ahí, en el saco de las oportunidades perdidas. Ellos iban siempre juntos. Quería interrogarles sobre cómo les iba y porque nunca se separaban.

Aun tengo otro quehacer pendiente; el de permanecer una jornada como ayudante de hospitalero en Tosantos. En la partida –a la que mi cuerpo se resistía- vencí el remolón con ese pensamiento, posponiendo la intención para el final y porque como peregrino, debo ser eso, peregrino. Para mi dejar de ser peregrino representaba un esfuerzo, máxime cuando acababa de iniciar buenas relaciones después de la gozosa tarde en Tosantos. Seguirá pendiente, si acaso.

Hoy tengo la posibilidad de llegarme hasta Frómista –posible final- pero aun no será así. El resfriado y la posibilidad de completar otra etapa y efectuar mi retorno por la noche me permitirán saborear el júbilo de UNA etapa más.

El refugio “En el Camino” de Boadilla del Camino, rinde honor a su nombre. Efectivamente está en el camino, como todos los demás. Pero ese lo hace en un sentido completo. La acogida es eminentemente práctica, sin ningún sentido trascendente ni espiritual. El intercambio peregrino/hospitalero es justamente y simplemente eso. Huelgan mensajes, huelgan conversaciones. Es bastante aséptico pero muy efectivo y directo. El más pequeño pedido es atendido con eficiencia e inmediatez, y sin ninguna otra pretensión que la de “estar allí” para nosotros los peregrinos. Las instalaciones muy correctas; un amplio y cuidado patio con una pequeña piscina incluida. Restaurante económico y de buena cocina.

Entro al patio decidido a quedarme y deseando que a ser posible sea de mi gusto y me llevo la sorpresa. Todo lo que de fuera es rústico y desapacible, por dentro todo lo contrario, como ya he dicho. Me instalo y dispongo a darme una siestecita reparadora, a sudar mi resfriado. Pero por la morriña tengo que llamar a Lucía. Me tranquiliza saber que va a llegar en más o menos una hora. Por la mañana la he despedido en la cama. No nos hemos encontrado en Castrojeriz -a decir verdad, me he despreocupado de ella, le he dejado el día libre por decirlo de alguna manera- y ya siento deseos de volverla a ver. Su compañía se me ha hecho habitual. Me alegro y me tranquiliza que volvamos a encontrarnos.

Por la noche celebramos una cena. Faltan 2 compañeros. El frió nos azota aun abrigados por las mantas. Quizás la proximidad del siempre gélido final me afecta... nos afecta. Quizás mañana no volvamos a vernos. Eso pesa.

Etapa 6: De Boadilla a Carrión de los Condes

Jueves, 23 de Agosto de 2007

Más y más campos. Más y más cielo

Mientras todo el mundo se va, permanezco en mi litera. Debo resolver antes de mi partida hoy el asunto de mi vuelta a casa para esa misma tarde o noche. No admite demora o me arriesgo a perder un día entero.

Hacia las 8 me siento ante el ordenador con mi lápiz, mi papel y mi teléfono. Exploro todas las posibilidades: desde Palencia, desde Burgos, en autobús y en tren. Entre todas ellas elijo la vuelta en bus desde Palencia, por la noche, de forma que mañana por la mañana hacia las 9 puedo estar en mi casa. He hecho un montón de llamadas y un par o tres de conexiones a Internet. Es como un milagro poder resolver desde cualquier Terminal de ordenador conectado a la red, y el teléfono, asuntos como ese. Me queda pendiente resolver el desplazamiento desde donde llegue hoy a pie hasta Palencia. Pero me la juego. Creo en la posibilidad aunque los transportes locales no unen o lo hacen escasamente, las poblaciones que voy a recorrer. Además hoy me adentro en la provincia de Palencia, poco poblada y cuya capital creo que es la menos capital de todas las provincias, cosa que le da un plus de encanto al tiempo que de dificultades. He apostado por Palencia a pesar de que seguramente estará peor comunicada que su vecina Burgos, 2 o 3 veces más poblada, la cual incluso había sido durante un corto periodo la capital del estado.

Cuando empiezo mi andadura hoy, me siento ligero aunque es ya un poco tarde. En Fromista me detengo. Ese es el pueblo de donde son oriundos la pareja formada por Ana y Miguel. Los palentinos que han disfrutado un montón de su peregrinaje.

Descubro nada más llegar, a Lucía, Tania y Viguinna, sentadas, desayunando. Y casi tocando la terraza donde ellas están, la caseta de información turística, lo cual aprovecho para hacerme con algunos números de teléfono. Uno de ellos del bar “España” de Carrión de los Condes, lugar que hace de Terminal local del autobús que pretendo tomar para ir hacia Palencia. Desde Fromista existe servicio hasta Burgos y también hasta Palencia. Pero a causa de los horarios me supone un montón de horas “muertas”.

Cojo un asiento en la mesa de las chicas. Conversan sobre hombres, de los compañeros que andan adelantados. Tratan de sus supuestas orientaciones sexuales. Yo adopto la actitud de los monos sabios: ver, oír y callar. Son osadas en algunas afirmaciones... y les concedo el beneficio de la duda. La psicología femenina es un gran misterio para mí. De vez en cuando Luci traduce para la germana Viguinna, que asiente. Yo empiezo a sentirme desplazado. Quiera o no, mantengo una contenida pero constante preocupación por mi retorno. Eso no lo puedo compartir con nadie. Ellas lo saben. Eso se sabe y nadie saca el tema, hasta que llega la hora “H” y entonces ya no hace falta hablar del tema. La entrada y salida de peregrinos del corredor que es el Camino, es una constante a cada hora, en algún lugar, a lo largo de los cerca de 800 kilómetros, al menos durante los meses estivales. De los que se van guardamos direcciones electrónicas, alguna de postal y puede que algún teléfono también. Tarde o temprano esas señas desaparecerán de nuestras agendas; de la mía, cuando por fin me convenza que ya se apagó el fuego que nos alimentó durante las pocas jornadas compartidas y su recuerdo posterior; cuando el tiempo haya borrado ya todo rastro de posibilidad. Salvo por supuesto, aquella que sobrevivió al olvido y que logró mantener un hilo fino y candente que puede convertirse en perenne.

Tania también cojea. Pero su mirada luminosa y serena no transmite ninguna preocupación. Esperará pacientemente que la atiendan en el centro de salud, en cuanto abran y le den hora. Lucía la acompañará y aprovechará para que le hagan una cura en condiciones de sus pies. Tania va a llegar a Santiago.

Me despido de ellas, guardando aun la esperanza de volvernos a ver. No es la despedida de un final. Es un poco como un “hasta luego”. Pero entro en el bar y me hago cargo de la cuenta de todas ellas, como mi último tributo. Es como decirles un adiós agradecido, sin estar presente.

Frómista parece ser para mí un lugar de despedidas. En 2004 dejé aquí a dos buenas compañeras peregrinas, en aquella ocasión eran ellas las que terminaban su periplo; yo las llamaba las princesas de Presseguer, por su lugar de origen, en la Marina Baixa.

Me pongo en marcha. Se suceden algunos poblados donde ni siquiera me detengo. Sí lo hago en Villalcazar de Sirga, de donde guardo un buen recuerdo. Fue en el bar delante del doble portal románico de la iglesia donde conocí -en 2004- a una entrañable pareja -Antoni y Marta-, paisanos míos, de los que aprendí la belleza que puede encerrar el peregrinar juntos; disfrutaban del camino, sencillamente, por segunda vez en su vida.

Hoy el local está lleno de hombres; fuman, juegan a las cartas y toman cerveza, algunos café. Pregunto por el autobús para Palencia y me dirigen al bar España de Carrión, pero no pueden asegurarme nada; pregunta a alguien que asegura que sale a las 5. Consulto el reloj: puedo estar en Carrión antes de las 4. Sigo llamando de vez en cuando al número de teléfono del susodicho bar, sin resultado. Por lo que no puedo sacarme de encima cierta preocupación.

Los últimos kilómetros que me separan de Carrión transcurren invariablemente por la carretera a un lado y por los campos de cereal al otro. Voy contando los pasos que separan un pilón de otro: 177, 218, 238... qué más puedo hacer? Me falta muy poco para llegar al final, para apartarme del camino. Será otro “hasta la vista”.

Llego a Carrión poco antes de las 4. Visito el bar España y me indican la marquesina donde debo esperar el autobús que pasa efectivamente hacia las 5. Tengo una hora y me dirijo al albergue de las carmelitas con el ruego que me dejen duchar. Acceden a cambio de un donativo. Me encuentro con Roc que experimenta una gran alegría al verme. Resulta que de golpe y porrazo, inesperadamente se ha encontrado solo, “tirado”: Alex abandona el camino y se vuelve a su casa. Está afectado. Acusa emocionalmente la situación. Es un chaval fuerte, con las ideas claras pero el corazón es traicionero. Lo conocí en un momento álgido, en Tosantos, cuando él y Paula me invitaron a compartir su almuerzo; iban juntos con Alex y Tania. De los 4 solo quedan en camino él y Tania, aunque ésta ya se ha rezagado por el dolor de sus rodillas.

La seguridad es una quimera pero nos apegamos a ella, nos hacemos ilusiones. La mayoría nos metemos en ese camino solos y nos encontramos con los demás. Establecemos relaciones. Unos las encontramos, otros las buscan, otros las esperan y los menos las evitan. Somos animales sociales. El relacionarse y tener compañeros es una consecuencia casi forzosa. Lo maravilloso es que no nos importa mucho lo que los demás puedan saber o creer de cada uno y así podemos ser más libres en comparación con nuestras relaciones del mundo cotidiano, donde los demás saben más de nosotros, nos conocen. Aquí podemos andar anónimamente y casi con la total seguridad de no ser juzgados y, al contrario, de ser aceptados. Uno puede ser un rufián y sin embargo atraer simpatías. Uno puede ser un desgraciado y sin embargo ser querido por esos compañeros y compañeras temporales. Con ellos uno pasa momentos inolvidables, en los que podemos sentir el genuino aprecio y cariño de los demás. Probablemente ellos se sentirán también queridos o cuanto menos aceptados. Nos prodigamos abrazos y cariños, los cuales son reales, nos llegan al corazón. Puedo sentirme querido y apreciado. Esa es una de las experiencias más maravillosas del peregrinar. Compartirlo todo, ayudarse en todo, alegrarse conjuntamente, cantar, dialogar, admirar conjuntamente un amanecer o el atardecer. Ser espectadores excepcionales de la batalla de Atapuerca y visitar a la Virgen de la Peña, de la mano de María Ramos. Eso es genuino; eso es auténtico; eso es verdad; eso es libertad. Encontrar el cálido abrigo del amor entre el polvo y las piedras de los caminos, entre los vientos y las lluvias de los cielos, alrededor de una sencilla mesa en cualquier vetusto albergue, mientras andamos kilómetros y más kilómetros, soportando dolores en las extremidades y pesadas cargas en nuestras espaldas, lejos de nuestros hogares, perdidos en lugares remotos mientras andamos en pos del ocaso hasta toparnos con el mar...

Empezar solo y acabar solo. En medio unos pedazos de vida vividos con plena conciencia de vivir porque han sido reales. Quizás no volvamos a vivir esta experiencia y quedará en el recuerdo gratamente o quizás el tedio del mundo cotidiano llegará a hacernos creer que fue una ilusión y que por tanto no existió, que no pudo haber sido real... Hace falta volver al camino una y otra vez.

Cuando escribo esas líneas, llevo yendo al camino 7 años consecutivos. Si ninguna fuerza mayor me lo impide, volveré allí el próximo. Unos días dan para mucho, pero se quedan cortos también. He aprendido que lo que me permite gozar es bueno para mí y para mi entorno. El camino sana mi espíritu, sana mi alma.

Me encuentro con Roc. Soy receptor de su -digamos- espanto. Solo atino a decirle lo que ciertamente pienso de el: que es una persona especial, que vive intensamente su camino, que lo disfruta y lo siente. Que volverá a encontrar compañeros antes de llegar a Santiago y volverá a sentir el gozo que sintió. El peregrino va de los brazos de uno a los brazos de otro, como criaturas huérfanas. Como consuelo puedo decirle también que las chicas lesionadas junto con Viguinna cuentan llegar hoy a Carrión. Nos damos un abrazo de despedida cuando el bus maniobra para parar. Siento no tener el pequeño ritual de despedida con la que ha sido mi compañera de andadura por más horas este año: Lucía. Ella ya aprendió a desapegarse y no parece importarle mucho; pero yo sé que duele. En los intervalos de soledad es cuando se fragua nuestro temple. Deseo con todas mis fuerzas que cada uno tengamos los nuestros.

 

Francesc Rubi