La naturaleza adquiere hoy un mayor protagonismo, y los caminos ganan peso frente a la carretera. Lo percibimos enseguida, al salir de Prato junto al río, y en el ascenso entre los montes Mezzano y Piccioli, o durante el paso por monte Ferrato, aún cubierto de bosques. Al igual que Calenzano, la rocca de Montemurlo es una de las estampas icónicas de esta vía. Tras la iglesia lombarda de San Salvatore in Agna (Montale) se multiplican los cruces y es conveniente estar atentos a las señales, aprovechando los diques de los torrentes para avanzar entre huertos, olivares e invernaderos. El sector final es menos atractivo, pero la compensación se llama Pistoia, una ciudad monumental, cien por cien jacobea y, por ende, primera meta de esta ruta.