Etapa 2: Prato - Pistoia | Al Loro

Distancia: 
27,1 km
Duración: 
7 h 30 min
Dificultad: 
3
Paisaje: 
3

SOBRE LA ETAPA:

La subida por el monte Ferrato (salida de Figline) es dura, y no solo por las empinadas rampas, sino por discurrir sobre la dura piedra verde o serpentina, que se recalienta mucho con el sol y nos machaca los pies.

El parque del Monte Ferrato es el espacio protegido más extenso, junto con los pinares de Marina di Pisa y Tirrenia, de este itinerario. Abarca 4.500 ha. y está caracterizado por sus macizos de rocas ofiolíticas, de origen volcánico, como la serpentina, denominada «mármol verde de Prato». En los suelos más pobres solo crece el pino negro, en las laderas del monte Lopi también el roble rebollo, y en otras zonas castaños y hayedos.

Si bien nada es imposible en este mundo, las dificultades para atravesar el Monte Ferrato son considerables, inclusive las resbaladizas rocas serpentinas que afloran en algunos tramos. Lo más recomendable, para no darse un trompazo, pasa por seguir desde Santa Lucia, o quizá desde el mismo Prato, la SP4 o mejor, a su derecha, la más tranquila y antigua Via Montalese hasta el desvío a la Rocca de Montemurlo. Se ahorra bastante trayecto pero no es lo mismo, eso desde luego, que a pie.

La bajada de la Rocca de Montemurlo puede hacerse con cuidado por la Via della Rocca.

Existen dos opciones: 1., cruzar el parque del Guado, según se indica en el recorrido, y 2., seguir al borde del río Bisenzio para cruzar luego el canal Gorone, que alimentaba las fábricas de Prato, hasta el Cavalciotto o pesquería de Santa Lucia, que data del s. XI, y de aquí hasta el edificio que regula la presa. Se empalma con el ramal principal girando a la izquierda por el Viale Fratelli Cervi.

El céntrico café Bardena, además de sellar la credencial prepara panini, piadine, hamburguesas, ensaladas y postres.

Dos entusiastas de la ruta, Giulia y Pippo, tienen su sello para la credencial y ofrecen alguna fruta a los peregrinos en la salida de la localidad (Via Cantagallo, 262).

La trágica memoria del lugar permanece en el Museo della Deportazione, que versa sobre el traslado a los campos de concentración nazis de judíos y gitanos, y en los monumentos a los XXIX mártires, partisanos ahorcados por los alemanes el 6 de septiembre de 1944 (uno en cerámica de Leonetto Tintori, otro en la plaza ¡con las cuerdas de horca!).

Junto al templo parroquial se encuentra el Tabernacolo di Sant’Anna, decorado con frescos góticos del s. XIV que algún inconsciente profanó para abrir una puerta.

No dejéis de subir al castillo. Desde su mirador se divisa no solo todo el trayecto hasta Prato, sino también el duomo de Firenze con su cúpula.

La Rocca mantiene la estructura del burgo medieval, que en su punto más alto esta ocupado por el castillo. Dominando el corredor de Firenze a Pistoia, perteneció a los Guidi. El conjunto fue transformado en palacio durante el s. XVI, y restaurado con criterio historicista en el s. XIX.

Cuenta con un albergue específico de peregrinos y de acogida tradicional, el parroquial della Santa Croce; y en , regentado por la Confraternita di San Jacopo, . Ambas son instituciones de acogida tradicional que aportan sentido a una vía de peregrinación.

Un bar de referencia es el M601, frente a la Oficina de Turismo. Es famoso por su schiacciata, que viene siendo algo así como la focaccia toscana, y también sirve a toda hora pizza o ensaladas, todo a buen precio.

Es notable la devoción profesada a la Santa Croce argéntea (s. XIV), con su fiesta el 3 de mayo, que se expone en la iglesia de San Giovanni. Robada hacia el año 1500, dice la leyenda que los ladrones no pudieron cruzar el río Agna con ella camino de Pistoia, pies las aguas crecían al aproximarse, por lo que decidieron enterrarla. Días después fue hallada por un campesino al comprobar que sus bueyes se arrodillaban al llegar a un punto del labradío.

El recorrido por la localidad, con numerosos cruces y giros, se convertirá en un laberinto si no prestamos atención al track (Gronze Maps), los consejos del recorrido y, a poder ser, también a las señales, aunque estas puedan haber desaparecido en algún cruce.

Un lugar de referencia para comer algo rápido es el Bennie’s Caffè, que en cualquier momento ofrece pizza y covaccini (una variante de la schiacciata).

De la abadía benedictina de San Salvatore in Agna, citada desde 772, resta la iglesia. Posee una armónica cabecera lombarda de tres ábsides, con la característica decoración de bandas y arquitos ciegos. En su interior sobresale la cripta (ss. X-XI).

De Montale a Pistoia avanzamos ante una inusitada aglomeración de viveros de árboles. Miles de ejemplares esperan su turno para ser plantados como Dios manda en jardines públicos o privados, que así no tendrán que esperar —cada vez tenemos menos paciencia— a que crezcan y den sombra.

Justo antes de llegar a la iglesia, en la Casota de Elisabeth dejan su sello fuera para estamparlo en la credencial.

SOBRE PISTOIA:

Desde el punto de vista de un peregrino el albergue de Pistoia, el Spedale di Sant’Andrea e Jacopo, es el mejor de este itinerario: se sitúa en el centro histórico, lo gestiona la Confraternita di San Jacopo de Perugia, con amplia experiencia en el campo de la acogida en varios caminos jacobeos y romeos, dispone de hospitaleros voluntarios y ofrece la cena y el desayuno comunitario a cambio de un donativo responsable.

En el Battistero di San Giovanni, al lado del duomo, os harán entrega de La Jacopea, certificado que acredita haber peregrinado hasta la reliquia del apóstol en la catedral. A diario de 10:00 a 13:00 y de 15:00 a 18:00, en invierno solo de viernes a domingo. Si estuviese cerrada dirigíos a la Oficina de Turismo (Piazza del Duomo, 1).

Varios restaurantes y bares ofrecen un menú peregrino a un precio fijado. Solicitad información en la Oficina de Turismo, porque cambian con frecuencia. En la zona de la estación de tren a destacar la Pizzeria Il Pollo d’Oro (Via Attilio Frosini, 132).

Hacia 1139 el arzobispo compostelano Gelmírez le echó una mano a su amigo el obispo Atto de Pistoia, entregándole un gran tesoro: una porción del cráneo de Santiago el Mayor. La llegada de la reliquia a la ciudad encumbró la figura del prelado, que no las tenía todas consigo frente al Comune, y convirtió a Pistoia en un centro de peregrinación, una pequeña Compostela.

La visita al duomo di San Zeno (s. XII) nos permitirá conocer un portentoso edificio románico de tres naves, con el característico cromatismo pistoiés de piedras blancas y negras en fachada y torre, esta última muy esbelta. Pero como estamos en un camino jacobeo, en el interior nos dirigiremos rápido a conocer la famosa pala argéntea de San Jacopo, o sea el altar de plata, construido de 1287 a 1456. Se encuentra abarrotado de figuritas y escenas de la vida y martirio de Santiago. La misma capilla acoge el relicario gótico de Ghiberti, de 1407.

El Ospedale del Ceppo es uno de los hospitales más nombrados en el mundo de peregrinaje, y no solo por su función, evidente, sino por poseer en su logia, del s. XVI, un friso cerámico del taller della Robbia en el que se representan las obras de Misericordia: entre ellas, obviamente, acoger a los peregrinos. Sin embargo, aquí Santiago, copatrono de la ciudad, acompaña a San Juan Bautista, el de Firenze, al que lavan los pies. La escena, guerras y derrotas por medio, es más política de lo que parece.

Ya que está al lado del albergue, no dejemos de entrar en la iglesia de Sant’Andrea para conocer el magnífico púlpito gótico de Andrea Pisano (1301), sostenido por siete columnas, dos de ellas apoyadas en leones. Algunos lo consideran un anticipo del Renacimiento, hecho que se puede comprobar en su sereno Juicio Universal donde hasta los diablos mantienen la compostura, nada que ver con los macabros escenarios góticos.

Después de haber visto la cúpula del duomo de Firenze cualquiera podrá percibir la semejanza que guarda con ella la de la basílica della Madonna dell’Umilità. Aquí su autor es otro de los grandes arquitectos del Renacimiento, Giorgio Vasari. Pero claro, esta fue concluida en 1568, más de 130 años después de la de Brunelleschi.

El plato más típico de la cocina local es el carcerato. Tal como suena, es lo que se daba de comer a los presidiarios de la cárcel, una sopa de pan rancio con despojos de ternera del vecino matadero. Es de suponer que con mucha más delicadeza, la receta ha pasado a los restaurantes, aunque no todos deseen probarla.

De los dulces sobresalen los confetti a riccio, ya documentados en el Medievo, que consisten en una bolita rugosa, con corazón de almendra, avellana, naranja confitada o cacao, recubierta de azúcar. Son famosos los de la confitería Corsini, de Piazza San Francesco, donde además nos ponen el sello.