Relato del Camino de Baztan

Autor: 
Dani Hernández
Fecha: 
2016

El camino Baztanén y la Voie de la Côte

De Irún a Bayona por la costa y de Bayona a Pamplona a través del maravilloso e inolvidable Camino Baztanés...

Irún-Ciboure-Saint Jean de Luz

Sábado 11 de junio de 2016

El día anterior habíamos llegado tarde a Irún, y en previsión de que más allá de las 22:00 h el albergue municipal estuviese ya cerrado, teníamos reservada una pensión a tocar de la estación de tren. Hacia las 8:00 salíamos de la misma y nos dirigíamos al albergue municipal para recoger las credenciales, haciendo antes una parada para dar buena cuenta de un buen desayuno en una céntrica confitería donde pudimos degustar los típicos brioxes. Conocíamos bien el albergue puesto que nos habíamos alojado en él unos años atrás cuando allí comenzamos el Camino del Norte en dirección a Santiago de Compostela. En esta ocasión iríamos en sentido contrario, dirección Bayona, para comenzar allí el Camino Baztanés. El hospitalero nos hace entrega amablemente de las credenciales y nos da algún apunte sobre el camino por el valle de Baztán, que él ha realizado recientemente. Emprendemos la marcha rumbo a Bayona, en la primera etapa que nos llevará a medio camino, bajo una persistente lluvia que nos obliga a ponernos los chubasqueros y el cobertor de la mochila. La lluvia, como veremos más adelante, será una constante a lo largo de este bonito camino. Antes de dirigirnos al puente sobre el Bidasoa, el Puente de Santiago que separa Irún de su vecina francesa, Hendaya, nos desviamos a la iglesia del Juncal, que ya visitamos la última vez que pisamos suelo irundarra. Como suele ocurrir más habitualmente de lo que quisiéramos, está cerrada, con lo que nos limitamos a contemplarla por fuera y dirigirnos hacia el puente. En una decisión consensuada, la noche antes habíamos deliberado el tomar el camino de la costa y dejar a un lado el camino interior, que es el que suelen marcar las guías, así que, una vez cruzado el puente, en vez de tomar la dirección hacia la derecha, siguiendo las flechas amarillas y las indicaciones del camino del norte al revés, giraremos a la izquierda para tomar la llamada ruta litoral o Voie de la Côte, perfectamente marcada con pegatinas así como con la clásica pintura blanca y roja de los GR.

El camino es intuitivo y aunque nos saltemos alguna de las marcas, basta con seguir la senda, camino, pista o carretera que esté siempre más cerca del mar. Pasamos por el centro de Hendaya en vez de pasar al otro lado de la estación, por donde discurre el camino oficial de la Voie de la Côte, lo que nos permitirá pasar por delante de la pintoresca estación de Hendaya. Un poco más adelante bajaremos para ya retomar el camino, hacer unas fotos en el llamado Mirador de la Caneta, desde donde se tienen bonitas vistas de Hondarribia, al otro lado de la ría, y continuar en un agradable paseo por un carril bici donde además observamos cañones y otras construcciones de tipo bélico que ponen de manifiesto el hecho de encontramos en un territorio fronterizo modelado sin duda por los avatares de la historia. Cuando parece que ha acabado el carril, a la altura de un puesto de socorro en la playa, bajamos por primera vez a la arena para continuar hasta donde parece que desemboca una riera, allí, desde donde ya podemos observar las formaciones rocosas conocidas como Les deux Jumeaux, volvemos a salir de la arena para volver a pisar asfalto por una pista, en la que encontramos de inicio unos lavabos a pie del mismo. El camino litoral se interna poco después en un sendero de tierra al abrigo de la oscura vegetación, pero allí mismo, las indicaciones nos llevan a tomar la decisión de desviarnos carretera arriba por la urbanización para visitar el pintoresco Château de l’Abbadie. Admiramos una de las bonitas rotondas que veremos más veces en lo que discurramos por territorio francés; más bien parecen pequeñas reproducciones de islas paradisíacas con su colorida vegetación, sus rocas y sus palmeras. Llegados a la entrada de las inmediaciones del castillo, vemos que está cerrado para variar, y que lo abren de 14:00 a 16:00 h. Una pena realmente, no podemos esperar la casi hora y media que queda hasta que vuelvan abrir, así que decidimos volver sobre nuestros pasos para retomar el camino. Cuando ya llevamos caminados unos metros, una decisión de último momento nos hace cambiar de opinión y recordando que una de las vallas de la entrada estaba entreabierta y a pesar de una sospechosa señal de prohibido el paso, decidimos volver para internarnos y aunque sea, poder ver el curiosísimo, fastuoso y romántico castillo desde fuera. La decisión no puede ser más acertada. No solamente nosotros sino también otros visitantes se adentran a las instalaciones que rodean el complejo neogótico del famoso castillo. Realmente vale la pena, no sólo el castillo, sino el entorno que lo rodea.

Por lo que parece, este castillo de mediados finales del siglo XIX, fue concebido por petición de un tal Antoine d’Abbadie, que por lo que explican en los plafones informativos, era un astrónomo, lingüista y defensor del euskera, explorador y antropólogo, que quiso poseer un observatorio astronómico de tipo gótico en ese bucólico lugar. El que este noble personaje hubiese viajado por África, se pone de manifiesto en la curiosa decoración externa del edificio, donde podemos observar además de perros, gatos que cazan ratones y caracolas marinas, animales tan exóticos como serpientes, elefantes y cocodrilos. Detrás de la entrada del castillo vemos que un camino baja hacia la zona boscosa litoral donde parece discurrirá el camino que debemos retomar, pero como no estamos totalmente seguros de que esto sea así, esta vez sí, de manera definitiva, desandamos el camino por la carretera para volver al lugar donde nos habíamos desviado. En realidad el bonito sendero que seguimos forma parte de los dominios del castillo y posee multitud de bifurcaciones y desvíos que nosotros seguimos para acercarnos lo más posible al mar. El contraste entre el mismo, los acantilados y el verde primaveral de las praderas es realmente espectacular. Además, nos permite llegar a lugares donde vemos restos de antiguos búnquers y hasta un curioso indicador a modo de brújula terrestre donde está indicado incluso la concha y las estrellas que marcan el Camino de Santiago, justo en la dirección contraria que nosotros estamos tomando. Ahora, tenemos a tocar incluso las famosas rocas conocidas como los gemelos o Les deux Jumeaux.

Continuamos por las cerradas sendas entre helechos y como embriagados por el frescor y el verde primaveral, al poco tiempo nos damos cuenta, como si hubiésemos sido hechizados, que en realidad no hemos hecho más que dar vueltas en torno al mismo lugar, porque volvemos a tener el Château de l’Abbadie delante nuestro. Nuestras sospechas se corroboran cuando volvemos a pasar por un hito con el famoso símbolo vasco conocido como lauburu. Esta vez sí, nos evitamos tomar atrayentes desvíos y seguimos el camino oficial, que nos lleva en un sube y baja hasta tomar el camino paralelo a la llamada Route o Carretera de la Corniche, que vamos abandonando y retomando por momentos. Por el camino, pasaremos por lugares como la llamada Maison de la Corniche de nombre rocambolesco Asporotsttipi, típico caserío vasco, o los conocidos como Les Viviers Basques, donde nos hacemos unas fotos. Además, podremos observar en más de uno de los tramos los famosos cortes en la roca que muestran la estratificación geológica y los pliegues en los acantilados conocidos como “flysch”. Siguiendo ya la carretera llegaremos primero a Socoa y su fuerte, donde vemos que en la playa está la llegada de una competición de Triatlón, y algo más adelante llegamos ya a Ciboure-Ziburu, a tocar de Saint Jean de Luz. En realidad estas dos localidades están unidas y tan sólo separadas por un puente, la bahía de Saint Jean de Luz, se abre ante nosotros y como sabemos que en la turística localidad de Saint Jean va a ser difícil encontrar alojamiento a precio razonables, nos dirigimos al Club Léo Lagrange, en Ciboure, donde por lo que parece hay alojamiento a buen precio. Por el camino siguiendo la fachada marítima, nos vamos a encontrar con la casa natal del compositor del famoso bolero Maurice Ravel, así como con una de las casas donde también vivió otro de los ilustres de las artes francesas, el pintor Matisse. Desafortunadamente, hoy sábado el Club Léo Lagrange está a tope ocupado por un grupo de unos 60 niños, alguno de los cuales ha tenido que dormir incluso en colchones en el suelo, así que, aunque el encargado del complejo nos atiende amablemente, nos dice que lo siente mucho pero que ya no le quedan ni colchones en el suelo. Nos indica que nos dirijamos a la oficina de turismo donde nos podrán ayudar a encontrar algún lugar donde pasar la noche. Chantalle, la empleada de la oficina, nos dice que está bastante difícil puesto que a estas alturas hasta Saint Jean de Luz parece estar completo, ya que es una localidad muy turística. Finalmente, y cuando ya por momentos nos veíamos durmiendo al raso, nos consigue una habitación a un precio más que satisfactorio, 20 euros por cabeza, en el hotel que hay justo delante de la oficina, el hotel Bidea. La alegría es doble, puesto que no sólo tendremos alojamiento, sino que también nos permite amablemente dejar las mochilas en la oficina hasta las 18:00 h, cuando cierra la misma y además abre el hotel donde nos alojaremos. Nos coloca los correspondientes sellos en las credenciales y nos marchamos a Saint Jean de Luz a comer alguna cosa. Para empezar, unas porciones de pizza, de quiche, y unos suculentos bocadillos, acompañados de cervezas y refrescos, servirán para matar el hambre. Después, unos cafés y vuelta a Ciboure donde nos espera una ducha reponedora para poder dedicarnos después a hacer turismo por ambas localidades, Ciboure y Saint Jean de Luz.

En Ciboure visitaremos la iglesia de Saint Vincent con su curiosa torre octogonal y además tendremos la ocasión de contemplar durante un rato un partido de pelota vasca en el frontón, tan típica de esta zona del País Vasco francés, además de departir con una simpática lugareña avanzada en edad. En Saint Jean de Luz, antiguo puerto ballenero, recorreremos su larga fachada marítima, pasaremos por la casa de Luis XIV y por la casa de la infanta, iremos de tapas a uno de los lugares de moda de la ciudad y contemplaremos una preciosa puesta de sol.

Ciboure-Saint Jean de Luz-Bayonne

Domingo 12 de junio de 2016

Salimos del hotel de Ziburu siguiendo el camino bien conocido que ya hemos recorrido el día anterior hacia Saint Jean de Luz. Desayunamos en un bar del centro adornado con motivos deportivos, todo muy color “bleu”, color que identifica a la selección francesa, y compramos además algunos dulces en una de las panaderías de la localidad, entre ellas un excelente milhojas. La voie de la côte sigue todo el paseo marítimo de punta a punta, pero como nosotros ya lo hemos recorrido el día anterior, preferimos callejear por el núcleo de la población hasta salir prácticamente al final del mismo. El camino se interna rodeando una colina, pero nosotros preferimos subir la misma, tapizada de césped, y donde se vislumbra un pequeño edificio blanco y solitario en lo alto a modo de ermita o faro, estamos en la punta de Santa Bárbara, y desde allí, las vistas son realmente espectaculares. Un disco indicador semicircular, típico de las cumbres y cimas, nos indica que es lo que podemos ver en cada dirección. A tocar, la bahía de Saint Jean de Luz que hemos recorrido, a otro lado el cabo Higuer, y a lo lejos la cima de la Rhûne o de la Montaña Vasca como la llaman por la zona, e incluso donde se encuentra el otro Saint Jean, el Pied de Port des del que muchos peregrinos comienzan el camino francés. Unos ramos de flores y placas recordatorias nos indican que en ese bonito lugar lamentablemente han acontecido trágicos sucesos. Retomamos el camino que hoy será un sube y baja continuo bastante rompepiernas, para ir saliendo a la carretera para volver a acercarnos al mar. Pasamos por la playa de Erromardie para volver a subir y llegar a una cruz donde hay una mesa instalada que aprovechamos para despojarnos de los chubasqueros, una constante en este camino debido a las lluvias intermitentes. Un desvío que no cogemos nos manda a la siguiente playa, sin embargo nosotros volvemos a subir hasta alcanzar un camping con minigolf “Caravaning playa”. Siguiendo el camino pasamos por la bonita localidad ballenera de Ghétary, que se asoma al mar con un bonito y pequeño puerto, donde en una rampa, amarradas podemos ver las embarcaciones.

Unas escaleras nos llevan entre las calles de la pequeña población para salir y al poco volver a retomar un camino que en subida nos llevará a otro curioso lugar, la ermita de Saint Joseph, donde un conjunto de excursionistas jubilados descansan. Nosotros aprovechamos también para descansar en su porche de entrada, curioso, porque como indica una placa informativa, era utilizado para que se realizasen misas en el exterior, supuestamente para los descendientes de los llamados “agotes” o “cagots” que es como los llamaban por esta zona. Por lo que parece, habitaron zonas apartadas de la región, entre ellas el valle de Baztán, y aunque hay bastante controversia respecto a su origen, eran un grupo minoritario que vivió fuertemente discriminado a nivel social y económico. Pasado un puente sobre una riera al mar con un sistema de compuertas de retención de mareas, llegamos a la siguiente localidad, Bidart, que nos recibe festivamente en su plaza central, con música y bailes regionales vascos. Es un pueblo típico de casas coloridas de dinteles rojos, como casi todas las que venimos viendo en todo en trayecto francés, y al lado de la plaza, como también es habitual, podemos ver el frontón donde algunos aficionados ejercitan el juego de la pelota vasca. Nos tomamos un descanso en un local y aprovechamos para visitar la iglesia de Santiago con la intención de que nos pongan un sello en la credencial como recuerdo de nuestro paso por la localidad. Nos acabaremos marchando sin él, porque se está celebrando un bautizo que quizás se está alargando demasiado. Tomamos la calle Erretegia y volvemos a retomar el sendero que baja al mar, bajando primero a una playa en fuerte descenso y subiendo luego en la que quizás será la rampa más importante de la etapa.

El camino entre helechos, está acondicionado por unos troncos a modo de escalones que hacen la subida más llevadera. Casi nos despedimos ya de nuestro viaje marítimo y nos disponemos a abandonar el sendero de la costa para salir a una urbanización con la intención de enlazar con el camino interior del trazado del Camino del Norte que nos llevará a Bayona. Unos momentos de titubeo intentando pasar por un lugar donde se pierde el sendero, nos hace retroceder hacia unas escaleras que hemos pasado anteriormente. Ya en plena urbanización, un lugareño nos advierte que si seguimos por el interior nos vamos a topar con mucho trozo de transitada carretera, así que nos aconseja y nos indica como retomar el camino por la costa, bajando hacia la “falaise” o acantilado, para poder caminar por la arena hasta llegar a Biarritz. Nos explica que es totalmente abordable porque el nivel de la marea a esas horas es 49 y que no tendremos problema para alcanzar la glamurosa localidad de la costa vascofrancesa. Sin problemas y siguiendo sus indicaciones, y cuando pensábamos que en esta ruta el mar ya se había acabado, volvemos a toparnos con el mar y con la arena de la playa, en esta ocasión ayudándonos de una cuerda para superar en desnivel en bajada a la Plage des 100 marches. Hay una especie de edificación que parece en desuso, excepto en lo que respecta una barbacoa donde parece que han dado buena cuenta recientemente de unas mazorcas de maíz. Tocada la arena, nos descalzamos, y caminamos dirección Biarritz por la orilla mojándonos los pies, cosa que agradecemos teniendo en cuenta el trayecto que ya llevamos encima. Acabado este largo arenal casi desierto, llegamos a una playa mucho más concurrida. Estamos en la Plage d’Ilbarritz, donde nos llama la atención el curioso castillo o mansión que nos observa solitario desde la colina. Como nos informamos a posteriori, se trata del Château d’Ilbarritz, que guarda cierta similitud, al menos desde la distancia, con el Château de la Abbadie que hemos visto el día precedente. Unos cientos de metros más y pasamos a otra playa de Biarritz, en este caso la de Milady, donde decidimos abandonar la arena para gestionar los últimos kilómetros hasta Bayonne por el asfalto. Aprovechamos una fuente para lavarnos los pies, cambiarnos el calzado y reponer agua y cambiamos de dirección para esta vez sí, alejarnos de la costa, pasando por un bonito parque con pendientes de césped donde la gente pasea y toma el sol. Subimos primero por la Avenue de Milady y luego por la Rue de Madrid, quién sabe si en homenaje a las sufridas y animosas féminas del grupo, Regina y Sonia, para enlazar luego con la Rue d’Espagne. Este tramo difiere mucho de todo lo que hemos caminado hasta el momento. Ahora, vamos pasando entre urbanizaciones y casas de diferentes estilos, algunas realmente lujosas. En realidad, estamos transitando por las urbanizaciones de Biarritz aún, y casi sin darnos cuenta, una vez pasado el Parc des Sports d’Aguilera con su estadio de Rugby, cambiamos de población para llegar a Anglet, población que forma un conglomerado junto con Biarritz y Bayonne. Unos abulenses que están haciendo una barbacoa en la calle, se sorprenden del paso de peregrinos por ese lugar y ofrecen alguna vianda y conversación a las chicas del grupo, que se toman un pequeño respiro mientras que una de las mujeres del grupo les explica que acaba de concluir recientemente la Vía de la Plata. El trayecto en esta zona no es demasiado bonito pero si llevadero, y como el hambre aprieta, un pequeño supermercado nos atrae para comprar pan, embutido y algún que otro refresco de sabor más que discutible. Buscamos un lugar adecuado para sentarnos y preparar unos bocadillos, nos sentamos en el césped de un parque, y con fuerzas renovadas y sintiendo que Bayonne está cada vez más cerca, reemprendemos la marcha por una larga avenida de intenso tráfico que nos llevará a una zona de centros comerciales tipo Leroy Merlin o FNAC para acabar entrando por fin en Bayonne. Un peregrino que parece despistado caminando en dirección contraria, despierta nuestra curiosidad, aunque no nos aproximamos a él ya que se encuentra unos cuantos cruces apartado. La señalización hacia la catedral de Sainte Marie con sus características torres de aguja es clara, y en unos minutos ya la tenemos delante de nosotros.

Apenas son las 17:00, y hasta las 18:00 no podemos dirigirnos a nuestro alojamiento, Chez nous, o la casa de Catharina y Grégory, unos peregrinos con los que hemos contactado unos días antes que ofrecen su casa y alojamiento a peregrinos de una y otra parte del mundo. Hacemos tiempo visitando la catedral y poniendo los sellos a nuestras credenciales, prácticamente tocados por la campana, porque el encargado ya está recogiendo los cepillos y la recaudación del día y está a punto de marcharse. Al día siguiente ya tendremos tiempo de visitar el magnífico edificio gótico con más tranquilidad. Unos estiramientos en el recinto ajardinado delante de la catedral, un escueto intercambio de palabras con algún personaje pasado de vueltas y ya son prácticamente las seis de la tarde, hora convenida para dirigirnos a la calle Port Neuf donde se encuentra nuestra alojamiento de hoy. Catharina y Grégory nos reciben amablemente en su casa, donde nos ofrecen una habitación con cuatro camas dispuestas en dos literas, nos facilitan toda la información necesaria para emprender el Camino Baztanés que ellos bien conocen, y en este caso la alemana Catharina, nos dibuja unos bonitos sellos personalizados en nuestras credenciales. Realmente nos hacen sentir como en casa y ciertamente, agradecemos el poder alojarnos en un lugar tan singular y diferente donde podemos experimentar la verdadera hospitalidad peregrina. Además de darnos información a modo de teléfonos, alojamientos y kilometraje del recorrido baztanés nos da algunos consejos sobre los mejores sitios para ir pernoctando. Paseamos por la ciudad recorriendo el paseo del río Nive, pasando por el ayuntamiento y caminando por las callejuelas que rodean la catedral hasta decidir el sitio donde cenaremos. Después de voltear restaurantes, parece que acertamos cenando en el restaurante Bajadita, a orillas del Nive, donde degustaremos unas suculentas y completas hamburguesas gourmet que nos sabrán a gloria. Un último paseo en torno a la catedral y el puente que cruza el otro río que confluye en la ciudad, el Adour, y que lleva a la parte de la ciudad donde se encuentra la ciudadela, y damos por terminado este largo e intenso día. Mañana, ahora sí… Comenzaremos el Camino Baztanés!

Bayonne-Espelette

Lunes 13 de junio de 2016

Nos despedimos de Catharina y Grégory después de compartir un buen biodesayuno y equipados de manera adecuada para la lluvia persistente que vuelve a caer como es habitual nos dirigimos a la catedral de Sainte Marie que es donde oficialmente comienza el Camino Baztanés. Antes de entrar buscamos en una de las fachadas el famoso capitel del peregrino como marca la tradición de los que comienzan este camino. Nada más entrar viene a nuestro encuentro uno de los voluntarios de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de los Pirineos Atlánticos, que nos lleva a una de las mesas que tienen instaladas en la catedral, donde además de ponernos el correspondiente sello en la credencial, se deshace en atenciones ante nosotros dándonos información del camino con todo lujo de detalles y centrándose en la primera etapa que acometeremos. Nos acompaña hasta la salida donde afectuosamente se despide de nosotros y nos indica la entrada para acceder al famoso claustro de la catedral, que se puede visitar gratuitamente. Después de la visita al mismo y la foto oficial de inicio de camino nos dirigimos al paseo del Nive para comenzar el recorrido. Tal como nos ha indicado el voluntario de la asociación, los primeros 12 km no revisten dificultad alguna, ya que se trata de seguir una agradable pista asfaltada siempre dejando el río Nive a nuestra izquierda. Hoy como es lunes y además llueve, no hay demasiada gente paseando, corriendo o yendo en bici por ese carril, que parece que es lo habitual. Comenzamos a ver las primeras pegatinas que nos indican que estamos en el camino de Baztán, que de inicio coincide con otros dos caminos, el Camino de Saint Jean Pied de Port y el Camino de la Costa que va a Irún, del que nos despediremos por la derecha cuando llevamos más o menos unos 3 km de recorrido. Agrupados a nuestro ritmo avanzamos por el agradable y bonito paseo hasta dejar atrás un Centro Ecuestre donde hay un bar que nosotros pasamos de largo y un poco más adelante aprovechando uno de los bancos que encontramos, paramos para quitarnos los chubasqueros en un momento en el que cesa la lluvia y para tomarnos unas barritas y unas almendras de chocolate. Pasamos de largo dejándola a la izquierda, una pasarela que va a la población de Vilafranche hasta que llegados a una potabilizadora de agua, dejamos atrás el carril pegado al río Nive definitivamente.

Tomamos la carretera que va a la población de Ustaritz en subida, encontrándonos con una pequeña serpiente que intentamos coger pero que se defiende volteándose e intentando morder a pesar de su pequeño tamaño hasta que desaparece entre la vegetación. Nos adentramos en la población hasta llegar a un bar restaurante concurrido en el que decidimos parar a comer, mientras esperamos a que tengamos mesa, hacemos los habituales estiramientos delante del mismo. Una buena ensalada césar y un plato de pasta serán suficientes para lo que nos queda de etapa. Hoy, por consejo el día anterior de nuestra anfitriona en Bayonne, Catharina, llegaremos hasta Espelette en vez de continuar hasta Ainhoa como teníamos previsto. En Ustaritz, tenemos tiempo para entrar a la iglesia de Saint Vincent, acceder al presbiterio anexo donde nos pondrán un sello y admirar desde fuera una casa a modo de construcción indiana. Justo donde a la izquierda nos abandona el camino que va a Saint Jean Pied de Port, tenemos la mairie o Ayuntamiento, donde entramos a que nos pongan un bonito sello de la localidad, que nos recuerda a unos a la Cibeles de Madrid y a otros, a la Estatua de la Libertad sentada. Antes de abandonar la población decidimos entrar al cementerio aprovechando que está abierto, y allí, como en otros camposantos que nos encontraremos, podremos ver las características estelas discoidales típicas de la zona por primera vez. En subida llegaremos a un punto donde hay que cruzar la carretera y seguir de frente como está bien indicado hasta entrar en una bonita zona boscosa que desembocará en una urbanización con bonitas viviendas típicas que hacen las delicias sobretodo de las chicas del grupo. Algo más adelante tenemos que abandonar la carretera y adentrarnos otra vez en el bosque pasado un portillo en un desvío que queda a la izquierda y que está bien señalizado. En este bonito tramo entre robles y algún castaño, la intermitente lluvia ha hecho que encontremos algo de barro. Llegaremos a un puente de madera sobre un arroyo donde hacemos una pequeña pausa para tomar unos caramelos y nada más cruzarlo, cogeremos de los tres caminos que aparecen, el que se desvía a la izquierda y que entre prados y ya fuera del bosque, nos llevarán a una carretera que cruzaremos y que nos llevará a una zona de cultivos de los famosos pimientos de Espelette, pintoresca localidad en la que nos alojaremos. Alguna que otra pausa para ponernos y quitarnos los chubasqueros en un suave sube y baja entre colinas y cultivos de pimientos, algún árbol solitario agitado por el viento y unas ovejas que nos observan al unísono, nos llevarán a tomar la decisión de abandonar la intuitiva pista que nos lleva a Souraïde y tomar un pequeño sendero que sale de frente y que viene indicado como Retour Espelette. Un paisano con el que nos cruzamos nos corrobora que efectivamente, ese camino, otra vez entre bosque cerrado, lleva a Espelette sin pasar por la vecina Souraïde.

Espelette nos sorprende animado en sus calles donde el famoso pimiento rojo es el protagonista número uno, es un pueblo coqueto, con sus típicas casas vascas donde predomina el rojo y el blanco, aderezado en algunas de ellas con abundantes ristras de ese rojo fruto que cuelgan de sus fachadas, tiendas de souvenirs y comercios de todo tipo que denotan que estamos en una población, sin duda, pintoresca y turística. No sin dificultad y después de haber recorrido la población arriba y abajo con las mochilas, encontramos la oficina turística que se encuentra en el castillo de la población. Allí, nos inscribimos y pagamos el albergue municipal donde nos alojaremos, dándonos un código para poder abrir la puerta del mismo. En esta bonita casa albergue que también comparte la crêche o guardería del pueblo, nos encontraremos a los primeros peregrinos con los que nos cruzaremos, un señor francés, y Alberto y Beatriz, dos peregrinos valencianos. En el camino, y sobretodo aquí en Francia, donde los horarios comerciales poco tienen que ver con los que tenemos en nuestro país, todo va muy rápido y con unas horas de adelanto, así que, tras una buena ducha y sin descanso, la sección masculina del equipo se va de compras antes de que cierren para poder tener algo para desayunar para el día siguiente. Entre otras cosas, como no podía ser de otra manera, un Gateau Basque à la creme típico de la zona, no faltará entre nuestras adquisiciones. Algo más tarde y ya más descansados, después de tomar una cerveza en la Brasseria Labea cenaremos en uno de los pocos restaurantes que hoy lunes encontraremos abiertos.

Espelette-Urdax/Urdazubi

Martes 14 de junio de 2016

Mientras desayunamos en el albergue de Espelette despedimos a los peregrinos valencianos que se ponen en marcha antes que nosotros. Después, damos rienda suelta a nuestra creatividad poética dejándola como recuerdo en el libro de visitas del albergue y nosotros también, emprendemos la marcha en nuestro último día por territorio francés. Según nos indica el mapa que nos facilitaron en la catedral de Bayona, parece ser que hay un camino directo que te lleva desde Espelette al Col de Pinodieta, la primera gran subida de este camino, sin tener que volver a Souraïde. Sin embargo, como no estamos seguros de donde tomar ese camino, preferimos salir a la carretera para ir en dirección a Souraïde siguiéndola. Antes de abandonar Espelette compramos unas postales con motivos pimenteros, faltaría más, a modo de recuerdo. En apenas veinte minutos a buen ritmo, y antes de entrar al núcleo poblacional de Souraïde, retomamos las indicaciones del camino baztanés, que nos sacan en subida a la izquierda por una pista asfaltada de importante pendiente. Alcanzado el Col de Pinodieta llegamos a la carretera, que cruzamos para tomar una pista de tierra que continua subiendo algo más. Después de unos minutos sin volver a ver ninguna marca y viendo que la pista no nos lleva en la dirección correcta, decidimos retroceder hasta darnos cuenta que nos habíamos saltado el primer desvío a la derecha. Esta vez sí, vemos la pegatina que indica que en aquella dirección se sigue la Voie de Baztan. En realidad, en todo territorio francés, hay que seguir o bien los indicadores de madera bastante nuevos por cierto, o bien las pegatinas que vamos encontrando y que a veces son difíciles de ver por ser pequeñas y por estar algo desgastadas. Además, encontramos unas marcas horizontales amarillas que tanto te pueden ayudar como no, porque a veces indican simplemente caminos locales y otras veces coinciden con el Camino de Baztán. Vamos ganando algo más de altura por la ladera del monte con vistas al fondo del monte de La Rhune, que ya habíamos visto desde la otra vertiente cuando pasamos por Saint Jean de Luz. Ese monte a unos 900 metros de altitud además de frontera entre la Aquitania francesa y Navarra, es un lugar turístico muy visitado por poderse acceder a él gracias a un curioso tren de madera que sube hasta la misma cima. Las vistas de los verdes valles que nos rodean son realmente espectaculares.

Pasaremos un primer paso canadiense, el primero del camino, que nos hará especial ilusión, y pasando un desvío que no tomamos y que lleva a una ermita, comenzaremos el descenso que nos llevará a Ainhoa, una vez pasado un segundo paso canadiense. Sin ser muy complicado, estamos muy atentos en la bajada porque la pendiente es importante y el firme y las piedras por las que pisamos, están bastante húmedas. Pasamos primero por la oficina de turismo que nos coge de camino, y ponemos otro sello en la credencial, además de coger información sobre senderos locales que luego nos serán de utilidad. Después, vamos a la iglesia de la población y nos hacemos unas fotos en el bonito camposanto que lo rodean, en el que volvemos a ver, como ya habíamos visto en Ustaritz, más estelas discoidales. Es en ese cementerio donde nos cruzamos por primera vez con otro grupo de cuatro peregrinos, uno navarro y tres abulenses por lo que parece, que nos preguntan si hemos podido poner algún sello en la iglesia. Estamos en la última población francesa antes de entrar en territorio navarro, por lo que nos hace especial ilusión enviar las postales que compramos en Espelette en ese lugar. Aprovechamos para tomar té y unas infusiones en un elegante café restaurante y escribimos nuestras postales además de poner el franqueo correcto que permitirá que viajen de un país a otro. Nos hemos entretenido demasiado en Ainhoa, así que aligeramos la marcha saliendo de la población en dirección al barrio de Dantxaria, perteneciente a Ainhoa y que será el último núcleo francés que pisaremos. Nos fijaremos en una de las casas que construyó el pescador de ballenas que da nombre a este barrio, y que destaca por el curioso escudo en el que se distingue una cruz y lo que parecen ser dos cetáceos. Cruzamos la carretera, y al otro lado nos encontramos con la antigua aduana, en la que como no podía ser de otra manera, nos hacemos unas fotos como último recuerdo de nuestro paso por tierras galas en el Camino Baztanés. Entramos en Dantxarinea, que es un barrio de Urdax vertebrado en una larga avenida llena de comercios, restaurantes y demás. En la primera rotonda vemos una piedra rojiza que muestra la silueta de Navarra además de una flecha amarilla. Seguimos adelante pasando por la comisaría de la policía nacional, pero cuando llevamos un rato caminando retrocedemos pensando que nos hemos equivocado de camino al no observar ninguna flecha ni indicación más. En realidad, luego nos daremos cuenta, después de retroceder y volver a pasar por el mismo sitio, que no íbamos desencaminados, y que simplemente había que seguir la carretera central de Dantxarinea hasta prácticamente el final, donde pasada la señal que marca el pk 72, dejamos la carretera tomando un sendero a la derecha que sale al lado de una casa. El desvío está bien señalizado por un hito esculpido por un artista local, del cual encontraremos más obras durante el camino y por cuya casa pasaremos un poco más adelante. El sendero muy estrecho y bastante cerrado por la vegetación, crea recelo en algún miembro del equipo, hasta que salimos a la pequeña carretera que nos llevará a Urdax. Antes, pasamos por la casa de Genaro Fagoaga, donde nos sorprenden sus esculturas de madera y piedra, sus aperos de labranza y sobretodo una de sus pintorescas fuentes. Aprovechamos para fotografiar unas cabras que inmóviles, parecen formar parte también del conjunto escultórico. Poco después, cruzamos el pequeño puente sobre el río que da acceso a la bonita población de Urdax y a su magnífico monasterio en el que nos alojaremos. El entorno del monasterio es espectacular y mientras esperamos la llegada de la hospitalera, tenemos la ocasión de acercarnos a una cigüeña, que en la plaza que da al monasterio, deja que la gente se le acerque si le dan de comer a cambio. Una vez instalados y sin tiempo para mucho más, compramos alguna cosa para picar en uno de los bares de la pequeña población y nos disponemos a continuar caminando para dirigirnos a las cercanas cuevas de Urdax-Urdazubi, que se encuentran a apenas 2 km de la salida de la población, y para las que hemos reservado una visita para las 15:15 de la tarde.

La visita a las cuevas realmente vale la pena, las formaciones calcáreas, las estalactitas, las columnas, las estalagmitas y el torrente que las recorre, unido al saber hacer y simpatía de la guía así como a la ambientación de la visita guiada, hacen que sea imprescindible su visita para cualquiera que se deje caer por esta bonita población. A destacar lo sorprendente de las raíces del roble que se encuentra 8 metros por encima del nivel de la cueva, y que se dejan ver en su búsqueda de la humedad del torrente que recorre la cavidad. Pero como los ánimos son muchos, al igual que las ganas de ver cosas nuevas aprovechando el entorno en el que nos encontramos, no contentos con visitar las cuevas de Urdax-Urdazubi, nos meteremos otra excursión de unos 5 kilómetros, para llegar a las otras cuevas célebres de la región, las de Zugarramurdi. El camino no es complicado y sale detrás de la recepción de las cuevas que acabamos de visitar. Además, como nos indica uno de los panfletos que hemos cogido en la oficina de información turística de Ainhoa, para llegar a Zugarramurdi, basta con seguir el camino marcado con Pottokas azules de crines y colas rojas. El camino a la localidad famosa por el proceso inquisitorial que se llevó a cabo en la edad media contra las supuestas brujas de la zona, es realmente bonito, y se disfruta de otra manera yendo sin mochila, y encontrándote además, multitud de fresales silvestres a uno y otro lado de los senderos. En algo más de una hora nos plantamos en Zugarramurdi y nos dirigimos a la entrada de las cuevas, que se encuentran a las afueras de la población. El completo recorrido por cuevas y adyacentes nos lleva a seguir la zona conocida como la regata del infierno, la cueva del akelarre, la zona del contrabando o el prado.

Huelga decir que Zugarramurdi y su cueva bien merecen una visita, por la espectacularidad de la misma y por la carga histórica que tiene el lugar, muy relacionado además con el valle de Baztán y toda su tradición mitológica y esotérica. La etapa y las visitas de hoy han hecho sin duda mella en parte del equipo, que ven excesivo el volver caminando a Urdax recorriendo unos cuantos kilómetros más.

En la población nos comentan que allí no hay autobuses ni taxis que lleven a ningún lugar, al fin al cabo, se trata de un pequeño pueblo encerrado entre montañas en el que el tiempo parece haberse parado, y que la única posibilidad es bajar a Urdax haciendo autostop, es decir, a dedo, costumbre extendida entre los habitantes de la población. Tomamos algo en un bar del pueblo, nos despedimos de la chiquillería del lugar que momentos antes nos ha intentado vender un juego para la Play Station, y dubitativos y nerviosos al mismo tiempo nos disponemos a parar al primer coche que baje para llevarnos a Urdax. No deberemos esperar demasiado para comprobar la buena gente que hay por estos lares, ya que a las primeras de cambio, una vecina de la población se ofrece amable a bajarnos hasta el desvío de la pista que deja la carretera que va a Dantxarinea, que es a donde ella se dirige a hacer compras, y que lleva a Urdax. Como ya habíamos podido comprobar nosotros con anterioridad al hacer el camino andando, esa pista asfaltada esta cortada por inmensas piedras, así que ella, sin pensarlo dos veces, decide que no hará falta que caminemos nada y nos llevará, aunque para ello se tenga que desviar, hasta la misma puerta del monasterio albergue de Urdax. Un encanto de mujer, sin duda, y el equipo que lo agradece por los kilómetros que nos ha ahorrado en nuestras piernas. Ahora sí, después de un día intenso y bien aprovechado, nos duchamos en el albergue, en el que además de nosotros cuatro, se alojan la pareja de valencianos, un experimentado peregrino de largas distancias de la zona e Iker, un joven de Urretxu. Antes de dar por concluido el día, cenaremos mientras diluvia en el exterior en el restaurante abierto del pueblo, sopa y bistec con patatas, los unos, y gateau basque de cerezas otro...

Urdax/Urdazubi-Elizondo

Miércoles 15 de junio de 2016

Los demás peregrinos ya hace rato que se marcharon, sólo queda el joven peregrino guipuzcoano durmiendo, echamos un último vistazo al claustro monacal del monasterio premonstratense donde se exhibe una exposición de obras de arte local, dejamos la impronta de nuestra destreza poética en el libro de visitas a la salida del monasterio y partimos dejando atrás este maravilloso sitio de entorno singular. Hoy afrontamos la primera subida con palabras mayores del Camino Baztanés, que nos llevará al puerto de Otsondo de 602 metros. Por suerte, el hecho de que la realicemos a primera hora de la jornada y lo espectacular del paisaje, harán que sea mucho más liviana de lo prevista. Abandonamos Urdax por el mismo puente por el que accedimos a él, cruzando el río Ugarana y tomando inmediatamente el camino que sube a la derecha. Al poco dejamos a la izquierda una construcción de piedra medio oculta entre la vegetación y que resulta ser una calera u horno de cal.

Comenzamos a subir las primeras rampas hasta que encontramos una de las piedras esculturas del artista Genaro Fagoaga, del que como ya dijimos, vamos a encontrar otras a lo largo del trayecto. En este caso, la piedra rojiza indica que faltan 763 kilómetros para llegar a Santiago de Compostela, un paseo, vamos. Además, esa zona coincide con la entrada en el municipio del Valle de Baztán, el más extenso de Navarra. Aprovechamos para hacernos unas fotos y para tomar un respiro, cuando vemos que el grupo de los peregrinos abulenses y navarro, también vienen subiendo detrás nuestro. Este tipo de subidas continuadas conviene hacerlas al ritmo de cada uno, ni más deprisa para ir ahogados ni más lentos haciendo un esfuerzo innecesario, así que, poco a poco sin prisa pero sin pausa, voy dejando atrás al grupo para subir a mi ritmo aprovechando para hacer fotos a tantos rincones bonitos que voy encontrando a mi paso. Una subida y en un giro a la derecha la amplitud del valle se abre ante mi en una panorámica del mismo realmente espectacular. La pista forestal da una tregua en este tramo hasta llegar a una zona de falso llano donde abrimos una pequeña portilla. A partir de aquí el camino se estrecha y vuelva a ganar desnivel volviendo a poner a prueba las piernas. En una de las rampas por el ya estrecho sendero, una yegua salvaje y su potro, bajan hacia mí hasta que con cierta dificultad reculan para huir ladera abajo entre la exuberante vegetación. Un poco más arriba atisbo a la pareja de peregrinos valencianos, a los que alcanzo en pocos minutos para pasarlos ante su sorpresa, ya que no esperaban encontrarse con ninguno de nosotros al haber salido mucho antes. Una última portilla, y después de una zona de hayas y castaños se oye ya algún coche y la carretera, a la vez que veo las primeras mesas del merendero que corona el puerto de Otsondo. Alcanzado el puerto me despojo de la mochila, doy buena cuenta de un par de barritas energéticas y aprovecho para llenar la botella de agua mientras espero a mis compañeros de travesía. Unos minutos después llegan primero los dos valencianos, que aprovechan también para darse un respiro después de la exigente subida. Allí nos despedimos, ya que seguramente ya no volvamos a vernos. Ellos, ese día tienen pensado llegar hasta Berroeta, mientras que nosotros, nos quedaremos en la población más importante del Valle de Baztán, Elizondo. Algo más de media hora después llegan el grupo de cuatro peregrinos que nos encontramos por primera vez en Ainhoa, y algo después, mis compañeros a los que recibo en las últimas rampas de subida, sin mochila eso sí, para obsequiarlos con un poco de barritas energéticas bien merecidas. Tras el descanso, continuamos el trayecto cruzando la carretera y llegando a pasar un paso canadiense, donde inmediatamente, giramos a la derecha para tomar un sendero en evidente descenso. En este punto hay que tener cuidado porque la pista que sigue de frente es tan evidente, que incita a continuarla si nada más cruzado el paso canadiense, no nos fijamos en la flecha que nos saca inmediatamente de ella. La trepidante bajada es un zigzag para recordar por su belleza, a la sombra en el inicio en una zona húmeda y fresca que se agradece después de la subida al puerto. Cuando se estrecha el camino y el valle de Baztán se abre ante nosotros, aprovechamos para hacernos unas fotos entre las frondosas digitalis purpúreas que hacen del sendero un idílico lugar.

Además, Sonia nos enseña el viejo juego de infancia de explotarse las flores de dicha planta en la cabeza. Todo un descubrimiento! A nuestra derecha queda la cumbre rojiza que nos recuerda a un cono volcánico del monte Alkurruntz, mientras que algo más lejos a nuestra izquierda, atisbamos otro imponente monte, el Autza, que es aún más alto. Acabada la bajada llegamos a un arroyo que sorteamos a través de un paso en forma de un par de troncos que hacen subir el nivel de adrenalina en nuestra incansable compañera de caminos Regina.

A partir de aquí ya iremos llaneando entre caseríos y granjas hasta llegar a Amaiur-Maya. Rubén atisbará a lo lejos subiendo al castillo de esa histórica población al grupo de cuatro peregrinos que iban delante nuestro, tendremos la ocasión de acariciar a un dulce y confiado ternero antes de que su madre decida que ya está bien de hacer tantas concesiones a los humanos para los que quién sabe, en breve servirá de alimento, y poco antes de llegar a la ermita del Pilar, ya en Amaiur, nos cruzaremos con un chico haciendo sprints para fortalecer los gemelos, en la última rampa antes de llegar al pueblo. Esa ermita, es el lugar ideal para dejar las mochilas, dar descanso a nuestras espaldas y comenzar el ascenso a los restos de la fortaleza-castillo de Amaiur, cuna del sentimiento nacionalista navarro, tal y como nos informan los paneles explicativos que encontramos en el lugar. Ese lugar, en el que los navarros se rindieron finalmente intentando defender su reino ante el asedio de las huestes de Fernando el Católico, es un lugar ideal para obtener excelentes panorámicas de uno y otro lado del valle, así como para ver el bonito pueblo de Maya-Amaiur desde el altozano.

El hambre aprieta y el bar de la población nos llama. Unos enormes bocadillos de tortilla y de lomo y queso y unas cuantas golosinas, nos darán el ánimo y las fuerzas para continuar lo que nos queda hoy de camino. Allí mismo nos sellan la credencial con el sello del albergue, que se encuentra en la última planta del edificio. En el mismo, podremos ver por curiosidad, que Amaiur es el único pueblo del valle de Baztán que no presenta el ajedrezado típico baztanés en su escudo, como ocurre en la mayoría de los pueblos del valle, sino que aquí, ese lugar lo ocupa una campana. De hecho, esta localidad fue la última en incorporarse al valle en el año 1969. Abandonamos la población admirando sus características casas, pasando por un par de pintorescas fuentes, una de ellas realmente peregrina y con un cuerno a modo de recipiente para beber, y pasando bajo el característico arco que da entrada a la población. Ya a la salida, dejamos a un lado la iglesia de la Asunción y un crucero, así como un curioso molino que se puede visitar y que tal y como nos comentarán posteriormente en Elizondo, incluso se puede degustar una especie de torta preparada con el grano molino en el mismo. Finalmente, dejamos Amaiur siguiendo la carretera, que abandonaremos algo más adelante para volvernos a adentrar en zona boscosa antes de llegar a Urrasun, barrio de la población de Azpilikueta donde transitaremos al lado de la Ermita de Santiago. Descenderemos luego hacia una transitada carretera donde deberemos afrontar el que seguramente es el cruce más conflictivo de todo el camino Baztanés. El trasiego de coches es continuo, y el posterior polígono por el que transitaremos, da fe de ello. Al acabar el polígono giramos a la derecha hasta llegar al puente de Berroa sobre el río Baztán y que da la entrada a la siguiente población, Arizkun. Un plafón informativo sobre el valle y un banco antes del cruzar el puente son demasiado tentadores como para no hacer otra pequeña pausa antes de seguir nuestro trayecto. Una corta pero empinada subida una vez cruzado el puente, a modo de calzada romana, nos lleva a Arizkun. Dejamos nuestra mochila al lado de la iglesia para adentrarnos en el pueblo, que a esta hora parece desierto. Antes, nos hacemos una foto en una puerta tapiada de la iglesia de San Juan Bautista, que quizás fuese la que utilizaban los agotes, de los que ya hemos hablado en nuestro paso por la Voie de la Côte y la ermita de Saint Joseph. En la calle principal observamos los artísticos artesonados de las cubiertas de las casas, y nos sorprende el imponente convento de las Clarisas de Nuestra Señora de los Ángeles. Llega un autobús que deja a algunos niños de vuelta de la escuela y nosotros nos acercamos a la puerta de la entrada del convento que encontramos cerrado con un escueto letrero en el que se nos advierte que en las próximas dos horas, de 14:00 a 16:00, no se puede molestar porque las monjas están en la hora de la siesta. Para nosotros no existe el receso para dormir, así que continuamos por la salida de Arizkun para dejar luego la carretera y entrar en otra zona de robles a modo de atajo hasta que retomamos la carretera que nos llevará a Elbete. Volvemos a cruzar el río Baztán y algo más adelante a la derecha encontramos un merendero con otra calera de piedra como la que ya vimos a la salida de Urdax. Yo cruzo la carretera para visitar y subir a lo alto de la calera, mientras que mis tres compañeros, deseosos por avanzar metros, prefieren continuar por el margen izquierdo camino de Elbete y Elizondo, que se encuentran a tocar la una de la otra. Una señorial construcción barroca es la antesala de la entrada a Elbete, donde nos recibe la iglesia de la Santa Cruz. Nuestro tránsito por esa población es breve y rápido, ya que las ganas por llegar a Elizondo son grandes y las atracciones a visitar son muchas. Volvemos a cruzar el río y ahora sí, llegamos por fin a Elizondo, la que se podría considerar como capital del Valle de Baztán.

Parar hoy hemos decidido alojarnos en un bonito y céntrico hotel a un módico precio, pero antes de dirigirnos a él para dejar las mochilas, nos llama la atención una máquina expendedora de leche fresca, yogur líquido y queso, oferta demasiado tentadora como para no darnos un capricho lácteo a modo de un litro de leche fresca y una botella de yogur líquido para compartir.

Instalados en nuestro alojamiento, nos disponemos a hacer la visita de Elizondo en lo que queda de tarde. Esta bonita población de casas señoriales que rezuman historia, sin duda, será vista con otros ojos por todos aquellos que antes de emprender este bonito Camino Baztanés, hayan leído la trilogía policíaca de Dolores Redondo, vecina de la localidad, y que es conocida como la Trilogía de Baztán. Un auténtico best seller, emocionante, bien documentado y lleno de referencias esotéricas mitológicas de la zona. No obstante, desde la publicación de las obras la afluencia de visitantes a esta localidad y entornos ha sufrido un incremento importante, hasta el punto de que actualmente se ofrezcan visitas guiadas a la localidad y que haya proyectada la realización de una serie sobre los libros, que de hecho, cuando nosotros pasamos por la población ya había comenzado. La plaza de los fueros con su ayuntamiento, donde por cierto, a pesar de encontrarse cerrado cuando llegamos, conseguimos finalmente que nos pusiesen el sello en la credencial; la piedra del Botil Harri, donde se apuntaba la puntuación de la “laxoa”, antiguo precursor de la pelota vasca; la casa Arizkunenea, edificio barroco que acoge actualmente la casa de la cultura y que también tuvimos la ocasión de visitar; Puriosenea o Casa de los Moros, la casa más antigua de Elizondo que acoge el museo etnográfico y la oficina de turismo, y que se encuentra justo al lado de la casa que en la ficción de las obras de Dolores Redondo, habita el personaje de la tía Engrasi; el puente de Muniartea sobre el río Baztán y el barrio de Txokoto; el antiguo hospital de peregrinos Hospitalenea; la belena o pasadizo que comunica las dos arterias principales de la población, la calle de Santiago, por donde pasa el camino obviamente, y la calle Jaime Urrutia; el bonito cementerio con su cruceiro y la estatua del ángel; la iglesia de Santiago, donde después de esperar a que terminase la misa, el párroco amablemente tuvo unos minutos para nosotros, para sellarnos la credencial con uno de los sellos más bonitos de todo el camino y para pedirnos que le diésemos recuerdos al propietario del lugar donde nos alojábamos, amigo personal suyo; o la placa que muestra hasta donde llegaron las aguas en las históricas riadas del 2 de junio de 1913, son muchos de los atractivos que presentan Elizondo y que hacen sin duda, un lugar de parada obligada durante el Camino Baztanés.

El aguacero, para variar, que nos cayó antes de empezar nuestra visita turística por la población, hizo que aprovechásemos para degustar el famoso chocolate elizondarra en la pastelería Malkorra mientras amainaba el chaparrón. Además, en esa pastelería es posible comprar los famosos dulces “txantxigorri” típicos de la región. El remate para concluir, una vez más, una jornada muy aprovechada y llena de pasajes para recordar, nos lo daremos en el Casino de la población, donde cenamos a base de vino, cerveza, sidra y como no, unos deliciosos pintxos.

Elizondo-Lantz

Jueves 16 de junio de 2016

Después de un buen desayuno dejamos Elizondo volviendo a cruzar el puente de Muniartea sobre el Baztán para volver a seguir la calle Braulio Iriarte como habíamos hecho el día anterior en nuestra visita. En breve llegamos a un barrio de la localidad de Lekaroz, prácticamente a tocar de Elizondo, donde unos plafones informativos nos indican que estamos en una zona conocida como el Campus Empresarial. A nuestra izquierda en una explanada, nos llama la atención una iglesia de corte más bien moderno, que sin embargo en su pared sud alberga lo que parece una fachada de un edificio más antiguo. Según nos informamos después, se trata de la iglesia de Nuestra Señora del Buen Suceso, y esa fachada tan discordante, son los restos de lo que fue el colegio capuchino de Lekaroz. Seguimos la carretera que nos lleva a volver a superar por un puente el río Baztán, hasta que ya atisbamos a lo lejos la siguiente población, Irurita. Por el camino, nos cruzamos con unos señores de edad más bien avanzada que pasean junto a sus perros. Irurita nos recibe en una amplia plaza rodeada de edificios alguno de ellos de corte señorial por los blasones que adornan sus fachadas, donde aprovechamos para quitarnos ropa y descansar unos minutos. Parece una población bastante grande, de hecho la segunda mayor del Valle de Baztán. Al pasar ante la iglesia, nos desviamos un poco para ver su entrada, que a esas horas de la mañana aún permanece cerrada.

Salimos de Irurita tomando uno de los desvíos que nos sacan de ella, en importante subida y que nos llevan hasta otro conjunto de casas. Se trata del barrio de Zigaurre, del municipio de Ziga. Lo continuo y empinado de la cuesta hace que decida tomarme un respiro en una ermita que queda a la izquierda. Se trata de la ermita de San Andrés. En la subida, una vez más, vuelvo a pasar a los cuatro peregrinos que venimos viendo los últimos días. Al pasar y verme en la ermita, me preguntan si está abierta o se puede poner sello en ella, a lo que respondo de manera negativa. Por lo que se ve, el grupo es bastante aficionado a poner sellos en todas y cada unas de las construcciones religiosas que salen a su paso. Ellos continúan mientras espero a mis compañeros de ruta, que llegan de manera escalada poco después, Regina a la cabeza, Rubén siguiéndole los pasos y Sonia algo más rezagada. Seguimos la carretera hasta llegar a otra curva donde aparece otro atajo que recorta el tramo de carretera. Las chicas deciden tomarlo, mientras que Rubén y yo, sabiendo que unos metros después siguiendo la carretera se encuentra el conocido como El Mirador sobre del Valle de Baztán, seguimos por el asfalto hasta llegar al balcón sobre el valle. Las montañas, la niebla, Irurita, Lekaroz, Elizondo y otros pueblos son el bonito y amplio panorama que nos ofrece el mirador. Seguimos la carretera hasta que el grupo se vuelve a reunir camino del siguiente pueblo, Ziga. En realidad el camino no entra al centro de la población, así que Rubén y Sonia que parece quieren reservar fuerzas, deciden sentarse a la entrada del mismo, al lado de una fuente, mientras que la otra mitad del grupo decide ir al centro hasta la iglesia de San Lorenzo, conocida como la catedral de Baztán. Ciertamente desde el exterior resulta un templo grande de piedra rojiza con una escalinata de entrada que realza el porte de la misma. Llegamos hasta la entrada que está cerrada, y además observamos que una parte del techo del porche está desprendido y parece que se están realizando obras. Unas grandes macetas con motivos cinegéticos adornan el muro de subida al templo de estilo herreriano.

De vuelta al desvío, nuestros compañeros departen con una vecina del pueblo que nos comenta que es otra vecina quien tiene la llave de la iglesia, y que por lo visto las obras que se están haciendo están paradas hace tiempo, por falta de presupuesto. Nos despedimos de la señora que por lo que comentan Rubén y Sonia, perdió un familiar o amigo en un accidente mientras realizaba también el Camino de Santiago. Abandonamos Ziga por la carretera en compañía de un simpático can que nos sigue hasta bastantes metros más adelante. Ante el peligro que supone la carretera y los vehículos, y el destino que puede correr si sigue cruzando el asfalto de un lado a otro, Rubén intenta hacerlo retroceder azuzándolo para que vuelva al pueblo, cosa que consigue finalmente no sin insistencia. Algo más adelante dejamos a un lado lo que parecen ser las ruinas de una iglesia o ermita, para ver al otro lado de la carretera otra población, en esta ocasión Aniz, que es la más pequeña de todo el valle de Baztán. Por una bonita senda ya vemos a lo lejos Berroeta, en una estampa típica que ya hemos visto en otros pueblos del valle, pero que sin embargo no deja de sorprendernos por su belleza bucólica. Antes, pasaremos ante su cementerio, en las afueras del pueblo. Berroeta nos recibe con una fuente y una bonita piedra rojiza con el nombre del pueblo y algún motivo histórico seguramente. En la plaza, junto al albergue y el frontón, dejamos las mochilas en el parque para tomarnos otro respiro. El pueblo rezuma tranquilidad y harmonia, y Regina, observadora como pocas destaca que pocas veces habremos estado en un parque con un puente románico. Y es cierto, sea real o no, sorprende mucho ver ese puente en el parque infantil. Rubén y yo vamos con las credenciales en mano camino de la iglesia, que encontraremos cerrada, pero antes subiremos al albergue que parece abierto. Así es, en el flamante y nuevo albergue de Berroeta nos recibe con un “Al que madruga Dios le ayuda” un peregrino que parece que se acaba de levantar no hace mucho y se prepara para abandonar el albergue, un poco tarde, pensamos, teniendo en cuenta que ya son las 11:00 de la mañana, mientras en la cocina, una señora escoba en mano, seguramente la hospitalera, en el impás de realizar sus labores de limpieza, nos comenta que no deberíamos habernos quedado en Elizondo sino en Berroeta. En fin, lo que se llama barrer para casa y nunca mejor dicho. Muy amable nos pone el sello del albergue en las credenciales y nos despedimos diciéndole que la próxima vez que volvamos por la zona nos alojaremos en ese albergue, por cierto muy limpio, bonito y completo.

Dejamos Berroeta viendo las típicas estructuras cónicas de helechos con el palo de haya en el centro que les sirve de soporte, y que se utilizan como lecho para el ganado y también como abono. Una frondosa senda nos lleva primero a un túnel bajo la carretera para continuar luego entre prados por la misma. La carretera nos queda una vez bajados muchos metros más arriba y al volver a subir en zigzag, el camino se interna en un tramo realmente espectacular por lo exuberante de su vegetación entre castaños, helechos y musgo por doquier. La bonita senda nos conduce a la población de Almandoz, donde destaca por su porte la iglesia de San Pedro. Sin embargo, mientras paramos en una fuente, Sonia apunta lo espectacular de la fachada de la casa Etxatoa, de arquitectura típica y donde destacan unas figuras de madera talladas en la fachada. Salimos de Almandoz por la carretera hasta dejarla en una curva para tomar una pista de gravilla en ascenso, en la misma volvemos a encontrar fresas silvestres en el margen, en esta caso, bastante al descubierto, debido a los evidentes trabajos de limpieza que parece se han realizado en el margen. La pista entra en una zona más boscosa, donde yo, que voy algo más adelantado me topo con un pequeño ave de tonos grises y amarillos, que parece tiene dificultades para remontar el vuelo y huye ante mi dando saltos mientras pía seguramente asustada por mi presencia. Nos reunimos los cuatro hasta que adelantamos al pájaro, que aprovechando la importante pendiente ya alcanzada, finalmente puede coger velocidad y remontar el vuelo. Otro pequeño tramo de carretera y volvemos a entrar al bosque, en esta ocasión ya mucho más evidente. Primero nos llaman la atención unos árboles completamente tapizados de musgo donde nos hacemos unas fotos, y luego, ya dentro del hayedo, las marcas de rodadura de algún vehículo en unas laderas de evidente pendiente.

El camino serpentea entre los árboles donde vamos siguiendo las flechas siempre en subida, hasta que ya tocando a la carretera, superamos una portilla cerrada con alambre de espino, para salir a la misma y encontrarnos con la Venta de San Blas. Como ya nos había comentado nuestra anfitriona Catharina en Bayona, la Venta de San Blas es una posada al borde de la carretera de parada obligatoria. El bar-restaurante y albergue de caminantes y peregrinos, es el último lugar que encontraremos para comer algo hasta nuestra población de destino de hoy, Lantz, pero lo que realmente hace de este lugar un sitio con encanto de los que perduran en el recuerdo de cualquier caminante que pase por allí, es la simpatía y la acogida que ofrecen sus propietarios, Carlos y Xefe. En nuestro caso, sólo tuvimos la ocasión de conocer a Xefe, una mujer amable, simpática, amante como poca de los animales y buena conocedora de la ruta y de los bosques que nos encontraríamos en lo que quedaba de etapa. A parte de los deliciosos bocadillos que nos preparó, fue fantástico compartir con ella tantas anécdotas e historias peregrinas de tantos y tantos personajes que han pasado por su venta. Antes de partir, y darnos buenos consejos sobre el recorrido que nos quedaba por delante, por cierto, de los tramos más bonitos, sino el que más de todo el camino baztanés y seguramente de otros muchos caminos, Xefe, nos ponía el bonito sello con la becada de la Venta de San Blas en nuestras credenciales, además de bautizarnos como “los mixtos” por aquello de ser dos de Barcelona, Rubén y yo, y las chicas, Regina y Sonia de Madrid, sin embargo, cuando ya nos disponíamos a salir después de hacernos una foto como recuerdo y al comenzar a llover, nos recomendó que aguardásemos una rato en la posada hasta que parase la lluvia, cosa que hicimos de buen grado aprovechando para tomarnos otras cervezas antes de salir definitivamente.

Apenas hemos salido de la Venta de San Blas, al lado de la fuente del mismo nombre en la cerrada curva, cogemos un sendero en fuerte pendiente ascendente, al lado de un gran crucifijo y una placa y flores recordatorio de alguien que seguramente se dejo allí la vida en un accidente. La subida de las primeras rampas produce en alguno de nuestros componentes un efecto inesperado, subiendo en eufórica alegría entre el formidable bosque del monte Larrondo que se abre ante nosotros. Pasamos al lado de una borda en buen estado de conservación, donde una flecha nos indica que vamos en el buen camino. Estas construcciones de piedra y pizarra, típicas del pirineo, servían y se utilizan como refugio para el ganado, para productos agrícolas y también del alimento de las bestias. El bonito y sombrío hayedo son el lugar ideal para hacernos unas fotos y dejar testimonio de aquello que nos gusta tanto cuando se está en comunión con la naturaleza en estado puro, abrazarse a los árboles, cuyas cortezas cubiertas de musgo rezuman frescor y humedad. El cielo comienza a cerrarse y la lluvia vuelve a caer de manera persistente sobre nosotros, que continuamos pasando por otras bordas en este caso, derruidas en el techo. Salimos algo del camino cuando comienza a tronar intentando refugiarnos del agua torrencial a la par que recogemos los bastones para evitar sustos innecesarios. Para los que los llevamos, ponernos los pantalones impermeables, se hace imprescindible, y cuando parece que el chaparrón amaina algo, decidimos continuar por la pista bajo la lluvia. La lluvia en el bosque le da un aspecto fantasmagórico dándole una belleza singular. Poco a poco, cesa la lluvia, y tal como nos había comentado Xefe en la Venta de San Blas, llegamos al bonito manantial de lanchas de piedra inclinadas por las que resbala el agua fresca, el sol asoma y aprovechamos para llenar nuestras botellas y beber del magnífico manantial.

Continuamos la subida ahora ya sin lluvia admirando los bonitos rincones por los que transitamos, entre otros el paso por un árbol caído bajo el que tenemos que pasar. El camino se convierte en una especie de calzada romana donde hay que ir con cuidado debido a lo resbaladizo de las losas, hasta que salimos del bosque para llegar a una zona abierta y despejada, que parece ser el punto más alto que alcanzamos. Las vistas son espectaculares a uno y otro lado, y algo más abajo, donde pasa la carretera, vemos algunos coches estacionados en la lejanía. El bonito tramo por la calzada viene delimitado por una especie de hitos verticales a modo de menhires, y a algunos nos recuerda ciertamente a otros tramos recorridos en otros caminos de montaña.

Llegamos a un cruce de caminos bien señalizado, donde a la izquierda destaca la bonita y restaurada ermita de Santiago, que por lo visto también parece funcionar como refugio para peregrinos aunque la encontramos cerrada. Aprovecho la mesa de piedra con banco para cambiarme de calcetines, algo que suelo hacer a mitad de recorrido en las etapas, y más teniendo en cuenta que hoy ya hemos probado la lluvia. El ganado pasta cerca de la valla que superamos a la izquierda cruzando la portilla, en otro de los momentos mágicos del camino baztanés. Acabamos de cruzar la divisoria entre las cuencas atlántica y mediterránea, cosa que se pone sorprendentemente de manifiesto nada más ponemos pie en la nueva vertiente del valle.

La vegetación, las rocas, hasta la luz, parece ser diferente en el nuevo tramo que transitamos ahora, cuando hemos dejado atrás el valle de Baztán y hemos entrado en el de Ultzama. Este río nace en el lugar en el que nos encontramos y nos acompañará ya en lo que resta de camino hasta prácticamente Pamplona. Abajo, atisbamos el antiguo hospital y la iglesia de Santa María de Belate, a la que llegamos tras descender la ladera siguiendo la calzada. Cruzaremos el río Ultzama y seguiremos la pista para entrar en un nuevo hayedo, en algunos tramos embarrados por la lluvia que ha caído. La tregua climatológica acabará poco más adelante, en este caso a modo de lluvia torrencial justo cuando estamos en la zona más cerrada de los entornos boscosos de Loiketa y Mendiburu. Intentamos refugiarnos en los tramos donde se acumulan más árboles, pero aún así, el chaparrón es tan importante que tomamos la decisión de acelerar el máximo posible el paso ya camino de Lantz, población final de la etapa de hoy. El aguacero es de tal magnitud que en breve la pista y las piedras se han convertido en una auténtica riera. Cada uno a su ritmo, yendo lo más rápido posible pero sin llegar a correr, vamos avanzando echando la mirada atrás cada ciertos minutos para ver que nuestro compañero que nos sigue no va muy lejos. Intento evitar el camino oficial lo más posible para intentar mojarme menos, cogiendo pequeños atajos laterales entre las hojas y más resguardados, que no se alejan sin embargo demasiado del camino convertido en riera. Algún compañero vive algún pequeño momento de pánico por suerte rápidamente solventado, cuando fuera del camino pierde la senda y al compañero que le antecede. El sonido ensordecedor de la lluvia torrencial y la capucha del chubasquero hacen imposible poder escuchar algo más que tus propios pasos. A la vez que la senda abandona el bosque y salimos a un lugar más abierto y luminoso, la lluvia amaina ostensiblemente y vemos con más optimismo la llegada al pueblo entre una zona de pastizales en ligero descenso. El camino es al inicio bastante frondoso con mucha hierba crecida a ambos lados y parece que hemos perdido las flechas, sin embargo, poco a poco se abre para hacer el camino más cómodo y en breve volvemos a encontrar las socorridas flechas amarillas que habíamos dejado de ver ya hace tiempo en pleno descenso bajo el diluvio. Por fin llegamos a Lantz! Quizás nunca habíamos deseado un final de etapa durante este camino como en esta ocasión. Entramos a Lantz por una de las calles principales, la calle Santa Cruz, donde preguntamos a un vecino donde se encuentra el albergue. Nos indica donde debemos avisar de nuestra llegada, la casa de la hospitalera Isabel, que nos indica donde está el albergue y que vendrá a continuación a atendernos.

Lantz es una bonita localidad navarra conocida en toda la región por su ancestral y famoso carnaval, que tiene como protagonista al bandido Miel Otxin, que cada año acaba quemado en la hoguera, y que pasea por el pueblo acompañado de pintorescos personajes como el Ziripot, característico perseonaje que representa un hombre cubierto de sacos rellenos de helechos, el Zaldiko o los Arotzak. Todos estos personajes, los podemos ver en los cuadros con fotografías que adornan el comedor del albergue. Isabel nos atiende y acoge con amabilidad y llama por nosotros a la posada del pueblo para que podamos cenar esta noche. Desde que partimos en Bayona, la lluvia y la humedad diaria han hecho imposible que lavemos la ropa, así que le preguntamos si existe la posibilidad de que nos puedan lavar y secar la misma. Por un módico precio por persona, Isabel nos llevará toda la ropa a lavar y a secar, cosa que agradeceremos encarecidamente dadas las circunstancias. Personalmente soy partidario de llevar la máxima ropa posible, sobretodo ropa interior y calcetines, especialmente si como en este caso, se van a recorrer caminos por zonas húmedas y de alta posibilidad de lluvia. Soy de los que piensa que si las cosas acaban sobrando, siempre se está a tiempo de dejarlas por el camino. Isabel nos facilita también diarios para que podamos secar nuestras deportivas y botas, que salvo las bendecidas por San Goretex, están todas chorreando. Además, ponemos a secar nuestras mochilas e impermeables. El frío se percibe en el albergue tras el chaparrón sufrido, y mientras llega la hora de salir para cenar, aprovechamos para estrenar nuestras camas tapados por dos mantas cada uno, en una estampa que más recuerda a un hospital de convalecientes que a un hospital de peregrinos. En fin… Momentos peregrinos para recordar. Hacia las 20:30 salimos del albergue camino de la posada, que algunos parecen pasarse de largo, quién sabe si intencionadamente, para acercarse a ver unas calas o lirios de agua que hay en un jardín de una de las casas de la entrada del pueblo, y que hemos visto cuando llegábamos al mismo. Además, en alguna de las puertas de las típicas casas de la población, podemos ver algunos “eguzkilore” o flores del cardo silvestre, que por estos lares se suelen colocar para ahuyentar a los malos espíritus y la entrada de brujas, rayos y otros fenómenos de connotaciones negativas. En la posada volvemos a ver a los cuatro peregrinos que habíamos dejado esta mañana en el barrio Zigaurre de Ziga, que ya han comenzado a cenar. Una sopa reconstituyente y un delicioso atún con tomate, además de vino, y faltaría más, y unas cuajadas de postre, nos dejarán más que satisfechos en una jornada maravillosamente inolvidable a pesar de las inclemencias meteorológicas…

Lantz-Pamplona

Viernes 17 de junio de 2016

Dejamos el albergue sobre las 7:30 y pasamos por la iglesia de San Cornelio y San Cipriano para coger la carretera de salida de Lantz. Cuando acaba el pueblo pasamos el puente sobre el río Eltzarrain y continuamos a buen ritmo, pasando por un indicador que nos dice que Olagüe, próximo pueblo que pasaremos, está a 2,6 km de distancia. Hoy Sonia, con molestias en el empeine, quizás causadas por las botas, aún en frío, parece que tiene problemas para seguir el ritmo del conjunto, así que, aminoramos la marcha para continuar por la poco transitada carretera juntos hasta llegar a un camino que tomamos pasada una rústica y bonita señal tipo flecha que nos indica que Olagüe, capital del valle de Anué, se encuentra a 1710 metros de distancia.

El camino parece poco transitado vistas las altas hierbas y zarzas que crecen a los lados, además, la lluvia de los últimos días hace que estén completamente mojadas al igual que el firme herbáceo, que hace que enseguida nuestros pantalones, pero sobretodo nuestro calzado, vuelva a estar chorreando al igual que había pasado el día anterior. El recorrido está lleno a los lados de endrinos, aún verdes, con cuyos frutos se hace el famoso licor alcohólico típico de la zona llamado pacharán. El caminar resulta complicado para el grueso del equipo, que lamenta quizás, la falta de previsión para llevar una equipación mucho más adecuada para caminos húmedos y lluvia. Salimos finalmente otra vez a la carretera que tomamos a la derecha para acabar entrando en Olagüe. Sin duda, la jornada del día anterior ha pasado factura al conjunto, y ante la incomodidad de caminar con la ropa y sobretodo con el calzado mojado, y más aún, considerando que el trayecto presentará caminos embarrados, Sonia, Rubén y Regina, muy a su pesar, deciden abandonar la etapa para evitar males mayores. En la parada de bus de la población, llega una furgoneta a modo de colmado donde aprovechamos para comprar chocolate y madalenas para desayunar algo. Me despido de mis compañeros de ruta en la parada de bus, donde ellos esperarán para llegar a Pamplona. Yo, bastante más seco y con las bambas exteriormente menos mojadas gracias al material goretex, no dudo en continuar y acabar este maravilloso y húmedo camino baztanés siguiendo la ruta en solitario. En honor al orgullo peregrino de mis compañeros, cabe y es de justicia señalar, que ellos, volverían a Olagüe dos días después para desde la parada de bus donde lo dejaron, continuar el camino y completar el Camino Baztanés hasta Pamplona. Salgo carretera adelante parándome en el ayuntamiento a la derecha para poner un sello en mi credencial y para aprovechar, ahora que teniendo calcetines limpios de sobra, para cambiármelos como suelo hacer durante cada etapa, y llevar los pies completamente secos. En una finca a la izquierda, una simpática familia de carneros, el pequeño parece que con algún problema en una de sus patas, se dejan inmortalizar ante mi cámara, mientras que algo más adelante, ya en las últimas casas de la población, una señora me saluda y admira el valor que tenemos de ir desde allí hasta la lejana Pamplona, según ella, caminando. 

Tomo el desvío hacia Leazkue, cuando a lo lejos veo a otro caminante que progresa a paso ligero. Antes de entrar a la población, le doy alcance. Se trata de Iker, el chico de Urretxu que vimos por última vez en el albergue del monasterio de Urdax. Me explica que esa noche ha pernoctado en Olagüe, y que el día anterior lo había hecho en Berroeta, coincidiendo con la pareja valenciana y el peculiar peregrino que vimos Rubén y yo cuando pasamos por el albergue para que nos pusiesen el sello en la credencial. Desde Leazkue y hasta llegar a Pamplona, seguiremos juntos el resto de la etapa hablando entre otras cosas de nuestras aventuras peregrinas respectivas. Acaba el asfalto en las últimas casas del pequeño pueblo y ante un panel informativo de rutas locales, aparecen dos caminos, uno evidente que sigue de frente, de tierra, y otra pista de asfalto rugoso que en descenso se va a la izquierda. Tomamos el camino recto para darnos cuenta por después que no hay ningún tipo de marca. Damos marcha atrás y seguimos por el camino correcto, que es la pista que baja a la izquierda. Seguiremos este camino, que más tarde se convertirá en un tramo de tierra hasta que en una bifurcación a la altura de una especie de pequeño techado de madera con un banco, tomaremos otro desvío a la derecha. Iker me explica que al ir caminando sólo prácticamente desde que inició el recorrido, suele ir ensimismado pensando en sus cosas, y que por ello, se ha perdido más de una vez; el día más evidente, saliendo del monasterio de Urdax, cuando después de caminar unas tres horas, ante su sorpresa, volvería otra vez al monasterio por un lado diferente. La pista entre prados y campos de cultivo nos lleva a Etulain, que nos recibe con su iglesia de San Esteban a nuestra derecha. Dejamos el pueblo saliendo por la pista de tierra a la izquierda una vez cruzado el pueblo, que nos lleva a un pequeño regato que por cierto, lleva bastante agua. Yo lo cruzo por en medio mientras que Iker tomará el puente, bastante oculto entre la vegetación, que queda a la izquierda. Pasamos por otro indicador rústico tipo flecha de madera que nos indica la distancia que queda hasta el siguiente municipio, Burutain.

Queda a 1280 metros y lo alcanzaremos siguiendo unos prados y sin salir a la carretera, girando para pasar ante una casa solitaria pintada con grafittis. El camino sigue entre una especie de urbanización entre casas hasta tomar una pista a la derecha para volver a salir a un tramo de prados que nos llevará a alcanzar en paralelo otra vez la carretera. Allí, un indicador nos marca que Ostiz queda a 1,2 km. Seguimos el asfalto pasando bajo un puente y llegamos a un área de descanso que dejamos a un lado para seguir en una larga subida hasta llegar a Ostiz. Una flecha a la izquierda nos indica que debemos pasar el pueblo de largo por carretera, pero a su vez, una flecha y algunas otras marcas que parecen tachadas en un poste, nos invitan a entrar en la población, cosa que hacemos para ir a una fuente, quitarnos algo de ropa, y liberarnos del barro de nuestras zapatillas. En dirección a la iglesia del pueblo volvemos a ver flechas amarillas que seguimos hasta pasar tras el edificio religioso, continuando luego en un camino al borde del río que parece muy poco transitado. El mismo se complica al tener que pasar por unos pastos donde el ganado muge ante nuestra presencia y tener que superar unos alambres electrificados, así que, sabiendo que en la carretera habíamos visto flechas, decidimos recular para volver a la misma y seguir la ruta. Por carretera llegaremos a Enderiz, y al lado de una pintoresca parada de bus, giraremos a la derecha para pasar por un puente sobre el río Ultzama una vez más. A ambos lados del lecho del río, varios pescadores esperan pacientes a que los peces piquen en el señuelo. Remontamos la cuesta entre las casas de Endereiz a la vez que unos perros salen a nuestro encuentro. Por lo que parece, con sus ladridos y su tono amenazante, parece que no somos muy bienvenidos. ¡Menos mal que mis socorridos palos nos sirven de elemente disuasorio! En la calle Errekalde giramos a la izquierda y la seguimos hasta el final, cuando acaba el asfalto y comienza un sendero con boj a los lados. Comenzamos uno de los tramos quién sabe si más bonitos de todo el Camino de Baztán. Progresaremos por una ladera donde alternaremos, prados en plena explosión de color primaveral, portillos que tendremos que superar, y más de un engorroso tramo de barro, todo dicho sea de paso. En este caso también, los bastones y sobretodo el calzado impermeable en mi caso, nos servirán para superar el barrizal, bastante evidente debido a las constantes lluvias que caen por la zona.

Los bonitos prados y la senda a través de ellos que apenas se vislumbra, así como el tupido bosque que queda en la ladera unos metros más arriba, hacen de este tramo, de los que realmente perduran en la memoria. El precioso tramo, desemboca en la siguiente población, Olaiz, en la que nos llama la atención la pequeña iglesia de San Miguel, y sobretodo, lo que parece su cementerio, con una solitaria cruz. Pasado el pueblo, volvemos al sendero esta vez en un tramo más cerrado a través de los pinos y el boj. Vamos bajando poco a poco hasta llegar a una pista que desemboca en la población de Souraren, ya en el valle de Ezcabarte. Aunque el camino no se adentra en la población, decidimos pasar a tomar algo en su famosa posada, pasando el bonito puente medieval de cuatro arcos, que por lo que informa un panel informativo, era un punto crucial en el transporte de madera por el río. A partir de Souraren, seguiremos un bonito paseo fluvial paralelo al río, e inmediatamente, veremos como poco a poco vamos saliendo del valle y las montañas a la par que comenzamos a ver los primeros campos de cereales, que a estas alturas del año, ya alternan el verde con el dorado.

Alcanzado un camping que queda a la derecha, volveremos a la carretera sólo unos pocos metros, porque en seguida, volvemos a seguir el paseo fluvial asfaltado en bajada. Un bonito parque con atracciones para niños amenizan el tramo que discurre paralelo a una zona de polígonos, y pasado un puente pintado con motivos vegetales, decidimos dejar el paseo fluvial para entrar al núcleo de Arre. Por lo visto, la senda fluvial continúa siguiendo el río Ultzama, pero por lo que parece da bastante vuelta. Además, tenemos ganas de tomar algo y preferimos salir al núcleo poblacional. Unos pintxos y unas cervezas, y dejaremos Arre, que nos ha recibido con su imponente y robusta iglesia que queda en lo alto según entramos por la carretera. Salimos de Arre pasando delante de la rotonda que anuncia el nombre del municipio, pasamos un túnel bajo la carretera y retomamos el paseo fluvial para en poco tiempo, llegar al puente medieval de Trinidad de Arre, donde el hasta entonces más bien solitario camino baztanés, se une en el puente al transitado camino francés. Nos deleitamos unos minutos en el puente a la vez que ponemos un sello en la credencial del albergue en el mismo puente, para seguir luego, ya en pleno camino francés, nuestro camino a Pamplona. Justo pasado el puente comienza la población de Villaba/Atarrabia, que cruzamos por la calle mayor, desviándonos para que Iker se haga una foto en el frontón; luego, transitaremos el centro de Burlada, y ya en todo una continuidad de edificios y casas, entraremos en el término municipal de Pamplona, a la que accedemos al centro a través de otro de los puentes históricos del camino francés, el de la Magdalena sobre el río Arga. La sensación real de haber llegado a Pamplona, no la tendremos hasta que una vez transitado el foso de las murallas, ascendamos la cuesta y pasemos el puente levadizo y el famoso portal de Francia…

 

Castelldefels, 29 de junio de 2016
(daniarkansas@gmail.com)

P.D. Dedico este sencillo relato de mi trayecto desde Irún a Pamplona vía Bayona, a todos aquellos que nos prestaron ayuda en el recorrido de una u otra manera y que yo y a los que yo y mis compañeros de trayecto siempre estaremos agradecidos… Empezando por la empleada de la oficina de turismo de Ciboure, y pasando por nuestros anfitriones en Bayona Catharina y Grégory, por el voluntario de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de los Pirineos Atlánticos en la catedral de Bayona, por la vecina de Zugarramurdi que nos llevó de vuelta a Urdax, por Xefe de la Venta de San Blas, por Isabel la hospitalera de Lantz y por algún otro más que seguramente me dejo por el camino y a los que también manifestamos nuestra gratitud.
Y evidentemente, faltaría más, se lo dedico a mis compañeros de camino Rubén, Regina y Sonia, con los que ha sido un inmenso placer como siempre compartir aventuras peregrinas y a los que nunca estaré lo suficientemente agradecido por aguantarme, por prestarse a compartir camino conmigo una vez más, y por demostrar cómo se superan las adversidades a base de tesón, humor y compañerismo…