Papadopou
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Ideas peregrinas en un camino desde Madrid

Los nervios por el viaje no me dejaron dormir bien. Salimos temprano a buscar el autobús que nos llevaría al tren, para llegar al otro tren que nos llevó a la capital del reino. Toda una mañana de domingo para acercarnos al inicio de nuestro nuevo periplo.

El día  anterior en el manifestódromo madrileño se habían congregado miles de pensionistas de todo el país reclamando lo suyo. Es la pega que tiene concentrar en una sola ciudad a todos los que cortan el bacalao. Cuando hay que llevar las quejas al maestro armero todos acaban aquí.

Supongo que será por eso que desde siempre se han hecho pasar por Madrid todas las carreteras y todos los ferrocarriles posibles. Así se puede acceder fácilmente a la capital para protestar de lo que no va bien.

Fácilmente menos cuando llueve, claro, que se organizan unos pifostios monumentales de tráfico. Ya se sabe: “Chove, porco governo!”. Por ejemplo, para la mañana siguiente se preveía algo de lluvia y desde el ayuntamiento ya avisaban y recomendaban dejarse el coche en casa y coger el tren, que ahora es gratis.

Esa misma tarde también se esperaba una gran afluencia de público con motivo de un nuevo partido Barça-Madrit. Unos no iban a salir contentos con el resultado. Me imaginé culés iban a ser. Los otros afrontarían la nueva semana con ánimos renovados. Tal vez ni les importaría que empezara gris y con el tráfico atascado.

Mientras tanto la ciudad bullía de animación. La gente llenaba las calles y las terrazas. No parecía importar a nadie que el otoño parezca haber dimitido ante un verano que todavía remolonea encadenando de manera absurda un veranillo tras otro. Hasta que un día, repentinamente, llegue sin avisar una ola de aire polar fresco, fresquísimo y nos pille a todos desabrigados.

Tampoco parecía molestar demasiado que  buena parte del centro estuviera en obras. Hombre, dicen, esto es Madrid. El oso,  junto a su madroño, reinaba sobre los cascotes en la Puerta del Sol, que estaba levantada y sin pavimentar. Si les acaban dando las uvas tendrán que buscar otro escenario para las campanadas de Nochevieja. Allí mismo Carlos, el tercero, subido a la estatua de su caballo observaba a la gente que buscaba los accesos al metro o al ferrocarril. ¡Allí está, allí está!  ¿El qué? ¿La Puerta de Alcalá? No, esa sigue en su lugar viendo pasar el tiempo, como reza la canción, pero como la están acicalando la tienen envuelta como para regalo. Un poco más abajo Cibeles continua atascada en el centro de la rotonda sin poder incorporar su carro de leones al tráfico de la ciudad. En esta jungla de poco le ha servido su corona al Rey de la selva. Peor estaban los del Congreso que también han sido bien empaquetados en tanto dura el lavado de cara de la soberanía popular. De su sede (parlamentaria), mejor dicho, porque en realidad es toda la fachada del palacio la que han ocultado tras las bambalinas. Toda una metáfora.

Por la Gran Vía me encontré una alegre marea de bufandas y camisolas merengues que me confirmó que había acertado mi pronóstico respecto al partido. Todos solemos considerar legítimo mostrar euforia tras la derrota del rival, aunque sea (de momento) un rival menguante.

Un poco antes había pasado por Callao y admiré la profusión de pantallas con enormes imágenes publicitarias y letreros luminosos. Aunque no he estado nunca en aquella avenida nuevayorquesa de Times Square, no pude evitar pensar en las imágenes que he visto de ella en películas y demás. Pensé que el neón de Schweppes llevaba medio siglo allí mismo, y bien bonito. Y que quien preside la Puerta del Sol no es Carlos, el tercero, ni siquiera la Isabel de turno, sino un colorido Tío Pepe. Las comparaciones suelen resultar odiosas.

No fui a Madrid para turistear. Ni para recibir un chute de endorfinas por encuentro balompédico. Lo hice para iniciar un Camino a Santiago que todavía no he recorrido.

Los madrileños no parecen inclinarse por la ruta que sale de su ciudad y suelen aprovechan las múltiples facilidades de transporte de que dispone la Villa y Corte para irse hasta cualquier otro sitio a iniciar el Camino. Vamos, como yo que vine hasta aquí desde la periferia.

Fui a la Plaza de Santiago, hasta la iglesia que el Apóstol comparte en la capital con San Juan Bautista. Todo el mundo sabe que el tema de la vivienda esta fatal en todas partes, y aquí más. En la sacristía una señora muy amable nos facilitó las credenciales y quedamos debidamente acreditados.

Papadopou
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Primera etapa. De Madrid al cielo resultaba demasiado ambicioso. Tanto como llegar a Santiago en esta ocasión. Empezar sabiendo que no íbamos a alcanzar Compostela  hizo que mi ánimo de peregrino decayera frente al del senderista insolente que había planeado algunas licencias en ciertas etapas y que se relamía pensando en varios homenajes que deseaba concederse.

Así que opté por empezar con algo más asequible. Primer tramo hasta Manzanares el Real. Pero a no ser que hubiera otro Manzanares menos real y más cercano, el de verdad quedaba demasiado lejos para pensar en llegar en un día. Para alcanzar nuestro destino  reconozco que, aunque no llovió, hice caso al consistorio capitalino y tomamos el tren hasta Tres Cantos. Definitivamente, ¡turigrinus sum!

Desconozco si esa población le debe el nombre a alguna particular geometría triangular del municipio. Al parecer en su momento constituyó un ensayo casi exitoso de cuadratura del círculo y ahora, además de descongestionar la demografía de la capital parece que es un ejemplo de pulcritud y  una de las ciudades con más árboles. Pero no vi nada de eso porque era noche cerrada al llegar. Habíamos salido de Madrid discretamente y amparados por la oscuridad e igual de oscuro estaba en Tres Cantos al llegar aunque el tren salió de su madriguera subterránea mucho antes de alcanzarlo.

Desayunamos en un bar en la misma estación. Mientras sumergía unas porras (frías, qué pena) en el café con leche asistí al barullo de viajeros que iban y venían.  Eran muchos los que llegaban y muchos también los que se marchaban.

Nos desentendimos del bullicio y, bajo el peso de las mochilas, empezamos a caminar. Enseguida salimos al campo y encontré otro compañero de viaje. Un nuevo bordón. El palo de chopo me hizo señas para que lo rescatara del montón de restos de poda en el que lo habían dejado.

Primero Colmenar, luego Manzanares. Una lluvia escasa nos esperaba a la entrada del primero. Un sol de justicia nos acompañó en la llegada al segundo.

No vimos colmenas en Colmenar. Una mujer muy simpática salió de la iglesia al vernos en la plaza que hay delante. ¿Quieren sellar la credencial?  ¡Naturalmente! Quiso regalarnos una estampa (casi tamaño folio) con una bonita imagen de la patrona del pueblo, la Virgen de los Remedios.

Tampoco vimos manzanas en Manzanares. Lo que si destacaba a nuestra espalda durante todo el recorrido fue la silueta de la Gran Ciudad, como un gran ojo avizor siempre escrutando el horizonte y observándonos desde la lejanía. Invoqué protección no de la Virgen sino de la mole rocosa bajo la que se resguarda Manzanares. Ante la inmensidad granítica la lejana urbe baja la cabeza y se oculta de las miradas.

En el pueblo encontramos cobijo en la encomienda que levantaron nuestros anfitriones para recibir peregrinos. Nos acogieron en su casa y nos dieron de cenar. No dedican su vida a ello pero si alguien reclama su ayuda los encuentra con la mejor disposición. Hospitalidad. Tradicional no lo sé, pero si genuina.

Joseppb
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Muy interesante Papadopou. Espero continuación. yessmiley

Papadopou
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Nuestra segunda etapa siguió por antiguas pistas ganaderas que en tiempos atravesaron los pueblos que viven en las faldas de la montaña. Mataelpino, Navacerrada, Cercedilla. Desde ellas tampoco se veían las torres de la gran urbe que todo lo absorbe, pero todas esperan con muchas ganas la llegada de los que allí moran pues son los que hacen prosperar la existencia de los que viven aquí.   

Desde Cercedilla no subimos al cielo, pero nos acercamos. Puerto de Fuenfría. Árboles majestuosos nos acompañaron. Algunos empezaban a vestirse con ropajes dorados aunque el otoño se estuviera haciendo de rogar. Plácidos bosques nos envolvieron. De nuevo se oía un silencio roto solo por nuestras pisadas y zurcido con un hilo cantarín de trinos por los pájaros.  Subimos por lo que queda de una calzada romana. Los árboles atenazan desde hace siglos las losas con sus raíces y las trituran con dedos leñosos. El agua y el tiempo las acaba convirtiendo en fragmentos olvidados de una obra de los hombres que, poco a poco, regresará al polvo del que salió.

Caminando con esfuerzo  ascendimos por lo que más parecía pedregal que calzada. Nos aproximamos a esas nubes que el viento torpemente amontonaba sobre nuestras cabezas. Su tarea resultaba estéril porque su  brusquedad las espantaba y se le escapaban veloces  por encima de la montaña. Si cerraba los ojos podía imaginar el bramido de un mar encrespado y las olas rompiendo contra las rocas de una costa abrupta. 

En la linde del bosque se abría una atalaya elevada de praderas que yo esperaba verdes y lozanas pero que la sequia había ajado. Este año incluso en la montaña que quedaba a nuestra espalda había dejado de correr el agua y las fuentes se secaron. La mirada voló lejos sobre la inacabable distancia.

El viento se cansó de jugar con las nubes y empezó  a zarandearnos a nosotros como si pretendiera evitar nuestro avance. No lo lograba pero caminábamos con dificultad. Nos alegramos, por lo menos, que se pospusiera de momento la lluvia anunciada. Ahí delante, abajo, todavía lejos, se divisaba Segovia. Más allá la llanura inmensa.

Las viejas piedras del acueducto nos saludaron acogedoras. El nombre de la ciudad es tan antiguo que otras lenguas ya lo pronunciaban desde mucho antes que el agua empezara a correr sobre esos arcos.

¿Sois peregrinos?  Me  interpeló  el desconocido. Lo estoy intentando, le respondí yo algo cohibido. Charlamos unos momentos y aludió a que él mismo había peregrinado también este año. Al despedirse me regaló una cruz de Santiago para que la añadiera a los recuerdos que voy colgando en la mochila.

Buscamos el hotel para liberar nuestros hombros de su carga y poder incorporamos, discretamente esta vez, a las calles repletas de paseantes. Dos visitantes más siempre serán bien recibidos si llegan dispuestos a pagar por cuanto necesiten. Nosotros nos mostramos conformes con que nos aligeraran la cartera a cambio de una buena pitanza.

 

Papadopou
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Por la mañana temprano la lluvia seguía sin aparecer, aunque esta vez si que se la esperaba porque el cielo amenazaba con desplomarse de un momento a otro. Salimos antes de que el vendaval volviera a desatar su furia. Desde la iglesia de la Vera Cruz, una sentida despedida con la bonita estampa que ofrecía la ciudad enriscada.

Mientras nos alejábamos volvía la cabeza continuamente al sentir como la poderosa silueta de la catedral lucía como un faro para los que navegaban por la llanura bajo las amenazadoras nubes del temporal. Lucía tan soberbia como altivas me habían parecido las modernas torres  que nos observaron días antes al salir de Madrid. Distintas formas para un mismo propósito a lo largo de los siglos.

Nos sumergimos en la meseta castellana. La tierra estaba abierta con surcos que esperaban sedientos el agua que volaba vaporosa por encima. Veíamos en la lejanía que  las nubes habían asaltado ya la sierra que ayer atravesamos y se desparramaban montaña abajo hacía  Segovia. Supuse que el viento, que en un vigoroso arrebato ya me había destrozado el paraguas, las acabaría arrastrando hasta los pequeños pueblos que atravesábamos.

En Valseca decenas de agricultores aguardaban turno con sus enormes máquinas para la preceptiva revisión. No quisimos parar a tomar café porque el bar estaba algo alejado. Pecamos de pereza. En Los Huertos esperaba nuestro castigo porque el bar estaba cerrado por las mañanas. Sin embargo una amable mujer sacó de su casa un par de vasos de café y nos invitó también a probar un poco de torta. Se dedicaba a cuidar a una mujer mayor. Había muchas allí. En cambio tiendas no había. Acababa de llegar el panadero y nos dejó.

En Añe encontramos cobijo y comida. No fue hospitalidad sino comercio. Pero, a pesar del relativo expolio, agradecimos la oportunidad de no vernos obligados a prolongar la jornada. Allí tampoco parecía haber tienda alguna y supongo que lo que aportan los escasos peregrinos que se detienen facilita el sostenimiento del único centro de reunión del pueblo. Amen.

 

Blenques
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Se aproxima gran aventura y gran relato. ¿Todavía álguien se cree que da igual como se escribe?. Gracias por el esfuerzo y la delicadeza de traernos tu Camino de una forma tan bella. Te sigo hasta Santiago.

¡Salud y buen Camino! 

Papadopou
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En esta ocasión no hemos llegado tan lejos. Gracias,  Blenques. 

Indi
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Oh, qué bien! Batallitas, batallitas, con lo que me gustanlaugh y si están tan bien narradas mejor todavía. 

A quien se le ocurre pasar de largo un bar abierto cheeky

Papadopou
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 Pues si. Además en lo del bar reincidiré otro día, como podrás ver más adelante  blush

Joseppb
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Te sigo y disfruto de tu narración. Um!! lluvia en la meseta significa olor a paja humeda.

Papadopou
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Gracias. A nuestro paso todo eran promesas de lluvia pero en realidad cayó muy poca agua, casi ni para mojar el suelo. 

txetxa
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Un gusto leerte y gracias por el detalle de la foto del día. Buen Camino!

Papadopou
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Gracias a ti txetxa.

Papadopou
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El nuevo día amaneció despejado. Pudimos contemplar la salida del sol y alegrarnos de recibir su calor. Descansamos a medio camino, en Santa María la Real de Nieva. Visitamos el claustro del monasterio y admiramos las detalladas imágenes de los capiteles que mostraban escenas de una vida que ya no existe y que aquellos artífices con sus cinceles dejaron congelada en la piedra.

Despues de Nieva entramos en un sorprendente bosque de pinos. En sus troncos se dibujaban las marcas del sufrimiento causado por heridas abiertas de las que manaba su sangre. La vida exprimida con la habilidad suficiente para lograr que no se apague. Eso deja huellas. Me vinieron las imágenes de los muchos Cristos vistos en las iglesias y los estigmas de su Pasión.

¿Los árboles se tatúan?   Algunos humanos marcan sus cuerpos con escarificaciones, a veces por elección estética,  a veces por tradición cultural.  ¿Se identificaran los árboles con sus ancestros mediante algún ritual ignoto?  Generaciones de árboles  explotados por la resina, por su sangre, que allí han vivido, y viven, resignados.  En el bosque tejen una red que los sostiene, que los une a los suyos y, tal vez, también a los que vivieron antes que ellos. Tal vez meter la nariz en los cubitos de la resina no había sido buena idea.

De nuevo amenazaba lluvia. Nos refugiamos en Nava de la Asunción en un espacio, sencillo y básico (tanto que resultó necesario limpiarlo un poco). No hace falta mucho para pasar la noche. Un techo para cobijarse, agua caliente que permita un aseo adecuado, algo de calor de un fuego domesticado. El rojizo resplandor que emitía la pequeña estufa me recordaba el de las brasas en una chimenea. Esa noche fuera llovía  abundantemente pero allí se estaba bien, casi cómodo. Por la mañana en el bar en el que desayunamos nos preguntaron cómo habíamos dormido. Como troncos, respondí pensando en árboles de alguna olvidaba tribu arbórea con cicatrices ancestrales.

 

 

Ma Teresa
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Cuando llegas a destino, cansado pero feliz, necesitas poco alrededor para sentirte cómodo y arropado. De nuevo en ruta?. Pues aquí estamos para disfrutar de tus crónicas. Abrazo

Amiaire
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¡Qué gran verdad!

Penedo
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Hola a tod@s. Hola papadopou, agradecerte de manera franca tus relatos, no solo por la brillantez de lo escrito, también porque no es fácil ni mucho menos, en pleno Camino, ponerse a escribir estas crónicas. Posiblemente te sirvan de terapia, pero te aseguro que a los que te leemos, nos transportas a unas sensaciones que solo haciendo el Camino sientes.

 

Reitero las gracias.Que tengas Buen Camino.

 

Bo Camiño.

João Batista Campos
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¡Muchas gracias Maestro Papadopou!

Es un placer leerte mientras describes con alma y sutileza las grandes cosas, pero sobre todo las pequeñas cosas que pasarían desapercibidas para la mayoría de los que caminan hacia un lugar de llegada.

Por favor, más!

Un gran abrazo!

Cristineta87
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Qué gusto leerte Papadopou!! Gracias por compartir tus crónicas... Aquí nos tienes ya expectantes!!

Buen Camino.

Papadopou
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Gracias a todos por todos los buenos deseos. Pero quiero aclarar que no estoy en en el Camino ahora. Recorrí el camino desde Madrid (en realidad  desde Tres Cantos, ya habéis visto) las dos ultimas semanas de octubre. No dije nada por aqui entonces y solo un perspicaz compañero del foro comentó algo al darse cuenta por un pequeño detalle de que estaba en  ruta.

Esta vez en lugar de ir escribiendo a vuelapluma preferí ir guardando notas de voz en el teléfono y ahora las he ordenado un poco para poder explicaros alguna cosa aqui.

Saludos.

Ma Teresa
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recuerdo el "pequeño detalle". Era un pilon en el Camino. Y quien lo comentó, como no, era nuestro gran maestre del "aragones". Siguen siendo vivencias del Camino y en este caso, con doble alegría ya que vuelves a revivirlo para nosotros.

Como puedes comprobar, estamos todos con ansia de relatos que nos ayuden a pasar estos meses hasta que abran las puertas y podamos salir pitando de nuevo. 

Abrazo

Papadopou
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Caminamos por pistas arenosas durante kilómetros sin alcanzar la orilla de ningún mar. Un desierto atrapado bajo una multitud de pinos que cabalgaban las dunas y les impedían escapar si el viento las quería llevar lejos. Lo llaman Tierra de pinares y el nombre resulta muy gráfico. La atravesamos durante un par de días más, hasta bien pasado Alcazaren.

Pero de momento parada y fonda en Villeguillos. El albergue resultó frio y añoramos el cálido resplandor de la estufa de la noche anterior, por tanto regresamos al bar donde habíamos podido comer al llegar y encontramos el calor de nuestros anfitriones.

Había también cuatro parroquianos en animada conversación. Eran mayores y estaban hablando de la resina. Aunque es cierto que esta supone nuevas posibilidades de empleo para algunos, en realidad solo permite conseguir ingresos cada vez más magros porque todo está controlado por quienes dictan las condiciones, y los precios. El resinero tendrá que someterse a ese dictado para vender el producto de su trabajo. Les van a chupar la sangre, dijeron. Pensé inmediatamente en las heridas de los árboles. La sangre del árbol extraída como la del resinero. Como ha ocurrido toda la vida.

También me enteré que los fresones de Huelva nacen en buena parte en tierras segovianas. Aquí crían las plantas y cuando llega el frio, lo que se supone tendría que ocurrir en estas fechas, las llevan al sur para trasplantarlas y que produzcan allí los frutos. Eso explicaría las grandes instalaciones junto a las que pasamos por la mañana y en las que vi enormes pupitres con plantas de las que colgaban las frutas.

No sabía nada sobre la migración de las fresas. La de muchos pájaros si la conocía. Estos días vimos algunas bandadas de aves migrantes surcar el cielo. Incluso gansos, o lo parecían, rebuscando entre la tierra arada algo de comer. También sabía de la de las personas. Vi un buen número de extranjeros en Nava y ahora supongo que podía tener que ver con el trabajo en la fresa.

Puestos a satisfacer la curiosidad también pregunté por unas plantas que pendían de los pinos formando grandes esferas. Muérdago, me explicaron, en realidad un parásito con buena prensa. Y envuelto de leyendas, añadí yo. La rama dorada de los celtas.

Los pinos ya poblaban estos territorios mucho antes que naciera el primer antepasado celta del primer  vacceo que se estableció en lo que con el tiempo se convirtió en la ciudad de Cauca, que luego conquistarían los romanos. ¿Viviría el muérdago ya aquí cuando llegaron esos primeros vacceos celtas siguiendo a sus rebaños?  Probablemente si, aunque en ese momento tal vez no se denominarían vacceos a si mismos. Como de ellos no se sabe demasiado podría aventurarse que sus druidas, que los tendrían probablemente aunque puede que tampoco los llamaran de esa forma, hallaron su conocida planta mágica en las nuevas tierras y así pudieron continuar realizando sus rituales tradicionales, recolectándola con sus hoces de oro. Tal vez se extrañarían de que aquí abajo en el sur no pendiera de las ramas de robles sagrados. Aquí solo había pinos. Tuvieron que acostumbrarse y acabarían trepando a aquellos árboles tan altos aunque no menos ancestrales.

En el bar de Villeguillos también me dijeron que cuando ahora suben a los pinos no es para recoger muérdago para ritual alguno, como los supuestos  druidas vacceos. En lugar de hoces doradas usan motosierras para realizar las podas. También cortan las esferas del muérdago pero, a diferencia de aquellos, las dejan en el suelo para alegría de los conejos de la zona a los  que, según parece, les encanta comérselas.

 

João Batista Campos
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Qué interesante!

Son de eses pinus que se recolectan el piñón (o pinolli) ?

Es que una vez que iba de turisteo por El Escorial había muchos piñones (pinolli) caídos en el suelo y unos pinos muy parecidos al de la foto en su sitio.

Gracias 

Papadopou
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Hola, Joao.  Me parece que si que lo son, al menos los de la foto. Por el suelo se encontraba alguna piña,  rematar a gol resulta irresistible, y piñones tenia. Pero eso supongo que debe pasar con todos los pinos, que tienen piñas y piñones. Los que no entendemos podemos identificar los de la resina por las marcas que les hacian en el tronco y los cubitos para recogerla. Un criterio muy científico. Saludos.

João Batista Campos
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Gracias Papadopou!

Jejejeje. ¡Cerca de la Copa del Mundo, tienes que entrenar!

En mi país hay muchas variedades de pino, sembradas para la producción de papel y madera, para muebles y construcción civil. Aquí son especies exóticas e invasoras de ambientes naturales.

Sus semillas son pequeñas y no comestibles.

Abrazos 

Kowemi
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Saludos desde Cáceres.

Efectivamente, son dos de las varias especies de pinos que hay en la Península, además del P. canario en las islas. Por tierras de Segovia y algo más allá predomina el llamado "resinero", por algo será, de copa más alta y estirada. Y a partir de ahí, predomina el "piñonero", el único que tiene semillas (piñones) comestibles, mucho más grandes que las de los demás, y de copa más globosa. Buena suspicacia al distinguir los tipos de pinos, y todos por las cansativas pistas de arena ...

¡Ultreia!

Papadopou
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El rio Eresma nos había acompañando por tierras segovianas casi desde que cruzamos la Sierra. Al encontrarlo otra vez cerca de Coca vimos que se había mudado con nuevas galas. Los árboles de su ribera, supongo que álamos, sauces, fresnos y chopos, muchos chopos que se cultivan comercialmente, habían comenzado súbitamente a teñir sus hojas de  otoño y encendieron el valle con una miríada de temblorosas llamas amarillas que la brisa agitaba.

Antes de llegar a Alcazaren, justo al salir del pinar, volví a encontrar ramas doradas. Pero no se trataba de muérdago sino de viñas. Varias  parras jóvenes se habían escapado del viñedo y andaban enredando. Jugueteaban como criaturas con los pinos  pequeños. Hojas doradas y ocres caracoleaban abrazándose a los troncos oscuros y colgando como zarcillos de las ramas más bajas.

En el pueblo, tras un ligero tentempié en el bar del pensionista, cuyos socios presumo que conforman la mayoría de la población, y de estampar en la credencial el cuño del consistorio, que por cierto cerró inmediatamente después aunque no parecía la hora de hacerlo, pasamos junto a los restos de la Iglesia de San Pedro.

Las arquerías ciegas de su ábside, dibujadas con ladrillo, son resultado de un bonito ejercicio de armonía. Belleza creada con un material humilde. No sería más hermoso si hubieran utilizado mármol o nobles sillares como en las grandes catedrales. Ahí sigue la obra, ajena al cambio de los tiempos, alegrando la vista del viajero. También lo vimos el día anterior en Coca donde perduran a base de ladrillo su formidable fortaleza y la esbelta torre de San Nicolás, que destaca  desde la lejanía, siempre que los pinos no impidan su visión.

Al salir por el otro extremo de Alcazaren pasamos junto a, o mejor dicho por encima de, varias bodegas subterráneas. Ya sabía donde acabaría en su momento el fruto de aquellas viñas juguetonas.

Volvimos de nuevo al pinar y al poco rato despedimos al Eresma, que dejó de serlo cuando ya le quedaba poco para haber alcanzado la gloria de morir como afluente del Duero.

Llegamos a Valdestillas y, tras atravesar dos kilómetros de población, dimos por acabada una larga etapa. Nos alojamos justo frente a la estación del tren. La tentación allí no vivía arriba sino enfrente.

 

Papadopou
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El Duero no gusta de grandes ciudades. No pretende hacer menosprecio de Soria o de Zamora pero su gran amor es Porto, a la que le roba un beso justo antes de perderse en el mar infinito. A Valladolid la evita amablemente y deja que sea el Pisuerga el que pase por allí. Nosotros nos veíamos en la necesidad de ajustar nuestro recorrido a los días disponibles y decidimos evitarlo a él. 

Tomamos un primer tren, y luego un primer autobús, para plantarnos en Simancas antes del desayuno.  El cielo, decepcionado, mostró su disgusto y empezó a llorar tan pronto llegamos. Pasamos junto a un bar abierto frente al castillo pero lo ignoramos y continuamos hacia la Plaza Mayor pensando que habría otros. Llegamos allí sin ver a nadie y todo estaba cerrado. Ya que estábamos subí a las dependencias municipales para estampar en la credencial un nuevo sello. Luego para poder desayunar retrocedimos hasta aquel primer bar, que resultó ser el único abierto aunque ya no era tan temprano.

Al camarero le pedimos cafés con leche y nos los puso en vasos pequeños. Al parecer allí era lo normal. Se lo comentamos pero, sin pestañear siquiera y menos aún sonreír, dijo que nos había servido lo que pedimos. Alguien debería establecer una normativa sobre los formatos, tamaños y variedades relativas al café de bar en este país. Una mujer que había a nuestro lado añadió:  “Bueno, no os preocupéis, si es pequeño luego os tomáis otro y Santas Pascuas ”. Pues muy bien.

Salimos hacia Cigüeñuela. No parecía estar muy  lejos porque pronto divisamos la torre de su iglesia, blanca por la luz de algún rayo de sol que se colaba a ratos entre las nubes oscuras que le servían de fondo. Pero San Ginés jugaba a esconderse tras aquella última loma para que no pudiéramos adivinar cuánto nos faltaba hasta el pueblo. Ahora me ves, ahora no me ves.

Buenos días, saludaron unos paseantes. El olfato me guiaba por aquel jardín fragante, sin aire sucio ni olores de granjas ni de coches o tráfico, aunque la autovía a lo lejos continuara resoplando. ¡Respira, respira! Pero no reconocía aquel olor concreto,  anisado, que me recordaba alguna hierba de las que a veces utilizo en infusión. ¿Tal vez hinojo?

Tras una última rampa, el pueblo y un concurrido bar con una memorable tortilla de patatas. En cada lugar presumen de lo que pueden.

Un rato después llegamos a Wamba, con su preciosa iglesia (cerrada, naturalmente) en una gran plaza enmarcada por  estilizados cipreses que susurraban, sin esperar que nadie les atendiera, los nombres olvidados de aquellos cuyos huesos estaban encerrados en aquel templo.

Después de casi otro par de horas bajo un vendaval que acabó con nuestro peinado, llegamos a Peñaflor. El pueblo nos esperaba en un altozano y la cuesta para acceder no tenia nada que envidiar a la del ‘Reventón’ que hace días nos llevó a lo alto de la Fuenfría. 

Al llegar buscamos donde comer y pudimos hacerlo en el bar de la plaza, a pesar de lo tarde que era y de que la cocinera ya se había marchado. Tuvimos suerte porque no había otras alternativas.

Regresamos de nuevo al local por la tarde. El lugar servía de encuentro para partidas de naipes celebradas alrededor de un café que se enfriaba sobre la mesa sin que nadie le prestara atención. Luego acudieron algunas jóvenes a charlar y otro grupo mujeres para conversar y tomar un refresco. Los golpes secos con las fichas marcaban el ritmo de la partida de dominó de otra de las mesas de al lado. Un parroquiano, al que el café también le estaba durando lo que tardaba en acabar de leer el periódico, por algún motivo pidió que cambiaran la música y pusieran un pasodoble. El encargado accedió aunque nadie se levantó a bailar. Yo aproveché para pedir otro par de vinos.

Dieron las nueve pero casi nadie se marchaba a cenar. Estaban mejor aquí con sus vecinos que solos en casa delante de la tele empapándose con desgracias lejanas. Para nosotros si que era ya una buena hora para retirarnos a descansar y nos fuimos a dormir.

 

Fernando Cristó...
Imagen de Fernando Cristóbal Otxandio

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Una misa en la iglesia de Wamba fue el mejor momento de "mi" Camino de Madrid en Febrero del 2020. Tuve la fortuna de llegar allí un Domingo media hora de misa mayor, y pienso ahora que sería el unico momento de la semana en que la abren, así que ¡una casualidad providencial!.

Realmente el templo por dentro merece la pena, y si un día se da el caso de que estás por Valladolid un Domingo, yo iría a visitarlo. Pocas veces he sentido un engarce tan aquilatado entre un grupo humano y la arquitectura que los vertebra. Escribí una crónica en este foro de mi paso por allí, por ahí debe andar todavía - en la sección Camino de Madrid -. Iba yo un tanto "colocado" por efluvios peregrinos, y ejem, como es habitual cuando le doy a la tecla, eso se nota en el texto...

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Papadopou
Imagen de Papadopou

Me pilla un poco lejos de casa Valladolid, pero lo tendré en cuenta si paso cerca. En cualquier caso creo que desde el ayuntamiento de allí, o desde la Comunidad o la diputación o lo que sea, organizan visitas guiadas los finde. Cuestión de llamar antes a preguntar porque igual solo lo hacen en verano.

No me sonaba tu texto y lo he buscado. Efectivamente ahí sigue. Me parece que me pilló el año pasado por el Camino del Sil y me pasó desapercibido. Benditos efluvios, que no dejen de afectarte nunca. 

Sobre cuanto referías en el mismo sobre el caracter castellano y sus matices según el género, no he tenido muchas ocasiones en esta ruta para apreciar tales diferencias entre hombres y mujeres. Por un lado porque no abundó el contacto con los lugareños por el escaso número de ellos. Cuando lo hubo ambos, hombres y mujeres, me han parecido amables, dentro de lo que ordena una mínima cortesia con los extraños. Incluso simpáticos en ocasiones (la pareja que llevaba el bar en Villeguillos, por ejemplo). En cuanto a las féminas tampoco era cuestión de indagar más allá dado mi estado civil  y, además, por viajar acompañado por mi Santa esposa. 

Por último señalarte que en Añe tras tu visita parecen haberse puesto las pilas respecto al negocio hostelero. Te aseguro que ahora no hubieran puesto reparos a venderte un bocadillo y mucho menos a cobrartelo.

Saludos, Fernando. 

Papadopou
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Saliendo de Peñaflor el sol nos saludó en un amanecer teatral. El juego de luces y sombras quise fotografiarlo y me entretuve con la cámara. Llegó un coche y bajó  el peregrino con el que, más o menos, íbamos coincidiendo desde hacia días, el único en realidad que encontramos en toda la ruta. En la oscuridad se había despistado y siguió la senda equivocada hasta que un conductor tan madrugador como él lo sacó de su error y lo llevó de nuevo al buen camino.

Cerca de Castromonte el páramo estaba erizado de estructuras que rompían el horizonte. Tendidos eléctricos y gigantescos molinos que no galopan ni van caminito de Jerez pero cortan el viento con sus aspas,  que al girar casi parecía que fueran a peinarte con raya en medio si te acercabas demasiado.

La torre de la iglesia, que siempre debió ser la luz que guiaba la ruta en la llanura, parecía haber empequeñecido ante los colosos metálicos que la rodeaban y que por un capricho de la perspectiva casi parecía que estuvieran instalados entre las casas. Visto de lejos se diría que ese pueblo había sufrido la suerte de banderillas, como los toros en la lidia.

La mujer del bar no era muy locuaz y tampoco había nada para comer a parte del pan que también vendía. Entonces,  ¿pan con pan?  Al parecer allí no siempre eran así de sosos. Luego nos enteraríamos de que en unas fiestas en aquel mismo pueblo pusieron junto a la reina de los festejos a un sorprendido peregrino que llegó aquel día y lo agasajaron con grandes celebraciones. Pero nosotros tuvimos que acercarnos hasta la tienda para poder comprar algo que poner en medio del pan e improvisamos allí mismo un bocadillo con el que acompañar el café.

En aquellas llanuras no hay árboles recios que puedan aguantar el peso del cielo. Mientras los trigos crecen, y todavía no están ni plantados en estas fechas, las gigantescas columnas con aspas que erizan los campos parecen sostener la enorme bóveda de encima. Esa mañana, al dejar Castromonte, un gran arcoíris se apoyaba en ellas para descansar la carga de un cielo pintado con nubes volanderas.

Al llegar a Valverde un amable vecino nos abrió el teleclub para poder tomar algo y sellar las credenciales antes de continuar. Para agradecerle el detalle le invité a compartir con nosotros unas cervezas. Explicó que se había instalado allí años atrás dejando la ciudad, que tuvo una empresa dedicada a la construcción, que levantó su casa y que luego perdió ambas con la crisis. Ahora vivía allí pero en otra casa y en aquel pueblo no faltaba trabajo. Nos recomendó donde comer en Rioseco y seguimos nuestro viaje.

En Medina era día de mercado. Una vez acabado este, el ajetreo de las calles se trasladó al restaurante donde fuimos a comer. Era más tarde que pronto y allí nos pilló la  hora de la merienda. Salimos hartos y solo fui capaz de mirar los dulces que se ofrecían en las confiterías que había allí. Con la panza llena solo conseguí que me entraran por los ojos. Pequé de gula, aunque solo fuera en la intención.

 

Amiaire
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...gigantescos molinos que no galopan ni van caminito de Jerez...

A mi lo de los molinos, que quieres que te diga. Estos, una pequeña muestra de los del monte Faro.

Y muchas gracias por tu bonito  relato.

Papadopou
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Esos también los conozco del año pasado, aunque no los vi, solo los oía entre la niebla, ya sabes, cortando el viento. Saludos.

 

txetxa
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Aplausos, Papadopou! Lo describís tan bien que me parece estar ahí. Más RELATOS, por favor. 

Papadopou
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Gracias. Ya queda poco de daros la matraca wink

Indi
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Demórate cuanto quieras, no tengas prisa por terminar. Si nos pones uno cada vez, mejor smiley

Papadopou
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Vale, hoy ya no pongo más wink

Papadopou
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El azar quiso que dos de las mayores invenciones que han visto la luz en este país de Aquí casi coincidieran en el tiempo, allá por el ochocientos y pico, lustro arriba lustro abajo.

Una, la invención de Madrid. Es decir, un asentamiento estable y continuado de gente en el lugar que, andando el tiempo, acabaría convirtiéndose en lo que hoy es Madrid. Fue parte de la estructura militar defensiva de los musulmanes y nadie hubiera imaginado entonces hasta dónde llegaría aquella pequeña Almudena.

El otro invento, previo al anterior aunque no por mucho, fue el descubrimiento de los restos del Apóstol Santiago en el Campus Stelae, en la lejana Galicia, que sirvió para galvanizar los pueblos cristianos para enfrentarse a los musulmanes. Tal vez no fueron muchos al principio los que apostaron por el éxito de la idea. Sin embargo, ¿resultado final?  Victoria por goleada de los buenos, que como todo el mundo sabe siempre son los que ganan al final. Y la Iglesia de Santiago enclavada en el corazón de lo que había sido la medina madrileña.

No debían subir al principio demasiados peregrinos desde aquel modesto poblado en tierra de moros situado en el centro de la península. Los que lo hicieran supongo que no llegaban a Medina de Rioseco ni buscaban la ruta de Sahagún. La antigua A26 de los romanos, tras pasar cerca de donde luego iba a estar Madrid, continuaba en busca de Astorga y era el camino mas corto para llegar a Galicia. Lo más lógico parecería seguirla.

Pero en ocasiones lo más lógico no es lo más sensato. Dicha ruta iría hoy en día paralela, y demasiado cercana para los gustos actuales, a la A6, carretera de Coruña en su moderna versión autovía. Por tanto cuando se trazó este Camino, en los noventa del siglo pasado, se buscaron alternativas más amables echando mano de antiguas cañadas ganaderas que también habían servido en su momento para viajar desde y hasta Galicia, y habían visto pasar además de antiguos peregrinos (se supone) a segadores que iban a trabajar en los casi infinitos campos de cereal castellanos.

El trazado actual ofrece a quien por allí camine el premio de hacerlo junto al Canal de Castilla a partir de Rioseco. Los primeros peregrinos no hubieran tenido la oportunidad de hacerlo porque este no se construyó, como quien dice, hasta antes de ayer. Pero en estos días de otoño sería una lástima no transitar junto a sus aguas. Estas reflejan la imagen plácida de los árboles que desfilan junto a sus orillas sosteniendo en sus ramas multitud de farolillos encendidos con amarillas llamitas que se balancean mecidas por la brisa.

 

Indi
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Así, así, en pequeñas dosis se saborea mejor. Te has documentado bien eh? laugh Genial yes

Papadopou
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No es Castilla tan ancha aunque lo parezca a veces. Caminando allí el cielo parece más alto pero no es así, es el ánimo que se nos encoge bajo su inmensidad. Vernos tan diminutos hace que cuanto nos rodea nos parezca majestuoso y admirable. Los campos ásperos, planicie infinita; una roca solitaria, testigo mudo del tiempo ; las nubes del cielo, castillos en el aire; una humilde flor, efímera belleza escondida.

Al apartarnos del canal nos rodea lo que, desde que hay memoria, llaman Tierra de Campos. Tamariz, Cuenca, Villalón, Santervas, Grajal. Todos de Campos. Hasta donde abarca la vista, todo son campos. Ni montes ni sierras, solo tierras de labor. La campiña se extiende desarbolada y abierta a los cuatro vientos para que el aire la recorra libremente.

En la sobriedad del paisaje destacan los matices del mosaico otoñal. Algún árbol solitario quedó olvidado en medio del llano y se alza enhiesto como aquel pariente suyo de Silos tan cantado por el poeta. Aquí y allá se levantan otros bordeando pequeños cursos de agua. Vistos en la distancia, vestidos como están ahora con sus camisas amarillas, parecen oficiar una procesión mientras sostienen cirios encendidos.

Los trigos verdearan otra vez en primavera pero ahora sobre la tierra solo queda la paja. Con ella se han construido grandes castillos de elevadas almenas que se aburren esperando ser desmochados cuando apriete el hambre del ganado.

También volverán a florecer los girasoles que durante todo el verano día tras día siguieron sonrientes el periplo del sol y luego esperaron cabizbajos la guadaña desde el mismo momento en que la flor se marchitó.

Monstruosas criaturas metálicas devoraban esos días las últimas plantaciones de maíz. Las mazorcas intentan esconderse entre los tallos secos, pero es en n vano. El ingenio de los hombres les arrebata las pepitas doradas y el resto lo devuelve triturado  a los surcos de los que todo surgió. En esta época de cambio, los campos se despojan de lo superfluo para descansar en invierno y volver a renacer en un nuevo ciclo.

 

João Batista Campos
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Muy bella narrativa Papadopou 

Y que espectacular foto!!

Parecen extraterrestres buscando más seres  brillantes como los que tienen a sus pies.

Abrazos, enhorabuena por sus bellas palabras!

Papadopou
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El invierno no llegó aún pero su letargo ha alcanzado ya algunos de los pueblos que hemos atravesado. De forma bastante definitiva. Las ruinas y los muros caídos son dolorosas cicatrices que recuerdan que, en este caso, tiempos pasados fueron mejores. Además de no ver un alma por las calles, a veces hay más adobe en el suelo que en las paredes. En Tamariz nadie sabe cuánto aguantarán en pie las ruinas de la torre de la antigua iglesia, en la que solo se salva la portada renacentista. Son las consecuencias de la despoblación y el abandono. El polvo vuelve al polvo.

En cambio Villalón estaba bastante animado. Parecía un pueblo muy implicado con el Camino. Quizá una cosa no lleve necesariamente a la otra, pero tal vez sean conscientes de las ventajas. Al pasar nos saludaron con varios “buen Camino “ e incluso nos indicaban algún atajo para acortar el trayecto que atravesaba el pueblo. Después me enteré que el otro peregrino que compartía la ruta con nosotros volvió a equivocarse en la salida , vaya usted a saber si por seguir alguno de aquellos bienintencionados consejos o tan solo por un nuevo despiste en la oscuridad. Ese fin de semana se celebraba en la localidad una reunión de hospitaleros. Encontramos en uno de los bares de la plaza a varios de esos incondicionales del Camino ultimando los planes para preparar la monumental paella que preveían comerse ese día. Casi habían copado los alojamientos de los alrededores, incluido el albergue del pueblo (que ya había cerrado desde días antes, aunque nadie reconocía que fuera por ese motivo). Por tanto había ido de un pelo que esa noche no tuviéramos que dormir bajo los soportales de la plaza. O a los pies del Rollo, expuestos al publico escarnio por ser peregrinos poco previsores. Podría decirse que a esto se reducen hoy en día los riesgos del viaje. El Camino ha sido domado de tanto recorrerlo y no comporta los peligros de antaño. Todo suele estar atado y bien atado antes de empezar y lo único que desconocemos es a dónde nos llevarán las ideas peregrinas que puedan brotar a borbotones con cada paso. Ahí resurge la aventura. Pero hay que desnudarse de lo aprendido y afilar la mirada para abrir los surcos en los que esas semillas puedan germinar.

 

Papadopou
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Finalmente llegamos a Sahagún. Después de tantos días solitarios echaba de menos (solo un poco) el bullicio de un pueblo grande. Pero lo encontramos prácticamente vacío. La lluvia, pensé. Pero resultó que ese sábado era la feria de San Simón y, al parecer, todo el mundo estaba en el recinto ferial admirando los puerros de la zona, a los que por allí son muy aficionados. Sin embargo todos habían previsto salir a cenar aquella noche porque no conseguimos encontrar ni una mesa libre y en  los locales donde preguntábamos nos despachaban alegando que estaba todo reservado. Afortunadamente la comida en el mesón de Grajal había resultado estupenda y fue abundante aunque las costillitas de lechazo, como las pipas,  no mantienen pero entretienen.

Tampoco fue posible visitar las iglesias de ladrillo más que por fuera. La reciente exposición que se había celebrado en San Tirso y en el Santuario de La Peregrina ya se habían clausurado pero a los templos no se podía acceder.

El ultimo sello de este Camino nos lo estamparon en el albergue municipal, aunque no nos alojábamos allí.  Casualmente también disponían del cuño que ponían en La Peregrina, con el dibujo de una maravillosa yesería mudéjar que puede admirarse en el santuario (cuando está abierto, claro).

Al día siguiente por la mañana, domingo, se jubilaron con honores mis viejas botas, que en este Camino han rendido su último servicio. Luego fui a depositar mi bordón junto al hito del puente que cruza el Cea a la salida de Sahagún, por si lo quería adoptar algún peregrino. Podía haberlo plantado en la famosa chopera como una lanza más. Pero ni él era lanza, sino bordón, ni yo era caballero de Carlomagno, sino … ¿qué soy yo? ¿Aprendiz de peregrino? Eso como mucho y solo durante unos días.

Así que le dije: “Si pasa un peregrino le dices, ¡A Santiago voy!”. Y allí nos despedimos. Al poco vi que una pareja lo recogía y se lo llevaban con ellos. A Santiago. Eso espero. “Ultreia, compañeros”, susurré para mis adentros.

 

 

Joseppb
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Magnifico relato Papadopou y muy bien escrito. Lo esperaba cada día y ahora lo echaré en falta. Realmente bueno.  Un abrazo 

Papadopou
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Gracias, Josep. Celebro que te gustara. Saludos. 

Indi
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Por ser domingo ración doble. Ya podías haber seguido tú con el bordón, así esto no acabaría tan pronto.

Has desgranado aspectos que suelen pasarse de largo, mucho más interesantes incluso que saber que hay un WC para cada cuatro en el albergue. Lástima de aquel tren sacrílego para salir de la capital devil

Muchas gracias y felicidades por haber descubierto que escribir cosas camineras se te da muy bien smiley

 

Papadopou
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Gracias, Indi.

Te aseguro que se me pusieron los pelos como escarpias viéndo que él (el bordón) se iba y yo me quedaba. 

"Lástima de aquel tren sacrílego para salir de la capital devil"

Bueno  bueno!  Que hay de malo en un Camino Tres Cantos-Sahagún. Hay que empezar a romper con la visión  radial de Aquí. 

Saludos.

MontseP
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Excelente narración Papadopou. Lo acabo de leer de un tirón y lo he disfrutado con deleite. Gracias 

Papadopou
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De un tirón, Montse?   Espero que no te produzca una digestión demasiado pesada laugh

Saludos y gracias. 

MontseP
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Todavía estoy a base de manzanilla! ( es broma )

Para ser un camino totalmente desconocido ha sido muy grato leer tus crónicas pues tienes un don especial para la narración. Sigue así ! 

 

Ma Teresa
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Gracias Papadopou. Excelentes cronicas y fotos.