
Tres rusos en Foncebadón
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En julio del 2022 estuve de hospitalero en Zabaldika, Navarra. Eran los primeros días de la invasión de Rusia a Ucrania, y había cierta zozobra en el aire. Recuerdo que un día tuvimos un grupo de cuatro peregrinos jóvenes, tres chicos y una chica: Checo, lituano, Húngaro e italiana. En la conversación de la cena salió claro el tema de la invasión, y entonces caí en la cuenta de que los tres chicos igual no habían nacido cuando sus países pertenecían al pacto de Varsovia. De hecho, por la exquisita cortesía “ancien regime” que mostraban con la italiana, parecían salidos más bien de una película austrohúngara de Sissi, emperatriz. Aunque estábamos en el marco de algo tan genuinamente hispano como el camino de Santiago, obviamente la lengua en la que nos entendíamos era el inglés, así que la situación resultaba ser una probeta de equívocas químicas geopolíticas.
El invierno siguiente, una nevada fortísima nos dejó atrapados en Foncebadón a mí y a un maño, un sudafricano, y dos rusos, más otra rusa de S.petersburgo que apareció a media tarde. Como si fuéramos diplomáticos de altos vuelos, en todo momento se evitó hablar de los cirios ucranianos, pero resultaba tan sorprendente tal concentración eslava allí que, en plan broma, el maño y yo nos preguntamos si Putin no estaría preparando alguna escaramuza por los montes de León .
Los rusos, siguiendo el estereotipo, eran poco habladores y muy bebedores. Pero el caso es que, unos días despúes, bajando de Cebreiro por el camino helado, me entró una pájara, así que paré a descansar en un recodo, y en esto pasa uno de los rusos. Le pregunto si tiene algo de chocolate o frutos secos, y con aire distraído mira él en su mochila, saca una bolsa de snacks, me la da con una amplia sonrisa, y sigue su camino. Para mi sorpresa, en el paquete no había patatas fritas, sino una especie de fideos con sabor a bacalao ahumado, así que por un momento mi mundo sensorial voló a cinco mil kilómetros al norte, a las tierras de la tundra, y me vino a la cabeza una vieja canción rusa sobre las águilas y la amistad, que sale en la película “Derzu Uzala”.
Ese mediodía, en una tasca de Triacastela , compartí mesa con él y charlamos un poco de todo (Que si Dostoyevski, que si los toros…) y me pareció sintomático que no conociera el clásico espiritual “El peregrino ruso”, pero conociera a la perfección ciudades españolas como Málaga, Marbella o Ibiza. Una vez más evitamos hablar de Ucrania, pero bueno, como suele decirse, aquello se sentía como “el elefante en la habitación”.
En general, esas pequeñas chispas de “geopolítica jacobea” le dan vidilla al Camino: recuerdo charletas interesantes con sardos que no querían ser italianos, con bretones que no querían ser franceses, con canadienses echando pestes de americanos, con irlandeses protestantes preguntándome a ver si Navarra es o no el País Vasco, con checos y polacos sobre el juego entre catolicismo y comunismo en sus países, con israelíes sobre su desenraizamiento crónico... El verano pasado, una tarde tomando una birra en un bar de Ages, dos mujeres americanas en la mesa de al lado discutían acaloradamente sobre las elecciones que tendrían en Noviembre, cuando ya se barruntaba que Trump volvería al poder.
Así que esta temporada se presenta sabrosa: las chispas (o broncas, directamente) entre estadounidenses, canadienses y daneses prometen ser de antología. Habrá que dejarse caer por algún alberguillo destartalado de esos de la meseta, una morosa tarde de Mayo o Julio, y alargar un poco la oreja…
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Yo vi hace unos años estando de hospitalero en Bercianos lo más curioso que nos indica que son los dirigentes y no los ciudadanos quienes nos dividen
En fin eran dos señoras que se habían conocido en el camino y se habían hecho amigas una norteamericana y otra rusa e iban siempre juntas .
Dersu Uzala y El peregrino ruso, una de mis pelis y uno de mis libros favoritos.
Comparo a Dersu con David Croquet y al peregrino ruso con...¿Forrest Gump? y veo como las emociones internas se arriman a los del Este. Hay algo más próximo en Tolstói que en Whitman, en Tchaikovsky que en Michael Jackson. Lo mismo me pasa en el Camino.
Cuando la vieja europa caminaba hacia Santiago el Oeste eran ellos mismos, tras el finis terrae la nada, solo nieblas y monstruos, pero ya el bacalao se ahumaba en el Este.
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En preferir Tchaikovsky a Michael Jackson creo percibir la creencia de que lo ruso es más refinado/civilizado que lo americano.
Pero el caso es que en el texto escribo:" me pareció sintomático que no conociera el clásico espiritual “El peregrino ruso”, pero conociera a la perfección ciudades españolas como Málaga, Marbella o Ibiza."
Es decir, este chico ruso no tenía ni idea de su propia tradición religiosa, quizá por los 70 años de leninismo/estalinismo del siglo XX. Y sin embargo, que conociera bien Málaga o Marbella me traía el aroma del modo.de.ir.por.el.mundo de los oligarcas rusos que se enriquecieron a lo bestia a partir de Boris Yeltsin, y de los que poco refinamiento o incluso civismo puede uno esperar.
Pero como todo en esta vida tiene más de dos vueltas, lo cierto es que su gesto de darme la bolsa de snacks me entró muy bien, un poco como los "beau geste" de la Europa colonial.
Y esta es una de las glorias del Camino: en ese espacio liminar, nuestros actos reverberan de forma especial: un mismo gesto se puede apreciar como "largueza hidalga", como "acción del buen samaritano", o "camaradería comunista", "finura de gentleman", depende de cómo tenga uno conformado su cerebel.
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No solo los oligarcas conocen a la perfección la Costa del Sol, también las mafias rusas gustan de los espetos. Tal vez uno de esos "grupos sociales" sí conozcan El peregrino ruso y el otro no, ¿quién sabe?
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Hombre, parece clara la línea que va de los oligarcas de Yeltsin a las mafias: poder sin control, miedo, avaricia, materias primas y cierta atrofia de lo que es el ser humano... y no creo que sea muy distinto lo que le espere a Groenlandia si cae en manos de Trump: puedo imaginar perfectamente a más de un Dersu Uzala sacrificado en las alambradas de una petrolífera.
Es por esto que la "miopía" respecto al peregrino ruso me llamó la atención en aquel joven: con todos sus errores, defectos e inercias, el cristianismo apreció siempre la dignidad del humilde. O mejor, puesto de otra forma: la dignidad de cuando somos humildes. Y claro, el Camino es toda una educación para ello.
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Yo recuerdo con agrado la charla con un peregrino irlandés, era septiembre de 2016, en La casa del peregrino en Navarrete. Ángel hizo de traductor, yo no sé inglés, y charlamos sobre todo sobre como se ve en la Irlanda actual la Independencia de Irlanda, el levantamiento de Pascua, el conflicto de Irlande del Norte y el IRA.