Fernando Cristó...
Imagen de Fernando Cristóbal Otxandio

San Sebastian en la Gascuña

.

Subía yo por le chemin de Saint Jacques, en sentido contrario, hacia Le Puy en Velay. Uno supone que el norte siempre será más fresco que el sur, y esa era una de mis razones de caminar por Francia en Julio del 2019. Pero qué va! El calor era de justicia, las gentes del lugar no recordaban una canícula igual.

 

Iba yo con una tienda de campaña ferrino, y la usaba más o menos una de cada tres noches ( Francia es cara, y se nota hasta en los precios de albergues - gites- municipales). Pero la peregrinación me estaba haciendo mucho bien:  el camino de Le Puy atraviesa sobre todo áreas rurales, País Vasco francés, Bearn, Gascuña, Aubrac… y el silencio de los bosques, los viñedos, los maizales me estaban limpiando del estrés acumulado durante todo el año. Empezaba a redescubrir esa “piel de melocotón” de la consciencia, frágil y sublime al tiempo, que suele quedar sepultada con el fregao cotidiano, pero a la que uno no quiere renunciar si quiere mantener vivo su espíritu.

Es sorprendente la resonancia interior cuando se va vagando por esos caminos de Dios. Un día se siente uno una especie de Don Quijote impetuoso, y al día siguiente le aflora una fragilidad como de adolescente ensimismado. En el esplendor del verano francés la naturaleza se entrega  en las hierbas altas de los prados, en los frutos maduros de las zarzas y árboles, en la interminable variedad de las flores, en los cervatillos del amanecer en la espesura, en la mansa sensualidad de los ríos galos. Y esa entrega sensorial hace que el peregrino también abra su sensibilidad, como en una comunión entre el hombre y la creación.

Recuerdo un atardecer, ya en la Gascuña, en que el silencio de los campos me estaba queriendo decir no sabía exactamente qué, hablando un lenguaje que mi alma comprendía de algún modo. Me hacía sentir dolorido, hasta herido, como un San Sebastian asaetado,  por la penetrante belleza de todo aquello, y al tiempo medio ebrio, un tanto como alucinado porque ese ¿dolor? fuera placentero y sabio. ¿Por qué sabio? No sabía lo que la naturaleza me susurraba, la herida emocional que me producía, pero no quería renunciar a ella.  Recuerdo que aquel día dormí a la vera del Camino, y pensé: “A ver si mañana charlo un rato con alguien, porque esta soledad me va a volver majara jajaja!”.

Y al día siguiente llegué a a Auvillar, delicioso pueblico de casas de ladrillo rosado tradicional, y con un albergue municipal genial. Me topé allí con un joven norteamericano, David, y en la cena estuvimos charlando un buen rato. De padre judío y madre católica, estudiante de arquitectura, el año anterior se había quedado fascinado con el Camino de Santiago en España, y quería ahora bajar todo “le chemin de Le puy”. Llevaba consigo una cámara de vídeo bastante aparatosa y un ordenador cuyo peso debía hacerle maljurar por la mañanas en la caminata. Bromeé yo sobre la “horterada norteamericana” de una medida civilizatoria muy de máquinas voluminosas y que no sabe renunciar e ir “ligero de equipaje” por la vida….

Pero mejor si me hubiera callado – bocazas que es uno -, porque el chico, con una suave y humilde elegancia, me dijo que aquellos artilugios eran necesarios para su trabajo.

“¿Y eso? “, le pregunté yo ya medio avergonzado de mi anterior puya. Y empezó entonces a contarme cómo el año anterior se había quedado tan fascinado con las medidas urbanas de los pueblos en Europa, las alturas de las casas, de los puentes, la interacción con los caminos de campo, las distancias físicas y visuales entre pueblo y pueblo,  que este año había decidido grabar en vídeo algunas de sus observaciones de cara a alguna tesina de su carrera.

 

Las palabras de David me trajeron a la cabeza el libro de Lee Hoinaki sobre el Camino de Santiago, sus reflexiones sobre los trabajos de los distintos gremios tradicionales que veía en La Rioja, Castilla etc, y también un precioso libro de Heidegger sobre los caminos de pueblo y bosque,  y su carga de historia y cultura humana.

Y así estuvimos de cháchara David y yo todavía un buen rato tras la cena. Quizás porque era bastante más joven que yo, quizá por la suavidad y elegancia de sus gestos, me trajo a la cabeza la imagen de San Sebastian que me había venido rondando esos días por los campos gascones. Sí, había cierta suave sensualidad en el aire en torno a él, y me pregunté si no sería el mismo aire del camino el que nos estaba envolviendo en ese momento.

Le pregunté si “David”, su nombre, tenía en su caso connotaciones religiosas, dado que su padre era judío. Y me dijo que no, pero la pregunta se abrió a una conversación interesante sobre catolicismo, fundamentalismo y espiritualidad. Y luego, derivó la cosa hacia Trump y luego sobre la guerra civil española, y luego ya ni me acuerdo…

 Para entonces ya mi imaginación calenturienta veía en el joven norteamericano a un trasunto del David bíblico con  la honda y el laúd, cantando un lánguido salmo mientras ve a una gacela saltar por las faldas del monte Carmelo.  ¿habrá que decir que ya nos habíamos ventilado una botella de vino de la comarca?

Recuerdo aquella noche estar en duermevela, con la canícula de aquel Julio, las cigarras y el vino mezclándose en mi cabeza con la respiración de David a no más de cinco metros, e intentando descifrar si lo que las saetas de San Sebastian me provocaban  era un dulce dolor o un placer insoportable…

David iba hacia el suroeste, yo hacia el noreste, así que a la mañana nos despedimos. Pero durante unos días me duró esa extraña melancolía de los encuentros del Camino, cuando sabes que no volverás a estar con ese peregrino con el que sentiste tal comunión apenas cinco minutos después de conocerlo… bueno… como las ampollas, como las picaduras de mosquitos o chinches, como las rozaduras de las de zarzas  u otros masoquismos del peregrinaje, el pequeño dolor de la melancolía parecía fijar en mi cuerpo y en mi espíritu una suerte de sutil – y muy bello – aprendizaje.

 

El camino a la altura de Auvillar

Fernando Cristó...
Imagen de Fernando Cristóbal Otxandio

https://youtu.be/dsJ1mdKb-vw

S.Sebastian ya en la vía Francigena

Indi
Imagen de Indi

Buen relato Fernando. Se presiente y evidencia la añoranza del momento vivido, revivido conscientemente. Me recuerda en estilo a alguno de los relatos del Gran Caminante. 

El Camino de Le Puy lo tengo en la diana, pero en dirección suroeste. 

Saludos