Hola Ana. Creo que te refieres al bar Manuel. Es una casa aislada que está a la derecha del camino justo antes de bajar al río y puente que lleva a Ribadiso.

Inolvidables las empanadas.

Saludos

Toroastur, te aseguro que si hubieras catado la empanada de carne o atún del bar Manuel lo recordarías toda tu vida.

No soy un experto empanadero, tan solo aficionado y, como tal, mi opinión es solo una opinión.

Te relato mi experiencia: Era aquel un típico día otoñal gallego de mediados de octubre, o sea, un rato lloviendo y  el otro también, cuando tras unos kilómetros sin hallar cobijo donde guarecerse y el estómago quejándose de ayuno involuntario, a eso de las 09:00,  apareció a unos 50 metros por mi derecha una casa blanca con el típico toldo de bar plegado en el que se leía "bar Manuel", bajo el que unos coloridos ponchos de lluvia colgados de vigas de madera dejaban escurrir el agua sobre el suelo del porche.

Allá que fui sin cuestionarme lo más mínimo si sería la casa de la bruja del cuento de Blancanieves ni, si, en el caso de que no lo fuera, valdría la pena invertir la parada mañanera de aquel día entre sus cuatro paredes.

Lo cierto es que, tras añadir colorido al porche con mi chubasquero azul, una vez en el interior reinaba una tensa y silenciosa calma pese a la concurrencia que ocupaba todas las mesas, escuchándose únicamente a la meteoróloga de Tele5 diciendo que iba a llover en Galicia.

Un rápido vistazo de estómago al contenido de los platos de los comensales señalaba inequívocamente al pincho de tortilla y, tras apalancarme en la primera silla de formica que atisbé vacante en una mesa que ocupaba una pareja de treintañeros tras el buenos días y el os importa que me siente aquí sin esperar contestación de rigor, me aproximé a la barra chapoteando en el charco en el que los clientes habíamos convertido el embaldosado, resignado al habitual me pone un café con leche y un pincho de tortilla por favor cuando de repente la vi.

Allí estaba, como tímida, bajo un mostrador de vidrio que la protegía de miradas indiscretas y lujuriosas, dejando el protagonismo a la tortilla de patata que se exhibía impúdica sobre el mismo mostrador.

Achacaré a la fortuna que, al no haber nadie tras la barra, pudiera descubrirla y, mirándola con descaro, llegar a desearla hasta el punto de querer hacerla mía.

Admirando su color y textura me hallaba cuando entrando desde la cocina apareció tras el mostrador una señora portando una bandeja con otro hermoso ejemplar de empanada, que colocó junto a la que me había robado el corazón. 

No era la bruja del cuento pero bien lo hubiera podido ser por su aspecto serio y circunspecto. Desde luego, por Blancanieves no pasaba. 

Buenos días, qué buena pinta tienen ¿podría decirme de qué son?  Esta de atún y esta que acabo de sacar, de carne. Perfecto, póngame una de carne y un tinto con gaseosa por favor. Ahora mismo.

En cuanto apareció sobre la mesa atrajo todas las miradas. No era solo su brillo y textura lo que atraía a cuantos la contemplaban; fue su aroma penetrante a salsa de tomate casera y carne de ternera de calidad lo que despertaba su interés y envidia. Si hubieran podido solo imaginar la sensación de placer y emoción que  me produjo el primer bocado, no hubieran dudado en arrebatármela incluso recurriendo a la fuerza. 

No pude dar dos bocados más sin alagar la calidad del manjar a la señora de la barra, la cual, transformando su semblante por completo, reconoció ser la alquimista que había descubierto la panacea empanadera, atrayendo la atención con su explicación de algunos clientes que maldecían su suerte por haberse decantado por la tortilla que, pese a su amarillencia producto de huevos caseros de gallinas felices no podía competir en colorido y aroma con aquella empanada de carne.

Casi trabamos amistad la señora y un servidor charlando de empanadas, climatología y turismo de mochila, llegando a ofrecerme catar la de atún, aunque sea un poquito, dijo. Yo, que fui bien educado, no pude rehusar y, si bien hoy me decanto aún por la de carne, aquella merecía otro monumento.

Tras abonar un precio muy adecuado y despedirme con un volveremos a vernos recogí el chubasquero porque, para postre, había dejado de llover, y me alejé con mi mochila de aquella casa camino del puente de Ribadiso que, ahora sí, sabía que no era la de la bruja. Al menos no de la bruja mala. 

Locofumeiro, tienes toda la razón.  Lamento haber  soltado aquí ese rollo. Debió de ser producto de las cervezas que tomé antes y recordar aquella empanada.

Saludos

Saludos

Si tenéis suerte de que tengan empanada de pulpo en el gato negro (muy buena la de congrio también), es impresionante y soy la persona más crítica con las empanadas que podáis conocer. También tiene buenas empanadas una panadería en la calle cardenal paya en Santiago (cerca de la plaza de abastos.