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Dice mi hermana (*) que leyó en “los trazos de la canción”, novela de B.Chatwin, que se topó el autor con un guía aborigen en Australia con el que descubrió la extraña y fascinante relación de ¿propiedad? que trazaron los nativos con su tierra desde tiempos inmemoriales.

Y es que durante miles de años los pobladores de las tierras australes eran nómadas, cazadores y recolectores, y no tenían interiorizada la cultura de límites de tierra que puede desarrollar una civilización de base agrícola. Su interés no estaba en la demarcación patrimonial de áreas, de superficies.

No. Como nómadas, el eje de consciencia y de interés era para ellos los caminos. Y como deambulaban por las inmensidades de aquel continente/isla desarrollaron una muy peculiar cultura topográfica ligada a la religión, la literatura y la música.

Así, cada tribu se movía por aquellas vastas tierras al hilo de una canción propia, que los nutría mitológicamente, pero también de forma práctica. Esa canción les decía que aquí estaba tal montaña sagrada en el que llevar a cabo ceremonias de paso con los adolescentes, y luego aquel árbol que guardaba una historia de desdichas y era conveniente llorar, y que después había que esperar a que lloviera y seguir hacia allí donde la tierra era roja porque encontrarían frutos que recolectar.

Y los caminos podían cruzarse, y las tribus y las vidas podían cruzarse, y los trazos de la canción de cada uno de los grupos podría criollizarse, y luego, volverían a seguir el hilo que les nutría de sentido mítico y los hacía uno con el camino.

(*) Bonito, ¿eh?, bueno, lo cuenta mi hermana, que es algo fabuladora… como lo soy yo mismo…

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