Fernando Cristó...
Imagen de Fernando Cristóbal Otxandio

Hierbas altas en le chemin de S.Jacques (recuerdos del 2019)

.

Esta primavera pasada llovió mucho, y cuando llegó el sol el campo estaba esplendoroso. Con la crisis sanitaria, los seres humanos metidos en casa, la naturaleza se desperezó virgen, intocada, y cuando en Mayo ya pudimos movernos por la provincia, aproveché para descubrir rutas de la vieja Álava de la montaña, y me sorprendió lo altas que estaban las hierbas.

A la vera del camino asomaban briosos los tallos vegetales, ligeramente inclinados, y por momentos parecían saludar gentiles al caminante. Esbeltos y al tiempo dúctiles, con la alegría y el ímpetu de la vida nueva, pero también con esa extraña delicadeza y toque longuis de lo virgen. Las hierbas altas se mecían, candorosas y sensuales con la brisa, y parecían entregarse, darse a esa sutil danza.

Cuando uno anda durante horas, solo y en silencio por los campos, se establece una extraña comunión con la creación natural. El ejercicio físico abre los sentidos del cuerpo. El ritmo al andar tiene algo de hipnótico para la mente, y el silencio va limpiando la cabeza de las ideas confusas y nerviosas del estrés urbano, y la zambulle en corrientes más profundas, mansas y cristalinas de la conciencia. Uno no sabe dónde acaba una idea y dónde empieza una emoción, y en algún momento comienza el latir de su ser esencial.

Ese ser tiene algo del espíritu de las hierbas altas: esbelto, ligero, delicado, longuis, dado. Recuerdo el Julio pasado en que atravesé en diagonal la Francia rural, por el chemin de Saint Jacques a la inversa  en dirección a Le Puy en Velay. Iba por campos de cereal y maíz, por viñedos – tierras de Armagnac -, por pastos y bosques, y crucé varios de esos ríos amplios y serenos que dan un “tono de país” al espíritu francés. El calor era intenso, pero Francia es mucho más húmeda que España y las tierras no estaban agostadas: había una humedad ambiental considerable, que yo juraría daba un efecto ebriizante al aire. Recuerdo subir por el Bearn – maravillosos los tejados de sus casonas -, y luego por la Gascuña, días y días de caminata en silencio, en los que llega un momento en que a la conciencia se le desdibujan los perfiles del ego urbano cotidiano y ya no sabe uno bien si aquello que siente le llega desde el cuerpo, del dolor ¿placentero? de los pies, o de las impresiones de la magnificencia natural, del sol que le está recalentado las neuronas, o del eco de una conversación en el “gite” la noche anterior…

Aflora la parte silvestre de la conciencia, como unas hierbas altas,  como una barrica de mosto en fermentación: hay un momento en que esas sensaciones parecen querer desbordarse en una belleza ebria y dolorosa, impetuosa y vulnerable.

Sí! Un atardecer que no encontré albergue libre cerca de Auvillar, al final decidí pernoctar en campo abierto, a la vera del camino. Había estado andando hasta tarde y estaba fatigado, pero me sentía genial. Saqué el cuaderno para intentar captar con unos versos y un dibujo el ambiente del momento. No me decidía a montar la tienda, quizá podría dormir al raso. “pero, ¿y si viene alguien por el camino?”
 Ahora me río recordando cómo mi cabeza alucinada empezó a elucubrar que si aparecía alguien bien podría invitarle a cenar, bien podría abrirle mi corazón, bien podría… Y era esa misma sensación de entrega, de ductilidad, de danza con la brisa de las hierbas altas la que moldeaba mi espíritu, afinado por los días de ejercicio físico y silencio.

Hubo varias mañanas en que a primera hora – 5:30-6:30 – al tiempo que amanecía, me topaba con cervatillos temblorosos huyendo hacia el bosque. Un día estuve unos siete minutos admirándolos sin que se percataran de mi presencia, y fue tan especial verlos ahí, envueltos  en ese aura de inocencia y desnudez, que me dije: “Ah, el paraíso debe ser algo parecido a esto”. Su desnudez, su gracia los hacía al tiempo perfectos y vulnerables. O quizá no he colocado bien los elementos de la frase anterior: su desnudez vulnerable era perfecta y graciosa. A ver, lo intento otra vez: Su perfección consistía en una desnuda gracia vulnerable.

Esos días me acordé mucho de San Sebastian, el mártir asaetado por los legionarios romanos. Es eso precisamente lo que late en su figura icónica:  desnudez, gracia perfecta, vulnerabilidad.

Por los páramos y tierras altas de Aubrac me topé, semana y media más tarde, con muchas vacas de una variedad regional arcaica. Pastaban en libertad, y ¡ Cómo me miraban al pasar! Ni que fuera yo el primer ser humano que veían ¡qué fijación y arrobo en su mirada! Creo que ningún otro ser vivo me ha prestado nunca una atención tan intensa jajaja! Supongo que lo suyo  era pura memez, pero ya digo que la comunión que siente el caminante por esos campos tiene algo de ebrio, y así, fantaseaba y les hablaba a las vacas: “ Tranquilas, ya estoy aquí, todo irá bien a partir de ahora” como si fuese su pastor, o su salvador.

 Había algo mesiánico en la atención entregada que me ofrecían esos animales, y yo sabía que en realidad no distaba mucho de la indefinible sensación mía del atardecer aquel a la vera del camino cerca de Auvillar. Yo también había estado atento, abierto, vulnerable, entregado, como unas hierbas altas que se dan en la danza de la brisa. 
Estos son las palabras – mitad en francés aproximativo – que escribí aquel atardecer en mi cuaderno:

Rester
Un peu
Vulnerable
Comme St.Sebastien
Avec
La Belle fragilité
Esentiel
De la nature.
Dormiré hoy aquí
A la orilla del camino
En medio de la campiña.
Esperaré
Este atardecer
Por si apareces
Y eres tú
… Tú…
El esperado

.

Indi
Imagen de Indi

Oh là là! Uauh! Guau! Muuh!

No sabía de tus affaires por la France.

Sé que no era yo a quien esperabas aquel día cerca de Auvillar pero, aquí estoy ahora.

Gran texto de nuevo; de los que remueven por dentro - al menos a mí -, con los que consigues introducirnos en tu propia percepción de belleza y sensibilidad en la que nos vemos atrapados en ocasiones en nuestro caminar: con la bella fragilidad esencial de la naturaleza. Ahí es donde me siento como en casa.

Te ha faltado añadir en tu descripción final metafórica de tu comparación emocional personal con la que te generaron los cervatillos, jugando con su fragilidad, gracia y perfección, que hubieras estado desnudo tú también en aquella espera pero, en confianza, lo hubieras estropeado todo.

Sigue dándonos tan gratas sorpresas de vez en cuando, anda.

À bientôt, mon ami!

 

 

Fernando Cristó...
Imagen de Fernando Cristóbal Otxandio

No había metáforas, todo ocurrió como lo escribo. Creo que la fraternidad y la hospitalidad son capas naturales en nosotros a poco que dejemos  volver a aflorar nuestros instintos naturales.  Lo que sí es cierto es que todo el texto pendular en torno a la comparación entre las hierbas altas, longuis y entregadas, y cierta parte de nuestro espíritu que se libera en la peregrinación.

Ma Teresa
Imagen de Ma Teresa

Hola Fernando,

Ya estabas tardando….!!

 

Tu relato me ha traído a la memoria algún tramo del Camino Mozárabe, en especial saliendo de Huéneja, con zonas de matojos de hierbas aromáticas como tomillo y romero. La zona no es húmeda, todo lo contrario, y el fuerte calor y la brisa ayudaban a dispersar el aroma. Me cautivó.

Y sí, tantas horas en soledad, con uno mismo, consiguen que tus sentidos se liberen llegando a percibir y disfrutar de momentos mágicos, como los que comentas.

 

Gusto de leerte!!.

Buen Camino.