Isidro García
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Al apóstol desde Roma

No estaba muy convencido de abrir un hilo en el foro sobre esta Peregrinación, pero gente próxima me ha animado a que narre mis impresiones en tiempo, más o menos, real para que con el paso del tiempo pueda recordarla. Lo de escribirlo en una agenda se complicaba por lo del peso y el espacio. Así que he elegido el soporte virtual y dejarlo en el foro de Gronze por si alguien también tiene interés en conocer mi narración.
Como todos sabéis antes de dar el primer paso en el camino que hayamos escogido hay que cubrir dos etapas: la preparación de la logística, y el desplazamiento hasta el punto de partida.
 En mi caso, la parte más laboriosa de la preparación fue el elegir las vías (sería la Francígena hasta La Spezia, la Via della Costa en el resto de Italia, y en Francia la Vía Aurelia hasta contactar con el Camino de Arlés), asegurarme que tendría alojamientos en la mayor parte del recorrido (creo que llego a tener identificados albergues hasta un 85% de toda la Peregrinación, y lo que no está asegurado: el Apóstol proveera día a día). Preparar la mochila se convirtió en la repetición de mis dos peregrinaciones anteriores (excepto conseguir dos credenciales de la Francígena, por internet), y no le dediqué mucha atención, (esas cosas se pagan, y olvidé los trastos de lavar y secar: jabón, pinzas e imperdibles). Eso sí, tuve que añadir ropa de invierno, que supongo será necesaria desde la llegada a los Pirineos. (Más peso: unos dos quilos, y más bulto)
 Llegar al destino antes de dar mi primer paso no fue tan complicado como otros peregrinos contáis en el foro: ni compartir taxis, ni complicadas conexiones de transporte (por ejemplo la llegada a Le-Puy-en-Velay). Avión a Roma, tren a Termini y autobús H hasta el Trastevere donde está la acogida donde me pondrían el primer sello en la credencial, y pasaría mi primera tarde y noche: la Acogida de la Cofraternita di San Jacobo de Compostella. 
 De esta acogida ya hay escritas aportaciones de otros peregrinos en Gronze, en los comentarios al albergue, la mía también. Sin embargo, sorprende que personal laico voluntario ponga tanta dedicación a propagar el espíritu jacobeo a 2700 kms. de la tumba del apóstol, cuando casi todos (por no decir todos) los peregrinos que llegan lo son después de caminar a Roma por la Vía Francígena. Creo que muchos de los que dicen amar al Camino tendrían que conocerles como ejemplo. Por cierto, que allí, María o Doriana, sin las elucubraciones de lo que son turigrinos, tienen claro el daño que hacen al Camino de Santiago, y si va teniendo sentido su trabajo jacobeo con la proliferación de excursionistas por las sirgas compostelanas.
 Y al día siguiente comencé el inicio de lo que hasta ahora son 200 kms. (o así) recorridos.
 La primera etapa, con el quilómetro 0, en la plaza del Vaticano (magnífico marco para tan magna empresa, todo hay que decirlo), se presentaba insulsa, intrascendente, y como tributo a la necesidad de dejar el área metropolitana de Roma. Pero hete aquí que a los 60 minutos de recorrer calles de Roma la ruta propone al peregrino que se despida de la ciudad desde el monte Mario. Y, claro: con el calor húmedo romano, el macuto un poquito pesado, la falta de hábito en las piernas, y unas rampas muy, muy considerables me hicieron pensar que: "total, ¿para qué?" "que dos horas de paseo por Roma no podía considerarse como una retirada de un camino", y que "si estos trabajos era ya el primer día, casi mejor volverse a casa". Por vergüenza torera llegué a los belvederes del monte Mario.
 Y sí, realmente la vista es magnífica y merece asomarse por allí aunque no haya una Peregrinación a Santiago por delante.
 Y en efecto, el resto de la jornada insulsa, toreando coches, cambiando continuamente de acera buscando algo de sendero que casi nunca existe en los laterales de carreteras; la ciudad sin acabarse nunca,... Pero no hay mal que 100 años dure y por fin la llegada a La Storta. En mi caso había buscado la cama en otra acogida de donativo que no figura en la relación de albergues de Gronze, (y esto para que piense el jefe sí debe incluirla). Esta en la Vía Cassia, n° 2040, a dos quilómetros y medio de la ruta oficial, pero estoy convencido no voy a tener otro alojamiento más cómodo y "lujoso" que éste. 
 Al día siguiente, y dada la ubicación de la acogida de la Casa de Santa Brígida, elegí una carretera, por suerte poco transitada, para atajar e incorporarme a la ruta oficial ocho kilómetros más adelante. Pero era para pensárselo. Y utilizo el verbo en pasado, porque con lo que llevo al cabo de 200 kms. empiezo a verlo como algo natural. Pero después pude pisar polvo, y piedras hasta llegar hasta Campagnano donde el alojamiento fue en un albergue parroquial, y del que podéis leer mi valoración (buena) en la página que Gronze tiene fijada. 
 En Campagnano di Roma es importante sacar, al menos hasta ahora, la conclusión de que toda población italiana tiene unas bellezas monumentales que tal vez estén fuera de la sirga, pero que hay que encontrarlas. Aplicar esta conclusión evitará alegar ignorancia si salimos de una ciudad sin haber disfrutado de los monumentos. Y en Campagnano, en efecto, allí estaba, al final de la población, el barrio medieval, con sus casas-torre, sus calles cubiertas con  arcos casi túneles, por supuesto la puerta de la muralla que en la edad media tenían para entrar a la ciudad. Y por fin, la última casa del casco antiguo se colgaba al barranco que servía de defensa natural de la antigua población. Vamos, que me gustó ese primer barrio medieval que la Peregrinación me ofrecía (habrá más).
 En la etapa del día siguiente empecé mi traición con los finales de etapa "oficiales", que me han permitido, ganar un día. Elegí para finalizar la ciudad de Capranica, la ciudad de los mil callejones. Por tanto, me quedé sin ver la ciudad de Sutri, a la que se adjudica gran riqueza monumental (será para la siguiente vez).
 Aunque si pude ver, por estar junto al camino, un anfiteatro (por ser anfiteatro era romano) excavado totalmente en la roca (lo de aprovechar la orografía del terreno para excavar las gradas era cosa de griegos, por que los romanos ¡más rumbosos! hacían todo el edificio, desde los cimientos, como obra de construcción) Pero éste, no. Hasta los pasillos de acceso a los vomitorios eran túneles, como galerías mineras, excavados en la roca volcánica (que yo creo, por lo que vi después, que es la característica orográfica de la comarca, y que es fácil de desmoronar).

Isidro García
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 Amigo Jose, me alegro mucho que las notas que he ido dejando en esta bitácora te hayan sido de utilidad. Tienes ya al alcance de tus botas Roncesvalles. A partir de este momento, para ti, ya es tierra harto conocida. Tu experiencia por los caminos españoles de Santiago es grande. Por supuesto, mucho más que la mía, que sólo soy un aprendiz a tu lado.

 Por tanto, ¿qué puedo ya aportarte mientras caminas un mes más hasta el apóstol (donde no tengo ninguna duda que llegarás)? Pues ya nada sobre el día a día del Camino. Lo poco que no conozcas por veteranía, lo conocemos igual por lo mucho que ya han escrito los que tienen más experiencia.

 Pero todavía tengo que dejar escritos otros párrafos. Ya serán pocos.

 Como dije en la primera entrada, estas notas nacieron, antes que nada, para recordar yo, en el futuro, mi Peregrinación. Y sí después son útiles a otras personas, como información, o como reflexión, mejor que mejor.

 Estos senderos del Camino Francés, ya los caminé en otra ocasión (una Peregrinación frustrada que me llevó a Sarria, y de ahí no pasé), y en estos días ya no piso las veredas con la inocencia con que lo hacía en Italia o en Francia, donde a cada paso me esperaba una novedad, en cada recodo había algo por descubrir. Ahora ya no. Compruebo que esta vez, mi mente la llevo ocupada en reconocer los lugares por donde pasé cuatro años atrás, en lugar de esperar la continua sorpresa. Como Indi ha dejado escrito hace unos días: ¡sólo hay una primera vez! (tienes mucha sabiduría amigo Indi). Peregrino: ¡sólo pierdes la virginidad una vez en un Camino, cuando te entregas a él inocente e ignorante! No la desperdicies con … “estos cien últimos quilómetros son un ensayo”, “la siguiente vez no lo haré por semanas”. Peregrino: cada sirga nueva que elijas embárrate en ella hasta las trancas.

 Aunque, por supuesto, quedan muchas otras satisfacciones. Algunos de los peregrinos que dejan su testimonio en Gronze citan, como situaciones que sólo son posibles en la Peregrinación, lo que se viene titulando, “Los momentos del Camino”. Esos momentos en los que parece que los astros se alinean para que las vivencias dejen una huella irrepetible en el interior de nosotros. A veces, es un instante; otras veces dura durante mucho más tiempo. Hasta los Pirineos, se han quedado en mi memoria esos “momentos” en que la naturaleza amenizaba mi soledad con el espectáculo de su belleza. En el Camino Francés, los “momentos”, los recuerdo siempre compartidos con otros compañeros de peregrinación.

 Creo que, hasta llegar a la meta en Santiago, podría aún haber caminado en soledad, sin problemas, el mes que se tarda en recorrer el Camino Francés. Pero compartir fatigas, comidas, lluvias, tertulias, fríos, canciones, y mil sensaciones más, con otros peregrinos me ha enriquecido. De ellos, de los que caminaron conmigo, y de dos o tres “momentos”, siento obligado dejar algo escrito.

  El 5 de noviembre, el albergue de Los Arcos estaba ya cerrado, y la alternativa lógica era alargar la jornada 8 quilómetros más hasta Torres del Rio (donde descubrí, como en su momento ya he dejado dicho, las coincidencias de las cúpulas de esta ermita del Santo Sepulcro, y la ermita de la francesa aldea de L’Hopital-Saint-Blaise). Aquí, a este albergue, (del que ya está recogida mi opinión en el lugar correspondiente) fuimos llegando todos los peregrinos que terminábamos la etapa en esta comarca.

 Y, en la sala de estar, a la espera de poder entrar al comedor a devorar la bien merecida cena, Jonathan tomó una guitarra que por allí andaba y comenzó a cantar “Yesterday”, rápidamente tarareada por todos los que allí estábamos. Fue el primer día en que toda la “troupe” que caminaba en la misma jornada nos mirábamos reconociéndonos. Casi todos marchábamos a Santiago. Nos volveríamos a reencontrar en diferentes días, en diferentes lugares. Pero ese “momento” nos marcó para, en las tres próximas semanas, reconocernos como miembros de una arcana fraternidad.

 Jonathan, brasileño, que camina solo, y que también cruzó el Pirineo por la senda Napoleón. Tiene previsto encontrase con su novia en próximas etapas, y alcanzar juntos el apóstol.

 Están los italianos, cinco o seis, los más jóvenes. Les he visto por los senderos haciendo piña, y supongo que son un grupo que se conocían previamente. O no… Todavía en Logroño mostrarán lo unidos que están, ayudando en lo posible a uno de ellos que, aquí, en Torres del Río, sufrió el ataque de chinches (cremas en el cuerpo, lavado de toda, toda la ropa, …). Con el avance de las etapas, el grupo inicial de italianos se disgregará y alterará su homogeneidad. Al penúltimo de ellos, el que tuvo que desinfectarse en Logroño, lo despedí en Ponferrada. Con Sandro todavía coincidiré más adelante.

 Dos portugueses están aquí. Son la amabilidad personificada. Sin llamar nunca la atención dispones de su ayuda en cuanto la necesitas. Hablan buen español, e inglés. Tienen Santiago como meta. Solo llegará Pedro.

 Están los franceses, el grupo más numeroso. Unos ya se conocen desde el camino de Puy-en-Velay: Fany, Mary Herminie, el chileno Osvaldo camina con ellos... Otros han llegado aisladamente a Saint-Jean, y en estos cinco días van formando poco a poco su cuadrilla: Alix, la aparecida entre las nieblas pirenaicas, ya sin su pareja, Laura, Romain…; con ellos Claude y yo, que seguimos caminando juntos, vamos encontrando nuestro acomodo.

 También está Luke, coreano, y que, saltándose el tópico congenia con todo el mundo. También llegará a Santiago.

 La representación española es muy reducida. Recuerdo a una encantadora pareja catalana, de la que, por desgracia, he olvidado el nombre, que lamenta tener que desertar del Camino en Logroño, por que otras obligaciones les reclaman. Aseguran el último día que siete días en el Camino sólo les ha permitido intuir lo qué es la Peregrinación. Volverán a ser peregrinos, pero no de una semana. La próxima vez, caminaran sin interrupciones hasta el apóstol, dicen. ¡Bienvenidos al club!

 Y esta Andrew, más que británico, inglés. Coincidí con él en la misma alcoba del albergue de Saint-Jean. Pasaría por ser la antítesis del peregrino: un poco (más de un poco) subido de peso, sólo habla inglés, es bastante reservado, sus cenas varían entre una bolsa de patatas fritas o una contundente hamburguesa, su caramañola es una botella de litro y medio de coca-cola, y no conoce el frío (al menos, los primeros días). Sin embargo, Andrew representará, mejor que nadie, como el caminante se convierte en peregrino: llegando a Puente de la Reina ya había aprendido a decir “buenos días”; en Estella ya está en condiciones de entrar al bar y decir: “buenos días, una cerveza”; sin embargo, la parada en el bar ambulante que hay antes de llegar a Los Arcos, que, en el día de hoy, 5 de noviembre, último día de la temporada, le atienden una pareja de canadienses, la parada, decía, Andrew la disfruta como un niño: no necesita practicar sus clases de español, y puede pedir en inglés su plato preferido: la hamburguesa; en Los Arcos, mientras completamos nuestras reservas de provisiones, depuramos el nivel de español: “buenos días, por favor, una cerveza”, ¡vamos mejorando!; en Villamayor del Rio, cuando Claude, Andrew y yo entramos al bar a por tres cervezas, llega la prueba de fuego: “Buenos días...”  (por ahora va bien) “por favor…” (¡sigue Andrew!) “…….” “…..”(¡sigue! ¿qué pasa?) “Please, three beers” (¡ahhhh! ¡no habíamos practicado el número tres!), obviamente le entendieron y terminamos bebiendo las tres cervezas. A pesar de todo, Claude, Andrew y yo cruzaremos los Montes de Oca en silenciosa compañía: las clases de español van lentas, mí inglés no me permite muchas gollerías, Claude sólo habla francés; en Redecilla del Camino nos hicimos una foto una chica coreana que en ese momento estaba ahí (no importa donde hagas una foto en el Camino Francés que siempre te acompañará un coreano: ¡buena gente los coreanos!), Claude, Andrew con una cara de felicidad para enmarcar, y servidor (bueno, todos con cara de felicidad a pesar del frío). Hacemos un magnífico equipo de peregrinos.

 Pero en Burgos doble despedida: Andrew que había caminado lento por los Montes de Oca, y aún más lento para llegar a Burgos, pasa por un servicio médico y le diagnostican Covid, y cinco días de reposo. Nos despedimos con un abrazo en la mañana del día 12: yo con la mochila ya cargada, él, sin prisas, todavía en chancletas. ¡Buen Camino! Ya no coincidiremos más. Él tiene que llegar a Santiago, después recorrer Portugal, y cruzar a Marruecos, y desde allí caminar por todo el litoral africano del Mediterráneo para llegar a Egipto. Esos son sus planes.

 Y también Jonathan detiene su avance. A esta ciudad llega su pareja para terminar juntos en Santiago. En efecto, lo harán. Mañana de tristes abrazos. ¡Buen Camino!

  Dos platos de lentejas calientes en Calzadilla de la Cueza es otro de mis “momentos”. El 15 de noviembre, el día comienza en Carrión de los Condes con amenaza de lluvia, que en poco tiempo se confirma. Júntale además, para hacerlo más “divertido”, que la climatología nos viene regalando, desde hace unos días, unas brisas bastante importantes que soplan de frente al peregrino. Así que, la famosa recta de 17 quilómetros en Tierra de Campos va a ser una “sinfonía” de vientos y lluvias, que ni ponchos, capas, chubasqueros, o artilugios similares, podrán atemperar. Aunque será en la cara donde más nos mojaremos. Con este tiempo, soledad total en los campos; únicamente los sufridos peregrinos recorren los caminos, …. creo; porque desde que dejé la carretera junto a Carrión, en donde adelanté a un compañero, nadie me ha adelantado a mí, a nadie he alcanzado. Tras casi cuatro horas de monotonía en el viento, en la lluvia, en el castigo del rostro, en la soledad, aparece Calzadilla; y ya llegan a distinguirse los letreros que identifican el albergue y el bar. ¡Si un miércoles de noviembre, en un pueblo solitario de Castilla estuviera abierto el bar…! ¡Un milagro del apóstol! ¡Y si encima tuviera un café caliente, o mejor un caldo! Y sí: el bar está abierto, tiene café caliente, (¿a ver, a ver, el caldo?) y tiene lentejas, recién hechas, me dice la dependienta, venezolana por más señas. ¡El apóstol no abandona al buen peregrino! (¿Qué hará una pareja de venezolanos en medio del frio, con tanta soledad en medio de la nada?). Y sin pasar muchos minutos, mientras reconforto el cuerpo y el espíritu, veo bajar por la cuesta de la sirga … a otro peregrino. ¿Quién si no un devoto de Santiago se atreve hoy a recorrer los senderos? Salgo escopetado hacia él llevándole la buena nueva: ¡hay lentejas calientes! En realidad, hacia ella, es Alix, la que llega con cara lastimera, la misma que debía de tener yo, y la empujo, más que guiarla, al bar. En unos minutos estamos frente a frente ante sendos platos de lentejas calientes, y mientras nos miramos, sin necesidad de palabras nos convencemos la una al otro que la Felicidad nos está visitando en este momento. Abandono yo primero el bar (había llegado antes), pido al ama que me ponga el sello del albergue en la credencial, y vuelvo a la sirga. Antes de doblar la esquina veo bajar la silueta de … otro peregrino. Le grito, le hago señas que pase al bar, pero esta vez no voy a buscarle, supongo que la “mañanita” le empujara, casi por obligación, a buscar abrigo. Días más tarde cuando en León, vuelva a coincidir con Alix, me informará que Luke, el coreano, era el que cogía nuestro relevo como adoradores de las lentejas del albergue de Calzadilla (Por cierto, que al concluir mi Peregrinación hice un ranking de los sellos de mis cuatro credenciales: el ganador fue…¡trrrrr, trrrrr!: el albergue de Calzadilla de la Cueza)

 En Puente de la Reina hicimos la tertulia un poco más larga; y tras la cena multitudinaria de Torres del Rio, el grupo de Laura, Alix, Romain, Claude, algunos italianos, y yo autogestionamos una cena en el albergue de Logroño; en Nájera repetimos la peña gastronómica y yo ejerzo de cocinero en jefe; y en Burgos hicimos por agruparnos de nuevo para cenar de pinchos en la ciudad; lo mismo ocurrió en León, donde los cinco nos regalamos una maravillosa cena que quedó inmortalizada en fotografías. Pero esta vez yo sé que el Camino nos separará a partir del día siguiente: Claude quiere acelerar las etapas, como Laura; todavía coincidiremos Alix, Romain y yo en Ponferrada. No tuvimos la despedida que nos merecíamos tras veinte días más o menos juntos. Para arreglarlo, habrá una reunión de antiguos peregrinos el 3 de junio de 2023 en Sain-Jean-Pied-de-Port, y yo llevo una copia para cada uno de la fotografía de la cena leonesa.

 Recuerdo otro “momento” en el quilómetro 100. Fina, Marie y Stan han llegado hace un rato y, además de las consabidas fotos junto al mojón, están brindando por tan glorioso acontecimiento. ¿De dónde ha salido el vino? Pues en el árbol hueco que hay frente al hito, alguien colocó una botella. Se supone que la deben de usar los peregrinos que vayamos llegando, para celebrar que estamos aquí. Pero todavía más increíble, atado al cuello de la botella hay un billete de 10 euros. Sin duda, botella y billete llegaron a la vez al hueco del árbol, para que aquel que apure el último trago reemplace la botella vacía por otra llena. Como todavía queda vino en la botella para los siguientes peregrinos dejamos botella y billete donde los encontramos. Siempre me ha gustado compartir con Osvaldo, Fina y Marie Hortensie lo que fuera surgiendo: cenas, cafés, conversaciones, … Ellas hablan buen español y me permite aparcar durante un rato el idioma francés. En Atapuerca el frío (esa mañana, al comenzar la marcha, con -4º, fue para mí la más gélida de todo el Camino), y la carencia de albergues abiertos en los Montes de Oca parecía que nos invitaban a buscar entre nosotros protección. En Ponferrada, y en la jornada de O’Cebreiro compartimos en largas tertulias nuestras experiencias de peregrinos: diferentes territorios, diferentes paises, pero las mismas ilusiones, los mismos temores, … Estas cosas unen, y cuando nos volvemos a encontrar por los senderos, sin que uno se tenga que poner “estupendo” (=trascendente), te sientes contento de compartir la compañía. Y en el quilómetro 100, a gollete, unos tragos de vino.

 Mañana, los cinco peregrinos que estamos en el albergue de Lavacolla llegamos a nuestra meta. Fina, Marie y yo preparamos la última cena vaciando las mochilas de vituallas. Compartimos el comedor con una pareja levantina que llega a Santiago por primera vez caminando en los 100 últimos quilómetros. Todavía esta tarde/noche tenemos tiempo para una tertulia. Casi obligatoriamente la charla pasa por la magnífica experiencia que ha representado para la pareja estos cinco días por los caminos. Nos cuentan que piensan repetir, pero la próxima vez desde más lejos. Y nos explican que tienen experiencia en caminar cinco o seis horas, que allá en su tierra, cuando salen al monte, superan desniveles de mucho porcentaje, y que por tanto están seguros que no tendrán problemas como peregrinos. Fina, Marie y yo nos miramos, pensando entre nosotros, que lejos está todo lo que nos dicen de lo que, tras muchas semanas caminando, sentimos que es hacer el Camino.

 ¿Subidas? Ya no nos preocupan, pues hemos aprendido que podríamos ascender a cualquier altura si hay un sendero ¿Distancias? Lo que sea necesario, aunque tal vez sea preferible partir la jornada, y disfrutar de las horas ganadas paseando en una población y conversando; al fin y al cabo: ¿quién tiene prisa?

 Entonces después de tantas semanas, de tantos quilómetros, ¿qué hemos aprendido, José? Quizás a escuchar para seguir aprendiendo. Lo que es seguro es que hablamos más despacio, porque la sabiduría lograda es que ya no tenemos tantas certezas. Lo que sí hemos aprendido es que cuanto menos tenemos más poderosos nos volvemos. Los peregrinos llegamos tan lejos porque sólo tenemos una mochila. Hemos aprendido lo frágiles que somos, y que sólo seguimos adelante porque ¿el apóstol?, ¿el universo?, ¿el resto de la gente?, ¿todos a la vez? se confabulan para ayudarnos. Pero explicar todo eso a la pareja que había caminado 100 quilómetros, pudiera ser un poco prematuro. Sin que tengas que estar de acuerdo conmigo, seguro que tú, José sí sabrás de que cosas estoy escribiendo. El maestro Indi, si algo aportara, sería para mejorar lo que yo apenas esbozo.

 Mañana llego ante el apóstol, y me queda mucho por aprender. Fani y Marie continuarán a Finisterre. Tal vez allí encuentren más respuestas a su peregrinación.

 

Indi
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Faltan seis días para el 3 de junio de 2023.

Saint Jean, a pie de puerto, será testigo una vez más de fuertes emociones propias de los seres humanos. Las más de las veces atestigua ansiedad, inquietud, dudas, miedo, aunque también ilusión y esperanza. El 3 de junio lo será de la alegría, del amor, de la felicidad. 

Se cruzarán las miradas de incertidumbre e inseguridad de los llamados al Camino con las más serenas, limpias y profundas vuestras, las de aquellos que han estampado un sello más preciado que el de Calzadilla, que no precisa credencial y se estampa en lo más profundo de uno: el de la amistad entre peregrinos. 

José estaba ayer a una semana del Pirineo.

¿Será también testigo Saint Jean, a pie de puerto, de tan emotivo encuentro? smiley 

PD.- Isidro, agradezco mucho tu consideración, pero comparado contigo y con muchos otros soy un humilde y extraviado iniciado, jamás maestro de nada ni con pretensión de serlo. No podría mejorar, ni igualar nunca lo que viene después de tu "después de tantas semanas, de tantos quilómetros, ¿qué hemos aprendido José?..."  y no siendo el destinatario de ellas, sí te diré que sé de qué estás escribiendo, que estoy de acuerdo contigo, y que esas lecciones, no aún bien aprendidas por mí, nos harán libres y afortunados. wink 

Ultreia, Isidro, siempre Ultreia, et suseia.

 

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Papadopou
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Triste día de despedidas. Sentidas las que nos has narrado, se nota. Finalmente has llegado al Apóstol,  como tú dices. Llegaste, en realidad porque lo que hoy leemos ya ocurrió. Llegarás,  porque aún no sucedió para quien todavía no lo leyó. Nos has traido. Te hemos acompañado. Te acompañaran los que luego lean tu relato. Una continuidad de tiempo y una continuidad de las personas.  Pero ahora despedimos este periplo con pesar, lamentando haber llegado. Tal cual como ocurre cuando es uno mismo el que calza las botas. Hemos escuchado con deleite tus descripciones de los paisajes y de esos momentos únicos. La de tus lentejas, sintiendo como nos caldeaban el cuerpo y el ánimo en esa fria mañana. Si a Proust no se le hubiera ocurrido en su momento lo de la magdalena, la imagen de unas buenas lentejas calientes hubieran servido perfectamente como hilo para conectar con momentos pasados.  Suerte en la vida, peregrino, y que sigas teniendo buen Camino.