Estoy convencida que costó mucho levantarse de la mesa. No tanto por la comida (espectacular), que sí también, sino por el amor y el cariño que te dieron ese día. La cocina es el centro neurálgico, donde bate el corazón del lugar. Estar allí y compartir con ellos “su” espacio es una muestra de su gran humanidad.  

Los peregrinos hemos desarrollado un radar con el que localizamos las flechas amarillas de inmediato. Las vemos sin buscar. En una casa de comidas como la que comentas, los responsables del comedor, en su trajín entrando y saliendo, hacen un rápido barrido con la mirada y saben cómo y cuando avanzan los platos en las mesas. En tu caso, seguro que estaban pendientes de que el volumen de tu plato descendiera adecuadamente, haciendo cálculos rápidos de si todavía te quedara espacio para una porción del flan o del requesón. Que sí o sí, tenias de probar.

Que sentimiento tan generoso y grande. Que afortunado eres de poder estar allí.

Y sales y reemprendes el Camino y tienes un no sé qué entre la garganta y el pecho y notas una humedad en los ojos que la lluvia disimula.

Empiezas a andar, y a 20 metros te paras y aprovechas para aflojar el cinturón y dar una ultima mirada al lugar, todavía notas el olor del cocido y de la leña y esa última imagen se te queda impresa en tu adn. Para siempre.

¡Imagino que esa noche cenaste fruta y un yogurt!

Gracias Indi, me has hecho revivir mi paso por O Bisonte, saliendo de Mondoñero.

Abrazo

Algunos miembros de la familia