La ruta nace a partir de la vida de un personaje de gran relevancia no solo para el mundo cristiano, sino para la historia de Europa, tal es la de San Benito.
Hemos de enmarcar la figura del santo en un momento histórico muy específico, tal es la caída del Imperio Romano de occidente y las invasiones de los bárbaros. El orden conocido se descompone y genera en la sociedad una fuerte conmoción que también afecta a la religiosidad. En este ámbito se potencia el eremitismo, importado de Oriente, por parte de quienes se aíslan en grutas, retornando a un modo de vida más propio del Paleolítico, para purificarse a través de la ascesis y la oración.
Benito, nacido en Norcia en 480 junto con su hermana melliza Escolástica, era miembro de una familia noble que lo envía a Roma, en plena decadencia tras las invasiones, para estudiar leyes. Allí surge su vocación, y renunciando a una vida más placentera en el orden material, se traslada al valle de Aniene para recogerse como ermitaño durante tres años cerca de Subiaco (Sacro Speco). Se cree que luego pasa un tiempo en el monasterio de San Cosimato, en Vicovaro, de donde huye tras haber los monjes intentado envenenarlo.
De regreso a Subiaco, donde residirá tres décadas, funda y organiza un total de trece monasterios, realizando varios milagros que acrecientan su fama y, a la vez, desatan las envidias, con nuevas tentativas de asesinarlo. Es entonces cuando decide dirigirse a Montecassino, cumbre en la que había existido un templo dedicado a Apolo que los ermitaños intentaban santificar con la erección de capillas. Aquí organiza un monasterio y compone la regla, falleciendo en 547.
Gran aportación del santo, y pieza clave para entender desde entonces la vida cristiana, la regla benedictina permite organizar bajo unas normas precisas el monacato, superando la fase anárquica del eremitismo, a través de sus 73 capítulos. El monasterio es desde entonces la casa común, auto subsistente, en la que se reza, estudia, trabaja y practica la hospitalidad, metódicamente, en honor de Dios. Para el gobierno se instituye la figura paterna del abad, elegido por una comunidad de monjes presidida conforme a una concepción igualitaria.
Benito fue canonizado en 1220 por el papa Honorio II, y declarado por Pablo VI, en 1964, patrón de Europa. Sus reliquias son veneradas hoy tanto en el monasterio de Montecassino, donde se encuentran su tumba y la de su hermana Escolástica, como en la abadía francesa de Saint Benoît-sur-Loire, cuyos monjes las habrían sustraído y trasladado a finales del s. VI. Por su parte, los monjes de Le Mans se habrían llevado las de Santa Escolástica, que hoy también están duplicadas en Juvigny-sur-Loison. Monreal del Llano (Cuenca) afirma poseer un fragmento del cráneo del santo. La fiesta de San Benito se celebra el 11 de julio.
A San Benito se le representa anciano y barbado, tocado con la túnica negra de la orden benedictina, sosteniendo el báculo de abad y portando el libro de su regla. Asimismo, puede aparecer acompañado de un cuervo con una copa rota o un pan, en recuerdo de los milagros, relatados por el papa Gregorio Magno en los Diálogos, que evitaron su envenenamiento en Vicovaro y Subiaco.
Para saber más, el peregrino curioso puede adentrarse en el libro segundo de los Diálogos de San Gregorio Magno, en los que se recogen la vida y milagros de San Benito (numerosas ediciones). Una buena síntesis biográfica se puede descargar desde www.poblet.cat.


