Almería

Si bien existen en la comarca restos arqueológicos que se remontan al Neolítico, la historia de la ciudad de Almería arranca en la cercana Bayyana, población musulmán fundada en el siglo VIII cerca de la localidad de Pechina, en el curso bajo del río Andarax. El emir Abd al-Rahman II encomendó la vigilancia de la costa (en aquel tiempo eran frecuentes las incursiones de navíos vikingos y normandos) a un grupo de soldados yemeníes, erigiendo para ello una torre de vigilancia sobre la bahía (al-Mariyat Bayyana, la atalaya de Bayyana); dicha atalaya fue construida en lo alto del cerro que poco después albergaría la alcazaba, y dio pie a la creación de un fondeadero y un pequeño barrio de pescadores; este poblado, que fue ampliado y amurallado hacia el año 955, recibió el nombre de la torre al-Mariya, o sea, Almería.

Una vez finalizadas las amenazas vikingas, el comercio marítimo con el norte de África aumentó y, a resultas de ello, tanto dicho puerto como la medina adyacente crecieron hasta convertir Almería en una gran ciudad, alcanzando su máximo esplendor en los siglos XI-XII, tras la caída del Califato de Córdoba. Los cristianos tomaron la ciudad por primera vez en 1147, si bien poco más tarde, en 1157, fue reconquistada por los almohades. Tres siglos después, con la entrada de las tropas de los Reyes Católicos en la ciudad el 26 de diciembre de 1489, el territorio almeriense pasaría a soberanía castellana.

Tras la expulsión de los moriscos durante el siglo XVI, la repoblación por familias cristianas (provenientes sobre todo de Jaén, Castilla-La Mancha, Levante y Aragón) se demostró insuficiente, pues la demografía de la ciudad no repuntaba; influyeron también en ello sucesivos desastres naturales: sequías, epidemias y, en especial, el terremoto del año 1522 que destruyó casi completamente la ciudad. Dada su situación geográfica, alejada del comercio con América, la economía almeriense decayó en los siglos XVI y XVII, afectada por los continuos ataques de piratas berberiscos y turcos, como el de Barbarroja, así como el asedio por parte de la Armada inglesa, todo lo cual provocó un desplazamiento de su población hacia el interior.

En el siglo XVIII resurge la actividad minera, impulsada por nuevas explotaciones de mineral de hierro en los Filabres, de plomo en Gádor y de mármol en Macael; ello conllevó la tala masiva de bosques en la sierra de Gádor y Almagrera, que iría agravándose durante décadas y ha contribuido, junto con la sequedad del clima, a la actual deforestación que sufre todo el territorio. A lo largo del siglo XIX Almería recuperaría parte de su prosperidad de antaño al amparo de la minería, el transporte ferroviario y el comercio de la uva, actividades que enriquecieron a la burguesía mientras crecía el descontento de obreros y jornaleros. Ya en el siglo XX, nuevas epidemias y la crisis del campo dieron pie a un imparable proceso migratorio que se agravó tras la Guerra Civil; a partir de la década de 1970 aparecieron actividades emergentes como el turismo y la agricultura intensiva, que propiciaron un notable desarrollo económico de la provincia, especialmente en su franja costera.