Nos ha dejado el gran coach del Camino

José Pedro García Miguel (1970-2025), que a sí mismo se llamaba Josepe, ha sido una de las personas transformadas, según su propia definición, por la experiencia del Camino de Santiago, que disfrutó por vez primera en 2007. Leyendo las noticias de Internet nos hemos enterado de su fallecimiento, tras una rápida enfermedad, en junio. En estas breves líneas vamos a intentar proporcionarle un sentido homenaje por su aporte, en un ámbito de gran proyección, al moderno peregrinaje.

josepepe-garcia.jpg

Josepe García junto a la portada de su libro ¡Buen Camino!
Josepe García junto a la portada de su libro ¡Buen Camino!

Josepe era ante todo un coach, esto es, un guía que estimula a los demás, en su caso orientado a reforzar el empoderamiento, la automotivación y el emprendimiento. Quienes lo han conocido y tratado lo califican como un faro luminoso, un profesor y a la vez gran comunicador, pero también como un showman que recurría constantemente al humor y generaba magia. Su trabajo ha prestado una inestimable ayuda a mucha gente, a la vez que dignificado y actualizado el coaching en España, de quien era uno de sus máximos exponentes.

Obviamente, nosotros deseamos relatar su vínculo con el Camino de Santiago, que lo enganchó por completo personal y profesionalmente. Al respecto, su gran contribución ha sido un libro Buen Camino!, El saludo que lo cambió todo en ruta a Santiago, Plataforma Ed., Barcelona, 2013), todo un best seller, que en su día Gronze ya calificó, percibiendo su potencial, como “un relato que viene a llenar el poderoso vacío que existía en la narrativa en lengua española sobre la experiencia transformadora que supone la ruta a Santiago” (https://www.gronze.com…).

No estamos hablando del clásico y cansino texto de autoayuda, repleto de lugares comunes y frases altisonantes, replicando que la felicidad y la solución a todos los problemas y males están en uno mismo, en la fuerza de voluntad, en la actitud que adoptemos en la vida. Optó, muy al contrario, por el género de la novela. El protagonista, un tal Marco (autobiografía al 90%), vive la magia de la ruta y el clásico proceso de iniciación a nuevos conocimientos, los cuales ponen en solfa su sistema de valores y su propia vida. Muchos galones, quizá, para un mundo postpandémico desaforadamente consumista en el cual, lamentablemente, estamos sometidos por el imperio de la superficialidad.

Tenemos nuestro ejemplar de ¡Buen Camino! absolutamente atiborrado de anotaciones en lápiz, síntoma de que la lectura nos impactó. Muchas de ellas son críticas, porque resulta evidente que Josepe no era un historiador, ni un geógrafo, y que la escasez de documentación sobre el itinerario, que es el Camino Francés, resulta evidente. Sin embargo, su objetivo no era el rigor ambiental, sino el de transmitir emociones, y esto lo logra de forma superlativa. Uno de los modos en que lo consigue es a través de escenarios donde los personajes del Camino, en su mayoría asociados a la hospitalidad, interactúan con los peregrinos, o en lugares tan cargados de historia y magia como Foncebadón y O Cebreiro.

En el camino afloran los sentimientos, se llora, se reciben y dan abrazos intensos, se apagan los móviles para escuchar a los demás y a uno mismo (esto, nos tememos, era antes) y se acaba viviendo un mundo dentro de otro (pág. 72). ¡Todo esto lo expresa Marco, amigos, haciendo solo el tramo del Camino de Astorga a Santiago, la tercera parte del Francés! (de haber comenzado en Saint-Jean-Pied-de-Port, tal vez no habría regresado a casa). En su curso acelerado nos chocó bastante que, al tercer día, ya confiese haber alcanzado la “paz interior”: al ser una persona estresada, a la vez que muy necesitada de un cambio urgente, queremos pensar que todo acontece, como en una película de acción, a gran velocidad.

Todo peregrino es en realidad un filósofo, dice Josepe, y ciertos hilos de Paulo Coelho aparecen y desaparecen a lo largo de la trama, de la que no vamos a desvelar más ingredientes. Añadir, únicamente, que el peregrino va percibiendo los grandes valores que afloran en la ruta, y los va haciendo suyos a medida que percibe su carácter benéfico. Como ejemplar converso, además, pronto practica una despiadada crítica a lo que él mismo pudo haber sido, tal vez únicamente un turigrino (pág. 152), así como a propósito de la masificación que percibe a partir de Sarria (¡ya en 2007!).

En fin, el mejor homenaje que podemos dedicar a Josepe es volver a leer su libro, o hacerlo por vez primera; con sus luces y sombras pero sincero, reflexivo, auténtico y emotivo.

En los últimos años de su vida la gran lección de Josepe, en parte aprendida del Camino y de los inmensos sueños que caben en una mochila (“llevando lo que llevas en la mochila, te das cuenta de que te sobra la mitad, y que nunca has estado tan estupendamente”, expresaba para Telemundo51 de Miami), fue la simplificación: aligerar peso, optar por lo sencillo, evitar aquellos retos o planes complejos que parecen a priori maravillosos, pero que al fin y a la postre solo consumen nuestra energía, nuestro dinero y, sobre todo, nuestro tiempo, el bien más preciado.

Nuestro coach confesaba, en Instagram, haber aprendido a quejarse menos y a disfrutar más del instante, de lo que es gratuito, sin necesidad de acción y adrenalina permanentes, renunciando a las dependencias químico-vitamínicas (https://www.instagram.com…). Porque “desde la sencillez uno empieza a ver la realidad de otra manera, tal como es, y eso no tiene precio”. Y la sencillez, amigos, es sin duda uno de los principales valores del Camino.

¡Buen Camino!, peregrino y maestro Josepe.

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador