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Riaño, el nuevo Riaño, el construido de nueva planta sobre el embalse que ahogó el viejo pueblo, es digno. Podría ser considerado hasta bonito, si no es porque uno intuye una herida colectiva en él. Una humillación. No quiero meterme mucho en este asunto porque, primero, no sé lo suficiente. Y segundo, por pudor.

En torno a donde yo vivo – Vitoria – hay pueblos industriales en los que uno percibe lo tensionada que ha estado la vida ahí: en Mondragón (Guipuzcoa), en Basauri (Vizcaya), en Miranda de Ebro (Burgos), en Torrelavega (Cantabria). Hay en ellos una extraña mezcla de fatalismo, de cuenta pendiente y al tiempo de estoicismo digno e incluso alegre de “ey, que ya salimos pa'lante”. El rodillo del siglo XX pasó por ellos, y parece que necesitan un poco de delicadeza, de amor primoroso para volver a abrir los pétalos de su ilusión.

Y tengo la impresión de que Riaño, o incluso la región entera de León es de ese tipo de sociedades, con heridas en la memoria y que más que nuevos planes “quinquenales“ cementosos, necesitarían sentirse tratados con delicado primor.

Después de Riaño, ya hacia los Picos de Europa, vienen una serie de pueblillos rurales con nombres que acaban en “de la reina" (Llanaves de la reina, Portilla de la reina, Barniedo de la reina). Recuerdo que cuando de crío hicimos aquella excursión por la zona, nos preguntábamos quién sería aquella reina. Hoy todavía no lo sé, pero hay algo como de cuento infantil en su denominación, y ese halo de leyenda les da una gracia protectora, reparadora de las desabridas rudezas del mundo moderno. Como la reina de una colmena que con jalea real y con cera cuida de los suyos.

Ese toque prístino lo tienen también las cumbres de montaña que se ven a lo alto del puerto de Pandetrave. ¡Son impresionantes! Esto no es obra del hombre: su magnificencia resuena con solemnidad en nuestro interior, y nos limpia de los malos hurmos que hayamos podido ir acumulando. “Benedicite montes et coles, Benedicite glacies et nives"…. Liebana es ya el valle al otro lado, y el extraño mundo intemporal del Beato puede ya palparse en el aire.

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