Gracias, compañeros. Aquí os dejo la crónica de mi primera etapa, preciosa y dura los últimos kms

Día 2--Etapa 1. León → La Robla

Escribo desde el albergue de La Robla, en total soledad. Soy el único peregrino hoy, y no he visto a nadie en todo el día. El Camino es para mí solo por un día, quizá más. 

La salida de León me ha costado más de lo esperado. Quería empezar desde la catedral, hacer la foto y salir desde San Marcos, pero he tenido que ir preguntando varias veces. En lugar de bordear el campo de golf, me he desviado y me he perdido el primer bosque camino de Carbajal. Da igual, porque justo después de este pueblo largo, larguísimo, empieza el espectáculo.

La subida, dura pero preciosa. Hasta Cabanillas, puro otoño: colores, silencio, olores… una MARAVILLA. Paisajes de postal otoñal que no tiene precio. De verdad, he babeado con tanto espectáculo. Subidas duras, pero rodeado de tanta belleza...

En Cabanillas he repuesto fuerzas con el agua fresca de la fuente, mientras un repartidor rompía el silencio con la bocina del pan. Cabanillas tiene 20 habitantes y hoy he conocido a uno. 

Luego, primer despiste —bueno, dos—. Un vecino me ha avisado de que iba por la carretera en lugar del camino, y cuando por fin retomaba el rumbo, me he dado cuenta de que me había dejado los bastones en la fuente. Tocar volver, pero con gusto: el paisaje lo compensa todo.

El resto, igual de bonito. Eso sí, he pasado hambre, pero ese hambre física me abre el espíritu. Pensaba comer en La Robla, pero he llegado a las 17:30 y no había tomado nada desde el desayuno, salvo cuatro galletitas en el albergue. Pensaba cenar en un bar, aunque prácticamente no había para elegir, pero un señor que frecuenta un pequeñito y humilde supermercado me ha vendido una barra de pan de pueblo de toda la vida. Menudo bocata de chorizo me he metido entre espalda y espalda en el albergye, yo solito, con una cerveza.

El camino es hasta Cascantes del Alba es precioso, insisto. Su fuente de agua de manantial sabe a gloria. Antes, he dejado mi recuerdo en la libreta del buzón a la altura de La Seca. Entre los últimos peregrinos que han pasado, un británico escribía que vio un lobo fuera de su tienda. Eso cuenta. 

Los últimos kilómetros se han hecho largos y ya asoma la primera ampolla, pero esto también es el Camino. La hospitalera, Laura, muy amable. Me cuenta que ayer hubo cuatro peregrinos y el día anterior solo uno. Mañana seguimos.

Mañana se espera lluvia. Hoy el cielo era un tapiz de contrastes y solo ha habido alguna llovizna aislada, lo que le ha dado un toque más poético, si cabe, al Camino. 

Seguimos!

Día 3--Etapa 2 La Robla → Poladura de la Tercia

Etapa de las que dejan huella. Dura, cambiante, preciosa y, por momentos, épica. Hoy he dudado si seguir, lo confieso, pero ya sabéis cómo va esto: cuando el Camino aprieta, también enseña.

Salgo de La Robla más tarde de lo previsto, sobre las 8:45, porque la mochila no cerraba ni a patadas. La llevo tan embutida que no puedo cerrarla con la comida que compré ayer. Ni un hueco, ni un bolsillo libre. Es de 25 litros y para el verano bien, pero para ahora veo que no. 

De La Robla a Pola de Gordón, todo bien: llovizna suave, aire fresco, pueblos de postal. El puente de Jovellanos, los carteles antiguos, los balcones llenos de flores… todo tiene un encanto especial. En Noceda, eso sí, llega mi tercer despiste del Camino. Me voy cuesta arriba tan contento y, al rato, ni una flecha. Me había prometido no volver atrás, pero claro… no he podido evitarlo. O sí. Pero no.

A partir de Pola, la historia cambia: la lluvia ya no moja, empapa; el viento sopla con fuerza, aparece una nueva ampolla en el otro pie y descubro que mis botas, “impermeables” según el vendedor, son más bien anfibias. Se me hace eterna la llegada a Buiza. Esa carretera de asfalto, con un arcén enano, se me ha hecho interminable. 

El albergue está cerrado, así que me siento en el porche a comerme el bocata de chorizo. Y justo entonces se desata el temporal: lluvia horizontal, viento que entra de lado, agua hasta en el alma. Me río solo: “¿Qué hago yo aquí?. Seguro que subir es lo correcto con este tiempo? Y si me retiro y pido un taxi, si es que hay?”. Pienso en mi mujer, en mi hijo, en el “trellat” que me pidieron mis amigos, pero ya me conozco: no voy a parar.

Salgo de Buiza con el aguacero encima y me paro un momento en una casetita a ver si afloja. Pero esto no es Valencia: los valencianos, por razones lógicas, entendemos el viento y la lluvia como señales de alarma. Aquí, en cambio, el agua y la montaña conviven con naturalidad. No hay drama, solo fuerza.

Empiezo a subir con los pies empapados y el ánimo flojo, pero algo va cambiando. No de golpe, sino poco a poco, como una pila que se va cargando. Cada paso me conecta más con lo que tengo delante. Los prados se abren, el verde se mezcla con los tonos ocres del otoño, el aire huele a tierra limpia. Las vacas, enormes y tranquilas, me miran pasar como si nada. Les hablo bajito, por respeto y por compañía. El camino es un río y mis pies están chopados, pero eso me importa ya poco.

Y entonces ocurre: el viento cesa, la lluvia se detiene y todo queda en silencio. Solo yo, la montaña y el sonido del agua cayendo entre las piedras. El paisaje es un espectáculo: montes que se pierden entre la niebla, pinos brillando con gotas, pastos que parecen pintados. No pienso, no calculo, solo camino despacio, respirando. Me invade una calma difícil de explicar.

Sigo bajando entre pinos, con esa luz tamizada de después de la tormenta. Luego el sendero se estrecha, sube otra vez, y la vista se abre sobre Rodiezmo: un valle tan hermoso que casi me enfado de no poder quedarme ahí un rato más. Me detengo varias veces, simplemente a mirar.

Y ahí, entre montañas, me doy cuenta de que ya me da igual todo: los pies calados, las ampollas, la espalda dolorida donde apoya la mochila… No importa nada. Disfruto tanto del paisaje y de la calma que todo lo demás desaparece. Es una especie de tregua entre el cuerpo y el alma.

Tras otra bajada y dejar la vista de Rodiezmo a la derecha, el Camino llega a San Martín y vuelve a ponerme a prueba. Esa última subida hacia Poladura me remata las fuerzas. Las piernas pesan, la espalda protesta, y el cuerpo pide descanso. Pero el paisaje es tan impresionante que hasta el dolor se disuelve un poco. Cada curva parece prometer el final, y cuando por fin veo el pueblo, respiro como si llegara al refugio del fin del mundo.

Este Camino con lluvia no es fácil. Cuando hice el Primitivo hace 15 años agradecí el buen tiempo y pensé: esto con lluvia y barro debe de ser otra historia. Insisto: yo solo soy un aficionado. Pero esa mezcla de cansancio y belleza tiene algo difícil de explicar 

Llego a Poladura cansado, embarrado y feliz. De nuevo, el albergue entero para mí. Néstor, el hospitalero, me recibe con una sonrisa y me cuenta que ayer pasaron cuatro peregrinos. Buen dato: no soy el último loco. Descubro que la mochila también está empapada —hasta el saco— y tiendo todo sobre los radiadores. Las botas ya ni se reconocen.

Llamo al bar de Pajares para reservar cena. La mujer me dice: “¡Eres un valiente! Hace muy malo por allá arriba.” Luego se ríe: “Bueno, tampoco tanto.”

Y yo también me río, porque sé que tiene razón. No es para tanto. Es solo el Camino poniendo a prueba la paciencia, el cuerpo y el alma de un casi primerizo. Y ahí arriba, entre la niebla y el silencio, he sentido algo muy parecido a la calma absoluta. Mañana veremos. La etapa reina con lluvia, pero me consuela que 'solo' son 14 kms.

Gracias por soportar tremendo ladrillo. 

Gracias! 😊 

Gracias! Mañana iré a Pola de Lena y finalmente, como me dijo alguno de vosotros, cogeré tren o bus a Mieres, que el sábado he de terminar en Oviedo. 

Día 5 · Etapa 4

Pajares → Pola de Lena (y tren hasta Mieres)

Otra etapa impresionante, con sabor a la Asturias del Primitivo.
Hoy sí que he salido de noche, como quería, y he tirado un buen tramo en silencio, con sol asomando y los primeros pájaros acompañando. Desde San Miguel del Río hasta Herías, el Camino ha sido un sube y baja constante —más de lo primero— entre hayas, robles y castaños. Vacas pastando, manzanos cargados en la vera del sendero… un bosque precioso que amortigua la dureza del terreno. Hay dos subidas muy exigentes, eh, pero la bajada a Puente de los Fierros te permite recuperarte y disfrutar entre una y otra. He tenido la tentación de irme por Munistiriu... pero lo he dejado para la próxima. 

En San Miguel d’Eros me he quedado embobado. De repente, en medio del bosque aparecen cuatro casas de piedra deshabitadas, pero con un encanto tremendo. Luego han llegado Llanos y Herías, también preciosos y con vida, donde me he topado con una plaza dedicada a un perro: El Rufi. Me ha hecho sonreír.

En el desvío hacia Bendueños he confirmado lo que ya sospechaba: hay peregrinos de otra pasta. Esa etapa Poladura–Bendueños es una auténtica animalada. Yo me lo había planteado, pero menos mal que desistí. Mi idea inicial era quedarme en Llanos, pero como el albergue estaba cerrado, dormí en Pajares. Y bendita decisión, porque ese final habría sido criminal entre tanta belleza.

Desde Pajares, el Camino te guía con los mojones de siempre, esos que ya me acompañaron en el Primitivo de 2010, con la concha al revés que en Galicia. Pequeños guiños del pasado que reconfortan. Un mensaje escrito sobre un mojón me ha llegado muy dentro y me ha hecho pensar durante un rato, en el que he llegado a abstraerme del entorno. He mirado hacia adentro. Decía así: "Ámate y perdónate". Jopé, cuánto pueden decir tres palabras juntas, eh. 

La bajada de Herías a Campomanes… madre mía. Muchísima pendiente, y como en el hayedo de ayer, las hojas otoñales hacen de alfombra traicionera. Dos resbalones serios y un aterrizaje de culo, pero sin consecuencias. En el inicio de la bajada había una cuerda cruzada y aún no sé si era advertencia o decoración, pero las flechas mandaban por ahí, así que obedecí.

Superada la aventura, recompensa: comida en Campomanes (Bar Juan). Menú de 14 euros: judías verdes con patatas, chuletas con huevo frito y pisto, cervecita y postre asturiano tipo pirulí. Todo buenísimo y la gente, encantadora. Asturias me tiene enamorado.

De Campomanes a Pola de Lena, otro despiste: me fui por carretera. Cuando quise darme cuenta, ya era tarde, así que tiré por asfalto. Entre la lluvia que apareció de repente y el cansancio acumulado, no estaba para experimentos. Si Santa María de Lena hubiese estado visitable (he leído que cierra en noviembre), me habría dolido, porque está referencia del prerrománico es muy golosa. 

Y en Pola, como me sugeristeis, tren hasta Mieres. Un Pajares–Mieres a pie habría sido imposible, os lo aseguro.

Ahora descanso, algo tocado físicamente y con un pequeño bajón mental. Quizá porque Mieres representa el regreso a la civilización: bares, supermercados, coches, ruido. Después de tantos días de silencio y montaña, el contraste se siente.

Mañana, etapa final y visita a la Catedral del Salvador.
Os contaré el desenlace.

Gracias por leerme!

Por cierto, es posible ducharse en el albergue de Oviedo a mediodía? Y si no se puede, alguna opción? Es por no subirme al tren con olor a peregrino guarrete.