Camino Francés (artículo II de IV): Hospitalidad, acogida, negocio...

Entre Ponferrada y Santiago existen únicamente tres albergues de donativo

De acuerdo con los datos de Gronze, entre Ponferrada y Santiago el Camino Francés cuenta con 191 albergues. Teniendo en cuenta que desde la capital del Bierzo a la meta hay 207 km, nos sale la ratio de un albergue cada 1,08 km, cifra distorsionada por la concentración en las principales poblaciones. Si consideramos las recientes y próximas aperturas en Sarria, Portomarín, Arzúa o Santiago, prácticamente ya estamos en la media de un albergue por kilómetro, algo impensable una década atrás.

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Livia y Unai, propietarios del albergue La Piedra, una de las últimas casas de Villafranca del Bierzo junto al Camino
Livia y Unai, propietarios del albergue La Piedra, una de las últimas casas de Villafranca del Bierzo junto al Camino

De los citados albergues 155 son de propiedad privada (81,2%), con el modelo más habitual del albergue turístico; 22 pertenecen a la red pública de la Xunta de Galicia (11,5%), 7 a municipios o juntas vecinales (3,6%) y otros 7 a la Iglesia (3,6%), aunque un par de ellos gestionados por una empresa (los del convento de A Madalena, en Sarria, y del Seminario Menor compostelano).

Sin embargo, si un dato resulta altamente significativo es el de que en las etapas finales del Camino Francés únicamente hay tres albergues de donativo, con hospitaleros voluntarios, en Ponferrada, Samos y Ligonde (el 1,57% del total), situación llamativa si la comparamos con lo que sucede en el resto del Camino Francés, o en otros itinerarios como el Camino Norte o la Vía de la Plata.

La insignificancia del modelo tradicional de acogida no hace más que reflejar los efectos de la masificación en maridaje con la picaresca, dos fenómenos harto conocidos, pues forman parte de la historia del Camino. Pero lo que más nos sorprende no es que el sistema del donativo responsable esté en retroceso, pues todo tiene un límite, y los románticos e idealistas también acaban siendo víctimas del hastío, sino el desapego casi absoluto de otras costumbres saludables en el trato con peregrinos. Entre ellas podríamos citar que los responsables de los albergues sean también peregrinos, y de este modo puedan manifestar una mayor empatía y conocimiento de causa, o rituales tan provechosos como el de la cena comunitaria, uno de los mejores inventos de la ruta para confraternizar.

Hay lugares, como Ponferrada, donde los presupuestos darwinianos sobre la evolución y la selección natural parecen haberse manifestado con nitidez: primero surgió el albergue parroquial, de gran capacidad, con hospitaleros y de donativo; años después, dado que no parecía sensato “competir” con tal mastodonte, uno privado pequeño y acogedor, Alea, llevado con un estilo familiar y próximo por Esperanza y Amelia; por fin, en la tercera fase ha surgido un albergue turístico de capacidad también alta, Guiana, con su oferta diversificada en literas, habitaciones y estudios, buenos servicios y gestión de tipo hotelero. Estos tres formatos, a los que faltaría unir, por tratarse de un núcleo urbano, un hostel, son los que actualmente conviven en la ruta jacobea.

De acuerdo con los principios de nuestro sistema económico, cuya base liberal es, precisamente, ese mundo animal descrito por Darwin, la competencia siempre es buena. Bajo tal bandera, allí donde hubo un acuerdo tácito en beneficio de todos y se consiguió establecer un precio razonable de pernocta en albergue, para que el peregrino eligiese luego a donde iba (así ocurrió en Sarria hasta la creación del albergue Alma do Camiño), las reglas del mercado hicieron saltar por los aires el pacto, y la guerra fratricida se desencadenó en forma de bajadas de precios, en ocasiones tan temerarias que, según nos confiesan algunos de los hospitaleros locales, es dudoso que tuviesen algo que ver con la rentabilidad, sino más bien con un refuerzo la marca y, de paso, para fastidiar al vecino.

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Albergue Fuente del Peregrino, en Ligonde, donde aún se practica el donativo responsable
Albergue Fuente del Peregrino, en Ligonde, donde aún se practica el donativo responsable

Los hospitaleros se desahogan

Sobre la demencial confusión que reina en la moderna relectura del Camino, entendido como un destino turístico más de moda, y por ende masificado, es sintomática la anécdota que nos cuenta Fermín (Casa de Susi, Trabadelo), en la pretensión de un individuo que deseaba hacer una reserva para 2020, preguntando, por supuesto, el precio. El caso contrario es el de algunos peregrinos de largo recorrido que, enemigos de programar con antelación donde van a dormir, y confiados en el azar, ni siquiera en agosto reservan, y llegan a los albergues por la tarde esperando un milagro que, desafortunadamente, a veces no se produce.

En relación con lo anterior, y como un problema grave que afecta a la nueva manera de viajar, en permanente conexión a internet y a base de aprovechar promociones de última hora, es el de las cancelaciones, “por si no teníamos ya pocos problemas”, dicen Livia y Unai (La Piedra, Villafranca). Subraya el quebranto que esta actitud supone para la economía de los pequeños albergues Jesús (San Blás, Columbrianos), “y todo sin aviso, sin teléfono para contactar…, algo tendremos que hacer”. María (Leo, Villafranca), considera que la razón de esta conducta hay que buscarla en “el profundo cambio experimentado en la tipología del peregrino”, que cada vez manifiesta menor seriedad. Es así como se va instalando la desconfianza entre hospitaleros y peregrinos: no hay reserva sin Visa.

Diego (Paloma y Leña, San Mamede do Camiño) recalca que “el peregrino sufrido y religioso de los años 80 y 90 ha sido sustituido en gran medida por los que buscan aspectos culturales, ecológicos, deportivos y/o festivos, o simplemente superar un reto, y el Camino se ha transformado en destino predilecto de jóvenes europeos y de EEUU que han descubierto una meca del low cost”.

No todo en el campo es orégano, la vida del hostelero autónomo resulta agotadora, en ocasiones poco gratificante por las exigencias y la mala educación de algunos peregrinos, y la mayor parte de los negocios carecen de medios para contratar personal, más allá de la limpieza o algún camarero en temporada alta, “y si tienes bar-restaurante ya ni te cuento, estás completamente atado” (La Medina, Camponaraya).

El ansiado filón del Camino Francés ha acabado siendo para muchos, como el Dorado de Lope de Aguirre, un mito, porque la temporada baja es muy larga, y la alta sujeta a fluctuaciones como las del presente año. Además, otro mal se ha sumado para complicar aún más la viabilidad, y la prueba está en los cierres y traspasos a la orden del día en el Camino Francés; nos referimos a la sobreoferta. Hay quien incluso apunta que la administración debería plantearse los numerus clausus, limitar las licencias en lugares donde ya hay exceso de albergues o bares, aunque esto va contra la libre competencia, uno de los axiomas del capitalismo, y en el plano local contra la avidez que todo alcalde tiene por ver crecer su municipio y… recaudar impuestos.

Tampoco falta quien acuse a los prescriptores de ignorar a quienes se encuentran entre los fines de etapa prefijados, con el quebranto que ello supone a pequeños negocios rurales que, en consecuencia, “nos hemos visto obligados a apostar por la calidad y un trato diferenciado” (Abrigadoiro, San Xiao do Camiño). Asimismo Mariano (Os Albergues, Boente), confiesa que resulta harto complejo defenderse de las críticas de internet “que a veces, desde el anonimato, pueden ocultar campañas sucias de un competidor sin escrúpulos”.

A pesar de todo, los negocios vinculados al Camino florecen, cada uno va buscando su público específico, y existen zonas, como el valle del Valcarce, que se han convertido en un trasunto de la ONU con hospitaleros brasileños, rusos, alemanes, belgas, italianos, australianos…, y hasta un húngaro que pretende reconstruir el castillo de Sarracín para crear un centro de reflexión. En general hablamos de personas, como ocurre también con el albergue El Beso (A Balsa), que han hecho un Camino de largo recorrido, una o más veces, hablan idiomas y desarrollan proyectos vitales apasionados, en ocasiones rupturistas (bios, veganos, yoga, etc), poniendo por encima de todo el buen trato que intentan dispensar al peregrino. Y aunque toda generalización es arriesgada, tras lo visto y oído a lo largo de los años tenemos que confesar aquí una convicción: que en gran medida son los extranjeros, impulsados por el entusiasmo nacido de su experiencia peregrinatoria, quienes están salvando al Camino de convertirse en una vulgar ruta turística de senderismo.

Experiencias contracorriente que, curiosamente, apenas florecen en Galicia, donde la mayor parte de las iniciativas empresariales corresponden a nativos, o a foráneos paracaidistas, sin mayor vínculo con el Camino más allá de ver pasar a diario a cientos de peregrinos, hasta que se enciende la bombilla de la oportunidad para hacer caja. Tampoco la normativa de albergues, a diferencia de la de Castilla y León, donde hasta los 5 € de cuota no se consideran negocios, y por lo tanto no deben de registrarse como una actividad económica con toda la reglamentación del ramo a cumplir, permite grandes alegrías. Aun así los hay que se salen del común denominador, aunque para ello, como nos indican Marcello (A Casiña di Marcello, Arzúa), Ana y Gonzalo (Casa Domingo, Pontecampaña) o Marta y Jose (A Pedra, Sarria), todos los cuales preparan una cena comunitaria, resulta imprescindible autolimitar el número de plazas, pues de otro modo el embrujo de la convivencia, en la que los peregrinos se sienten parte de la familia, cedería en aras del beneficio.

“A quien trabaja en un albergue de la ruta, al igual que le exigen certificados, seguros y otros requisitos, le deberían obligar a hacer el Camino, pues ni el 20% de los que están en la ruta lo han hecho” (Paloma y Leña, San Mamede do Camiño). Esto lo suscribe Javier (Casa Cruz, Portomarín), que cada vez que concluye la temporada se va unos días al Camino para ver los toros desde el otro lado de la barrera, ejercicio sano donde los haya.

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Josefina y Mariano en su albergue de Boente, entre Melide y Arzúa, donde además exponen una singular colección dedicada a la radio y el audiovisual
Josefina y Mariano en su albergue de Boente, entre Melide y Arzúa, donde además exponen una singular colección dedicada a la radio y el audiovisual

Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador